Estaba buscando los recuerdos en su memoria, su mente de androide no era tan rápida como se suponía, pero al fin los encontró y cerró los ojos para reproducirlos.

Al abrirlos de nuevo, se encontraba en un laboratorio. Sus ojos merodeaban curiosos y acabaron en la ventana, era negro, y…espera…¿era eso Júpiter? Sus ojos se entrecerrraron para poder mirar mejor y, sí, estaba viendo Júpiter. ¡Estaba en un laboratorio en el espacio! ¡ qué locura!

Sus ojos siguieron el camino, fijándose esta vez en varios androides atados en camas. En uno de ellos se podía leer «X-22», experimentos fallidos anteriores a ella, X-23. Sus ojos cayeron en una espalda robusta, un hombre que miraba varias sustancias. En los tubos de ensayo se distinguían distintas etiquetas: ADN de Grifo, ADN de Pegaso, y así seguía con al menos treinta tubos de ensayo distintos.

      El hombre se  giró, solo revelando media cara, una tez pálida con ojos verdes y pelo negro, revuelto, el hombre caminó hacia una mesa y sonrió. El hombre caminó hacia una mesa y sonrió.

-Mi segunda mejor obra está a punto de despertar.

Se giró completamente hacia mí, enseñando la otra mitad de su cara. Una cara metálica, otro androide, un androide creando androides.

Relato escrito por Yurima Cabrera García (4º Eso, Curso 16/17)

Esta entrada fue publicada en Contadores de historias, curso 16/17. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *