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«La risa de lo macabro» de J. Isaac

[1] Comencemos por lo que importa: las gracias a Ramón Torres, a Jorge Liria, a J. Isaac y a ti, quienquiera que seas, dondequiera que estés y en el momento que sea oportuno que leas esto.

Ramón, compañero, gracias por ese feliz correo electrónico del miércoles 21 de noviembre de 2018, la piedra fundacional de este proyecto. A través de él conocí a nuestro autor. Muchas gracias, también, por el del martes 15 de enero, que fue esencial para terminar de dar forma a su figura de creador después de la lectura del material que me había remitido, pues vi, como tú, esas influencias cinematográficas que me apuntabas (me quedo con Rob Zombie y reemplazo a Carpenter por Wes Craven, a quien percibo con más nitidez); y constato la inspiración que ejerce sobre él, sobre todo, ese Stephen King que, sin duda, nos gozamos en nuestra juventud y que correspondía a la primera etapa del novelista: El misterio de Salem’s Lot (1975), La danza de la muerte (1978), Cujo (1981), La niebla (1983), etc., repleto de personajes que tendrían un lugar perfecto en las páginas de este libro que nos convoca.

También tienen hueco, como afirmas, los clásicos del género, entre los que conviene hacer espacio (sobre todo por el tiempo que ha transcurrido) a esos fanzines de terror de los ochenta, que empezaron siendo historias repletas de seres sobrenaturales y que, en su madurez, evolucionaron hacia un género que se adentraba más en lo psicológico. Pertenece a este cupo las conocidas como Historias de la cripta que me citas en tu correo (1989-1996) y que, como tú, no puedo evitar tener presente cuando leo a nuestro autor. ¿Has pensado alguna vez, compañero, que estas historias representaban una continuidad de la célebre Alfred Hitchcok presenta (1955-1965)?

Otros clásicos, los de siempre… En la creación de atmósferas lúgubres siento a Poe y, sobre todo, a Lovecraft, a quien todos los autores de terror (incluido el nuestro) deben, por activa y por pasiva, la gestación de sus monstruos particulares gracias a esa imaginería demoníaca que elaboró H.P. El punto de violencia inclemente, desmedida, atroz… que describe en muchas ocasiones, ¿no te recuerda al de ese American Psycho de Bret Easton Ellis (1991)? Y en lo de la desinhibición lingüística, también estoy contigo a la hora de fijar una referencia como la que abanderaron los conocidos como autores del “realismo sucio” norteamericano, como Bukowski, que, en España, salvando las distancias, llega a percibirse en el Mañas de Historias del Kronen (1994), por ejemplo.

Y, por último, muchísimas gracias por ese magnífica a descripción de nuestro autor, precisa, veraz, acertadísima, que no tengo interés alguno en parafrasear porque es tuya y es justo que quede constancia de su expresión literal, para que los críticos del futuro, cuando estudien al que está llamado a ser célebre escritor de terror del sur de Gran Canaria, digan: «El profesor Ramón Torres Rodríguez nos dice de J. Isaac que: “[…] Piensa y reflexiona sobre aspectos que otros de su edad no se plantean: la vida, la muerte, el sufrimiento, la existencia humana…, todo desde un estilo descarnado y sorprendente, incluso desagradable y soez, a veces, desgarrador e intenso en todo momento […]”». ¿A que suena bien, compañero?

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Jorge, amigo, gracias por tu generoso apoyo para dar cabida en la editorial a un nuevo autor, un nuevo texto, un nuevo proyecto como el que ocupa estas páginas. Sabemos cuán importante es para un escritor su ópera prima y cómo esta determina la configuración de algunas decisiones personales, estilísticas y creativas que serán trascendentes para el camino literario que se inicia con ella. Por eso, porque sabemos de esta importancia, te agradezco el que hayas participado conmigo en la puesta en marcha de este libro. No sé si he sabido darle buenos consejos a nuestro literato; sé que, bajo tu sombra, malos no han de ser estos, pues sé que para los que publicamos contigo siempre tienes lo mejor que ofrecernos.

Confiemos en que esta experiencia le permita a nuestro autor plantearse nuevos retos creativos, que explore nuevas vías argumentales y que tenga a bien compartirlas con nosotros, aunque eso, tú lo sabes mucho mejor que yo, está sujeto a contingencias que no podemos controlar. Unos van y otros vienen, ¿verdad, amigo? Lo relevante es estar atentos a la existencia de piezas como esta risa de lo macabro para cumplir con esa suerte de código deontológico que nos une y que nos conduce a hacer lo posible por que los “neoautores” tengan acceso a su primera publicación; ayudarles, en suma, a que empiecen a caminar y a que decidan qué senda quieren seguir.

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Isaac, apreciado y admirado, gracias por dejarme participar en esta iniciativa que, te confieso, me ha resultado muy reconfortante. Leyéndote he viajado a una etapa de lector y escritor muy lejana y muy parecida en cierta medida a la tuya. Yo fui alumno del centro que ahora se conoce como IES José Arencibia Gil de Telde. Entré en el curso 1987/88 y, después de cursar los tres años del Bachillerato Unificado Polivalente (BUP) y el denominado Curso de Orientación Universitaria (COU), terminé mi estancia allí en el curso 1990/1991. En aquellos años, algún que otro premio literario interno me dieron (por textos que, sin duda alguna, no estaban a la altura de los tuyos) y mis intereses por la poesía y lo poético me condujeron, como no podía ser de otro modo, a proyectar mi futuro académico estudiando Filología Hispánica en la universidad palmense.

En aquella época, mi universo perceptivo se iba adoquinando con lecturas de Stephen King, a quien seguía con verdadera lealtad, y de otros autores de los que había leído algo de tanto en tanto: Clive Barker y su Hellraiser (1986); algo de Poe (el caso del señor Valdemar, por ejemplo, todavía me sigue pareciendo brutal); clásicos como Bram Stoker y Mary Shelley; Anne Rice…

A estas lecturas había que sumar más adoquines: las películas de terror, sobre todo las conocidas como Serie B (comerciales de bajo presupuesto), que, recuerdo, se regodeaban en las escenas más escabrosas: no era suficiente con mostrar un hacha en un fotograma, una cabeza enfundada en otro y una cabeza suelta dentro de una cesta en una tercera imagen; no, había que ver cómo el hacha iba degollando al detenido, cómo sajaba las cervicales, cómo la sangre salpicaba por todas partes y cómo el rictus del ajusticiado expresaba horror.

Y a estas lecturas había que añadir otros adoquines, metalúrgicos, en este caso: mi gran devoción por el heavy metal. Me gustaban muchísimo Metallica (hasta 1991), Iron Maiden (con su mascota Eddie the Head, creada por Derek Riggs, elevada a la categoría de símbolo) y, sobre todo, Slayer, la que para mí ha sido siempre la mejor banda de todos los tiempos y por quienes todavía siento una indescriptible veneración (de hecho, debo reconocer que me han acompañado sus discos durante todo el proceso de edición de tu libro, J. Isaac).

La estética y, por extensión, la forma de concebir el mundo que envolvía a los grupos de este género musical; la fascinación por la muerte como referente para concebir la vida, la idea de que hay una suerte de vida más allá de la muerte o de que los muertos, en realidad, viven eternamente porque no pueden morir (conclusión de un silogismo que me gustaba compartir); el satanismo como posición contestataria ante la conclusión de que existe un orden social, cultural e histórico impuesto por el cristianismo; la ambigüedad para delimitar los márgenes donde cabía situar los posibles beneficios de toda revolución y de la violencia como purgante… hallaron lugar en mis lecturas y escrituras del momento, y siento que, de alguna manera, mientras te leo y trato de dar forma a tu universo poético, también están presentes como temas de referencia de tu expresión literaria. Por eso, me ha sucedido contigo que, leyéndote, tenía la impresión en ocasiones de leerme a mí mismo, a pesar de los 10.391 días que nos separan. Gracias, pues, por esta singular experiencia que has logrado que anidase en mi conciencia lectora.

Disfruta, J. Isaac, de este libro. Es tuyo. Tú lo has creado, tuyos son los textos y tuyas, las ilustraciones; tuyo es, también, el tiempo dedicado a imaginarte cómo será cuando salga de imprenta y las impresiones que ha de causar en tu particular círculo de lectores; tuyas son las ilusiones depositadas en él y, como no puede ser de otro modo, tuyas han de ser todas las felicitaciones que empezarás a recibir desde este momento. Mas no te olvides, apreciado autor, que también es tuya la responsabilidad de que el siguiente título permita concluir que representa un peldaño más en tu calidad como escritor. Del mismo modo que la ortografía se mejora leyendo y copiando; para mejorar en el mundo de la escritura literaria, cuando el talento ya se tiene, como es tu caso, solo hay un modo: leer mucho, muchísimo; procurar que detrás de cada hoja que escribas haya cien hojas leídas… ¿Te suena esto? Sí, efectivamente, fue la letanía que te anoté en el extenso correo electrónico que te envié el jueves 29 de noviembre de 2018. A un escritor con conciencia de lo que representa el arte literario y con la necesaria dosis de humildad, la lectura de otros textos le ha de permitir valorar sus posibilidades comunicativas y reconocer que siempre habrá quienes sepan decir aquello que nosotros querríamos expresar mejor que nosotros mismos; también será bueno para ti este ejercicio para que te cuides de los aduladores y evites caer en la tentación de los egos. Ten siempre los pies en la tierra, recuerda de dónde vienes y no olvides nunca que, lo que con facilidad se obtiene, con facilidad también se pierde.

