TÉ Y BERLINESAS

En la materia de Cultura científica hablamos, pensamos, acerca de esta forma de conocimiento – la ciencia- que tanta importancia tiene en nuestro mundo actual. También acerca de cómo se ha producido el avance de las grandes teorías: no siempre todos los científicos han estado de acuerdo en el estudio de un problema. Así ha visto Elena una posible conversación informal entre Alfred Wegener y Harold Jeffreys, que a principio del siglo XX mantenían posturas enfrentadas respecto a la hipótesis de la deriva de los continentes…

TÉ Y BERLINESAS

-Señor Wegener, ¿es consciente usted de que su deriva continental desafía toda la geología conocida?-Harold Jeffreys habla sosegadamente y toma otro sorbo de té.      No tiene ninguna prisa, no está nervioso, no tiene miedo; sin embargo, Wegener no comparte su tranquilidad.

-¡Por supuesto que soy consciente!-Replica molesto.-Sería imposible no serlo, teniendo en cuenta que usted y sus colegas no paran de recordármelo.-Alfred mira triste su berlinesa. Ni siquiera su dulce favorito logra animarlo. A su alrededor la vida sigue, y los ajetreados neoyorquinos se desplazan rápidamente. Esta ciudad siempre le ha fascinado, ya que parece que el tiempo transcurre de otro modo. Pero ese frenesí que solía darle energía, ahora sólo hace que piense en los minutos que está perdiendo.       No puede evitar mirar soñadoramente la calle, añorando otros paisajes más exóticos y alejados donde, irónicamente, no se sentiría tan solo.

-Bueno, ¿va a explicarme esas ideas suyas? ¿O va a seguir mirando a la nada?- Jeffreys comienza a impacientarse. Tiene en frente a un científico que sin siquiera ser geólogo, se atreve a poner en duda el trabajo de su vida. Un poco de respeto por su parte sería bien recibido.

-Sí, claro.-Wegener despierta de su ensoñación.- Como usted sabe, he pasado la mayor parte de mi vida recorriendo este maravilloso planeta en el que habitamos, y así he logrado datos que me han hecho plantearme muchas dudas que no han sido resueltas por la geología. Me encantaría compartirlas con usted y escuchar su opinión, ya que considero que la deriva de los continentes puede explicar el relieve de la Tierra mejor que el paradigma actual.

–Lo dudo mucho, pero le escucharé. Soy un hombre de palabra.-Jeffreys cruza los brazos y se dispone a oír lo que él piensa que será una serie de argumentos sin base científica.

-Bien, ¿qué opina usted sobre las formas de las costas que rodean el Atlántico? ¿No cree que coinciden? Por ejemplo, Sudamérica encajaría con África, y Norteamérica con Europa.

-Eso es una simple coincidencia. Nadie se ha planteado anteriormente que pueda tener alguna causa. No creo que deba usted darle importancia a cosas que no la tienen.

-Yo creo que es un hecho que no se debe pasar por alto. Y como ya le he dicho, la deriva continental sí que puede explicarlo. Es sencillo, los continentes actuales son fragmentos de un mega continente que existió en el carbonífero. Pangea lo he llamado.

Inicialmente, todas esas masas continentales estaban unidas, pero se fueron separando dando lugar a la disposición que conocemos hoy en día.-Wegener mira a Jeffreys satisfecho, esperando su respuesta.

-¿Pretende que me crea que gigantescas masas continentales se han desplazado ellas solas, basándose en un par de coincidencias? ¿Me toma por ignorante? Eso simplemente no es posible.-Jeffreys se siente ofendido. ¡Qué insulto a su trabajo! Este novato no sabe nada de la Tierra. Tendrá que enseñarle una lección.

-No es sólo eso, tengo más datos que lo apoyan. También hay continuidad entre formaciones geológicas situadas en diferentes continentes. Tomemos como ejemplo las cadenas Caledoniana y la de los Apalaches. Ambas tienen edades similares, y si acercáramos mentalmente América y Europa, podríamos ver que inicialmente formaban una única cadena, que se fragmentó debido a la apertura del Océano Atlántico.-Wegener comienza a animarse, ya que puede ver la duda en los ojos de Jeffreys. ¿Habrá logrado una pizca de entendimiento?-Y aún hay más. Existen fósiles comunes de especies desaparecidas en diferentes continentes. ¿Cómo explicar eso? Es simple: al fragmentarse Pangea, estos seres vivos que en un principio habitaban todos juntos, comenzaron a dispersarse. Se alejaron al separarse las masas continentales y se vieron obligados a continuar su vida en diferentes continentes. Por ejemplo, sólo se encuentran fósiles del Mesosaurio en Brasil y en África del Sur. No me dirá usted que el reptil cruzó el océano a nado, ¿cierto?-Satisfecho con su explicación toma un trozo de berlinesa, que de repente parece muy apetecible.

