En cualquier sociedad, la designación del cuerpo como “de mujer” o “de hombre” (basado en la visualización de los genitales), es un hecho relevante que tendrá consecuencias en el desarrollo individual y social de cada sujeto. Ello supone diferentes formas de colocarse ante el mundo, de relacionarse con el entorno y con las demás personas.
A continuación, ofrecemos algunas definiciones con la finalidad de que faciliten su comprensión, teniendo en cuenta que son incompletas, matizables y que es constante el debate en torno a ellas desde diferentes disciplinas. Siguiendo a Miquel Missé[1] “las palabras son herramientas para comunicarnos, para pensarnos, para dar sentido a nuestra vida. Aun así, hace falta recordar siempre que nosotros no somos las palabras”:
Sexo
Cuando hablamos de sexo nos referimos al conjunto de características biológicas que constituyen el soporte que sirve de propósito diferenciador (dimorfismo sexual), de manera que se establece un continuo en cuyos extremos estarían las dos posibilidades mujer y hombre, pero donde abundan las zonas intermedias, en ellas se da la intersexualidad como una de las muchas posibilidades de sexuación cuya característica común es que todos y todas nos construimos con ladrillos de las dos partes. El sexo es más complejo de lo que resulta en apariencia, no se reduce a los genitales y está lleno de niveles y matices. Entre los niveles de sexuación están: cromosómico, gonadal, gamético, endocrino, somático y cerebral[2]. El sexo de asignación se refiere a definir a una persona como mujer o como hombre en función de la visualización de sus genitales externos. Esto se realiza incluso antes del nacimiento (a través de las ecografías). A partir de aquí se despliega el complejo engranaje de la socialización de género y la crianza diferencial.
Género
El género es el conjunto de características sociales y culturales históricamente construidas, que se atribuyen a las personas en función de su sexo. Hace referencia a las conductas, a lo que se espera de ellas por haber nacido con un pene o una vulva (sexo de asignación), y es producto de la socialización.
La inadaptación a los roles que se asocian a cada género suele ser juzgada negativamente por el entorno, dudándose de la masculinidad o feminidad de la persona, a quien se le exige que cumpla con el conjunto del patrón establecido. Este binarismo de género (que se expresa como oposición y complementariedad) obvia que entre ambos extremos hay toda una gama de comportamientos y opciones y que los roles de género son cambiantes e históricamente determinados. Un aspecto importante cuando hablamos de género es que, además de diferenciar, establece relaciones de poder desiguales donde las mujeres y todas aquellas personas que pongan en cuestión el binarismo de género pueden sufrir discriminación y situaciones de exclusión.
Roles de género
Como decíamos al inicio, en la sociedad actual, nacer hombre o mujer sigue siendo un hecho relevante que condiciona nuestro desarrollo personal y social. Incluso antes del nacimiento, las expectativas familiares y sociales son diferentes según se sepa cual va a ser el sexo de la futura criatura. El espacio físico, la vestimenta, la forma de interactuar con ella será de una u otra manera según se trate de un niño o una niña. Así, en diferentes estudios se ha demostrado que el contacto con los niños implica que sean más tocados y cogidos que las niñas, mientras que a éstas se las contempla y se les habla más.
Todo ello va configurando diferentes formas de situarse ante el mundo, de relacionarse con el entorno y con las demás personas. En los niños se potencian unas características diferentes a las de las niñas en función del papel social que les tocará desempeñar en el futuro. Estas características no se derivan del hecho fisiológico de nacer hembra o macho de la especie humana, no son “naturales”, sino que por el contrario, tienen que ver con las creencias familiares y sociales que definen la masculinidad y la feminidad del cuerpo sexuado. Unas creencias constituidas sobre la base de lo que el entorno social y familiar considera que deben hacer y cómo deben ser los niños o qué hará en la vida si es una niña.
Los roles de género son la forma en la que se comportan y realizan su vida cotidiana mujeres y hombres según lo que se considera apropiado para cada quien. En relación a esto, hablamos de expresión de género como mujer u hombre (o ambos o ninguno de ellos) para hacer referencia a la presentación externa o en la apariencia a través del comportamiento, la indumentaria, el peinado, la voz, los rasgos físicos, etc. que está condicionada por las expectativas sociales sobre el comportamiento de mujeres u hombres. No tiene por qué ser fija ni coincidir con el sexo o la identidad de género de la persona[3].