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Y a ti, quienquiera que seas, dondequiera que estés y en el momento que sea oportuno que leas esto, muchas gracias por tener entre tus manos La risa de lo macabro de J. Isaac y aventurarte en la lectura de unas páginas que no te causarán indiferencia alguna; al contrario, han sido hechas para provocarte, para perturbar tu tranquilidad, para que te preguntes hasta qué punto lo que lees es ficción, para que te cuestiones si tras cada escena hay o no un ejercicio de metaforización de la realidad.

No importa aquí tanto lo que se cuenta, sino cómo se cuenta: los finales están abiertos, los relatos, en cierta medida, entrelazados; los personajes comparten características y las tramas, similitudes; el narrador, esa entidad en primera persona, también hace acto de presencia en todo momento, como si fuésemos nosotros quienes estuviésemos en medio de esa casa, esa aula, ese bosque… donde todo se torna una pesadilla y donde, de un modo u otro, asistimos siempre a nuestra propia decapitación. No en vano, el autor ya nos deja caer en la introducción lo que nos puede pasar cuando se pone juguetón y no sabe cómo parar.

Dentro del cómo se cuenta, cuenta el lenguaje, la expresión lingüística descarnada, agresiva, repleta de campos léxicos asociados con el dolor, la tortura, la oscuridad, la malignidad, etc. Son las suyas voces que impactan, que buscan alejarte de la lectura plácida y lineal. Cada palabra que te incomode, cada imagen expresiva que te horrorice, mírala como una suerte de hachazo o desgarro que el autor te inflige y que dice bien de su capacidad para usar la función poética y no permitir que salgas indemne de ella.

Cuando termines de leer el libro (se lee rápido y fácil), coincidirás conmigo, por un lado, en que las cinco piezas que componen este tomo son, en el fondo, magníficos esbozos de relatos llamados a formar parte de uno mayor, quizás una novela que, quizás, también, deba ser abordada cuando La risa de lo macabro haya tenido continuidad en dos o tres volúmenes de relatos cortos como este; por el otro, estarás de acuerdo en la extraordinaria capacidad de su autor para narrar en clave de guion cinematográfico. Todos los cuentos de esta obra pueden llevarse a la pantalla sin que sea necesario hacer cambio alguno. Es posible que esto se deba al sino de los tiempos actuales: la visualización. Todo dato que se comunique, real o no, se vuelve imagen para que sea digerido con celeridad. Interesa hacer la digestión cuanto antes porque hay que ingerir más y más datos, ficcionales o no. Son estos los tiempos de los microrrelatos, como señala el prologuista del libro; y de las redes sociales basadas en la instantaneidad. No es esto malo en sí; lo malo es no darse cuenta de que nuestra gula impide que nuestro organismo haga la digestión; y las malas digestiones ya sabemos qué traen consigo por la noche… pesadillas.

Terminemos por lo que importa: leer a J. Isaac y sumergirnos en esas risas de lo macabro que me envuelven desde el lugar más remoto de mi particular abismo…


[1] Preliminar compuesto para la edición que realicé de La risa de lo macabro de J. Isaac (Jeremy Isaac Araña Moreno). Beginbook Ed. Págs. 5-13. ISBN: 978-84-17890-20-9.

«Dichos y modismos de Canarias» de Luis Rivero

[1] «Pa’una cabra partía, un macho corcovao» solía decir mi padre cuando quería significar, grosso modo, que a una situación mala (“cabra partida”) le seguía, le acompañaba, le correspondía… otra que no era buena (“un macho corcovado”). No sé cuántas veces se la escuché decir durante los 36 años que supimos el uno del otro, sí sé que caló tanto en mi conciencia lingüística la frase que hoy en día la reproduzco cuando me encuentro ante un problema que parece arrastrar consigo otro. Es lo que diría, por ejemplo, si un día me ponen una multa de tráfico (un contratiempo) y, de regreso a casa, tengo un percance con el vehículo (otro contratiempo).

Desconozco el origen de la expresión y no sé si en su gestación cabe atribuirle a mi padre algún mérito, ya que solo se la oí decir a él. En este sentido, planteo su autoría y la niego con idéntico rigor. Esta incertidumbre es la misma que hubiese tenido también con muchas de las entradas que contiene este volumen, que eran desconocidas para mí hasta que me adentré en su edición. Si alguien, en medio de una conversación, hubiese dado cuenta de alguna de las que recogen las páginas que tienes frente a ti, es posible que yo no supiese si era una invención suya o, por el contrario, formaba parte de una tradición lingüística. Este no saber no me hubiera impedido, por otra parte, entender la expresión fija, pues el contexto saldría en mi auxilio y, en consecuencia, me permitiría reconocer su pertinencia dentro del discurso.

A la condición ignota del origen (el cómo) y la autoría (el quién), añado un tercer elemento que, a mi juicio, es relevante para lo que deseo compartir contigo: el dónde; o, dicho de otro modo, la determinación de si es adecuado o no ubicar el enunciado inicial y tantos afines que mi progenitor utilizaba en el acervo y la variedad del español a la que pertenecía. ¿Sería relevante para el trazado de un posible perfil de hablante isleño de «discursos repetidos», como los denominaba Coseriu [113],[2] el tener en cuenta aquellas particularidades de mi padre que, tal y como yo lo veo, podrían interesar para este propósito dialectal: cristiano viejo sin estudios, aunque no analfabeto, como lo demuestra el hecho de que fuera un lector que no aspiraba a ir más allá de la prensa local; que estuvo sujeto toda su vida, como sus ancestros, a los límites geográficos de Telde y, por extensión, a los que marcan el sureste grancanario; que jamás dejó de estar vinculado de manera activa y emocional con todo lo que tenía algo que ver con lo rural; gran amigo de conversadas y tertulias, siempre orales, por supuesto, donde solía mostrar una acentuada inclinación hacia las evocaciones de un pasado que, en ocasiones, se me antojaba literariamente deformado, pues tan pronto fluctuaba entre la remembranza nostálgica de una edad dorada como sucumbía a la declaración de las penurias vividas en una supuesta edad de cobre y hierro? Insisto, aunque ahora de manera más escueta, en lo que persigo con la pregunta: ¿Son estas peculiaridades o sus pequeñas variantes las que permiten atisbar un perfil de usuarios de la lengua que, con sus actos de habla, han permitido la pervivencia de buena parte de las expresiones que contiene un volumen como el que nos ocupa?

Entre tantos «no sé», un «sí sé» taxativo: el recuerdo de oírle decir la frase de marras con la misma actitud[3] con la que también formalizaba otras que, gracias a obras como esta de Luis Rivero, quedan ubicadas por estos canarios lares con independencia de si cabe o no considerarlas de aquí.[4] Me vienen a la memoria algunas: «Hijo de gato caza ratones», «Arrecha», «Echarse fuera del plato», «No hay peor cuña que la del mismo palo», «Echarle de comer aparte» y un nada parco etcétera. Las utilizaba todas en sus textos tantas veces como las preposiciones y las conjunciones, y las inevitables pausas entre palabra y palabra.

La analogía con otras fórmulas expresivas (las reproducidas, por ejemplo), la frecuencia de su uso y, sobre todo, la actitud apuntada (perceptible, entre otras cualidades, por el tono)[5] me conducen a suponer, quizás erróneamente, que la suya era y es una expresión ancestral que participa de las cualidades más representativas de las frases hechas, a saber: su origen anónimo y popular;[6] su uso oral[7] y colectivo; y su condición de unidad semántica breve[8] que encierra un sentido metafórico[9] porque las voces que la componen no permiten deducir el significado, sino que este surge del conjunto,[10] de ahí que sus elementos constitutivos no sean reemplazables o re-combinables según las reglas actuales de la lengua, como señala Coseriu [113]; y de ahí, también, las notables dificultades que siempre traen consigo a la hora de ser traducidas.[11]

«Empero no es tan difícil el conocimiento de la lengua castellana por el caudal de sus voces y lo vario de su sintaxis, cuanto por los modismos que atesoramos. El diccionario nos da a conocer la significación de las palabras. La gramática nos enseña el valor de estas dentro de la oración, señalando a cada una su lugar respectivo; nos dice cómo hemos de moverlas y combinarlas; cuál es la que rige y cuáles son las regidas; cómo se usan las unas con las otras de manera que el maridaje, o si se quiere la concordancia, no sea contubernio monstruoso; nos preceptúa el acento con que debemos pronunciarlas, midiendo la cantidad de sílabas, y, por último, nos da reglas más o menos precisas para que las escribamos correctamente, ahora habida consideración a su etimología, ahora atendido el uso, jus et norma loquendi.

