Desde hace ya varios años utilizo rúbricas de evaluación para los distintos productos que el alumnado genera. En ellas se detallan por categorías los items que se van a evaluar, describiendo para cada uno de ellos 4 estados, de mayor a menor calidad. Estas rúbricas de evaluación están presentes para el alumnado, en todo momento, en el aula virtual (http://rebujito.info/aula1617), para todos y cada uno de los productos que genera y para cada una de las WebQuest con las que trabaja. A través de ellas, cada alumno/a tiene una orientación sobre el producto que se le pide. De esa manera, siempre es consciente de la calificación que puede esperar por el trabajo realizado. En muchos casos, sobre todo cuando trabajamos en grupo o por parejas, sirve de instrumento de autoevaluación, permitiendo utilizar un juicio crítico sobre el trabajo propio y el de los demás. Esto genera transparencia y, consecuentemente, confianza en que la evaluación va a ser justa.
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Empezando el día
Destacado
Cada día, como si de una pequeña empresa se tratase, nos ponemos en situación. Lo primero es revisar la lista de tareas y el trabajo que tenemos por delante. Revisamos las dificultades que hemos ido encontrando y planificamos actuaciones nuevas. No se trata de una revisión de «deberes»; se trata de algo más que todo eso. Organizamos la mañana, el tiempo en que estamos juntos para que, después, cada cual pueda distribuir su tiempo, organizarse con el resto de compañeros/as con los/as que comparte trabajos y, así, ser lo más productivos posible. Esto permite que podamos saber qué momentos dedicamos para el trabajo personal, para una explicación puntual, para agruparnos, para buscar otros espacios en los que trabajar en el centro, para exponer ante el resto de los/as compañeros/as, para corregir, etc.
Cuadernos espejo
A principios de curso una madre me decía que estaba muy preocupada con la letra que hacía su hijo, que por mucho que lo había intentado no había manera de que mejorase. También me decía que hace algunos años su hijo hacía una letra maravillosa, pero que en los últimos años había ido para atrás y ahora hacía una letra horrible. Me decía, además, que su hijo insistía en que no la podía hacer mejor. He gastado -continuaba – no sé cuantos cuadernos Rubio y no hay manera.
Claro está, se le estaban poniendo los pelos como escarpias pensando que íbamos a utilizar asiduamente los ordenadores en clase y, por tanto, la letra no mejoraría.
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