2. Naturaleza e ingenio
En los primeros capítulos
del Examen, Huarte clarifica su concepción de la Naturaleza (con
solemne mayúscula) como orden suficiente y necesario del mundo. "Desde
que Dios creó el mundo -dice- no ha habido que añadir ni quitar una
jota". Como señaló J. Dantin Gallego, la palabra "naturaleza" tenía
en el discurso de Huarte, y en general en el discurso renacentista,
un valor muy diferente del que tiene hoy. En toda la obra de Huarte,
incluso en la propiamente médica, "se advierte este sentido humanizado
de la Naturaleza" (12). Y también
se advierte este sentido naturalista del hombre: "la mona de Dios",
"el más hermoso animal de cuantos naturaleza crió". La naturaleza se
diversifica en cada hombre según su temperamento, causa de sus habilidades,
actitudes, virtudes y vicios, y raíz de la singularidad de cada ingenio.
En el segundo capítulo, Huarte nos ofrece un análisis lingüístico del
término "naturaleza" respecto del término "hombre", digno del mismísimo
David Hume. Así, distingue entre el significado metafísico de la naturaleza
humana como ánima racional, cuyas notas son la identidad y la inalterabilidad,
y el significado filosófico y físico de la naturaleza como temperamento,
dependiente de los "espíritus" o humores vitales, humores que la medicina
actual analizaría con mucha más finura en tanto que sustancias bioquímicas
cuya composición revela el microscopio (hormonas, endorfinas, etc.),
pero que para Huarte son la sangre, la flema, la cólera o bilis, y la
melancolía, también llamada bilis negra o atrabilis. El cerebro es para
Huarte el asiento natural de las facultades del alma (cap. III)...
"Nuestra ánima racional, aunque es incorruptible, siempre anda asida
de las disposiciones del cerebro, las cuales, si no son tales cuales
son menester para discurrir y filosofar, dice y hace mil disparates"
(XV).
A los significados metafísico y fisilógico de la naturaleza del hombre,
Huarte yuxtapone la noción del humanismo renacentista (a veces, todo
hay que decirlo, sin demasiada coherencia, debido a su propensión materialista
y reduccionista), o sea, el concepto moral de la "doble naturaleza",
o "doble nacimiento" del hombre. Es el carácter ético en que cristaliza
el temperamento a través del ejercicio de la virtud y las obras propias,
es decir, la nueva identidad, independiente de la sangre, y propia del
nuevo sujeto moral, libre y urbano. Y cita el refrán castellano: "cada
uno es hijo de sus obras". En efecto, como buen burgués, Huarte tiene
en más la nobleza o dignidad otorgada por el mérito, "segundo nacimiento
del hombre", que la heredada por el "hijodalgo". El carácter es fruto,
en primer lugar, de la virtud, dependiendo su calidad de las obras propias
y del valor personal demostrado en ellas (templanza, coraje, prudencia,
justicia); en segundo lugar, también depende de la hacienda, y luego,
sólo terciariamente, de la nobleza heredada. Como hemos dicho, Huarte
rebaja el valor de ésta, y la compara muy expresivamente con "el cero
de la cuenta guarisma que, si no le arriman algún número, no suma nada".
Además, también cuenta la dignidad y honra del oficio que se ejerce,
el buen apellido y gracioso nombre y, por fin, hasta la excelencia del
atavío (cap. XIII).
Pero en su Examen, nuestro autor sostiene siempre que el temperamento
natural condiciona el carácter moral, tanto como las aptitudes generales
para las ciencias y los oficios, dependiendo su equilibrio, sobre todo,
de la armonía y concierto ("conmoderación") entre las partes del ánimo.
Aunque Huarte tiene buen cuidado en preservar la libertad (esta cuestión
del indeterminismo y la predestinación era capital en la polémica con
los protestantes), y aunque admitía que en la meditación y contemplación
de las cosas adquiere el hombre nuevo temperamento (carácter) sobre
el que tienen los miembros del cuerpo, Huarte busca como fisiólogo,
como médico y "empírico", en los órganos y humores, la razón suficiente
del comportamiento humano, lo cual le obliga a recurrir a la gracia
para explicar el dominio del espíritu sobre la carne, pues "en buena
filosofía natural", si el hombre ha de hacer algún acto de virtud en
contradicción de la carne, es imposible poderlo obrar sin auxilio exterior
de la gracia, "por ser las calidades con que obra la potencia inferior
de mayor eficacia" (cap. XIV).
A las facultades superiores del espíritu humano da Huarte el título
general de ingenio, el cual guarda la misma proporción con la ciencia
que la tierra con la semilla, según nos refiere en su segundo proemio,
de modo que "enseñar cosas delicadas a hombres de bajo entendimiento"
es como "gastar el tiempo en vano, quebrarse la cabeza y echar a perder
la doctrina". En uno de los principios de su filosofía natural, que
podríamos llamar de la formalidad de las potencias, determina las facultades
que gobiernan al hombre como desnudas y privadas de condiciones y calidades;
son potencias que se apropian del objeto para que puedan conocer y juzgar
de todas sus diferencias (cap. XII). El ingenio es, pues, la unidad
final y principal de las potencias orgánicas del alma racional, o sea,
el talento, pero no un talento fijo y como dado o impuesto de una vez
por la naturaleza, sino que engorda con lo que poco a poco vamos entendiendo
y rumiando, disponiéndose así mejor cada día y permitiendo que, andando
el tiempo, caigamos en cosas que atrás no pudimos alcanzar ni saber
(cap. I, 1594). "La naturaleza necesita tiempo". Tal vez erróneamente,
Huarte desmitifica el origen etimológico de la palabra "ingenio". Pues,
según Corominas, "ingenio" viene de genius: 'demon o deidad tutelar
y personal', mientras que Huarte la deriva de ingenere: 'engendrar'.
Para Huarte, la mente o ánima racional del hombre (acto del cuerpo)
tiene dos potencias activas que constituyen sendas dimensiones, intelectual
y sensible, del poder generador del espíritu humano: el entendimiento
y la imaginación ("la imaginativa"). Además, la mente humana cuenta
con una potencia pasiva: la memoria. Tanto la memoria como la imaginación
tienen que estar presentes en todo acto intelectual, dado que la inteligencia
humana precisa de las imágenes, las cuales constituyen los verdaderos
materiales del entendimiento. Igualmente, sin la memoria, tampoco valen
nada el entendimiento ni la imaginativa. Primero, Huarte hace depender
la eficacia del espíritu humano de la armonía de estas facultades (lo
importante es la armonía del alma, cap. XIV); y, segundo, explica la
diversidad de los ingenios por la predominancia o grado en que se dan
en cada quisque.
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2. Naturaleza e ingenio|Introducción|
1. Huarte y la filosofía moderna|
3. Imaginación: reminiscencia
y sentido común |4. La
prudencia de la carne: la destreza y la gracia | 5.
Las acciones del entendimiento|6.
Trascendencia de la voluntad racional | 7.
El bruto y el ángel |
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José
Biedma