Diccionario y gramática no son materiales bastantes para levantar el grandioso edificio de una lengua. A las palabras, en sus múltiples combinaciones, mueve el espíritu nacional: en ellas alienta la vida de un pueblo y su particular y característica manera de ser. Son los modismos lo genial, por decirlo así, lo que de propio pone un pueblo en la lengua que habla» [Montoto, 7][12]

Esa apuntada ancestralidad y esas enumeradas características le confieren a la expresión paternal y a las que cabría etiquetar como congéneres una suerte de “contundencia” interpretativa o de autoridad, por decirlo de algún modo, que solo ha sido posible que se ganara gracias al empleo que de ellas han realizado innumerables hablantes. ¿Que de qué hablo? Pienso ahora en esa muesca que queda marcada en la conciencia lingüística de los receptores cuando la fórmula expresiva se deja caer en el discurso: ya nada parece cuestionable, ni da la sensación de que haya que hacer revisión o puntualización alguna. Se dice, se escucha, se acepta y todo parece quedar sentenciado. ¿Qué cabía decir cuando, después de contar los percances padecidos, cerraba mi padre su exposición con un terminante «ya, coño, si es que pa’una cabra partía, un macho corcovao»? Punto. Punto final. Solo hay hueco para esbozar una media sonrisa y deducir que el acto comunicativo o ha terminado o debe ir ya por otros derroteros.

Es posible que esta cualidad conclusiva de las frases hechas se deba a esa esencia poética que las envuelve, a ese aroma a cita literaria que desprenden estas unidades [Coseriu, 115] y que llegan a constituir todo un ejercicio retórico eficaz para deleitar, persuadir o conmover:

«El refrán, el dicho, se ha refugiado desde hace mucho -como toda la cultura de tipo tradicional- en los ámbitos más apartados de la sociedad, en los medios rurales y en el uso de las gentes menos letradas. Ahí, en esos ámbitos, ha podido seguir manteniendo su carácter predominantemente oral, propio de una “cultura” que, por “popular”, ha sido menospreciada por la cultura dominante, sin comillas de ningún tipo, urbana y escrita. Puede decirse entonces que el refrán es la cita del que carece de cultura, la retórica del iletrado. Y así, a medida que la instrucción pública, urbana y escrita, fue progresando el prestigio de los refranes fue decayendo hasta la estigmatización» [Trapero, 509].

En todo lo que he venido contando hasta ahora pensaba cuando, frente al propósito de componer este preliminar, me vino a la memoria el enunciado introductor y, con él, la imagen del énfasis con el que lo decía y el hecho de que logró que se adhiriese a mi idiolecto sin proponérselo; y, por añadidura, una sarta de dudas, desconocimientos y alguna que otra certeza de la que me he hecho eco hasta este momento y que, en un ejercicio de recapitulación sucinto, con vistas a esto que nos reúne y tomando como referencia su título (Dichos y modismos de Canarias), cabría sintetizar con el reconocimiento explícito de que, por un lado, no sé si la expresión paterna es merecedora de ser identificada como “dicho”, “modismo”, “giro”, “frase hecha”, “expresión”, “locución”, “discurso repetido”… a tenor de las características expuestas;[13] y, por el otro, en caso de gozar de este merecimiento, si es una expresión propia del español de Canarias.

Este ejercicio memorístico del que doy cuenta me condujo a una pregunta que creo muy oportuna porque atañe a la proyección que este libro puede generar en ti y en los otros lectores que, como tú, tienen la fortuna de disfrutar de este magnífico trabajo de Luis Rivero: ¿Formulo el enunciado cuando lo hago porque no sé decir lo que necesito expresar de otra manera? La respuesta es bien clara: No. Podría apelar a otras expresiones similares que vendrían a ser familiares de la que inaugura este preliminar, aunque con sus matices particulares: pienso ahora en «Ir de Guatemala a Guatepeor» y en, por no alargarme mucho más, en un «Para una talla vieja nunca falta un jarro sin asa»; o podría manifestar, sin metáforas ni juegos sonoros, que a este asunto negativo equis se le ha unido otro, si no peor, sí al menos igual de negativo. Podría echar mano de esa cualidad innata humana de la creación lingüística que tanto ha fascinado a Chomsky con su gramática generativa-transformacional y formular tantos mensajes diferentes como contratiempos merecedores de ser lamentados en voz alta fueran necesarios.

Podría utilizar otra fórmula, repito, pero siempre acudo a la misma; y lo hago, además, sin percatarme de ello y repitiendo sus particulares vulgarismos fonéticos, que oscurezco involuntariamente con el tono especial que empleo y el contexto de su uso para que mis interlocutores perciban (al margen de las señales que emitan su conocimiento del código que compartimos) la inserción de un conjunto léxico que no participa de las “técnicas del discurso”. La situación siempre es la misma: suceden A1y A2, y sale de mi boca B. ¿Por qué cuando hablo de A1 y A2 no puedo evitar concluir con un B más o menos así: «en fin, que pa’una cabra partía un macho corcovao»? Aventuro una respuesta: por comodidad. Reformulo la pregunta: ¿Por comodidad? Confirmo la contestación: sí, por comodidad, sin duda alguna. ¿Y cuál es el alcance de esa comodidad?, cabría preguntar. Yo diría que me siento cómodo con la expresión porque tengo asumido que se ajusta, se amolda, se adhiere a lo que vendría a ser mi reacción natural cuando se dan los hechos que la provocan. De todos los posibles modos con los que podría expresar la situación, el expuesto, dada mis reiteraciones, es el que logra encajar, no tanto con lo que deseo comunicar, sino con el cómo lo deseo comunicar.

Es posible que esta comodidad aludida tenga su razón de ser en una suerte de vinculación inconsciente que establezco entre la expresión señalada y un binomio fundamental para el campo de las unidades léxicas que abordo: por un lado, el espacio lingüístico donde se desarrolla mi modalidad idiomática, el canario; y, por el otro, el entorno cultural y social con el que me siento más identificado.

Siento que la locución me sitúa ante mi interlocutor de una manera diferente a si me hubiese expresado de otra manera, quizás porque me permite concebir la idea de que, además del contenido denotativo del mensaje donde se inserta el enunciado, expongo implícitamente una información que considero relevante porque en ella van mi actitud ante lo que comunico y las expectativas que espero se den en mi destinatario. Lo que espero, en el fondo, va más allá de la mera traslación de un dato entre hablantes competentes: por un lado, que me identifique lingüísticamente y que componga en su ánimo la conclusión de que la mía es, cuanto menos, una expresión oral que, probablemente, proceda del español meridional; por el otro, que el componente poético de la formulación no le sea indiferente, que esboce una sonrisa, que haga un gesto de extrañeza divertida (“¿cabra partía?”, “¿macho corcovao?”); por último, el ritual que encierra mi acto de habla tenga un remate que no “admita” réplica, que dicho el dicho flote en el ánimo lingüístico de quienes lo oigan una suerte de punto final que parezca acordar que del asunto tal ya no cabe señalar nada más.

Sí, por comodidad. Estoy más convencido ahora de ello porque pienso en lo que es en este caso la comodidad asociada a la comunicación lingüística: un mensaje breve que permite transmitir tanto; un mensaje con una configuración poética encerrada en el carácter metafórico que encierra; un mensaje que, por una parte, arrastre consigo el aroma propio de una reliquia del idioma heredada que, de tanto repetirse, no se cuestiona su validez y, por la otra, me sitúe en la comunidad de hablantes a la que pertenezco; un mensaje, en suma, que me permita establecer el tipo de relación que deseo mantener con mi destinatario en términos más o menos similares a como lo expuso Gili [95-96] en los siguientes términos:

«Es indudable que al emplear modismos en la conversación parece como si hiciésemos a nuestro interlocutor una confidencia, como si le diésemos participación en algún secreto. […]

Acaba de serme presentada una persona de educación semejante a la mía. Si en nuestra primera conversación esa persona usa con abundancia modismos como ‘cortar el bacalao’, ‘tener la sartén por el mango’, ‘ponerle a uno de chupa de dómine’, ‘dar coba’, etc., es probable que me parezca que se toma conmigo una confianza excesiva, algo así como si me tutease de buenas a primeras. Si esa persona me es simpática y estoy interesando en el asunto de la conversación, su lenguaje salpicado de modismos me acerca a su amistad y presiento, empleando otro modismo, que ‘vamos a hacer buenas migas’.

Ahora estoy hablando con un superior. Me guardaré muy bien de decir ‘rositas’, ‘pagar el pato’, ‘soltar el trapo’, etc., porque lo tomaría como una falta de respeto […]. En cambio, si él lo hace conmigo, me sentiré halagado por la confianza con que me trata […].

