«Diario de aventuras»

Esta noche volvemos a soñarnos porque las circunstancias han detenido al tiempo para impedir tocarnos.Sí, son las tres de la madrugada y sigo sin dormir gracias a los malditos
horarios de la prisionera cuarentena. A estas horas ,las estrellas me gritan tu nombre y creo que han dibujado el reflejo de tu sonrisa en la luna menguante.Puede que todo sea producto de un hechizo llamado “distanciamiento social” o que nuestros remedios de videollamadas y audios de whatsapp no estén funcionando.Ver tu cara a través una pantalla no es un sinónimo de la palabra “ abrazos” pero me conformo si antes de despedirnos me recitas un poema de esperanza.
Abuela,nos ha tocado ser amantes en tiempos de coronavirus. Nosotras ,que somos más de salir a caminar a los parques hoy tenemos que retomar nuestra carrera de pintoras y llenar las casas de dibujos andantes.Gracias ,por compartirme una de tus mejores recetas “la paciencia “ si no fuera por esta ,los días serían eternos laberintos sin salida.Nos definen como dos mentes inquietas que han devorado casi todos los libros previstos ,sin embargo ,sabemos que ninguno superará aquellos diálogos improvisados de camino al colegio o tus historias inventadas con aroma a café recién hecho y rayitos de sol .
Dejaremos de soñarnos y nos daremos un abrazo antes de que tu azucena vuelva a perfumar mi habitación.Volveremos a pedir deseos a las estrellas fugaces antes de que comiencen los irresistibles atardeceres de verano .Recuperaremos nuestro papel protagónico en las reuniones familiares y el coronavirus dejará de ser noticia pero pasará a un capítulo de nuestro “diario de aventuras” .

Thalia de la Caridad Padilla Soto 2º Bachillero D

«Un virus maligno»

Todos estamos asustados por este virus, todos tenemos miedo de que llegue a nuestro hogar y nos afecte. Nos resguardamos en casa esperando que no nos pongamos malos.Pero ¿Y si ya lo tenemos? ¿Y si ya no hay remedio? ¿Qué harías, si tus seres queridos, seescapan entre tus manos… y tú no puedes hacer nada para impedirlo?
En la cuarentena lo estábamos pasando de escándalo; todos los días jugando en familia,mamá y papá estaban muy cariñosos… No me podía quejar de nada y gracias a esto, jamás me di cuenta del peligro en que nos encontrábamos hasta muy tarde. Un día, papá llegó de trabajar y parecía algo preocupado. Mamá no me dejó hacer preguntas y me mandó a mi cuarto a jugar con mi Nintendo nueva. Me estaba pasando el segundo mundo en “Super Mario 3D Land” cuando me di cuenta de que no escuchaba nada. Pensé que mis padres estarían discutiendo algo, pero no. Asomé mi pequeña cabecita por la puerta y los vi abrazándose. No comprendía su comportamiento.
A partir de ese día, fueron más distantes conmigo. No querían jugar, no querían darme besos ni abrazos. Yo estaba muy enfadado con ellos. Pero de repente, mi madre comenzó a tener mala cara. Había dejado de sonreír y tosía constantemente. Mi padre comenzó a tener dolores de tripa muy fuertes y todo lo que comía lo llevaba al baño a vomitar.
Entonces las cosas sucedieron muy rápido. Un día mi padre no despertó de su siesta y mi madre se volvió loca. Llamó por teléfono múltiples veces, gritaba, lloraba, no me dejaba acercarme a papá por nada del mundo. Unas horas después, mientras yo me encontraba en mi habitación a punto de rescatar a la princesa Peach. Montón de gente desconocida, vestida de blanco y con mascarillas entró en el edificio. A trompicones llegaron a la habitación de mi padre y se lo llevaron.
-¿Qué es lo que ocurre? – Pregunté, pero aquellos dos mayores sólo veían a un niño de 6 años incapaz de comprender que ocurría. Pero lo habría comprendido perfectamente.Habría comprendido si me hubieran dicho, “tus padres y tú estáis contagiados de COVID-19” pero lo vieron cómo una pérdida de tiempo y me dejaron sin saber que le había ocurrido a mi padre. Luego mi madre comenzó a costarle respirar, se apoyaba en las paredes para recuperar cuando limpiaba y cogía aire con dificultad.
-Mamá llama al médico – Le decía cada día, mi madre era muy cabezota. Hasta que me hizo caso. Nos metieron en habitaciones totalmente aisladas, a mí me hacían preguntas
raras de cómo me encontraba, que si podría respirar, que si podía oler bien. Pero en ningún momento contestaron a mi pregunta ¿Qué está pasando?
Entonces, sucedió. Los médicos se agolparon en la habitación de mi madre. Me dijeron que me quedara allí pero yo no me iba a volver a quedar de brazos cruzados. Me metí entre los médicos y enfermeros a empujones hasta llegar a mi madre. Miraba al techo con los ojos desencajados. Tenía un grueso tubo que le salía de la garganta y el aparato que hasta el otro día hacia un continuo pip…pip… había dejado de hacerlo.
Yo tenía el COVID-19 desde hace unas semanas, pero al no ser sintomático mis padres no lo habían notado y se contagiaron. Ese virus, había acabado con sus vidas.

