EL VIGÍA EN FRANKFURT: FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO

El Vigía editora en Frankfurt

Presentación de los últimos trabajos publicados por El Vigía editora. Feria Internacional de Frankfurt 2009. Stand de Canarias. Acto público del 18 de octubre de 2009.

Estimados amigos, vamos a presentar tres obras que han ocupado nuestro trabajo de investigación y recuperación literaria y editorial, centrándonos en tres aspectos a nuestro parecer fundamentales en la tradición insular: la Poesía Canaria actual en la voz de Olga Rivero Jordán, el Parnasianismo en Canarias de Manuel Verdugo por Joaquín Rivero, y la narrativa de Pedro Debrigode Duggi, autor de género negro de fama mundial. Leeremos una serie de textos de autores vinculados al Vigía editora como Roberto Cabrera o Antonio Arroyo Silva

 el vigía en frankfurt

EL PARNASIANISMO Y MANUEL VERDUGO

Se trata de una obra de Joaquín Rivero, escritor silenciado que nació en Santa Cruz de Tenerife en el año veinte del pasado siglo, y murió en enero del año dos mil en La Laguna, donde residió buena parte de su vida… Compartió un célebre premio convocado por el ateneo de La Laguna en torno a la figura del poeta Manuel Verdugo, con la que luego sería gran escritora María Rosa Alonso.

Ante todo fue un hombre de una vastísima cultura y un extraordinario lector. Su dominio de las matemáticas o de la filosofía kantiana eran más que evidentes, también fue traductor del inglés y del francés como dejaría patente en sus frecuentes colaboraciones en el vespertino La Tarde así como en las revistas Gánigo y Hespérides, donde la versatilidad de su pluma obtuvo gran reconocimiento; sobremanera entre los entonces jóvenes narradores fetasianos de los cincuenta, “alguien a quien veían con buenos ojos emular”.

Joaquín Rivero fue reclutado junto a su hermano Luis con apenas diecisiete años y enviado a la guerra; transcurrida la contienda y como tantos otros, ya no fue el mismo, su desencanto se unió al escepticismo de una generación que vivió el trauma y sobrevivió a la posguerra con la entereza de los héroes.

Joaquín Rivero pertenece a esa generación de los cuarenta que tanto aportó a la literatura insular. Su vocación literaria se había despertado a muy temprana edad, aunque las circunstancias hicieran que estos creadores tuvieran que recorrer un largo y tortuoso camino. Joaquín Rivero, hermano de la también escritora Olga Rivero, cuyo padre Don Luis Rivero ocupaba una tenencia de alcaldía en el Ayuntamiento de La Laguna al estallar el golpe militar, no fue una excepción pues tuvo que salir a flote gracias a su profesión de maestro nacional debiendo conformarse con esporádicas apariciones en prensa, eso sí con un estilo de altura, y abordando asimismo los más disímiles temas de actualidad, donde destaca el desparpajo y el manejo a veces de un léxico extranjerizante que nos recuerda al también imborrable Francisco Pimentel. Amigo personal de Emeterio Gutiérrez Albelo, realizó un profundo estudio acerca del parnasianismo frente al romanticismo en la literatura insular y universal, analizando la confluencia y desencuentros de estos movimientos con las vanguardias históricas surgidas desde aquel entonces de la mano de Agustín Espinosa y la generación de Gaceta de Arte.

El Vigía editora pretende con actos como este, recuperar no sólo esta obra esclarecedora, sino la recopilación de sus múltiples relatos y artículos, en una arqueología literaria sorprendente, para una futura edición acorde con la enorme calidad de su estilo.

