Los vuelos comerciales supersónicos permiten reducir drásticamente el tiempo necesario para desplazarse entre dos puntos. Por ejemplo, el Concorde, el avión comercial más rápido que se ha desarrollado hasta la fecha, podía volar a una velocidad de 2.179 kilómetros por hora, lo que permitía hacer el viaje de París a Nueva York en sólo dos horas y media.
Aunque los vuelos comerciales supersónicos tienen muchas ventajas, su desarrollo se ha visto frenado como consecuencia de la conocida como explosión sónica, boom sónico o estampido sónico. Este fenómeno se trata de una onda de choque que se produce al sobrepasar la velocidad Mach 1 y que provoca un ruido atronador que puede ser escuchado incluso a kilómetros de distancia.
Cuando el Concorde fue diseñado en la década de 1960, se demostró que el boom sónico es muy perjudicial para las personas que se encuentran en la tierra. Por este motivo, se llevó a cabo una prohibición internacional que todavía continúa en vigor en la actualidad que impide que estos aviones sobrevuelen áreas habitadas terrestres.
A lo largo de los años, los ingenieros han buscado la manera de reducir el efecto del estampido sónico, pero hasta ahora no se habían alcanzado avances significativos. Investigadores de la NASA, en colaboración con otras instituciones y organismos, han desarrollado herramientas que permiten que las aeronaves vuelen a velocidades supersónicas de una forma mucho menos ruidosa, con un consumo menor de combustible y de manera más respetuosa con el medio ambiente.
Para poner a prueba estos avances, la agencia espacial estadounidense ha encargado el diseño de un prototipo de avión supersónico silencioso, que será el primer de una serie de aparatos conocidos como X-Planes. De acuerdo con la NASA, el objetivo del proyecto es conseguir «vuelos más ecológicos, seguros y tranquilos, al mismo tiempo que se desarrollan aviones que viajan más rápido y se construye un sistema de aviación que funciona de un modo más eficiente».
Alejandro Sicilia González