X Cierra la
|
Respuesta a la pregunta 3
|
Aristóteles, discípulo de Platón, se separó pronto de su maestro al no aceptar el dualismo extremo al que llevó su idealista teoría de las ideas. El mundo real terminó convertido en una mera apariencia de ser. La verdadera realidad cae del lado de las ideas, verdadero modelo que las cosas sensibles imitan parcial e imperfectamente. Aun admitiendo Aristóteles que todo verdadero conocimiento ha de versar sobre las esencias, éstas no son trascendentes a las cosas mismas, sino inherentes a ellas como su forma o naturaleza propia, formando un compuesto hilemórfico divisible tan solo por el pensamiento. La realidad es lo que experimentamos, un mundo de substancias en contínuo cambio y movimiento. Estas substancias están compuestas de un elemento indeterminado que les sirve de substrato, la materia, y de un elemento determinante, la forma o esencia. La primacía caerá del lado de la esencia, al ser ésta no sólo lo que determina a algo a ser lo que es, sino también su propia naturaleza y fin. Expliquémoslo: La naturaleza (physis) es el principio inmanente de movimiento y reposo de las substancias naturales. Este principio es interno a las substancias, al ser su principio de operatividad y desarrollo. Precísamente, a través de estos principios distinguimos a los seres artificiales de los naturales: los primeros no poseen un principio de movimiento y reoposo inmanente a ellos, sino externo. La naturaleza de un ser determina qué es ese ser y como se va a comportar, así también, a qué va a llegar (su fin). El teleologismo aristotélico se advierte en que es la propia forma o naturaleza de un ser la que determina su propio fin: llegar a ser lo que tiene que ser lo más perfectamente posible. Si esto es la naturaleza, la física será aquella ciencia encargada de estudiar las causas y principios de los seres naturales. La heterogeneidad de las causas conduce a Aristóteles a establecer una nueva distinción: hay cuatro causas en todos los seres: la material (de qué está hecho algo), la formal (qué es ese algo), la eficiente (qué ha producido ese algo) y la final (para qué se hace ese algo. La meta o fin a la que tiende). En los seres naturales, y en eso consiste el teleologismo antes mencionado, las causas formal, eficiente y final coinciden. En los seres artificiales no. Al ser el movimiento y el cambio una característica fundamental de los seres naturales, la física aristotélica lo estudiará también, distinguiendo entre dos tipos de cambio: - cambio substancial: generación y corrupción de substancias. La definición que da Aristóteles del cambio es la siguiente: es la actualización
de una potencia en tanto sigue estando en potencia. Por potencia entiende
el filósofo la posibilidad ser algo que todavía no se es. (una semilla
es un árbol en potencia, y este fuego, aunque ahora mismo no lo haga,
está en potencia de quemar algo). En la filosofía aristotélica hay una profunda relación entre la física, la antropología y la ética. El ser humano es también una substancia unitaria compuesta de materia (su cuerpo) y forma (su alma). Alma y cuerpo son inseparables, ya que la primera no es sino el principio vital de funcionalidad y operatividad de los hombres. No hay, pues, inmortalidad del alma. Debido a su naturaleza o forma, el alma del hombre tiende siempre a la felicidad como bien supremo (eudemonismo), que consiste fundamentalmente en el ejercicio y perfecto desarrollo de nuestra propia naturaleza, que es racional. Para alcanzar la felicidad es necesaria también la virtud, que es definida como una disposición o un hábito del alma para actuar con voluntad de determinada manera. El solo conocimiento de qué sea la virtud no nos hace virtuosos. Critica así el intelectualismo moral de Sócrates y Platón. La virtud es también un término medio entre dos extremos viciosos, uno por exceso y otro por defecto. Este justo medio no es matemático: cada uno elegirá la acción virtuosa tal y como lo haría un hombre sabio y prudente. Distingue también Aristóteles entre dos clases de virtudes: las éticas o morales (valor, generosidad, templanza, etc.) y las dianoéticas o intelectuales, entre las que destaca la prudencia. Como la ética se refiere a la praxis humana, ha de desembocar necesariamente en la política, ya que nuestra voluntad y comportamiento privado está regulado e inscrito en el ámbito de lo público. Somos, por naturaleza, animales políticos o seres sociales. Nuestra capacidad de lenguaje lo confirma. El Estado, como un todo, es anterior naturalmente a las partes (individuos) que lo componen. Es además autárquico y puede constituirse con diferentes formas de gobierno. Si éstas atienden al bien común, y dependiendo del número de gobernantes (uno, algunos y la mayoría) tendremos: monarquía, aristocracia y democracia. Estas formas degeneran respectivamente en tiranía, oligarquía y demagogia cuando miran al bien particuar. Sólo en el marco de un Estado que mire al bien común y realice la justicia podrá el hombre desarrollar perfectamente su naturaleza y alcanzar la felicidad.
|