Y también con la mía.

Yohana Cabrera Rodríguez 3º ESO D

«La ironía del amor en tiempos de oscuridad»

La figura femenina con una bata de enfermera se aproximó al indispuesto, que permanecía entubado y rodeado del ruido de las máquinas. La mujer no recordaba bien el nombre de todos sus pacientes, sin embargo, ellos, al contrario, sí sabían el suyo. Las personas que atendía habían convertido su figura en la de un ángel que irradiaba luz y esperanza como si fuese el mismísimo Arcángel Miguel. Cuando la enfermera llegaba, los pacientes a su cargo sonreían y el ángel de la ciencia cuidaba de ellos, sonsacándole ánimos y sonrisas.
Por ello, Celeste, así era su nombre, parecía haber tomado la forma idealizada de un ser bondadoso y piadoso que los cielos habían arrojado para aquellos pobres desgraciados que, a muchos, la desventura los echaría a los brazos de la muerte.
Los enfermos que estaban conscientes y la veían ir y venir, habían volcado su esperanza alrededor de su presencia como un halo de luz parpadeante que, si fuese posible contemplar, todo humano que osase observar su magnificencia, quemaría sus ojos de la fe gloriosa por la que aquella gente desesperanzada la habían vestido. Sin embargo, Celeste quedaba lejos de toda aquella posición celestial, al contrario, parecía más bien, un pobre diablo a punto de ofrecerse al fuego antes de continuar con el suplicio y el delirio de su trabajo.
Pese a ello, sin que nadie supiese la oscuridad que se cernía sobre su alma torturada, continuaban contemplándola como la misericordia que el mismo amor y el sacrificio que ese amor traía.Uno de sus pacientes era creyente, y a veces, deliraba de dolor y angustia en medio de su soledad, por lo que, por la noche, en medio del ruido de las máquinas de cuidados intensivos, se oía su vozronca y frágil implorar como fanático: Celeste, Jesus te ha traído a mí, ¡Celeste, Ave María, cuánto amor! ¡Dios ten piedad de mí y de mis hijos! ¡Piedad, tengo a tu ángel de Dios; Celeste conmigo!
Algunos enfermeros cuchicheaban acerca de aquello, aunque Celeste seguiría siendo aquella figura divina y mensajera que cuidaría con infinito amor y piedad, a los desgraciados de Dios. ¡El amor los iba a salvar!
Para cuando la gran mayoría de sus pacientes se habían recuperado y otros, por desgracia, no sobrevivieron, Celeste pasó a ser la mártir de Dios, y estaba en la cama que días anterior, un paciente suyo había ocupado.Celeste seguía llena de gloria en el recuerdo de sus pacientes, Celeste seguía siendo benevolencia y amor, Celeste continuaba siendo el ángel; un ángel ahora sacrificado, sin luz, sin bondad y sin amor, despojada de sus alas y de su luminiscencia, su cuerpo inerte era cubierto por una sábana mientras, todavía en las mentes de los supervivientes, era inmortal, y viviría completa y absoluta, magnífica y resplandeciente.
Aquello era amor. ¡Aquello sí era amor! Dichosos todos, el amor la vida le había costado.¡Pero eso no importaba! Celeste estaba llena de gloria, Celeste era amor, Celeste era un ángel, Celeste era fe, Celeste seguía siendo amor. Sin embargo, Celeste no era sino una enfermera más, lejos de magnánima imagen con la que la habían cubierto. Y murió abandonando a quienes sí la amaban de verdad.Las ironías del amor en tiempos de oscuridad.

