Creativos, no inquietantes

Santo Tomás de Aquino decía que para conocer a Dios hay que conocer el mundo. El laico que ha madurado su fe y actúa en consecuencia, sabe que la búsqueda -en todo- va más allá de los límites que tenemos a simple vista, porque los tradicionales esquemas de pensamiento están ya muy agotados.

A lo largo de la historia, muchos tenidos por herejes se convirtieron en profetas, porque sus aportaciones hicieron que otros se movieran y avanzaran en investigaciones y reflexiones aunque fuera para rebatirlas (y algunas fueron imposibles de rebatir): las intuiciones médicas de Hildegarda de Bingen; las observaciones de Galileo; la teología de Lutero; la filosofía de Nietzsche; la poesía de Luis Rosales… La sociedad posmoderna -con todas sus contradicciones y problemas- nos ofrece la oportunidad de crecer en muchos sentidos y, para ello, están los sociólogos que analizan esa actualidad que es real y virtual a un tiempo -algo que nunca antes había existido-.

Hay personas que están empeñadas en la labor de frontera, mayoritariamente laicos -desde ya incluyo a las laicas- y se mueven en ese límite que, lejos de ser un encierro para ellos, se convierte en posibilidad de espacio para avanzar. Se mueven en las fronteras de la creatividad y la superación y son, a menudo, vistos como peligrosos e inquietantes. Estos laicos, muy necesarios por su valentía y convicción, necesitan también sentir que la comunidad eclesial está con ellos porque se mueven en terrenos movedizos en los que lo nuevo causa, siempre, una cierta prevención.

El mundo, la teología, la literatura, la filosofía, las ciencias, las artes… ¡hasta la publicidad! -que se está adueñando del lenguaje y simbología religiosa sin miramientos- es diferente. No es como lo aprendimos hasta hace relativamente poco tiempo y, para cambiar el envoltorio y la forma de presentar el contenido, hay que se revolucionario y superar fronteras limitantes.

Puede parecer poco arriesgado decir que, planteamientos tradicionales como cuerpo/alma, naturaleza/gracia, cielo/tierra que requieren un lenguaje nuevo y un diseño diferente, es correr un cierto riesgo en una Iglesia que todavía se mueve con la cuestionable certeza de «porque siempre se ha hecho así». «A vino nuevo, odres nuevos», es una frase que conviene tener presente, porque como consejo evangélico es insuperable. Y el evangelio es frontera.

De todos es sabido que las ciencias adelantan que es una barbaridad, y ese avance, nos sitúa ante formas complejas que son difíciles de predecir pero ante las cuales, los laicos comprometidos, prestan atención antes de que nos sorprendan sin estar preparados: inteligencia artificial, el estudio en el avance del genoma humano o la energía sostenible -donde la teología moral y la tan necesaria filosofía del lenguaje tendrán mucho que decir acorde con la realidad- son algunas de ellas. La literatura de Erri de Luca, por ejemplo, nos sirve para ver a un laico -autoproclamado no creyente- en la frontera de la palabra/Palabra y admirado por sus estudios bíblicos.

La «Iglesia en salida» o la «Iglesia de puertas abiertas» de Francisco es mucho más que una actitud pastoral. Rumi, filósofo místico sufí nacido en Afganistán, decía que cuando se golpea una alfombra, los golpes no van contra la alfombra, sino contra el polvo que contiene. Los laicos -necesarios- que se mueven en la frontera del pensamiento van a yudar a mantener limpia la Iglesia y se merecen todo el reconocimiento.

CRISTINA INOGÉS SANZ