La apasionante historia de amor de Pia Beck

Marga Samsonowski y Pia Beck, una de las mejores pianistas de jazz de la historia, regentaron en la década de los sesenta un club de jazz en la localidad malagueña que se convirtió en un reducto de libertad y diversidad.

Marga Samsonowski y Pia Beck se mudaron a España en la década de los sesenta y vivieron, sin ocultarse, su historia de amor. 

Su hijo defiende que la de sus dos madres es, ante todo, una historia de amor: “Pia me decía: ‘Tardé solo un instante en enamorarme de tu madre’”. Una historia de amor postergada por el paso del tiempo y la desidia política, pero que reúne todos los ingredientes de las grandes pasiones que acaban copando libros y pantallas. 

Pia Beck, considerada por muchos como la mejor pianista de jazz del siglo XX, y Marga Samsonowski, vivieron su romance sin ocultarse en los tiempos de la España más gris y convirtieron su exclusivo club, The Blue Note, en un reducto de libertad y respeto a la diversidad en la Costa del Sol.

Pia y Marga se conocieron a través de Pete Felleman, marido de la segunda y célebre locutor de radio musical en la década de los 40 y 50 en Holanda. Él había presentado varios conciertos de Pia y mantenían una estrecha amistad, pero cuando las mujeres se vieron por primera vez el flechazo fue mutuo. El matrimonio no atravesaba un buen momento y Marga, con dos hijos y embarazada del tercero, decidió irse a vivir con la virtuosa pianista. “Mi padre no se lo tomó bien y apenas tuvimos contacto durante nuestra infancia”, confirma a S Moda el más joven de los vástagos, Gino Felleman, que sostiene que su vida en Ámsterdam era perfectamente normal.

El motivo de su marcha del país fue la ocupadísima agenda de conciertos de Pia, y no la leyenda que asegura que ambas tuvieron que fugarse para vivir en libertad. “La primera idea era la de mudarnos a Los Ángeles, porque Pia tocaba mucho en Estados Unidos, pero a Marga no le convencía la idea por la lejanía con su familia. A ellas les encantaba España. En 1963 vinieron de vacaciones a Torremolinos, que por entonces era un lugar con mucha clase, se enamoraron de la ciudad y decidieron abrir un club de jazz en el Pasaje Begoña”.

The Blue Note se convirtió en la sala de fiestas de referencia de la noche malagueña. 

La historia de las dos mujeres que, sin pretenderlo, se erigieron en iconos de la comunidad LGTB, es hoy poco más que una nota a pie de página en la localidad malagueña. Gino reconoce que “le duele y entristece” ver cómo su legado no ha obtenido el reconocimiento merecido por una estrella que en cada una de las miles de entrevistas que concedió a lo largo de su vida divulgó los encantos de la Costa del Sol: “Son dos iconos y es enorme lo que consiguieron. Si esto fuera Estados Unidos ya les habrían hecho una película”.

Un reciente grafitti en homenaje a Pia es el único rastro que hay de ellas. Jorge Pérez, presidente de la Asociación Pasaje Begoña, que trata de devolver parte del esplendor perdido a la localización y rememorar su pasado como cuna de los derechos LGTB+, reclama justicia: “No nos queremos morir sin que ella tenga algún reconocimiento en Torremolinos: una calle, una estatua, algo…”. Una postergación que quizá esté a punto de cambiar, ya que Pérez confirma que una productora (WinWin) está preparando una ficción sobre el callejón que dotó de color los tiempos más oscuros. “Y ya hemos pedido que Pia Beck sea una de las protagonistas”, revela.

La pianista compartía el sueño arquetípico de cualquier músico de jazz que se precie: inaugurar su propio club. The Blue Note abrió sus puertas en 1965 y muy pronto se convirtió en lugar de encuentro de la clientela nacional e internacional más exclusiva, atraída por la fama de su dueña. “Por aquel entonces yo era un niño y solo me dejaban estar durante unas horas. Recuerdo, por ejemplo, que Arthur Rubinstein era uno de los clientes habituales y que se animaba, en muchas ocasiones, a dar pequeños recitales improvisados”, evoca Gino. En su álbum fotográfico familiar aparecen nombres como los de Fred Astaire, Nat King Cole, Shirley MacLaine o Ginger Rogers. “Pia es la artista, yo no”, argumentaba Marga, que apostó por quedar en un segundo plano y evitar apariciones en los medios para proteger a su familia.