@ Roberto Cabrera

 * * *

 SOBRE EL PARNASIANISMO DE

MANUEL VERDUGO

 Cuando era estudiante de Literatura Canaria a finales de los años setenta y se pasó al estudio de la poesía de don Manuel Verdugo, fui testigo del enorme páramo psicocultural, digamos, hacia este autor. Para mí fue una decepción que explicaría mis prejuicios hacia este poeta y, por otra parte, el casi silencio académico y social en torno a la obra citada. En ese momento, se describió como algo perfecto en cuanto a la forma, pero poesía fría y marmórea en cuanto al contenido resultado y consecuencia de la influencia que el Parnasianismo francés, sobre todo del poeta Leconte L´Isle, tuvo en la gran poesía de Rubén Darío. Es decir, Verdugo fue calificado como un epígono del modernismo español y emparejado al postmodernismo subsiguiente de la época franquista, y también como detractor de las vanguardias insulares. Según esto, nunca estuvo a la altura de poetas canarios mayores como Tomás Morales ni Alonso Quesada. Esta es la idea que se reproduce casi al pie de la letra en la antología de la poesía canaria de Andrés Sánchez Robayna Museo atlántico. Tal fue el influjo que me produjo que, cuando Lázaro Santana prologó la antología de Manuel Verdugo Estelas y otros poemas (Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1989), no le presté atención a su novedosa y reveladora visión.

Bajo esta óptica, toda la poesía de Verdugo es diáfana y reveladora. Si apenas hace mención a los sentimientos como el del amor a la mujer, si no profundiza aparentemente en las emociones humanas para llegar a los abismos del ser, ¿acaso por ello, dejará de ser un poeta lírico para convertirse sin más en un poeta prosaico? Nada más lejos de la realidad: las mismas acusaciones que le hacían los detractores nada menos que a Cavafis

Verdugo, por otra parte, no sigue, al menos a rajatabla, los preceptos de Rubén Darío ni del resto de los modernistas hispanos. Si acaso, recurre, sobre todo, al mismo parnasianismo parisino, pero no siguiendo una moda a imitar sino como un convencimiento artístico y personal. Jorge Rodríguez Padrón diría que se trata de una consecuencia. Nuestro poeta veía la época clásica no como un molde erudito que había que calcar y adaptar a la tradición judeo-cristiana, como sus contemporáneos hacían. Veía la cultura helénica y romana como un modelo de vida a rescatar. De hecho, hasta el final de sus días que fueron muchos tuvo el convencimiento de ser un patricio romano cuyas costumbres chocaban con el nacionalcatolicismo impuesto por el régimen franquista. Esto, según Joaquín Rivero, fue el detonante que hizo que Verdugo se apartara de la vida social y practicamente viviera recluído en su casa lagunera hasta el final de sus días. Es curioso, la verdadera poesía, no importa cuándo fuera escrita, es un lugar de encuentro. Me quedo perplejo al apreciar cómo Cavafis (once años mayor y aún no publicado al castellano) al describir su propia vida define también la de nuestro Verdugo en su poema En la medida que puedas:

\»Y si no te es posible hacer la vida en la medida que puedas

intenta al menos esto

en la medida que puedas: no la envilezcas

en el contacto asiduo con la gente,

en asiduos ajetreos y chácharas.

No la envilezcas arrastrándola,

dando vueltas constantes y exponiéndola

a la idiotez diaria

del trato y relaciones,

hasta que se convierta en una extraña cargante\».

Volviendo a la poesía de Verdugo, en la antes mencionada antología que compila Lázaro Santana, éste argumentaba que la poesía verduguiana era un hito en la literatura escrita en castellano. Sólo Luis Cernuda sigue la senda de Verdugo. Se refiere Lázaro Santana al uranismo, una corriente cultural y vital que procede de Grecia y Roma clásicas consistente en la alabanza y admiración del cuerpo juvenil masculino. No se trata de una poesía de la homosexualidad exactamente, se trata de la misma sensualidad en la que se creía la Antigüedad Clásica. Creencias que fueron amputadas por las religiones monoteístas posteriores. Esta tradición, tenemos la certeza, es la que continuó Constantino Cavafis y, por lo visto, también nuestro gran poeta singular. De esta tendencia soterrada, según ambos autores, sólo quedan algunas estatuas como muestra, que Verdugo apreció personalmente en sus viajes juveniles de larga duración, sobre todo por Pompeya. Y Cavafis \»recordó\» de su lengua madre. De ahí lo marmóreo de la poesía verduguiana (y también de la cavafiana): se trata de una añoranza ante los restos de una época dorada de alguien que comparte esa cosmovisión y choca con la sociedad que le tocó vivir. Comparemos dos fragmentos, uno de Cavafis y otro de Verdugo para demostrar este parentesco cultural e ideológico:

Días de 1901 (Cavafis)

\»La belleza de sus veitisiete años

por el placer tan puesta a prueba,

había instantes que recordaba extrañamente

a un muchacho que –con cierta torpeza– por primera vez

al amor su cuerpo puro entrega\»

En el golfo de Nápoles (Verdugo)

\»Mi remero es un ragazzo;

tiene la tez bronceada;

hay en sus labios bermejos

más sonrisas que palabras

y son sus ojos procaces,

llenos de malicia y gracia\».

