Las palabras

   Otros trabajan el oro, la madera, la harina. Yo me afané con las comunes palabras del idioma castellano. En mi casa modesta las posibilidades de elección eran escasas. Busco entonces, con catorce, con quince años, una ocupación que me libere de seguir el destino laboral de mi padre en una fábrica. Descubro, no sé cuándo, no sé cómo, tal vez leyendo los libros obligatorios del colegio, un raro resplandor que a veces desprenden las palabras. Las palabras son, además, baratas. Las palabras son de todos.

   Son de todos, pero hay que conocerlas. No tardo en comprobar que su recto manejo requiere un largo aprendizaje. Ese viaje a través de un incierto territorio de palabras determina mi vida, otorgándole un sentido que me la hace soportable y a ratos, no tengo por qué ocultarlo, grata.

   De nada inevitable que sucede a cualquier hombre me salvaron las palabras. Con ellas enfermé de todas esas ilusiones propias de juventud rebelde y sana. Con las palabras eché a volar mis esperanzas. Con ellas quise comprender los sueños, los rostros que amé y perdí, los ojos de los gatos, la luz impasible de la Luna en la nieve. En una prisión de palabras concebí el empeño de ser libre.

No he sido nada del otro mundo, un simple hombre atareado en juntar signos frente a la noche.

FERNANDO ARAMBURU, de Autorretrato sin mí (adaptación).

¿Cómo se hizo escritor el autor del texto?

¿Qué valor le da a ese oficio?

 

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