Quizás los más jóvenes crean que el confinamiento, originado por una enfermedad, es una novedad que por primera vez golpea a la humanidad. Pero sin embargo esta situación ha ocurrido muchísimas veces a lo largo de los siglos, y siempre hemos conseguido superarla, casi olvidarla.
En mi familia se recuerdan al menos dos casos de confinamiento por distintos motivos, sin contar el que vivimos en estos días.
El primer confinamiento ocurrió cuando Benito Pérez-Galdós, que era mi tío-bisabuelo, tenía 8 años. En junio de 1851, se extendió por Gran Canaria la gran epidemia de cólera morbo, y mis tatarabuelos, Sebastián y Dolores, que vivían en Las Palmas, decidieron trasladarse con su familia a la finca de Los Lirios, en Bandama, allí estuvieron sin salir, aislados, confinados, durante casi seis meses. No había tele, ni WiFi o videojuegos, por lo que Benito, rodeado de sus hermanas mayores, dando rienda suelta a esa creatividad que más adelante le daría gloria universal, pasó el tiempo de su encierro construyendo una maravillosa maqueta de un pueblo imaginado por él. A pesar de su corta edad, también leía, dibujaba e incluso aprendió a hacer ganchillo. Además, como buen niño, nunca dejó de corretear por el campo.
Pasados los años, desde el 13 de septiembre de 1936, hasta el 11 de marzo de 1937, mi tía-abuela, Josefina de la Torre Millares con 29 años, junto a otros familiares, estuvo confinada dentro del recinto de la Cancillería de México en Madrid, con motivo de la Guerra Civil Española, sin salir a la calle ni un solo día durante seis meses. A pesar de las incomodidades, el hambre, el aburrimiento y la incertidumbre, Josefina no dejó de desarrollar sus habilidades artísticas. Con su hermano Claudio, ensayaban y representaban comedias para entretener a los demás, cantaban villancicos y organizaron una cabalgata de Reyes, con los niños, en espera de tan triste navidad. También idearon un periódico al que llamaron La Casita, con textos y dibujos hechos a mano por no tener imprenta, el nombre venía de la casita del jardín de la Cancillería en donde llegaron a vivir 30 personas, incluida ella. Finalmente pudo volver a su tierra.
El confinamiento que nos ha tocado a nosotros, ahora, es bien conocido, pero las experiencias de cada uno, pronto caerán en el olvido. Por eso deberíamos todos, y especialmente los más jóvenes, dejar un testimonio escrito de los recuerdos y sentimientos más destacados de estos días, para que sigan vivos en la memoria de las próximas generaciones.
Caridad Rodríguez Pérez-Galdós
Finca de Los Lirios, 21 de abril de 2020.