\»…y evocando sus recuerdos

como visiones aladas,

el corazón se reanima

con vieja sangre pagana.\»

Sobran los comentarios. En este punto casi coincide Lázaro Santana con Joaquín Rivero. Pero ¿llegó Lázaro a conocer el texto que Joaquín jamás publicó? Lo dudo. Es un caso de clarividencia por ambas partes. Yo me atrevo, a la luz de lo expuesto, a definir clarividencia como un hecho que está a la vista de todos y que nadie se atreve a mencionar sino, al contrario, a ocultar (perdonen la ironía) por una serie de motivos o prejuicios de orden sociocultural, incluso político. No me extraña que Lázaro Santana, en una época de apertura en todos los sentidos, llegara a estas conclusiones. Lo que sí me sorprende es que Joaquín Rivero muchos años antes, en pleno apogeo del ultracatolicismo impuesto por el régimen franquista, que velaba por el mantenimiento artificial de la moral y las buenas costumbres de una sociedad patriarcal y represiva, hubiera dicho más o menos lo mismo. Eso sí, con una retórica más comedida por si acaso. Así y todo, esta pequeña joya de Joaquín Rivero no ha visto la impresión hasta ahora mismo.

Joaquín Rivero, gran periodista y escritor. Clarividente hasta los extremos. Se entiende por qué fue un escritor silenciado. Algunos escritores de su época fueron castigados y depurados,otros fusilados, otros sufrieron el exilio hacia otras tierras. A Joaquín, me atrevería a decir, le tocó el peor de los castigos: el silencio amputador, la peor máquina de tortura que creó el régimen. Algo de ello tambén le tocó a Manuel Verdugo, con la diferencia que Verdugo murió muchos años antes que Joaquín.

Sin embargo, contra viento y marea, hemos descubierto el verdadero sentido de la poesía de ese poeta filipino y lagunero. Y más sentidos que descubriremos gracias a que Joaquín Rivero (y, cómo no, Lázaro Santana) nos ha abierto la puerta. Gracias, Joaquín, donde quiera que estés.

@ Antonio Arroyo SilvaVer entrada

 GUIONES ARGUMENTALES DE PEDRO DEBRIGODE

Tenemos que revelar que esta obra ocupa nuestro interés primigenio al asistir a esta Feria Internacional de Frankfurt, habida cuenta de que este autor de novela de aventuras, policíacas y de género ya publicó en Alemania millones de ejemplares de su novela por entregas El Pirata Negro y otras que fueron las delicias del público germano en los años 40 y posteriores.

La recuperación crítica de la obra narrativa de Pedro Víctor Debrigode Duggi, nietzscheano creador de héroes y antihéroes como Audax, con la reciente publicación del volumen homenaje a la Literatura Popular en España, hace posible que salgan a la luz los materiales más reveladores de este autor de novela de género (entre los que se encuentran los hallazgos críticos del letrado astur Luis Manuel del Valle) y que descuella entre los mejores de Europa; cuyos relatos vendían muchas veces más de los seis millones de ejemplares en sus ediciones alemanas.

Según todos los indicios nos hallamos ante un creador que traspasa la comercialidad impuesta por el negocio editorial y asienta su estilo en las mejores lecturas y afanes literarios de mediados de siglo. El Conan Doyle santacrucero P.V. Debrigode adquiere los heterónimos de Arnaldo Visconti, P.W. Debrigaw, Red Colt, Diego Montes, Peter Debry, Vic Peterson, Arnold Briggs, Geo Dugan, Chas Logan.