Estereotipos de género
En el Diccionario de la Real Academia Española, se define estereotipo como “imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable” . Desde la psicología social, el estereotipo es una imagen mental muy simplificada, por lo general, de alguna categoría de personas, institución o acontecimientos que es compartida, en sus características esenciales, por gran número de personas. Por su parte, George L. Mosse[4] considera que “los estereotipos se configuraron en la edad moderna como parte de una búsqueda general de símbolos con el propósito de hacer lo abstracto concreto dentro de los desconcertantes cambios de la modernidad”. Los estereotipos tienen funciones individuales y sociales. Desde el punto de vista individual, ayudan a los individuos a defender o preservar su sistema de valores. Las funciones sociales contribuyen a la creación y mantenimiento de ideologías de grupo que explican y justifican una serie de acciones sociales, y ayudan a crear y a conservar diferenciaciones valoradas positivamente por un grupo respecto a otro.
Los estereotipos de género reflejan las creencias populares sobre las actividades, los roles, los rasgos físicos que caracterizan y distinguen a las mujeres de los hombres. Los estereotipos de género han sido concebidos como una totalidad basada en la naturaleza del cuerpo. Así, las características que se consideraban propias de la masculinidad o la feminidad, se atribuyen a la naturaleza sexual diferente de unos y otras. Estos estereotipos han sido interpretados con contenidos diferentes según los sectores sociales y las épocas a las que nos refiramos, dando lugar en la actualidad a masculinidades y feminidades diferentes. Además, los propios grupos alternativos a las concepciones dominantes tienden a crear nuevos modelos o estereotipos.
El papel que tienen los estereotipos de género en la formación de la identidad personal y en las conductas, roles, actitudes y expectativas personales es también muy variable. Los seres humanos no somos meros receptores pasivos de la simbología social dominante, ni nuestras conductas están en consonancia siempre con los estereotipos más frecuentes. Es más, en general, aunque los mismos estereotipos funcionan en una mayoría de personas, existen diferencias en cuanto a la consonancia entre estos estereotipos y las conductas y actitudes de estas personas. Pero además, la mediación de otras variables, tanto individuales como sociales (etnia, religión, clase social, diversidad funcional, etc.), hace que la masculinidad y la feminidad adquieran significados y manifestaciones muy diversas, siendo necesario por tanto hablar de masculinidades y feminidades en plural.
Por otro lado, los estereotipos de género también intervienen en la expresión de la sexualidad. Desde la norma heterosexista (que implica una valoración de superioridad de la heterosexualidad frente al resto de orientaciones sexuales) se establece que debe darse una correspondencia entre el sexo de asignación (se entiende como tal el sexo que se asigna al nacer) la identidad de género y la orientación sexual. Es decir, los genitales externos deben corresponderse con una identidad femenina o masculina y con la orientación sexual heterosexual. Esto, como sabemos, no siempre es así, más bien lo que se dan son muchas posibilidades en cada una de las opciones.
PARA LEER
Desdibujando el género, Gerard Coll-Planas (texto) y María Vidal (Ilustraciones), Egales (2013).
Sexismo
Se define sexismo como aquellas mentalidades que atribuyen unas cualidades y patrones de conducta diferenciados y desiguales a hombres y mujeres. Unos patrones que pueden comportar sufrimiento para unas y otros, además de discriminación y subordinación para muchas mujeres y también para quienes ponen en cuestión y transgreden los estereotipos de género, por ejemplo: por su orientación sexual gay, lésbica o bisexual o por su identidad de género (que no se corresponde con su genitalidad).
Estas mentalidades tienen como resultado conductas que implican un trato no igualitario y es entendido como un proceso de estereotipia y discriminación. En este sentido, en el sexismo, el género es la base del estereotipo, prejuicio y discriminación.
Patriarcado
Patriarcado es un concepto utilizado por las ciencias sociales, en especial en la antropología, sociología y en los estudios feministas. En sociología, Max Weber lo utiliza para hacer referencia a la organización doméstica en la que el padre dominaba a una red amplia de parentesco.
Para el pensamiento feminista es considerado un concepto clave para expresar la dominación masculina. Se define el patriarcado como un conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tienen una base material y que, aún siendo jerárquicas, crean interdependencia y solidaridad entre ellos lo que les posibilita dominar a las mujeres. Este conjunto de dominación de los hombres sobre las mujeres está basado en la distribución del trabajo en función del sexo. La división del trabajo en función del sexo es un producto cultural y social y no un hecho biológico o natural. Se trata, además, de una división no igualitaria, sino jerárquica, que supone la primacía del sexo masculino y la sumisión del sexo femenino.
