La prostitución infantil es una de las aberraciones de nuestra época, que supone la degradación de millones de niños y niñas.
La pobreza sirve de anzuelo para que las perversiones sexuales de muchos depravados del primer mundo se aprovechen para aflorarlas con total impunidad. En este sentido, por desgracia, el sudeste asiático se ha ido convirtiendo en un paraiso si límites para este tipo de individuos.
Al lado de los millonarios barrios de Bang-kok y Hong Kong viven millones de personas en extrema pobreza. Ellos ganan menos de un dólar al día. Y para escapar de esta situación, pueblos enteros son cómplices de la venta de sus hijos. Por lo mismo, algunas familias de Asia que tradicionalmente deseaban tener hijos varones para que trabajaran con la familia, ahora esperan tener niñas para poder venderlas.
El no pago de las deudas económicas adquiridas por sus padres suele ser el motivo que empuja a muchas niñas del sudeste asiático a entrar en el mundo de la prostitución. Los proxenetas ofrecen préstamos a las familias, principalmente del medio rural. Otras veces el niño o la niña es vendido en el comercio sexual por progenitores que han cometido abusos sexuales contra sus propios hijos. El menor es considerado como “disponible” para el comercio sexual y capaz de ganar dinero para la familia.
La mayoría de las menores son encerrados, golpeados y violados por sus proxenetas. Por otro lado, las palizas y amenazas aseguran el silencio. Y para hacer soportable la experiencia, son obligados a consumir drogas, convirtiéndolos en dependientes del proxeneta-camello. Las posibilidades de escapatoria son mínimas. De ocurrir, las propias familias les repudiarían por haber sido prostitutas(os). Y una vez en la calle, lo más probable es que caigan en otra red de comercio sexual. El final raramente es feliz.
Si no son liberados por la policía, pueden ser asesinados cuando ya no sirvan o caer por una sobredosis. Difícilmente recuperan su estado emocional. Y la mayoría de los niños y niñas explotados termina muriendo de sida, tuberculosis u otras enfermedades, como consecuencia de su “trabajo”.
La problemática del Sudeste asiático.-Para muchos, el sudeste asiático es ruta obligada de heroína y un paraíso mundial para el comercio sexual con niños. En India, hay 500 mil niños que ejercen la prostitución; en Tailandia, las estimaciones llegan a 800 mil niños; en Sri Lanka, son 30 mil, y en Indonesia, el 20 por ciento de las mujeres explotadas sexualmente son menores de edad.
Pero no sólo los países asiáticos participan en estas redes, ya que hay una creciente internacionalización en el negocio de la prostitución y pornografía infantil, donde la tarea de occidente es desplegar la oferta sexual existente en el sudeste asiático, preferentemente a través de agencias de turismo, que ofrecen dentro de sus paquetes de manera explícita sexo con menores de edad. Son los denominados “Tour-Operators”.
En 1992, Lauda Air -una compañía austriaca- publicó su revista de vuelo una postal que mostraba a una niña tailandesa con el pecho desnudo. En el reverso aparecía un mensaje exponiendo los placeres sexuales que podían encontrarse en un bar en Tailandia. “Tengo que ir, el placer en el club infantil me está esperando”, concluía el mensaje. El caso provocó revuelo, y la línea aérea debió pedir disculpas oficialmente.
Según datos de la Organización Mundial de Turismo, los amigos de estas prácticas son también los mayores consumidores de pornografía infantil y proceden fundamentalmente de países desarrollados como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Australia y Japón.
Cada año se producen más de 600 millones de viajes turísticos internacionales. Un 20 por ciento de los viajeros consultados reconoce buscar sexo en sus desplazamientos; y de ellos un 3 por ciento confiesa tendencias pedófilas, es decir más de 3 millones de personas.
Según las cifras de Unicef, el turismo sexual infantil genera ingresos anuales de cinco mil millones de dólares para los intermediarios. En Tailandia, la prostitución factura el 15 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), y se calcula que un tercio de las mujeres que se dedican a esta actividad son menores de edad. En Camboya y Vietnam las cifras se repiten.
El tráfico de menores con propósitos sexuales se produce siempre bajo un denominador común: el país de origen es más pobre que el de destino. Así, Nepal, Bangladesh, China, Vietnam y Camboya exportan menores a la India, Tailandia, Filipinas… quienes a su vez hacen lo propio a Japón, Australia y Estados Unidos. Pero definir una ruta específica es casi imposible. Ya que éstas varían de acuerdo a la demanda y a las condiciones de los distintos países.
La movilidad y globalización de este repugnate negocio es lo que imposibilita su detección. Por eso, algunas rutas pueden parecer bastante ilógicas. De esta forma, muchachas tailandesas son traficadas hasta la República Sudafricana a través de Singapur. Muchos niños y niñas de diversos países africanos son transportados hacia el sudeste asiático desde Sudáfrica. Muchos niños chinos son enviados a Tailandia para trabajar en la industria del sexo, mientras que menores de Corea y Vietnam acaban en China. Existen informes no confirmados de que muchas jóvenes filipinas son traficadas hacia destinos aparentemente poco comunes, como África, Papúa-Nueva Guinea y Guatemala. En este último caso, el final del viaje es probablemente Canadá o los Estados Unidos… Las redes de traficantes y proxenetas han creado verdaderas transnacionales de esclavitud sexual infantil, y las cifras continúan creciendo.