El lunes 13 de abril nos dejaron dos escritores: Eduardo Galeano y Günter Grass.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano murió en Montevideo (Uruguay), su ciudad natal, a los 74 años. Galeano, escritor y periodista, es conocido por su obra esencial Las venas abiertas de América Latina, que escribió en 1971, pero también por su medio centenar de libros en los que trataba el documental, la ficción y el periodismo. He aquí un fragmento de su último libro Mujeres:
JUANA
Como Teresa de Ávila, Juana Inés de la Cruz se hizo monja para evitar la jaula del matrimonio.
Pero también en el convento su talento ofendía. ¿Tenía cerebro de hombre esta cabeza de mujer? ¿Por qué escribía con letra de hombre? ¿Para qué quería pensar, si guisaba tan bien? Y ella, burlona, respondía:
—¿Qué podemos saber las mujeres, sino filosofías de cocina?
Como Teresa, Juana escribía, aunque ya el sacerdote Gaspar de Astete había advertido que a la doncella cristiana no le es necesario saber escribir, y le puede ser dañoso.
Como Teresa, Juana no sólo escribía, sino que, para más escándalo, escribía indudablemente bien.
En siglos diferentes, y en diferentes orillas de la misma mar, Juana, la mexicana, y Teresa, la española, defendían por hablado y por escrito a la despreciada mitad del mundo.
Como Teresa, Juana fue amenazada por la Inquisición. Y la Iglesia, su Iglesia, la persiguió, por cantar a lo humano tanto o más que a lo divino, y por obedecer poco y preguntar demasiado.
Con sangre, y no con tinta, Juana firmó su arrepentimiento. Y juró por siempre silencio. Y muda murió.
Günter Grass, el escritor alemán galardonado con el Premio Nobel de Literatura 1999 y con el premio Príncipe de Asturias, falleció también el 13 de abril, a los 87 años. Grass entrevistó a gran cantidad de integrantes de la generación posterior a los horrores de la era nazi; también estuvo envuelto en una polémica por su pasado durante la Segunda Guerra Mundial y su posición contraria a Israel. Fue reconocido por obras como ‘El tambor de hojalata’, ‘El gato y el ratón’, ‘Años de perro’, ‘Anestesia local’, ‘El rodaballo’, ‘La ratesa’, ‘Mi siglo’, entre muchas otros trabajos literarios entre novelas, poemas, obras de teatro, ensayos y discursos. He aquí un fragmento de El tambor de hojalata:
Érase una vez un músico que mató a sus cuatro gatos, los enterró en el bote de la basura y dejó la casa para buscar a sus amigos.
Érase una vez un relojero que estaba sentado y pensativo junto a la ventana y vio que el músico Meyn apretujaba un saco a medio llenar en el bote de la basura y se marchaba, y que también a los pocos momentos de la salida de Meyn la tapa del bote de la basura empezaba a levantarse y se iba levantando cada vez un poco más.
Érase una vez cuatro gatos, los cuales, porque un día determinado olieron particularmente fuerte, fueron muertos, metidos en un saco y enterrados en el bote de la basura. Pero los gatos, uno de los cuales se llamaba Bismarck, no estaban completamente muertos, sino que, como suelen serlo los gatos, eran muy resistentes. Así que empezaron a moverse dentro del saco, hicieron moverse la tapa de la basura y plantearon al relojero Laubschad, que seguía sentado y pensativo junto a la ventana, esta pregunta: ¿a que no adivinas lo que hay en el saco que el músico Meyn ha metido en el bote de la basura?
Érase una vez un relojero que no podía ver con tranquilidad que algo se moviera en el bote de la basura. Salió pues de su habitación del primer piso del inmueble de pisos de alquiler, bajó al patio del edificio, abrió el bote de la basura y el saco y se llevó los cuatro gatos destrozados pero aún vivos, con el propósito de curarlos. Pero se le murieron aquella misma noche entre sus dedos de relojero, y no le quedó más remedio que denunciar el caso a la Sociedad Protectora de Animales, de la que era miembro, e informar a la Jefatura local del Partido de aquel acto de crueldad con los animales, que perjudicaba el prestigio del Partido. […]