Los estudios sobre el patriarcado han sido completados con teorías como la de la antropóloga Gayle Rubin sobre el sistema sexo/género, quien centrándose en la frase de Simone de Beauvoir “la mujer no nace, se hace”, parte de la diferenciación entre biología y cultura. Para Rubin hablar de sistema de sexo/género significaba analizar cómo la sociedad había organizado la proyección social de las diferencias biológicas, es decir, el género.
El Movimiento Feminista (MF) ha hecho un amplio uso del concepto patriarcado, queriendo reflejar con él una característica común a todas las sociedades: los puestos clave en el ámbito político, económico, religioso y militar se encuentran, exclusiva o mayoritariamente, en manos de los hombres. Además, esta situación de poder de los hombres lleva aparejada situaciones de dominación e incluso de explotación de las mujeres.
En todas las sociedades, se han desarrollado un conjunto de prácticas materiales y culturales que favorecen el acceso a los órganos de decisión a una parte de la población, los hombres, y éstos, a su vez, para mantenerse en el poder, para tener un acceso privilegiado en el acceso a los recursos, mantienen y desarrollan dichas prácticas. No cabe duda de que estas prácticas van cambiando en función del grado de desarrollo de los países y del establecimiento de los regímenes democráticos. De hecho, diversos autores plantean que un indicador del desarrollo democrático de los países son los niveles de igualdad y derechos de las mujeres.
En aquellos países en vías de desarrollo y con regímenes autoritarios nos encontramos la promulgación de leyes (basadas en la mayoría de los casos en costumbres) que determinan qué pueden o no hacer las mujeres y los hombres y las sanciones para aquellos casos en los que alguna mujer se atreva a no respectar dichas normas. Pensemos en Irán, por ejemplo, y en las mujeres lapidadas acusadas de adulterio.
Androcentrismo
La noción de androcentrismo surge del cuestionamiento de la cientificidad y se utiliza básicamente para expresar que las ciencias, u otras realidades, a menudo toman como punto de referencia al varón (andros), centrándose exclusivamente en los hombres e invisibilizando a las mujeres[5]. La primera etapa de los estudios de género se caracterizó por la crítica epistemológica del androcentrismo en las Ciencias Humanas. Un elemento importante era que la mayoría de los teóricos eran varones (lo que no quiere decir que solo ellos tengan sesgo androcéntrico), pero además, un aspecto crucial es que las actividades que realizaban las mujeres se consideraban menos importantes para entender el sistema social y cultural. Esta perspectiva androcéntrica, además, invisibilizaba las situaciones de desigualdad entre mujeres y hombres. Serán fundamentalmente mujeres quienes introduzcan este debate en el seno de la ciencia.
Empoderamiento
Se puede definir como la noción de proceso mediante el cual las personas fortalecen sus capacidades, confianza, visión y protagonismo como grupo social para impulsar cambios positivos respecto a las situaciones que viven[6]. La filosofía del empoderamiento tiene su origen en el enfoque de la educación popular desarrollada a partir del trabajo de Paulo Freire (años 60), estando ambas muy ligadas a los denominados enfoques participativos presentes en el campo del desarrollo desde los años 70. Aunque el empoderamiento es aplicable a todos los grupos vulnerables o en situación de desigualdad, su nacimiento y su mayor desarrollo teórico se ha dado en relación a las mujeres. Su aplicación a éstas fue propuesta por primera vez a mediados de los 80 por DAWN[7], una red de grupos de mujeres e investigadoras del Sur y del Norte, para referirse al proceso por el cual las mujeres acceden al control de los recursos (materiales y simbólicos) y refuerzan sus capacidades y protagonismo en todos los ámbitos. Desde su enfoque feminista, el empoderamiento de las mujeres incluye tanto el cambio individual como la acción colectiva, e implica la alteración radical de los procesos y estructuras que reproducen la posición subordinada de las mujeres como género.
Igualdad
El principio de igualdad, a partir de su proclamación a finales del siglo XVIII, se ha ido consolidando institucional y constitucionalmente en la mayoría de las sociedades democráticas. Indica una precondición de equivalencia (entendido como igual valor) de todas las personas por el hecho de serlo. Desde el punto de vista ético, es un valor fundamental para el desarrollo de la vida humana. Ser igual es un fundamento democrático estructural (no es una opción) independientemente del sexo, la raza, la religión, la cultura o la nacionalidad. La igualdad es contraria a la desigualdad, pero no a la diversidad y a la pluralidad.