Como un Pessoa de la narrativa, este autor, el más prolífico del grupo, es visto por el crítico Jürgen Nowak como «un hombre que aún hoy en día es apreciado (por los lectores alemanes) como uno de los mejores escritores de novelas de aventuras».

Pedro Víctor Debrigode Duggi nació en Barcelona en 1914 de padres con ascendencia francesa y corsa. Se desplazó a Canarias con el objeto de terminar sus estudios de derecho, y aquí pasó gran parte de su vida. Durante la Guerra Civil estuvo confinado en el penal del Puerto de Santa María y al salir de prisión su dedicación estuvo más del lado de la escritura que del ejercicio de la abogacía. Según algunas fuentes sus avatares en prisión se debieron a una acusación de espionaje de que fue objeto mientras se hallaba cumpliendo el servicio militar en Canarias. Fue en prisión, cuenta el crítico alemán, donde se despertaron sus talentos adormecidos, con la convicción de poder crear mundos fantásticos. Su estilo vendrá marcado por su confesión de que «había descubierto en sí mismo sus personales formas de narración, amoldadas al sujeto, para describir exclusivamente nítidas acciones y no para pintar perfiles psicológicos y sondear motivos». Jürgen Nowak continúa afirmando que en aquellos años franquistas, había muchos escritores y periodistas, sobre todo republicanos, que tenían verdaderas dificultades para ganarse el pan y, siempre bajo la presión de represalias políticas y las dificultades financieras, sólo les cabía la posibilidad de mantenerse a flote como escritores a sueldo de novelas populares. Luego trabajó como periodista para France Presse largo tiempo como redactor en Venezuela y en la propia agencia con sede en París. En los 70 «echando mano de su verdaderamente genial talento lingüístico comenzó a hacer traducción de relatos, novelas y ensayos de escritores extranjeros de gran renombre». Amante de la novela negra norteamericana de los años treinta y cuarenta, estimado como experto en cinematografía, muere

La recuperación de la obra de nuestro autor aparece así como una tarea inminente de la crítica, así como por el estamento público, la de poner a salvo la imagen de un insigne y prestigioso escritor y periodista.

Pedro Debrigode Duggi escribió obra paralela, fuera de la mercancía que se ofrecía como producto del consumo de una época difícil y que debía ser abierta a la esperanza. Dicha obra la componen, hasta el momento, El Espía Inocente, de próxima publicación y seis guiones cinematográficos. Gusto en el que coincide con una pléyade de narradores canarios.

Hay que retrotraerse a nuestro Santa Cruz de los cincuenta con su vida portuaria y comercial, de turismo americano, de cine negro y taxis descapotables e intérpretes. En esa franja intermedia entre la silenciada vanguardia europeísta, el degradado regionalismo y la irrupción de una nueva y emergente corriente emblematizada luego en los narradores fetasianos.

Allí aparece Pedro Debrigode Duggi, un hombre augural que ejemplifica al escritor de oficio y que hace posible que la corrupción no sea una categoría ausente en nuestra literatura. Un hombre que rueda en su chevrolet corvette, en unos tiempos, y que en otros ocupa casi todos los presidios.

En los chaplones de todos los barrios se leen sus novelas, y en las más disímiles geografías, Alemania, Francia, España, Venezuela etc. En una cercanía física de frontón y boxeo, apuestas de gallos y ludopatía de quinielas.

De esta pura ficción era para nosotros en las cercanías de los umbrales de nuestros hogares los relatos acerca de un misterioso hombre que escribía durante la noche con varios relojes fijos a sus muñecas, que controlaban las horas de acciones de espías que iban y venían de interminables relatos que lo mantenían ocupado toda la noche.

Hoy, que muchos escritores no consideran la ficción policial como un lujo para un público sofisticado, ni que es rechazada por su escaso contacto con la realidad, debe entenderse asimismo que este escritor no sólo cuestiona la fuerza policial, sino que la detesta. Embisten así contra la injusticia, la globalización buscando su alternativa. Los escritores de los 50 no tuvieron otro remedio que ser duros, negros, que admiraron el cine y los relatos de Chandler o Hammett, y que incorporaron lecturas desde Faulkner a Hemingway o Cadwell, Bioy Casares o Borges.

