«El amor en tiempos del coronavirus»

Sentía que sus fuerzas la estaban abandonando, sabía que su temperatura iba en aumento, le costaba respirar. Era enfermera, sabía perfectamente lo que le pasaba, pero
había sido decisión suya el quedarse aislada en la Residencia-Hogar para abuelos.
Nicole no tenía familia en Madrid. Había llegado a la capital hacía tres años por un intercambio con la universidad. Al final de su prácticas le ofrecieron un puesto de trabajo en la residencia. Llevaba dos años allí y había adoptado a todos los residentes como si fueran sus “grand-parents”. Había llorado mucho con los primeros fallecimientos. Había estado cogiéndoles la mano a muchos en los últimos momentos,
les había cantado canciones de cuna en francés ayudándoles a pasar al otro lado, donde ya no sufrirían ningún dolor.
No le había dicho a su superiora cómo se encontraba. Esperaba terminar ese turno de casi catorce horas y luego ir a descansar. Por la mañana se lo diría. Pero apenas se
sostenía, le dolía todo su febril cuerpo. ¿ Y si me acuesto un poco y descanso? , se preguntó. Manteniendo la compostura logró llegar hasta su habitación. Cerró la puerta sin hacer ruido. El pequeño trecho hasta su cama le pareció una carrera de Maratón que acababa de empezar. Por fin pudo recostarse. Y el sueño se apoderó de ella.
¡Señorita, despierte¡ ¿ Hola? ¡ No se duerma por favor! ¡ Necesito sacarla de aquí!.
Nicole abrió sus ojos. Esa acariciadora voz le hizo dejar el sueño reparador. Abrió sus ojos y se encontró con un militar que la miraba con preocupación. ¿Puede oírme señorita? Ella no supo qué contestar. Junto a esa acariciadora voz se encontró con unos ojos verdes con chispitas doradas que la miraban profundamente. Su cuerpo tembló, ¿ Por la fiebre?. Seguro que sí. Pero tenía que reconocer que esa voz y esos ojos quizás tendrían algo de culpa en esos temblores.
¡Necesito que me diga cómo se encuentra! , le susurró el militar. Nicole se aclaró un poco su dolorida garganta y como pudo, con un hilo de voz, le dijo : – No muy bien, creo que estoy infectada. Sólo quise descansar un poco.-¡Me la tengo que llevar!.
El militar era de complexión fuerte y bastante alto, no le supuso ningún esfuerzo tomarla en sus brazos. Primero le colocó una mascarilla especial, la tapó con una sábana
y delicadamente la levantó y la apoyó en su pecho. Nicole se estremeció ante su contacto. Su cabeza, apoyada en aquel torso le infundía tranquilidad. Su aroma le hizo olvidar por un momentos los olores a desinfectante de la residencia. Se sentía tan bien.
Puso sus manos alrededor del cuello del militar, levantó su cabeza y volvió a sumergirseen los ojos verdes que tanto le atraían.
Durante dos semanas apenas estuvo consciente de dónde estaba ni de lo que le pasaba.Pero ese día le dijeron que lo había superado. Que pronto se iría para casa.Una enfermera le trajo una rosa roja, delicada, con un tacto aterciopelado. ¿Y esto?, preguntó Nicole. La enfermera riéndose le señaló a la derecha de su cama. Nicole miró hacia allí. Delante de ella se encontraba el militar que la había salvado. Se presenta el Sargento Ruiz, permiso para visitarla. Nicole extendió sus manos hacia él. El sargento las tomó entre las suyas. Nicole pensó que el COVID -19 había servido para algo bueno, por una sola vez.

AISLINN RUTH RAMÍREZ SANTANA, 4º D.