Creer en la era de la incertidumbre

Creer no es saber. Creer es confiar, tener fe, también esperar y aceptar. La mayoría de nuestras decisiones vitales no se construyen sobre el saber, sino sobre el creer.

Nuestras opciones fundamentales se edifican sobre un universo de creencias. Si esperáramos a tener completa seguridad de todo lo que hacemos antes de optar o de obrar, no podríamos movernos. Creer en Dios es un acto de fe, un movimiento de confianza. No puede demostrarse deductivamente que exista tal ser, tampoco puede probarse su existencia de un modo empírico, a través de un experimento en el laboratorio. Creer es aceptar que existe, creer que está ahí, aunque no en un lugar concreto; significa contar con su presencia, a pesar de no verlo, de no oírlo, de no poder tocarlo. No puede verificarse su existencia, pero tampoco su no existencia.

El creyente se esfuerza en dar razones, en mostrar que no estamos solos en el ancho cosmos; mientras que el no creyente da, por sentado, que Dios no está, pero tampoco lo sabe a ciencia cierta. Cree que no existe porque no puede ni verlo ni tocarlo ni certificar su existencia con un aparato sofisticado, pero también él debe admitir que puede existir algo que trascienda el conocimiento humano, los límites de la racionalidad. En cualquier caso, la ciencia es neutral respecto a este punto, como lo es respecto a cuál es el sentido de la vida, el significado de la belleza o del bien absoluto.

En las sociedades occidentales posmodernas y líquidas, creyentes y no creyentes vivimos en paz, aceptamos la pluralidad como un hecho, incluso como un valor, y juntos luchamos por un mundo mejor. Deseamos conocernos y comprendernos y, sobre todo, identificar los ámbitos de intersección que nos unen. Se puede vivir legítimamente sin Dios en este mundo, pero también es legítimo enfrentarse a las grandes experiencias de la vida desde la fe en Dios.

Creer en Dios no es garantía de bondad moral, tampoco lo es la descreencia. La fe en Dios no es un acto puramente emocional, no es un grito desesperado ni una salida por la tangente. A veces, se la define como un puro sentimiento, como un potente analgésico frente a los sufrimientos de este mundo, incluso como una especie de ceguera mental y de dimisión del pensamiento. No cabe duda de que la fe puede ser vivida de ese modo, pero la fe es, ante todo y en primer lugar, el vínculo íntimo y personal con Dios: nace de un encuentro con un Ser personal que ha querido formar parte de la historia humana.

Vivir confiado en Dios introduce una novedad radical en la propia existencia¸ significa abrirse a un diálogo distinto de todas las interacciones que podemos tejer en esta vida. Confiar en Él es creer que uno no está solo en este mundo ni arrojado a la nada desde su engendramiento; significa confiar en que uno está sostenido por un Ser que lo ama y que vela por él, incluso cuando todo cruje y se siente terriblemente solo y desamparado.

Dar razones es un ejercicio que exige un doble movimiento: por un lado, se deben examinar los contenidos de la fe; pero, por otro, se debe pensar si es verosímil la opción de vida creyente. No existen razones concluyentes para vivir confiado en Dios. La fe es una opción fundamental. Tampoco existen razones determinantes para vincularse a una persona para toda la vida. Es un acto de confianza y de fidelidad que exige audacia y un gran aprendizaje.

Si las razones para creer en Dios fuesen concluyentes, no tendría sentido la opción agnóstica o atea. Si las razones del creyente fuesen definitivas, solo el insensato negaría a Dios en su corazón. Existen razones para no creer en Dios. El mal es una de ellas (probablemente, sea la más potente de todas), pero también existen razones para creer que, a pesar de los pesares, no estamos solos en este universo, que hemos sido creados por Él, que Alguien vela por nosotros y que nuestro destino último está en Él y no en la nada.

Francesc Torralba

Religión y Escuela Nº 308

3 comentarios en «Creer en la era de la incertidumbre»

  1. Bello. Concuerdo. Sólo unas observación. Uno puede tener temor frente a la contingencia de su ser, la incertidumbre, sin dudar de Dios, debido a contingencias familiares. Creo k mucha duda depende solo de una inseguridad familiar. Cuidemos de las relación padres hijos, y también la fe en una realidad no empírica será facilitada

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