El autor trans* de Solo los valientes relata su decisión de cambiar de género en su novela testimonial

Alejandro Albán, psiquiatra y escritor: “Cuando transicioné no sentí alegría. Sentí paz”

El psiquiatra y escritor Alejandro Albán, a mediados de junio en la plaza Tirso de Molina de Madrid.
Alejandro Albán jamás pronuncia ya su antiguo nombre. Hoy es psiquiatra y escritor. En su libro Sólo los valientes (Círculo de tiza), este granadino sin acento de 33 años cuenta cómo decidió convertirse en hombre y dejar atrás a la mujer que durante años habitó su cuerpo. Dice no haber sentido alegría, sino paz en el proceso. Lo describe sin ápice de rencor, sencillamente con esa nostalgia que lo llevaba a una agobiante extrañeza de sí mismo.

Pregunta. En su libro hay una total falta de rencor, ¿le salió consciente o inconscientemente?

Respuesta. Inconscientemente, de fábrica, la verdad.

P. Pues eso es que debe ser usted buena persona.

R. Gracias.

P. A veces la gente escribe para vengarse de algo, ¿usted no?

R. No. Si medito las razones por las que he escrito este libro, la venganza no es una de ellas. Más bien lo hice por una necesidad privada de expresar mi experiencia.

P. Ya ha dejado de ser privada.

R. Es lo que tiene la literatura, sirve para sacar cuestiones privadas y convertirlas en públicas.

P. ¿Para lo impúdico?

R. Yo soy muy pudoroso, la verdad, pero la novela me ha salido un poquito… abierta.

P. Condición trans, drogas, sexo… todo pecado. Hasta la psiquiatría.

R. No me gusta hablar abiertamente de ello, así que por eso lo escribo, para no dejarlo dentro. Cuando lo trabajaba, me daba cuenta de que si escondía algo, fallaban otras cosas.

P. No menciona su nombre anterior, se refiere al mismo como su antiguo nombre.

R. Algunas personas trans llaman a su antiguo nombre necronombre.

P. ¿Lo matan? ¿Está muerta aquella mujer dentro de usted?

R. No sé si está muerta o si nunca existió. A mí me cuesta pronunciar el viejo nombre. Fue una identidad no verdadera a la que me cuesta regresar.

P. Es fuerte que la mate. ¿Ni siquiera la quiere?

R. Nunca fui yo, sino una máscara, más bien. ¿Existía aquella persona o se presentaba simplemente para los demás? Yo no era capaz de interiorizar lo que los demás pensaban de mí. Y de ahí esa infelicidad crónica.

P. Trans es un prefijo que se ha convertido en sustantivo al que usted le saca muchos significados.

R. Al otro lado de… Transparente, evoca el viaje, la transición, la transformación.

P. ¿Basta transformar el cuerpo para sentirse cómodo?

R. No solo. También es importante cambiar el nombre, simplemente. Si el nombre no se corresponde contigo, te aleja de las cosas.

P. ¿Cómo se le ocurre a usted convertirse en hombre en plena crisis de la masculinidad?

R. ¡No fue una ocurrencia! Ni un deseo. Simplemente es así. Tampoco lo puedo llamar una alegría. Lo fue cuando sentía atisbos de lo que podría llegar a suceder antes de transicionar. Pero cuando conseguí mi transición plena, lo que sentí fue paz, no alegría.

P. A ver…

R. Paz como un alivio de lo negativo y un encuentro con lo positivo. Así lo viví. No se trata de que no puedas habitar tu identidad, sino de que te impidan vivir [por culpa de] una identidad que no es la tuya.

P. ¿Sigue aliviado o le decepciona ser hombre?

R. Sigo aliviado. Hay cuestiones de la masculinidad que no me afectan. No tanto por el hecho de ser trans, sino por ser gay: me siento liberado en otras cuestiones.

P. ¿Cuáles?

R. No sé, que se me vaya un poco la manita sin darme cuenta. No tengo mucha pluma, pero me he reconciliado con algunos aspectos míos que pueden resultar femeninos.

P. ¿Cómo vivió el proceso de las inyecciones? ¿Con ansiedad? Se grababa la voz para ver si se volvía más grave.

R. Esperé un mes para decírselo a determinada gente. Lo sabían mis padres, algunos amigos, pero no determinados círculos, para ver qué sucedía con los cambios.

P. ¿Cómo afrontó el asombro de quienes conocían a la mujer que pasó a ser hombre?

R. Me las apañé. Por ejemplo, les dije a ciertas personas de confianza que lo fueran contando. Aunque viví momentos incómodos.

P. ¿Y en el trabajo?

R. Empecé a trabajar más tarde, en el hospital resultaba extraño que apareciera un hombre y en la bata los pacientes vieran mi antiguo nombre. Imagínate… Me daba pánico y como la ley te obliga a estar dos años hormonándote antes de cambiarte la identidad, pues…

P. Cuatro veces ha visto a su padre llorar. La tercera fue cuando le contó que había tomado su decisión.

R. Sí, y la cuarta fue cuando vio Cinema paradiso. No sé si mi padre se equivocaba al manifestar sus reservas. Su idea era que esperara cuatro años. ¿Cuatro años? ¿Otra condena? Una vez que tomé la decisión no lo dudé jamás.

P. ¿Qué edad tenía?

R. 24, ahora tengo 33 y los percibo como si hubiese pasado mucho tiempo porque esta es mi verdadera vida.

P. ¿No se siente como un niño de nueve años?

R. En algunas cosas, sí.

Jesús Ruiz Mantilla – El País