Estoy en una aldea en conversación con un campesino que me tiene por un señor de saber e importancia. Los modismos habituales en el trato de sus convecinos pueden brotar con espontaneidad, y a mí me harán el efecto de expresiones pintorescas llenas de sabor popular. Pero si él advierte que pueden parecerme irrespetuosas, y no sabe sustituirlas por otras, las rodeará de fórmulas eufemísticas que salven la distancia que nos separa. Dirá, por ejemplo: “Es un hombre que -como dicen- se cae del burro”. El “como dicen” es una disculpa por el empleo del modismo […].

El empleo frecuente de modismos supone, pues, un plano de confianza recíproca».

Mi contribución a la teoría de los discursos repetidos, como puede deducirse de lo expuesto hasta ahora, es inexistente en este preliminar: en primer lugar, porque nunca fue mi propósito abordar la cuestión realizando un estudio filológico sobre esta cuestión porque quod natura non dat… y porque porque las referencias que contiene la bibliografía consultada y disfrutada abordan este tema con la precisión, claridad y rigor que yo jamás podría conseguir; sobre todo las dos que me han servido de fiel guía para esto que lees: la introducción que hace Ángel Sánchez a sus Dichos canarios comentados y el extenso e interesante artículo de Maximiano Trapero donde se analiza precisamente la citada obra del galdense.

La autoridad que desprenden estos dos flamantes Premios Canarias y la de cuantos fueron objeto de mis felices lecturas, que satisficieron con creces mis necesidades formativas,[14] lograron situarme en el lugar que, entiendo, me corresponde, que no es otro que el de quien asume que nada tiene que añadir al asunto de los semas que unen y diferencian los numerosos vocablos asociados a expresiones fijas de la lengua; y que, en consecuencia, como nada puede aportar a la cuestión que sea mejor que el silencio, lo ideal es que no entre donde ni la prudencia ni el sentido común se muestran dispuestas al acompañamiento.

En segundo lugar, porque desde que me propuse componer estas páginas me fijé como objetivo, al margen de presentar el magnífico trabajo que Luis Rivero ha hecho, compartir contigo el concepto que representa el término comodidad para que, con la lectura de este libro, comprobases si cabe percibirlo en tu idiolecto. De ahí la pregunta que antes me formulé y que ahora te hago llegar: ¿Por qué utilizas los dichos y modismos que reflejan las páginas de este volumen, por ejemplo, cuando podrías decir lo mismo de otra manera? Las explicaciones de nuestro autor deberían permitirte descubrir qué hay dentro de tu extraordinario universo lingüístico y cultural que te impulsa al hecho de acudir a una frase hecha o, en sentido opuesto, que evites al máximo su uso.

Este descubrimiento apuntado no debería ser muy complicado a tenor de las cualidades que atesora este libro, que, con toda su carga sociológica, etnológica, histórica… a cuestas, se inserta en una tradición filológica hispana muy fecunda que, circunscrita a Canarias, cuenta con algunos títulos que merecen tenerse en cuenta y que dan buena fe del interés que el tema tiene, como señala el profesor Trapero al hilo de los Dichos canarios comentados de Ángel Sánchez que analiza en su ya apuntado artículo:

«No es la primera vez que un autor canario ha puesto en la cabecera de un libro suyo el título de “Dichos canarios” o alguno parecido. Antes que Ángel Sánchez lo había hecho, desde Gran Canaria, Orlando Hernández, con el título más peculiar de Decires canarios; y antes también, desde Tenerife, Cristóbal Barrios y Ruperto Barrios Domínguez, con Una crónica de La Guancha a través de su refranero; y mucho antes que todos ellos, en el siglo XIX, lo habían hecho Sebastián de Lugo, José Agustín Álvarez Rixo y Elías Zerolo, entre otros, aunque los vocabularios de éstos no fueran estrictamente y sólo de “dichos”. Quiero decir que el recoger en un libro una colección de “voces, frases y proverbios” o, con título más popular, “dichos” canarios no es una novedad ni editorial, ni menos lingüística en el panorama de la filología canaria, y sin embargo no decrece por ello el interés que cada uno de esos títulos tiene por sí mismo» [498].

Aunque sean detectables sus virtudes desde el primer instante de lectura, no está de más apuntar algo sobre estas que, sin duda alguna, embellecen este proyecto editorial y le conceden un valor que nadie que lo conozca le podrá negar. Para ello, me he propuesto sintetizar en un pentálogo las razones por las que el libro que nos convoca merece la pena que forme parte de los anaqueles de todas las bibliotecas, privadas y públicas; y con esta difusión, de paso, como tiene que ser, como no puede ser de otro modo, que entre a formar parte de todos los intelectos, sean de la condición que sean:

  • Libro desenfadado, ameno, amable, grato para iniciar tertulias,[15] indispensable como pasaporte memorístico a un pasado familiar y local enraizado en nuestra tierra: tras cada expresión, la sombra de quien la dijo, el momento donde fue dicha y el impacto que todavía queda en nuestra conciencia.

  • Lejos del estilo fatigoso y rebuscado que me caracteriza y que has padecido en estas hojas, es el de Luis Rivero todo un ejemplo de sencillez y accesibilidad que contribuye de manera muy efectiva con el propósito divulgativo que tiene esta obra y que le mueve, como dice Buitrago, a «eliminar la mayor cantidad posible de ese olor a laboratorio del lenguaje que desprenden los diccionarios».[16]

Su condición pedagógica sitúa el texto en una zona muy clara dentro del campo temático que le ocupa: sirve, por un lado, para resolver la curiosidad de un número no escaso de lectores que desean saber el significado de formulaciones que les son familiares porque las utilizan y porque, de alguna manera, les permiten ver reflejados en ellas situaciones donde han podido utilizarlas; por el otro, sirve además para adentrarse en el conocimiento y estudio de estos elementos del patrimonio lingüístico de una comunidad como la nuestra con independencia del nivel académico y profesión que atesoren quienes lleven a cabo esta labor educativa (discentes, traductoras, guagüeros, médicas, administrativos, docentes, etc.).

Por eso, porque tiene claro quiénes son sus destinatarios y cómo se ha de dirigir a ellos, huye de toda erudición que, frente al título, aleje al profano y ponga en guardia al especialista. No busca sentar cátedra ni erigirse en una autoridad de la materia, aunque baste una lectura somera a sus explicaciones para concluir que estos Dichos y modismos de Canarias, desde el momento de su publicación, ya se han convertido en una obra de indiscutible referencia para el asunto que aborda.

  • El hecho de que no haya sujeción alguna a la cantidad ni a unos criterios de selección estrictos en su minuciosidad permite al autor escribir sin sentir la presión sobre los cuánto y los por qué, lo que termina notándose en la actitud amable que transmiten las páginas del volumen. En tanto que el título del libro no señala el número total de dichos y modismos que contiene, ¿qué más da que sean cien, ochenta o ciento veinte, por decir a voleo algunas cifras? En este sentido, sea cual fuere la cantidad final, lo cierto es que siempre sería representativa de un número total de locuciones muy difícil de cuantificar. Lo bueno del caso es que, dado que este libro solo contiene una muestra, intuyo que mínima, y dada la calidad que atesora, es inevitable que surja la necesidad de plantearle a su autor que, más pronto que tarde, tenga a bien acometer la tarea de ampliar este tomo siguiendo los parámetros adoptados. ¿Para cuándo, pues, apreciado Luis, el segundo volumen?

Por otro lado, considerando que no se aportan estadísticas ni se cuantifican usos y/o conocimientos, la selección de los dichos queda sujeta al criterio particular de nuestro autor, quien, como persona sensata e instruida que es, ha tenido el buen proceder de no defender el que las cien estructuras fijas que ha escogido sean las más utilizadas en el español de Canarias. El determinar el nivel de representación de estos dichos en los actos de habla es algo que te corresponde a ti y que podrás fijar después de ejercicios lectores como el de la comodidad que te he propuesto hace ya varios párrafos.

  • El título se inserta en una voluntad del autor por dar luz sobre aquellos significados más difíciles de entender. Este espíritu semántico guio su Vocabulario satírico de español urgente (Idea, 2015), que Ángel Sánchez, en el prólogo, valoró en estos términos: «Ya era hora de que alguien se inclinara analíticamente sobre el neo-lenguaje, invasivo y mimetizado con la rapidez con que lo hace, y expusiera en claro estilo el encriptamiento que los hombres públicos hacen de sus líneas programáticas para seducir al personal con ‘palabros’ de última generación» [14-15].[17] Y este espíritu también está presente en la obra que nos ocupa, aunque los objetos de estudios no sean equiparables (geronto-lenguaje frente a neo-lenguaje) y difieran las “actitudes” con las que se abordan los contenidos: más crítica y ácida en el título de 2015, más amable y, hasta cierto punto, entrañable en la que nos ocupa.