Los planos del enemigo y la alta tensión al infortunio, en los manglares del quinquenio prendieron la llama del narciso de calles de carros y adoquines. Calle 94, las peras de boxeo eran como una filosofía popular de aquellos años recubiertas con lona de estoicismo. Me parece un tiempo en que todos fuimos amigos porque éramos encajadores, resistentes, irrompibles y cada cual metía las narices en lo suyo. Al menos eso es lo que conviene recordar, porque la autoridad sí estaba en la casa de cada vecino y los peligros alertaban a la phronesis, la prudencia. Aquel humilde barrio cobijó a escritores como Debrigode, que esperanzados supieron resistir, como él mismo, hasta las andanadas de la libertad.

@ Roberto Cabrera

LIBRO MEMORIA AZUL, de OLGA RIVERO JORDÁN

(Presentación y exposición de la escritura de esta autora canaria)

Mientras otros disuelven las metáforas y analizan el elemento azaroso de su formación y usos, Olga Rivero las construye y las lanza a esos cielos indelebles que son la imaginación y el libre albedrío interpretativo, el cultivo de la propia sensualidad del lector.

Todos sabemos que la mayor parte de los creadores canarios de los cincuenta han sido ya catalogados por la crítica, psicoanalizados en una carrera hacia una filosofía de la literatura, hacia una indagación en el yo de cada uno de los antecesores que conforman la tradición literaria insular. De esta suerte interpretativa hemos extraído valiosas deducciones, pero asimismo valores de universal trascendencia. El enigma del invitado de Gutiérrez Albelo es un caso muy significativo entre otros. Es la pubertad de Olga Rivero y su generación donde hay una actitud retrógrada que entre otras consideraciones reduce el cuerpo sexual a los genitales, la sexualidad es exclusiva de los varones, sólo se ejercerá en el matrimonio y tiene un único carácter heterosexual. Pero por esas mismas razones, la prosa embiste contra lo superficial y marcadamente virtual de quienes han cambiado de actitud sólo por dejar de hacer el ridículo. Y lo cultiva rebelándose contra lo secretamente impuesto.

En los textos hay excitación, orgasmo, bienestar, relax, vasocongestión, secreción y ternura, pero también luchas de poder que los agonistas hacen aparecer, inhibición, anorgasmia…, todo nos lleva a concentrar esfuerzos contra el ser humano banal, la banalidad, como llama el filósofo Gilles Lipovetsky en su obra La Era del Vacío, al individuo fruto del cambio antropológico, preparado para un reciclaje permanente. Y está el vivir con el otro, como una casa de fantasmas de James, un hogar para observar sólo por los huecos de las viejas cerraduras, un hombre nuevo en superación lejos de los clichés como apunta Elisabeth Badinter en “la identidad masculina” y como lo identifica Olga Rivero en este magnífico volumen. Tal como cita Hölderlin: “las olas del corazón no estallarían en tan bellas espumas ni se convertirían en espíritu, si no chocaran con el destino, esa vieja roca muda”

En cualquiera de sus obras, Freud y Ezra Pound podrían ser nuestros referentes o quizá pudiéramos cambiar los peones o las damas como en un juego y hablar de Domínguez y Carlos William o de Sucre y Agustín Espinosa y volver a jugar a los dados con la doble orfandad del artista canario y mujer. Se nos supone en la tarea de interpretar los sueños y relacionar las imágenes de un todo, lejano a las paradojas deportivas o políticas, mediáticas o de simple y llana macdonalización de la cultura. Olga Rivero Jordán ha llegado al trance donde se halla colocando una por una las piezas de su puzzle emocional. Y para ello ha redescrito todo aquel entorno que ha pretendido sojuzgarla, etiquetarla, sablearla y sobornarla, escogiendo el camino seguro del proustiano juego de espejos. Así que prefiere desnudarse en público que la hibernación o el “soilen green”, aquel preparado que les suministraban en forma de galletas a los enajenados ciudadanos de un estado ideal.