SARA REAL LEÓN 1º BACHILLERATO E.

«El amor en tiempos del coronavirus»

Sentía que sus fuerzas la estaban abandonando, sabía que su temperatura iba en aumento, le costaba respirar. Era enfermera, sabía perfectamente lo que le pasaba, pero
había sido decisión suya el quedarse aislada en la Residencia-Hogar para abuelos.
Nicole no tenía familia en Madrid. Había llegado a la capital hacía tres años por un intercambio con la universidad. Al final de su prácticas le ofrecieron un puesto de trabajo en la residencia. Llevaba dos años allí y había adoptado a todos los residentes como si fueran sus “grand-parents”. Había llorado mucho con los primeros fallecimientos. Había estado cogiéndoles la mano a muchos en los últimos momentos,
les había cantado canciones de cuna en francés ayudándoles a pasar al otro lado, donde ya no sufrirían ningún dolor.
No le había dicho a su superiora cómo se encontraba. Esperaba terminar ese turno de casi catorce horas y luego ir a descansar. Por la mañana se lo diría. Pero apenas se
sostenía, le dolía todo su febril cuerpo. ¿ Y si me acuesto un poco y descanso? , se preguntó. Manteniendo la compostura logró llegar hasta su habitación. Cerró la puerta sin hacer ruido. El pequeño trecho hasta su cama le pareció una carrera de Maratón que acababa de empezar. Por fin pudo recostarse. Y el sueño se apoderó de ella.
¡Señorita, despierte¡ ¿ Hola? ¡ No se duerma por favor! ¡ Necesito sacarla de aquí!.
Nicole abrió sus ojos. Esa acariciadora voz le hizo dejar el sueño reparador. Abrió sus ojos y se encontró con un militar que la miraba con preocupación. ¿Puede oírme señorita? Ella no supo qué contestar. Junto a esa acariciadora voz se encontró con unos ojos verdes con chispitas doradas que la miraban profundamente. Su cuerpo tembló, ¿ Por la fiebre?. Seguro que sí. Pero tenía que reconocer que esa voz y esos ojos quizás tendrían algo de culpa en esos temblores.
¡Necesito que me diga cómo se encuentra! , le susurró el militar. Nicole se aclaró un poco su dolorida garganta y como pudo, con un hilo de voz, le dijo : – No muy bien, creo que estoy infectada. Sólo quise descansar un poco.-¡Me la tengo que llevar!.
El militar era de complexión fuerte y bastante alto, no le supuso ningún esfuerzo tomarla en sus brazos. Primero le colocó una mascarilla especial, la tapó con una sábana
y delicadamente la levantó y la apoyó en su pecho. Nicole se estremeció ante su contacto. Su cabeza, apoyada en aquel torso le infundía tranquilidad. Su aroma le hizo olvidar por un momentos los olores a desinfectante de la residencia. Se sentía tan bien.
Puso sus manos alrededor del cuello del militar, levantó su cabeza y volvió a sumergirseen los ojos verdes que tanto le atraían.
Durante dos semanas apenas estuvo consciente de dónde estaba ni de lo que le pasaba.Pero ese día le dijeron que lo había superado. Que pronto se iría para casa.Una enfermera le trajo una rosa roja, delicada, con un tacto aterciopelado. ¿Y esto?, preguntó Nicole. La enfermera riéndose le señaló a la derecha de su cama. Nicole miró hacia allí. Delante de ella se encontraba el militar que la había salvado. Se presenta el Sargento Ruiz, permiso para visitarla. Nicole extendió sus manos hacia él. El sargento las tomó entre las suyas. Nicole pensó que el COVID -19 había servido para algo bueno, por una sola vez.

AISLINN RUTH RAMÍREZ SANTANA, 4º D.