  • Con independencia del mayor o menor grado de canariedad que atesoren los dichos y modismos abordados por Luis Rivero [v. Trapero, 503-504], las piezas lingüísticas que adornan nuestras páginas, gracias a esa especial seña de identidad que atesoran y que se erige en una manera de reivindicar un proceso comunicativo exclusivo de un entorno geográfico como el nuestro, representan una hornada de expresiones válidas para escritores canarios que han superado el infantil temor a ser considerados incultos o chabacanos por utilizar el vocabulario de su región:

«Afortunadamente, no todos los escritores piensan de la misma forma. Ahí están los casos ejemplares de Viera y Clavijo, Ángel Guerra, Alonso Quesada, Benito Pérez Armas, Alfonso García-Ramos, Isaac de Vega, Rafael Arozarena, Víctor Ramírez, etc., por citar solamente unos cuantos nombres de los más representativos. El vocabulario canario aparece empleado en sus obras con toda la naturalidad del mundo» [Morera, 96-97].[18]

A esta nómina le añadiría yo ahora otros nombres: Víctor Álamo de la Rosa, José Luis Correa, Alexis Ravelo, Emilio González Déniz…

LA EDICIÓN

Al margen de las labores propias de toda edición textual (lectura con voluntad de revisión profunda, acciones oportunas inherentes a la función propia de quien tiene que intervenir en un original -borrar, modificar, añadir, etc.-, disposición formal del texto para que el acceso a la lectura sea diáfano…), la principal intervención hecha en el libro tiene que ver con el proceso que conlleva cambiar el canal de comunicación, aunque el primigenio y el actual pertenezcan a la escritura en soporte papel.

El que apareciesen los escritos que componen este volumen en el periódico La Provincia/Diario de Las Palmas, con las lógicas limitaciones que impone la caja, y que ahora vean la luz en un libro como el que tienes frente a ti, a priori sin necesidad de preocuparnos por el espacio, condujo a la adopción de algunas decisiones sobre el texto que, sin duda, serán detectables para quienes conocían la primera versión, la de la prensa: hay más párrafos en cada entrada, lo que no presupone que haya necesariamente más información, sino que muchos puntos y seguido se han convertido, para mejorar la lectura y respetar el sentido de lo expuesto, en puntos y aparte; y muchos de los paréntesis que aparecían originalmente como aclaraciones o exégesis se han resuelto como notas a pie de página para facilitar el tránsito lector.

También percibirá ese lector de la primera versión que se ha establecido un criterio más uniforme a la hora de fijar las comillas, ya sean estas simples, ya españolas o inglesas, para informar sobre significados, reproducir ejemplos o citas literales o destacar voces; y que se ha limitado el uso de las cursivas para no desvirtuar la función que deben representar.

Hay contenidos que se repiten en algunas entradas. Es normal esta repetición en el medio original donde vieron la luz, pues entre dos expresiones podía haber una distancia temporal de muchas semanas, meses o años, y era más complicada que se diera en los lectores la percepción de información ya suministrada. La inclinación natural ante un contenido repetido es a suprimirlo en algún dicho, pero esta decisión, repito, con toda su lógica a cuestas, no se llevó a cabo porque se pensó en cómo debía abordarse la lectura de este libro: con libertad absoluta para que el viaje por las páginas obedezca al deseo de conocer tal o cual expresión puntual. No es este un relato con principio, nudo y desenlace, sino una obra puntual que, como tal, está llamada a consultarse tantas veces como se quiera y se pueda. Por tanto, no tiene sentido suprimir una información repetida cuando se pueden dar las mismas circunstancias que en la versión periodística. Lo que fue pertinente en su momento no es inoportuno ahora[19]


[1] Preliminar compuesto para la edición que realicé de Dichos y modismos de Canarias de Luis Rivero. Mercurio Editorial. Págs. 7-23. ISBN: 978-84-17890-18-6; Depósito Legal: GC 406-2019.

[2] Coseriu, Eugenio [1981]: Principios de semántica estructural. Madrid : Gredos. 2ª edición.

[3] «El refrán posee un carácter eminentemente connotativo y, por lo tanto, frente a la palabra como unidad referencial, adquiere una gran importancia no lo que se dice, sino cómo se dice y la suma de ambos factores es lo que da al refrán, a veces, ese carácter polivalente y ambiguo» [Barsanti, 200]. Extrapólese el vocablo “refrán” a otros términos asociados con esos «trozos de discurso ya hecho y que se pueden emplear de nuevo» [Coseriu, 113] que la propia Barsanti enumera cuando apunta hacia las dificultades que existen a la hora de establecer distinciones entre sus significados: «[…] dichos, modismos, refranes, locuciones, frases hechas, sentencias, aforismos, tópicos, adagios, apotegmas, máximas son algunas de las palabras traídas y llevadas en los diccionarios y en la conversación ordinaria, sin fijar a cada una un contenido preciso, que tampoco los estudiosos han puesto mucho interés en deslindar, tal vez por la inasible condición de la materia a que se refieren. Las expresiones a las que atañen estos términos componen un vasto repertorio inclasificable no sólo desde el punto de vista formal, sino también desde el semántico» [198]. (Vid. Barsanti, María Jesús [2006]: “Problemática en torno al refrán y otras categorías paremiales: definición y delimitación” en Diccionarios y Fraseología, edición de Margarita Alonso Ramos. Anexos de Revista de Lexicografía, 3. La Coruña : Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Coruña. Páginas 197-205).

[4] «La iniciativa [aquella que dará pie a la expresión fija] puede surgir en cualquier latitud, pero el ambiente favorable para su arraigo, vitalidad y propagación no se da en todos los pueblos ni siquiera de manera uniforme en los varios sectores de una comunidad lingüística» [Casares, 219]. (Vid. Casares, Julio [1992]: Introducción a la lexicografía moderna. Madrid : CSIC. 3ª edición).

[5] ‘Inflexión de la voz y modo particular de decir algo, según la intención o el estado de ánimo de quien habla’ [DRAE]. Conviene fijar bien el significado del término para desligarlo por completo (aunque forme parte de un campo semántico similar) de la palabra “ritmo”, un vocablo muy vinculado, por otro lado, con los recursos inherentes a la función poética de la lengua oral [Anscombre, 188]. (Vid. Anscombre, Jean Claude [2006]: “Refranes, vulgatas y folclore” en Diccionarios y Fraseología, edición de Margarita Alonso Ramos. Anexos de Revista de Lexicografía, 3. La Coruña : Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Coruña. Páginas 177-195).

[6] «Aunque alguien fue el primero que formó la expresión, era tan conforme al modo de sentir y pensar de todos, que todos la aceptaron y aun probablemente la fueron reformando poco a poco, hasta el punto de que el autor quedó anónimo, siéndolo ya de hecho el pueblo que se la apropió y aun la mejoró» [Cejador, 9]. Para Casares, «son creaciones populares basadas en la fertilidad y viveza de las asociaciones imaginativas; creaciones populares, no porque las haya inventado el pueblo amorfo, sino porque éste poseía, en el momento oportuno, la receptividad psicológica conveniente para que prosperasen ciertos hallazgos individuales, como prospera un germen dado en su caldo de cultivo específico» [219]. (Vid. Cejador, Julio [1921]: introducción a su Fraseología o estilística castellana. Vol. 1. Madrid : Tip. de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Págs. 7-27).

[7] «La tradición oral conserva el mayor número; y en pueblos, villas y aldeas los oímos a cada instante. De la conversación familiar brotan como las chispas de la hoguera, y conservan muchos y valiosos datos para escribir algún día la historia interna del pueblo español; porque los elementos que los componen son el hecho histórico, el dicho agudo, el juego, la costumbre y la ceremonia religiosa» [Montoto, 8]. (Vid. Montoto, Luis [1888]: Un paquete de Cartas, de modismos, locuciones, frases hechas, frases proverbiales y frases familiares. Sevilla : El Orden. Págs. 5-9).

[8] «La economía del modismo es un régimen totalitario en el cual las palabras componentes no tienen más remedio que desteñirse de su individualidad para servir a los valores colectivos; o bien, si alguna de ellas tiene fuerza para tanto, levantarse con el santo y la limosna, y llevarse por sí sola toda la carga semántica de la frase» [Gili, 92]. (Vid. Gili, Samuel [1958]: “Agudeza, modismos y lugares comunes” en Homenaje a Gracián. Edición de Charles V. Aubrum. Zaragoza : Cátedra Gracián. Institución «Fernando el Católico». Págs. 89-97).

[9] «Son, en realidad, “textos” y fragmentos de textos que, en el fondo, constituyen documentos literarios: una forma de la “literatura” (en sentido amplio, es decir: también ideología, moral, etc.) englobada en la tradición lingüística y transmitida por la misma» [Coseriu, 115]. Cejador no duda en reconocer estos enunciados como una verdadera obra literaria popular [11, 19] apuntando: «No parece, sino que cada expresión de estas se deba a algún gran escritor que la inventó y puso exclusivamente en algún libro suyo; pero no es así: son expresiones de todos conocidas y usadas. Su autor es el pueblo castellano. Y semejantes frases cuéntanse por millares. El pueblo castellano que dio con ellas es un altísimo poeta. Todas las figuras retóricas se despilfarran en ellas a montones. La exageración sobre todo y la ironía y el más refinado humorismo pintan al vivo el carácter español» [25].