Así, su bestiario está repleto como un ropero del Britania, de estros adocenados y serpientes encantadoras. Viviendo en un mar de fobias y peces de colores, de síndromes y guerras genéricas, los personajes se acercan, unos están a pocos centímetros, otros se mantienen a una distancia social. Pero a pesar de la fría voz de los perversos que sueñan el desenlace caníbal, se acerca Olga Rivero y con voz más alta que la ira o el desprecio, nos invita al humanismo que renace en Memoria Azul.

“Es la ambigüedad cercana a cierto azar, – cita el escritor y psiquiatra Carlos Pinto en un prólogo anterior para Las Llamas Rápidas de la Sangre – es el mundo que descubre el inconsciente y los sueños. La evocación de motivaciones donde aparecen los fantasmas esenciales”.

Es por tanto la prosa terapéutica, plagada de símbolos que son el mundo y el ello que habla en el léxico de un paisaje interiorizado que acompañó las impresiones que son transferidas y centrifugadas hasta compartirlas por seres desaparecidos hace ya mucho tiempo.

Es como grafía egipcia, narradora de mundos instalados en el preconsciente, aunque también en un colectivo inconsciente, que guía como escriba el balbuceo hasta la pared. No es azar y sí obedece a normas inextricables, dictadas por la estética contenedora de un tono trascendental.

El afán que universaliza el meollo onírico, traerlo a la luz, en un formato armonioso, rítmico contorno, llevado por una melodía principal, a la que se sumarán ahora otras voces, siempre a tenor de un duende iconoclasta y atrevido. Es rebeldía surrealista, que en la isla tiene un egregio reino, y en Olga adquiere valor ferroviario, tren de vagones repletos de imaginarios solares, la voz elude decirnos en pasado las voces del presente o viceversa, locomotora que en la emoción desliza sus raíles. La verdad persiste y la imaginista Olga Rivero Jordán se ve desbordada por su alter ego. Una vida como una embarcación donde las manos servirán de remos en la planicie reiterada que es el mundo que no ha dejado crecer sino unos menhires que como la poesía han sobrevivido al tiempo, ese monstruo nihilista e inexorable.

La imaginación es el puente interpretativo entre la desnuda sensación y los afluentes del entendimiento. Es la imagen eidética la escogida para surtir de catarsis los “alambiques”. Así nos obligará a sumar colores, a despertar el agua y en definitiva a poner en marcha el gran caudal sinestésico en libertad equinoccio que crea las ilusiones entre otras, las de recobrar el tiempo perdido. No tenemos edad se trata de preguntar por nuestras pasiones irredentas, por mi vida, mi sensualismo, en un sentido mayéutico que tiene a la comadrona en la prosa y al lector en su neófito.

Se trata asimismo de preguntar por la exclusión, por cómo sobrenadar frente a los potenciales estresores, pero está dotada la protagonista de un inteligente optimismo, ha ido eliminando obstáculos, se sabe feliz y multiorgásmica, precisamente ahora que la sociedad proclama su vuelta al rigorismo a las estéticas calasancias, al escolasticismo y a los seminarios cívico-militares. Un rancio olor para los días por llegar que Olga enfrenta desde ya, con esta imaginista de sueños. La mujer que conserva su energía creadora, que mantiene su dominancia imaginativa, que protege su intimidad hasta repeler todos los elementos nocivos que tratan de ahogarnos.

Llameante imaginación idiomática, pero también poder volitivo y cognitivo proceso, en un paseo por el tránsito psicosexual humano y una reflexión acerca de la gregaria manada y sus miedos.

.El río de la pasión sugiere un ananga-ranga de mandalas sexuales. Sólo hay un tapujo, el tapujo auscultador de prejuicios. Aunque pocos escritores de una forma tan delicada y erótica han expuesto abiertamente la sexualidad femenina como Olga Rivero en muchos de sus libros.

Como cita Octavio Paz en La Llama Doble “por encima del fuego primordial del sexo, encendido por la naturaleza mucho antes de los primeros indicios de la humanidad, se eleva la llama roja del erotismo, por encima de la cual tiembla y se estremece la delicada llama azul del amor. No habría llama sin fuego; sin embargo hay más, mucho más, en la llanura roja y la azul y en cada una de ellas que el fuego del que nacen”.

@ Roberto Cabrera