Campamento de supervivientes

CINE: LOS NIÑOS DE WINDERMERE

En agosto de 1945, con los últimos estertores de la II Guerra Mundial, el Gobierno británico acogió en su país a un millar de niños supervivientes de los campos de concentración nazis. En torno a 300 fueron conducidos al Complejo Calgarth, a orillas del lago Windermere, donde un equipo de profesionales y voluntarios liderado por el psicólogo judío Oscar Friedmann (1903-1958) trataría de ayudarles a liberarse de sus miedos y a superar el trauma vivido.

Los cuatro meses de estancia en aquella especie de campamento -cuyos pabellones traían a la memoria de más de uno su paso por Buchenwald, aunque «sin focos, valla electrificada ni crematorio»- constituyen el principal argumento de Los niños de Windermere, estreno inédito en Movistar+ que debe su nombre a esos pequeños refugiados. La nueva familia allí formada, buscando curar heridas y recuperar tantas infancias perdidas en medio de palizas, cristales en la sopa, adultos gaseados y terrores nocturnos, acapara todo el protagonismo de este canto a la supervivencia tan instructivo como convencional.

El televisivo Michael Samuels debuta en la gran pantalla con una historia, basada en hechos y personas reales (algunas, hoy longevos ancianos, cierran la cinta con sus testimonios), que recurre a situaciones y diálogos ya conocidos por otros títulos sobre el Holocausto y la terrible huella dejada en varias generaciones de europeos de distintas nacionalidades. Aun así, en su afán de ilustrar el drama de los menores con el impecable estilo de las producciones británicas, el realizador inglés no renuncia a imágenes de una belleza que contrasta con el horror sufrido.

Su cámara y la pluma de su compatriota Simon Block tampoco desaprovechan la oportunidad de subrayar cada gesto, cada palabra… Para rememorar el pasado de quienes aprendieron a sobrevivir a cualquier precio, incluso a costa del más débil; pero también para escenificar un presente incierto (dispuestos en filas, a la espera de ser despiojados, pasar un reconocimiento médico y recibir otras ropas, nuestros chicos no acaban de sentirse a salvo de una nueva «selección»), aferrados a la única esperanza de encontrar con vida a algún pariente cercano (padres, hermanos…). Porque, por más que el conflicto quede atrás, no resulta fácil encarar el futuro cuando toda la familia es solo un recuerdo.

El ladrido de un perro que aviva los viejos fantasmas de la crueldad, la desesperada caza de un mendrugo de pan por si la escasez y el hambre aprietan… Cada detalle cuenta, a menudo con demasiada insistencia, en esta didáctica propuesta. Tanta evidencia, sin embargo, no lastra su propósito inicial: acercarnos a una de las grandes tragedias contemporáneas a través de uno de los muchos episodios que dejó a su paso.

Poco más cabe decir de una película de escasa complejidad y excesiva correccción, sin giros de guión ni concesiones al sentimentalismo, lo cual no impide que Los niños de Windermere abra la puerta a un dilema ciertamente interesante y siempre actual: ¿el sufrimiento da derecho a un lugar en el mundo o hay que ganárselo?

J.L. CELADA

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