[10] Las frases hechas «no hay que acomodarlas gramaticalmente, sino que se emplean tal como están y se toman del acervo común del idioma» [Cejador 10]; o sea, que responden a los dos criterios que caracterizan estos elementos fraseológicos, como señala Mendoça: «fijación (son estructuras formales fijas) e idiomaticidad (están ligados con exclusividad a una lengua determinada)» [574]. No son, como señala Zuluaga [1975], «producidas en cada acto de habla, sino ‘reproducidas’, repetidas en bloque. El hablante las aprende y utiliza sin alterarlas ni descomponerlas en sus elementos constituyentes, las repite tal y como se dijeron originalmente» [1975]; por eso, como indica Coseriu, «estas unidades se interpretan solo en el plano de las oraciones y de los textos, independientemente de la “transparencia” de sus elementos constitutivos» [115; v. t. Trapero, 507 y Pinilla, 349]. Benot, sobre la autonomía significativa, al hilo del Diccionario de Modismos de Ramón Caballero y Rubio que prologa, identifica las piezas como «primores y rarezas de la lengua, constituyentes de combinaciones que nada tienen que ver con sus componentes, como la combinación del oxígeno y el hidrógeno, que son dos gases, no tiene nada que ver con la constitución de un líquido como el agua» [10]. La claridad y particular belleza de la comparación ha sido suficiente para no cuestionarme su inclusión como remate a una nota como esta que acabas de leer.

Vid. Mendoça, Lucielena [1998]: “La traducción de los modismos en la enseñanza del español como lengua extranjera” en El español como lengua extranjera: del pasado al futuro. Actas del VIII Congreso Internacional de ASELE. Edición de Francisco Moreno, Kira Alonso y María Gil. Alcalá de Henares : Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá. Págs. 569-574; Zuluaga, Alberto [1975]: “La fijación fraseológica” en Thesaurus: Boletín del Instituto Caro y Cuervo. Tomo 30. N.º 2. Págs. 225-248; Trapero, Maximiano [1994]: “De paremiología canaria: un libro de «dichos» canarios” en Philologica Canariensia. Revista de la Facultad de Filología de la ULPGC. N.º 0. Págs. 497-510; Pinilla, Raquel [1998]: “El sentido literal de los modismos en la publicidad y su explotación en la clase de español como lengua extranjera (E/LE)” en Lengua y cultura en la enseñanza del español a extranjeros. Actas del VII Congreso de ASELE. Edición de Ángela Celis y José R. Heredia. Cuenca : Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Págs. 349-356; Benot, Eduardo [1899]: prólogo al Diccionario de Modismos (frases y metáforas) de Ramón Caballero. Madrid : Administración Librería de Antonio Romero. Págs. 5-10.

[11] «Son expresiones peculiares de un idioma, difíciles o imposibles de traducir literalmente a otras lenguas» [350] porque remite a un hecho cultural que debemos conocer [Mendoça, 574]; de ahí que se deba traducir «la idea, mas no la forma, ni siquiera los matices de la idea» [Cejador, 24] y que convenga una buena enseñanza de expresiones coloquiales, modismos y argots a los estudiantes de español como lengua extranjera [Pozo] y, añado, a los estudiantes de español como lengua nativa. Esta necesidad se satisface con libros como el de Luis Rivero, donde no solo se busca resolver la dificultad de comprensión de una estructura fija idiomática del castellano, sino que se enfoca la explicación desde los parámetros lingüísticos y culturales propios de una variedad del español, el canario. (Vid. Pozo, Mercedes [1999]: “Dime cómo hablas y te diré si te comprendo: de la importancia de la enseñanza de expresiones coloquiales, modismos, argot…” en Español como lengua extranjera: enfoque comunicativo y gramática. Actas del IX Congreso Internacional de ASELE. Ed. de Tomás Jiménez, Carmen Losada y José Márquez. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Comp. Págs. 699-706).

[12] Esta es la premisa verdadera que Trapero atribuye a Ángel Sánchez sobre su Dichos canarios comentados: que «la lengua de un pueblo manifiesta la forma de ser de ese pueblo» [501]. (Vid. Sánchez, Ángel [1991]: Dichos canarios comentados. Las Palmas de Gran Canaria : Heca ediciones).

[13] Véase la nota a pie donde se apunta a las dificultades para fijar una definición clara de qué es qué y qué diferencia una voz de otra, y zánjese la cuestión con estas magníficas palabras del profesor Trapero: «Carácter inabarcable que los dichos tienen, que cuando aprietas por un lado se afloja por el otro, y cuando los quieres cinchar a todos, todos se quieren soltar y continuar siendo libres, dispuestos a dar remedio a cualquier situación» [504].

[14] Lograron que mi conocimiento del asunto fuera más allá de ese instintivo y pobre «un “dicho” es ‘lo ya expuesto que se repite’ y un “modismo” es un ‘modo de hablar’» con el que mi insolvencia intelectual resolvería al tuntún las dos definiciones.

[15] Muchas de las expresiones conducen a la discusión sobre la forma que presenta, es el ejemplo de «calladito a la boca», que, por lo que leo en la obra de Rivero, he debido decir siempre mal porque, quizás, mi enunciado no tenga nada que ver con el sentido de la frase hecha: «No protestes más, fulano; así que, ya sabes, calladita la boca», digo yo. Otro debate sobre el giro: ¿Es “a la boca” o “la boca”, simplemente?

[16] Vid. Buitrago, Alberto [2012]: Diccionario de dichos y frases hechas. Madrid : Espasa.

[17] Vid. Sánchez, Ángel [2015]: prólogo al Vocabulario satírico de español urgente de Luis Rivero. Santa Cruz de Tenerife : Ediciones Idea. Págs. 11-18.

[18] «Lo que tiene que hacer el escritor canario, si quiere hacer buena literatura, literatura verosímil, es ser fiel a su voz, escribir de aquello que conoce y de la forma que mejor sabe, con las palabras de su pasión, de su tierra, de su amistad, de su familia» [Morera, 99]. (Vid. Morera, Marcial [2006]: En defensa del habla canaria. Las Palmas de Gran Canaria : Anroart Ediciones).

[19] Bibliografía:

Anscombre, Jean Claude [2006]: «Refranes, vulgatas y folclore» en Diccionarios y Fraseología, edición de Margarita Alonso Ramos. Anexos de Revista de Lexicografía, 3. La Coruña : Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Coruña. Páginas 177-195.

Barsanti, María Jesús [2006]: «Problemática en torno al refrán y otras categorías paremiales: definición y delimitación» en Diccionarios y Fraseología, edición de Margarita Alonso Ramos. Anexos de Revista de Lexicografía, 3. La Coruña : Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Coruña. Páginas 197-205.

Benot, Eduardo [1899]: prólogo al Diccionario de Modismos (frases y metáforas) de Ramón Caballero. Madrid : Administracion Libreria de Antonio Romero. Págs. 5-10.

Buitrago, Alberto [2012]: Diccionario de dichos y frases hechas. Madrid : Espasa.

Casares, Julio [1992]: Introducción a la lexicografía moderna. Madrid : CSIC. 3ª edición.

Cejador, Julio [1921]: introducción a su Fraseología o estilística castellana. Vol. 1. Madrid : Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Págs. 7-27.

Coseriu, Eugenio [1981]: Principios de semántica estructural. Madrid : Gredos. 2ª edición.

García-Page, Mario [1990]: «Sobre implicaciones lingÜísticas. Solidaridad léxica y expresión fija» en Estudios humanísticos. Filología. N.º12. León : Universidad de León. Págs. 215-228.

Gili, Samuel [1958]: «Agudeza, modismos y lugares comunes» en Homenaje a Gracián, edición de Charles V. Aubrum. Zaragoza : Cátedra Gracián. Institución «Fernando el Católico». Págs. 89-97.

Mendoça de Lima, Lucielena [1998]: «La traducción de los modismos en la enseñanza del español como lengua extranjera» en El español como lengua extranjera: del pasado al futuro. Actas del VIII Congreso Internacional de ASELE. Edición de Francisco Moreno, Kira Alonso y María Gil. Alcalá de Henares : Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá. Págs. 569-574.

Montoto, Luis [1888]: Un paquete de Cartas , de modismos, locuciones, frases hechas, frases proverbiales y frases familiares. Sevilla : El Orden. Págs. 5-9.

Morera, Marcial [2006]: En defensa del habla canaria. Las Palmas de Gran Canaria : Anroart Ediciones.

Pinilla, Raquel [1998]: «El sentido literal de los modismos en la publicidad y su explotación en la clase de español como lengua extranjera (E/LE)» en Lengua y cultura en la enseñanza del español a extranjeros. Actas del VII Congreso de ASELE. Edición de Ángela Celis y José Ramón Heredia. Cuenca : Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Págs. 349-356.

Pozo, Mercedes [1999]: «Dime cómo hablas y te diré si te comprendo: de la importancia de la enseñanza de expresiones coloquiales, modismos, argot…» en Español como lengua extranjera: enfoque comunicativo y gramática. Actas del IX Congreso Internacional de ASELE. Edición de Tomás Jiménez, M. Carmen Losada y José F. Márquez. Santiago de Compostela : Universidad de Santiago de Compostela. Págs. 699-706.