Aunque jamás se enfrentaron a ningún episodio de odio por parte de los vecinos, hasta 1978 la homosexualidad fue tipificada como delito en España. ¿Por qué el régimen franquista permitió entonces que dos lesbianas hicieran vida en pareja con total normalidad y fueran la cara visible de uno de los locales más célebres del país? “Pia era una gran embajadora, hizo mucha promoción de la Costa del Sol y atrajo a miles de turistas.Además, era holandesa y se quería evitar un enfrentamiento de carácter diplomático”, explica a esta revista el vicepresidente de la Asociación Pasaje Begoña, Juan Carlos Parrilla, que considera que si hubieran sido españolas la situación habría sido radicalmente diferente.

La normalidad con la que se veía su relación provocó que, sin ser un bar de ambiente, los gays y lesbianas de la época encontraran en The Blue Note un rincón en el que podían disfrutar de la noche con total libertad. “Ellas, sin saberlo, fueron un referente para el colectivo de mujeres lesbianas en una época en la que la mujer era un ser invisible y reprimido en una sociedad patriarcal”, añade Parrilla. A pesar de que su hijo asegura que sus madres jamás fueron conscientes de la importancia que su vida en común tuvo para el colectivo y que prescindían de etiquetas, Pia protagonizó en la década de los setenta un sonado episodio en defensa de los derechos de los homosexuales. La pianista se enfrentó a la célebre activista ultraconservadora Anita Bryant y promovió un concierto con el que sufragar los gastos de un anuncio en las páginas de The New York Times contra el discurso antihomosexual de Bryant.

Pia Beck junto a la actriz Shirley MacLaine

Dos años después de la apertura del club, el local vivió su peor momento. Un cliente habitual le ofreció a Pia convertirse en socio y encargarse del día a día del negocio, para que ella pudiera centrarse únicamente en el aspecto musical. Este hombre, cuya identidad Gino prefiere no recordar, se dio a la fuga tras haber emprendido unas carísimas reformas en la sala de fiestas. Arruinadas y endeudadas hasta el extremo, perdieron incluso la casa en la costa de Benalmádena en la que residían con sus hijos. Durante 1968 tuvieron que sacrificarse para conseguir reflotar el negocio: Marga, a cargo de los suministros, y Pia, ofreciendo recitales diarios durante todo un año. Lo hizo sola, prescindiendo incluso de sus músicos para ahorrar gastos.

Consiguieron revivir el club, pero el cansancio hizo mella en la pianista y a finales de 1969 decidió vender el local. “Tuvo un bajón en esa época. No quería actuar más, quería dedicarse a otra cosa”, sostiene su hijo. La pareja ya no trabajaba en el Pasaje Begoña cuando el régimen franquista realizó una redada en 1971 en la que más de cien personas fueron arrestadas por presuntos atentados contra la moralidad pública y que conllevó el encarcelamiento y la deportación de docenas. Un episodio contra la libertad sexual calificado como el «Stonewall español» y que puso fin a este oasis de tolerancia y pluralidad.

Pia Beck cumplió su promesa. Montó una inmobiliaria, escribió tres guías turísticas sobre la Costa del Sol para holandeses y presentó –en cinco idiomas– un programa de radio vespertino en una emisora malagueña. Pero su distanciamiento del piano no se prolongaría más de un lustro y volvió a girar alrededor del mundo convertida por entonces en una de las grandes maestras del jazz. Pia y Marga vivieron sus últimos días en la casa familiar de la localidad malagueña de Churriana, acompañadas por Gino.Ambas fallecieron en 2009, a los 84 años, respetando su pacto de indivisibilidad hasta en lo concerniente a la muerte. Pia tiene un puente con su nombre en Ámsterdam y es un icono de colectivo LGTB+ en el país neerlandés. España todavía no ha agradecido los servicios prestados a una de las parejas pioneras en la visibilidad lésbica.