-Espere un momento, nosotros ya conocíamos la existencia de esos fósiles de los que usted habla. Y además, podemos explicar su localización perfectamente mediante los puentes continentales. Como ya sabe, antes de su hundimiento unían los continentes, y hubieran servido para que los animales se desplazaran.-Jeffreys sonríe, pensando que ha ganado la batalla.

-Ya he oído hablar de esos puentes, pero debería darse cuenta de que son absurdos.  Para que todos los datos de fósiles con localizaciones extrañas pudieran explicarse, serían necesarios tantos puentes continentales que desaparecería el océano. Además, basándonos en el principio de la isostasia, su hundimiento es imposible. Usted debería saberlo, teniendo en cuenta que admite el levantamiento de Escandinavia. Solamente son una excusa para no abrir los ojos a nuevas ideas. Y eso sin contar con la existencia de fósiles de plantas en continentes separados. ¿También el Glossopteris se desplazó por sus queridos puentes continentales? No lo creo. Y es que ni siquiera tenemos que remontarnos a tanto tiempo atrás. El caracol de jardín vive en Europa y también aquí, en América del Norte.-Wegener no logra comprender como un hombre de ciencias como Harold Jeffreys puede estar tan ciego.

-Sigue usted sin convencerme, señor Wegener. Al igual que los animales pudieron desplazarse empleando los puentes continentales, las semillas de esa planta podrían haber sido recogidas por el viento, y durante años habrían crecido a lo largo de los mismos hasta llegar a otros continentes.-Jeffreys se refugia en la misma manida idea. Está decidido a no cambiar su opinión, y esto cada vez frustra más a su adversario.

-Si eso no le convence, le hablaré de los glaciares. ¿Los ha visto alguna vez? Yo sí, en mis viajes, y sé mucho sobre ellos.  Y sé que antiguos glaciares han dejado formas erosivas en el terreno y rocas específicas que coinciden al unir los continentes. Pangea es nuevamente la solución. En los suelos de selvas tropicales hay marcas que sólo podrían haber sido dejadas por glaciares. El clima actual de esas zonas no justifica la existencia de un clima tan frío. Y al contrario, allí donde ahora hay hielos, encontramos huellas de desiertos.

-Por muchos datos que aporte, si admitiéramos su deriva de los continentes tendríamos que desechar todo el conocimiento que hemos logrado durante setenta años. ¿Cree que podemos hacer eso sin una teoría sólida? Usted sigue sin poder explicar el motor del desplazamiento de las gigantescas masas continentales que conocemos hoy en día. Hasta que no lo logre, la deriva continental estará abocada al fracaso. Ha sido una charla interesante, señor Wegener. Avíseme cuando sus trabajos den frutos, me encantaría saber qué nuevas ideas se le ocurren.-Jeffreys se levanta y le tiende la mano a Wegener, quien atónito se la estrecha sin mucha convicción. El geólogo se marcha sonriendo, dejando a un confundido Alfred, aún en la mesa de la pequeña terraza. No logra comprender la situación. Estaba tan decidido a convencer a Jeffreys que le parece insólito no haberlo logrado. Le queda mucho por trabajar, eso seguro, pero había creído que con todos aquellos datos podría cambiar su opinión. Sin duda, se había equivocado. Lánguidamente mira la taza de té frío y la berlinesa que tanto le recuerda a su país de origen y, como en un sueño, escucha de nuevo las palabras de su suegro: “Abordar unos temas que se salen de los límites marcados a una ciencia por la tradición, expone al intruso a que lo miren con desconfianza”. Cuánta razón tenía Wladimir Peter Köppen.

Elena Ruiz Mendoza 1ºBACH C

Introducción de María Ángeles Martín Aresti

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