Sánchez, Ángel [1991]: Dichos canarios comentados. Las Palmas de Gran Canaria : Heca ediciones.

Sánchez, Ángel [2015]: prólogo al Vocabulario satírico de español urgente de Luis Rivero. Santa Cruz de Tenerife : Ediciones Idea. Págs. 11-18.

Trapero, Maximiano [1994]: «De paremiología canaria: un libro de <<dichos>> canarios» en Philologica Canariensia. Revista de la Facultad de Filología de la ULPGC. N.º 0. Págs. 497-510.

Zuluaga, Alberto [1975]: «La fijación fraseológica» en Thesaurus: Boletín del Instituto Caro y Cuervo. Tomo 30. N.º 2. Págs. 225-248.

«De mi alma, luces» de Benita López Peñate

[1] Mucho tiempo, quizás demasiado, ha transcurrido desde la última vez que la Biblioteca Canaria de Lecturas (BCL) abrió sus páginas a un nuevo título. A diferencia de lo que venía siendo habitual, no supuso el último número la incorporación de un nuevo autor a la colección, pues ya Julio Pérez Tejera, autor del séptimo número, Amorosa presencia (2015), había sido quien inauguró la serie en 2014 con Caleidoscopio. Tras él, vinieron a honrarnos también: Ángel Hernández Sánchez (Placeres textuales, 2013), Juan Quintana Rodríguez (La casa de Padreabuelo, 2013), Faneque Hernández (Romancero sureño, 2013), Nacho Cabrera Guedes (Ciudadano Yago, 2014) y, como sexto tomo, el título que firmaron Maribel Lacave y Constantino Contreras (Insulares, cuentos al alimón, 2014).

En 2015, llegó el silencio a la BCL. ¿No hubo autores a los que publicar? Es obvio suponer que sí: sí los había entonces como sí los hay ahora y como, sin duda alguna, los habrá mañana. Es más, no faltaron quienes estuvieron en órbitas muy próximas para entrar en el extraordinario cupo de creadores y obras que iluminan la iniciativa editorial; pero por vaya uno a saber qué razones, ahora remotas en mi recuerdo, sus palabras no atracaron nunca en nuestro puerto.

¿Fue porque no hubo medios ni perspectivas para seguir con la colección? No, los hubo, nunca ha dejado de haberlos. El respaldo de un sello editorial tan relevante como Mercurio Editorial permite que el producto literario se difunda y, con ello, se consolide la magnífica proyección de la empresa cultural que nos ocupa. En este punto, conviene agradecer una y mil veces la generosa, enriquecedora y admirable ayuda que Jorge A. Liria siempre ha ofrecido a la BCL para que fuera posible.

¿Que qué pasó entonces? Sinceramente, no sé muy bien qué fue; no sé cómo nos silenciamos ni cómo, de repente, cuando me quise dar cuenta, había pasado tanto tiempo desde la última vez. No sé…

Repito, no sé…

…pero sí sé que, tras leer el material poético de Benita López Peñate, que llegó a mis manos gracias a un sutil y eficaz «mira esto, te gustará» de mi siempre apreciado Jorge Liria, seguido de un rictus de complicidad, supe que el octavo título de la biblioteca había nacido. No hubo la menor duda al respecto, no anidó en mi ánimo titubeo alguno; supe que aquella trilogía de piezas entregada en tres archivos informáticos (Suerte de arena, Tocar el viento y Pasión de espigas) debía ver la luz en la BCL, que era hora de salir del letargo porque el azar me había situado en el punto donde la autora y un servidor podíamos confluir en una ruta común que estaba dirigida por la asunción de una percepción dual: este libro cierra algo; y este libro, además, abre algo.

Las siguientes páginas no pueden ser sino la crónica veraz de una escritura, la de este preliminar, que nace tras el primer viaje lector y que adquiere la forma que ves a través de un trayecto, preludiado con el citado «mira esto, te gustará», que va del «sí, Jorge, lo haré» al mucho tiempo, quizás demasiado, ha transcurrido desde la última vez… con el que comienzo esto que, espero, te sea leve y complaciente. La razón fundamental de esta necesidad es la de dejar constancia de un camino vivificante como es el que, desde la sombra, nos lleva a la luz, y de aquí al éxtasis. Es este periplo de la nada al todo el que he transitado a través de las composiciones de nuestra autora en esta edición: sus palabras son, pues, la vía; su universo, el de estas páginas, en perfecta simbiosis, el nuestro.

Para la historia ha de quedar que al poco de aceptar el grato reto, contacté con nuestra autora para hablarle de la BCL y compartir con ella mis intenciones. Del primer intercambio epistolar que mantuvimos, conservo dos detalles que no puedo dejar de compartir contigo: por un lado, la sujeción emocional, espiritual y física a ese sureste grancanario que nos vincula y que ha estado, además, muy presente en la edición que he preparado porque se vio acompañada por los siempre cercanos versos del Romancero sureño de Faneque Hernández, magnífica pieza literaria que habita en nuestra colección.

Por otro lado, cuatro anotaciones que me hizo llegar nuestra autora y que he decidido no parafrasear, pues no tiene sentido alguno que interprete aquello que en estilo directo se entiende a la perfección y que sirve para informar sucintamente y sin propósito exegético del contenido que abrazan estas páginas:

Apunte 1. «Mi idea es cerrar esta etapa de mi escritura […]»

Apunte 2. «Suerte de arena es un pequeño poemario recopilatorio de poemas nuevos hasta el 2017».

Apunte 3. Sobre los textos narrativos de Tocar el viento, «son textos a los que tengo mucho cariño, no te imaginas cuánto, y que tengo miedo a perderlos si no los publico. Solo tres de ellos han sido publicados en libros colectivos de un taller, pero son libros autopublicados por un grupo de personas y no está en las librerías […] En su mayoría, los tengo escritos desde el año 2012 y 2013».

Apunte 4. «Pasión de espigas es un poemario que contiene poemas ya publicados por Beginbook en el libro Celosía y poemas inéditos»; «[…] es una selección que hizo Roberto Manzano y su mujer, Reyna Esperanza».

La mención a los célebres poetas cubanos me permitió abrir una nueva vía informativa: ¿Cómo habían llegado su órbita? Las razones circunstanciales (VI Encuentro de Poetas en Cuba “La Isla en Versos”, 2017, mayo, Holguin, Cuba) dieron paso a otras de índole poética e intelectual [«fue un antes y un después para mi escritura»], ejerciendo ambos una influencia afectuosa en nuestra autora de la que ella tiene a bien compartir con cuantos nos hemos acercado a su universo lírico.

El propio Manzano, en el prólogo de este proyecto editorial, nos presenta a la autora con una precisión imposible de ser emulada: «Benita López posee una envidiable soberanía interior, y su ministerio poético nos enseña en qué consiste la verdadera redención». Y más nos dice el gran vate sobre la poética de nuestra creadora:

«Todo el tiempo habla de sí misma, de sus amores, de sus angustias, de sus pulsaciones íntimas, y todo el tiempo se encuentra hablando del agua, de la tierra, del camino, de la montaña, de la piedra, de la flor, del cielo, de una Gran Canaria que ha incorporado a su arca de oro una nueva dibujante fiel y profunda de su plutónica y estelar sustancia».

Estas certeras palabras fueron decisivas para el gran objetivo que persigo con esta crónica que me honra componer para ti, pues habla de una gran poeta y de un gran poemario como es el que nos convoca en esta octava entrega de la Biblioteca Canaria de Lecturas: ofrecerte el humilde, nada dogmático y sumamente divulgativo (confío en que pedagógico, también) trazado de algunas observaciones sobre la expresión literaria de López Peñate con el fin de consolidar en tu condición lectora y curiosa la idea de su valía y, con ella, la necesidad de conocer las piezas líricas que enjoyan estas páginas y sobre las que algo compartiré contigo a continuación. Ya lo expuse antes, te lo recuerdo ahora: de la sombra a la luz, de la luz al éxtasis.

Comencemos por una pregunta importante cuya respuesta, quizás, no exista o no sea posible sintetizar como verdad universal, pero que conviene indagar en ella porque nos permite situarnos ante el acto mágico de la decodificación, el proceso que transforma en entendimiento lo oculto en la maraña de un sistema equis. Esta es la pregunta: ¿Cómo se lee poesía? Siguiendo el DRAE, reformulo la cuestión: ¿Cómo se entiende o interpreta una manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa? Miles de críticos, docentes o no, ofrecerán miles de respuestas diferentes [si me he pasado, lo dejamos en cientos, ¿vale?], lo que, visto con la debida perspectiva, nos permite confluir con la única que puede ser considerada válida: ‘De todas las maneras que un lector pueda y quiera’.

