Discutamos, mejoremos y avancemos

Según la OMS, hay entre un 0.3% y un 0.6% de transexuales en el mundo; por cada siete mujeres trans (nacidas varones), hay unos tres hombres nacidos hembras. Curiosamente, en este guirigay desaforado contra el proyecto de ley nadie se acuerda de los hombres trans. Quizá sea porque son oficialmente mujeres, y ya se sabe que las mujeres pintan menos.

En primer lugar, en España el movimiento trans ha estado integrado en el feminismo al menos desde las jornadas feministas de 1993 en la Facultad de Medicina de Madrid. El supuesto enfrentamiento es una creación reciente por parte de algunas mujeres. Otro error muy extendido es creer que los transexuales son todos travestis de pechos descomunales y plataformas de vértigo (“son una caricatura extrema e insultante de las mujeres”, dijo una feminista, olvidando de nuevo a los trans hombres). Algunas hay, como también hay chicas biológicas a las que les gusta ir reventonas. Pero la gran mayoría viven vidas nada llamativas. Estoy segura de que casi todos los lectores de este artículo se han cruzado con hombres y mujeres trans sin saberlo. Si comienzan a hormonarse en la pubertad pueden ser indistinguibles, y, como es natural, muchos prefieren no ir contando su historia a todo el mundo, porque el prejuicio sigue siendo enorme.

La mayoría de los trans lo son desde la infancia. ¿Quién dice que a los cinco años los niños no saben quienes son? Hay crías de esa edad que alardean de ser niñas, y chicos que pretenden ser Tarzán. Pues bien, hay otros chavales que sienten su sexo con igual naturalidad y certidumbre, solo que resulta ser opuesto al genital. Y no, no es una manipulación de la familia. Al contrario, para los padres suele ser un trauma. Los transexuales no son un invento moderno: han existido desde siempre. Ya son citados, por ejemplo, en el Mahabharata (epopeya del siglo III antes de Cristo). Dentro del útero materno, las hormonas sexuales conforman redes neurales distintas en los cerebros de hombres y mujeres; y se supone que, en algunos casos, esa impregnación hormonal puede variar y hacer que el sexo biológico y el cerebral no coincidan. Esto, que se conoce como disforia de género, no es una enfermedad sino una diferencia: todos somos bioquímicamente diferentes (en 2018, la OMS quitó la disforia de la lista de patologías). Estudios científicos con neuro-imágenes (UNED 2012, Universidad de São Paulo 2018…) demuestran que los cerebros trans se parecen más a los cerebros del sexo elegido que a los del biológico.

A estos trans marcados hormonalmente que lo tienen clarísimo, se están sumando en los últimos años chicos y chicas que, gracias a la progresiva desaparición del sexismo, empiezan a verse libres de la tiranía de los géneros. Hablo de niños que quieren llevar faldas durante unos años, o niñas que desean probar lo que es ser un chico. ¿Y qué mal hay en ello? Que jueguen, que investiguen. No los etiquetemos. No hay que empezar a hormonar hasta la pubertad y para entonces sabrán más de sí mismos. En cuanto a las cirugías (en España exigen mayoría de edad), son palabras mayores, y resulta que los trans recurren cada vez menos a ello. Cuanto más libre y fluida es la sociedad, mejor se llevan con su cuerpo.

En España pueden cambiarse el nombre y el sexo desde 2007 previo certificado de disforia (o sea, de trastorno mental) y dos años de tratamiento médico. Pero los transexuales se niegan a ser patologizados y a que alguien decida por ellos. Reclaman algo tan simple como tener el control de sus propias vidas.

Se trata de un proyecto de ley, y, como tal, manifiestamente mejorable. Por ejemplo, si la autodeterminación de género crea problemas en eventos deportivos o en las estadísticas, podría solventarse de otro modo: quitemos la información del sexo en los documentos públicos (¿para qué se necesita en el DNI?) y que el sexo biológico solo conste en registros más o menos reservados. Debemos debatir, eso sin duda, pero no demonizar. El escándalo extremo en torno a la ley me parece producto del prejuicio, o de intereses políticos, o de una patrimonialización del feminismo, el cual, por fortuna, es múltiple y variado. Por cierto, ¿qué son las feministas históricas? ¿Detentadoras del dogma, Madres de la Iglesia? ¿O feministas viejas? Pues yo, que también soy una feminista vieja, es decir, histórica, estoy a favor del proyecto trans. Discutamos, mejoremos y avancemos.

Rosa Montero – EL PAÍS