6. Trascendencia de la voluntad racional
Si el arte de gobernar y aplicar las leyes a los casos concretos pertenece
a la imaginación, y la teórica de las leyes a la memoria, en el capítulo
XI del Examen se nos dice que el abogar y juzgar corresponde al entendimiento.
La ley expresa la voluntad racional del legislador. El adjetivo racional
es aquí decisivo porque si lo que la ley ordena no es justo y con razón,
entonces -proclama Huarte- no se puede llamar ley. Esto significa que
la intención del legislador, para ser ella misma legal, ha de estar
fundada en un argumento. La ley no es ley sin razón, como no sería hombre
el ser que careciese de alma racional. Por eso, lo que importa de la
letra de la norma es la intención racional implícita. El hombre a letra
dado no tiene libertad de opinar, sino que ha de ajustarse a la letra.
No sucede lo mismo respecto a la divina Escritura. "La letra mata, pero
el espíritu fortalece" (Corintios, III).
Tampoco los médicos tiene letra a qué sujetarse. "Porque si Hipócrates
y Galeno y los demás autores graves de esta facultad dicen y afirman
una cosa, y la experiencia y razón muestran lo contrario, no tienen
obligación de seguirlos. Y es que en la medicina tiene más fuerza la
experiencia que la razón, y la razón más que la autoridad. Pero en las
leyes acontece al revés, que su autoridad y lo que ellas decretan es
de más fuerza y vigor que todas las razones que se puedan hacer en contrario".
Vemos aquí como, dos siglos antes que Hume o Kant, Huarte niega que
la experiencia sea el criterio normativo más fuerte. Apunta de este
modo la esencia trascendente e ideal de los actos intelectuales respecto
de la experiencia, como principios prácticos de la ética y la legislación.
"Por maravilla se hallan las cosas con todas las perfecciones que el
entendimiento las finge". En este campo, como dirá Enmanuel Kant, sin
duda con mucha mayor precisión y finura, es obligatorio ser platónico,
porque aquí la idea establece como prototipo ese maximum, para acercar
cada vez más, según ella, la constitución jurídica de los hombres a
la mayor posible perfección. El idealismo es imprescindible en lo moral,
porque en este campo la razón humana (razón práctica o voluntad racional)
demuestra verdadera causalidad y las ideas se hacen causas eficientes
de las acciones y sus objetos (parafraseamos a Kant, "Dialéctica trascendental")...:
"pues en lo que se refiere a la naturaleza, la experiencia nos da la
regla y es la fuente de la verdad; pero respecto de las leyes morales,
la experiencia (desgraciadamente) es madre del engaño y es muy reprensible
tomar las leyes acerca de lo que se debe hacer (o limitarlas) atendiendo
a lo que se hace" (21).
Ya hemos hablado de la oposición entre la sabiduría racional, la prudencia
del entendimiento y la mera astucia, o solercia, que pertenece a la
imaginativa y cuya principal propiedad es "atinar presto al medio".
Imaginación y entendimiento parecen profesarse mutua repugnancia. Por
eso -dice Huarte-, "los hombres de grande entendimiento no valen nada
para la guerra, porque esta potencia es muy tarda en su obra, y amiga
de rectitud, de llaneza, de simplicidad y misericordia, todo lo cual
suele hacer mucho daño en la guerra. Y fuera de esto, no saben astucias
ni ardides, ni entienden como se pueden hacer; y, así, les hacen muchos
engaños porque de todos se fían. Estos son buenos para tratar con amigos,
entre los cuales no es menester la prudencia de la imaginativa, sino
la rectitud y simplicidad del entendimiento; el cual no admite dobleces
ni hacer mal a nadie" (cap. XIII) (22).
La analogía entre Huarte y Kant cesa cuando reparamos en los esfuerzos
del médico de Baeza para poner en comunicación la dimensión moral con
la psicológica y fisiológica, o sea, para mantener su principio de la
continuidad esencial entre la materia y el espíritu. Así, en el capítulo
XIII del Examen se nos explica que las dos principales virtudes cardinales,
la justicia y la prudencia, han menester ingenio y buen temperamento
para poderlas ejercitar, y que la buena intención no basta: "Si la voluntad
bastase para hacer las cosas bien ordenadas, ninguna obra buena ni mala
errarían los hombres". Sin embargo, otra cosa pasa con las virtudes
inferiores: "La fortaleza y templanza son dos virtudes que el hombre
tiene en la mano aunque le falte la disposición natural". En esto, Huarte
no hace más que interpretar originalmente la añeja distinción aristotélica
entre las disposiciones intelectuales y las propiamente morales.
En cualquier caso se preserva el dominio del entendimiento. Se ve que
el valor natural es contrario a la prudencia, pero uno puede ser valiente
porque así lo impone el entendimiento: así el prudente entiende que
"por el ánima ha de poner la honra, y por la honra la vida,
y por la vida la hacienda". El hombre muy sabio no es valiente por disposición
natural, porque los mismos humores que le hacen prudente le hacen temeroso
y cobarde. Ahora bien, la sabiduría no es blandura. Hay una intimidad
natural y trágica entre la inteligencia y el dolor... "La gente de poco
saber llama desasosiego al cuidado, al castigo crueldad, a la remisión
misericordia, y al sufrir y disimular las cosas mal hechas buena condición;
y esto realmente nace de ser los hombres necios...; los prudentes y
sabios no tienen paciencia ni pueden sufrir las cosas que van mal guiadas,
aunque no sean suyas: por donde viven muy poco y con muchos dolores
de espíritu", mientras que "los necios viven más descansados", "angelitos"
-les llama irónicamente Huarte-, en realidad no son "ángeles del cielo",
sino "asnos en la tierra". Pues los ángeles verdaderos del cielo nos
hablan en lenguaje espiritual moviendo la imaginativa y si nos dijeran
palabras materiales los tendríamos más bien por importunos y mal acondicionados.
Pero el necio carece de imaginación y tiene remisa la facultad irascible,
gran deficiencia en el hombre, por cuanto "la irascible es el verdugo
y espada de la razón". Y el hombre que no riñe las cosas mal hechas,
o lo hace de necio o por ser falto de irascible.
A pesar de los esfuerzos denodados que hace Huarte para mantener la
continuidad entre naturaleza y espíritu, entre causalidad y libertad,
los mismos hechos sociales apuntan una cierta contrariedad entre la
norma convencional y la naturaleza, por la que él mismo muestra su repugnancia,
pues hombres bien dotados por la Naturaleza para gobernar quedan privados
por su condición humilde del honor y la libertad en que naturaleza les
puso y, por el contrario, otros cuyo ingenio y costumbres fueron ordenados
para ser esclavos y siervos quedan hechos señores por nacer en casas
ilustres. Este naturalismo, socialmente crítico (suavemente similar
al del Calicles del Gorgias platónico o al anticonvencionalismo de ciertos
sofistas como Antifonte), se convierte en una especie de "alabanza de
aldea" cuando Huarte considera "que por maravilla salen hombres muy
hazañosos, o de grande ingenio para las ciencias y armas, que no nazcan
en aldeas o lugares pajizos, y no en las ciudades muy grandes".
6. Trascendencia de la voluntad racional|Introducción|1.
Huarte y la filosofía moderna|2.
Naturaleza e ingenio|3.
Imaginación: reminiscencia y sentido común|4.
La prudencia de la carne: la destreza y la gracia|5.Las
acciones del entendimiento|7.
El bruto y el ángel |
José Biedma