No leo a Benita López igual que a Josefina de la Torre; tampoco a la autora de “Romance del buen guiar” del mismo modo que a Alicia Llarena; ni a la compositora de “Releyendo a Garcilaso, años después” como Tina Suárez, a pesar de su concurrencia temporal; ni… No leo al nombrado Garcilaso como leo a Pedro Salinas, Saulo Torón o Eugenio Padorno, ni al propio toledano como lo hago con autores que, de alguna manera, compartieron con él estilo, época y poéticas como Juan Boscán y Diego Hurtado de Mendoza. Para todos tengo una lectura; un procedimiento que se sitúa necesariamente al margen de la probable sensación de parecidos con la que se reconozca su naturaleza. Toda semejanza es, como mínimo, binaria, por muy exactos que puedan llegar a parecernos los objetos de la comparación.

Así, pues, con la convicción de que mi lectura de López Peñate había de ser diferente a las muchas llevadas a cabo de otros autores, la pregunta que sigue es, cuanto menos, inevitable: ¿Cómo he leído a López Peñate? Respondo de la única manera que tengo para dar cuenta de la experiencia: deslizando la mirada sobre las palabras y dejando que los chasquidos de cada imagen, como teclas de piano, tocasen en mi conciencia literaria. Percibí en este fluir de sus voces una fortaleza interna que se me antoja determinante para dar con el sentido que rige su propósito escritor.

En el primer paseo por su poesía, me detuve en una anotación que, avanzada mi lectura, redacté como posibilidad y que, concluida ésta, atendí como evidencia, dice así: cada término ha sido esculpido desde el pozo más profundo de su alma, donde se halla el verbo emotivo, aquel del que brotan manos en cada grafema, manos que sujetan, que acarician, que reconfortan y, de su inevitable condición vital, manos que aprenden a soltar, a despedir, a decir “hasta siempre”, que es lo que se dice cuando no existen adioses definitivos, sino pactos con el tiempo y la memoria.

Fue así como descubrí que cada verso en nuestra autora debía leerse como si fuera en sí mismo un poema; de ahí la expresión antes utilizada: «chasquidos de cada imagen». Deslizo mi mirada y veo instantáneas, reflejos transitorios, fotogramas que encierran estados simbólicos y que, entre metáforas, cubren pensamientos y sensaciones trascendentes; imágenes excepcionales que renuncian, porque no puede ser de otro modo, a las posibilidades de la complejidad sintáctica en su función combinatoria. La suyas, oraciones cortas; tan cortas y, en ocasiones, tan sutiles que, para que los términos no se caigan de su verso y se amontonen al pie de la página, se sujetan con imperceptibles hilvanes. Pero no lleguemos a concluir que estas fugaces expresiones están, por seguir el símil costurero, deshilachadas de lo que es el poemario como unidad conceptual, pues no puedo dejar de sentir que, hablando de tantas maneras distintas, no deja de hablar, en cierta medida, de lo mismo.

Mas, ¿de qué hablan esas instantáneas, esos reflejos fugaces, los fotogramas de sus estados, las…? De ella, como dice Manzano [«Todo el tiempo habla de sí misma», nos dice el cubano], lo que es muy cierto, tan cierto como, bien mirado, ineludible, pues a un poeta, en el fondo, qué otra cosa le vamos a pedir que no sea la de narrarse líricamente a sí mismo. ¿De qué otro tema con mayor exactitud se puede hablar que no sea de uno mismo? ¿De qué otras escrituras deben dar cuenta los creadores como Roberto o Benita que no sean las que emanen de su existencia, de sus miradas internas y sus laberintos indescifrables, de su lucha por lograr el verbo que sujete la realidad como la fotografía agarra la luz que reproducirá?

Sí, ella habla de sí…

«No sé sentir a medias: / incluso cuando muera, / el roce de la tierra erizará mis pechos».

«Me muevo / igual a un pájaro. / Mis párpados son las alas».

«Las raíces no hacen alarde / de los árboles que son. / Conservan su intimidad. / Ocultas reciben al agua y al sol, / que tampoco hacen alarde de nada: / se limitan a ser lo que son / en la superficie de las cosas. / Yo también resguardo mi intimidad: / la soledad que me permite ser / lo que ven en mis ramas».

…pero su “sí misma”, entrelazado en las púas y flores amarillas de la palabra “sur”, viene condicionado por un estado vital donde la poesía, esa entidad sublime de la palabra y el sentimiento, se entremezcla con el mismo oxígeno que respira. Ella es poesía en estado puro y la suya, con la debida proyección, también podría llegar a plantearse como una suerte de poesía pura: verso corto y cortas estrofas, predominio de sustantivos, ausencia de elementos narrativos, percepción del poema como una totalidad simbólica que nace y muere dentro de sus límites estróficos y, de alguna manera, liberación de toda dependencia del tiempo y el espacio en la búsqueda de la esencialidad.

Esto último me interesa mucho porque es la conclusión a varias incursiones que he realizado en el poemario y donde he ido evolucionando en esta interpretación a medida que progresaban mis relecturas. Veo la intemporalidad cuando observo que el pasado

«Río sin agua sigue siendo río, / pues conserva su lecho: / tramos secos, húmedos, / y luminosos a medida que el sol / de tus manos avanza».

presente…

«Sol, despierta, me estoy durmiendo».

y futuro…

«Descanso de mis huellas. / Las recojo y guardo en la mochila: / mañana las calzaré de nuevo».

…se funden en una expresión cohesionada que me gustó nominalizar en mis apuntes como una suerte de fui-soy-seré-soy-fui porque quería dar noción de existencia a ese constante ir y venir en el tiempo que no te sitúa en ningún momento porque te permite estar en todos a la vez: «Qué bueno es olvidar para ver también lo por venir», nos dice; «Soy parte de algo en creación que se seguirá construyendo mañana», nos regala. En sus palabras:

«El tiempo es un relato escrito con las vivencias que le vamos dando. Pero también se podría afirmar que el tiempo es un dictado: ¿qué viene antes, el tiempo o la vida?»

Y percibo la ausencia de un espacio tangible, esa cualidad de lo “inespacial”, otro vocablo surgido con el mismo afán que el anterior, porque su asidero a esta Canarias que nos une y a la que no podemos renunciar [«Es importante donde se nace: es para siempre», apunta] se transforma desde su emoción en un espacio singular en su visión y, a la vez, universal en sus impresiones: una parte dentro de un todo, una parte que contribuye con el todo: «El océano es mío: soy su isla», nos dice en “Deseos”; y alrededor de esta tierra y de esta agua, el aire: «Todo lo que sobresale de la superficie se mueve con el viento. […] Todo lo que tiene vida se mueve con el viento».

El espacio, que condiciona la escritura poética en forma de vocablos esenciales, se conforma a través de una naturaleza que refleja lo que contemplan sus ojos y lo que su alma poética, al mismo tiempo, proyecta: «La casa de mis poemas: nido donde leer los versos de cada hierba, de cada espiga», recita. Su aulaga,[2] que para ella simboliza alegría, belleza, sencillez, fortaleza y salud, es una imagen poliédrica de múltiples sentidos donde cualquiera puede verse representado, sea de la condición que sea, venga del lugar y el tiempo que sea.

En esos vocablos esenciales donde cimenta su poética de la intemporalidad y la “inespacialidad”, pululan términos propios del paisaje tangible que se erigen como símbolos de su paisaje lírico. Un análisis de la frecuencia de aparición de determinadas palabras nos permite vislumbrar en torno a qué campos semánticos gira la expresión poética de nuestra autora. El estudio de las concordancias se torna indispensable para poder establecer los vínculos entre la formulación lingüística de la poesía y la cosmovisión que anida en la voluntad creativa. En el caso de Benita López, el análisis de sus términos me conduce a una relación de sustantivos que merecen toda clase de atenciones porque son clave para entender ese hablar de sí que se torna, no me cansaré de insistir en ello, en un hablar de nosotros. Al margen de la presencia incuestionable de preposiciones y conjunciones, y de determinantes (necesarios porque abundan los sustantivos), en el ranking de los que están más presentes en su poemario hay que situar los siguientes:

  1. Agua. Aparece 111 veces. La preposición “con” lo hace 112 veces y un determinante como “mi”, la voz que sigue en frecuencia, 105 veces. Fíjate en que tanto la preposición como el determinante representan vocablos de uso muy habitual en cualquier discurso en lengua española.
  2. Sol. Aparece 91 veces. La preposición “por”, verbigracia, lo hace 92 veces; y “para”, por su parte, solo 88 veces.
  3. Árbol y la forma plural “árboles” aparecen 80 veces.
  4. Tierra, 67 veces; la palabra “más” se repite 70 veces y los pronombres personales “ella” y “él”, 61 y 66 veces, respectivamente.
  5. Luz, 56 veces. Sigue a “sin” (57 veces) y va antes de “son” (54 veces).
  6. Ojos, 53 veces.
  7. Mar, 45 veces. Le sigue la palabra “tiene”, con 44 apariciones.
  8. Noche, 42 veces; le antecede “si” (43 veces) y le precede “como” (42 veces).
  9. Cielo, 37 veces aparece en las páginas de nuestra autora; antes está “siempre” (39 veces) y después “solo” (35 veces).
  10. Día, 34 veces; le precede “donde” (35 veces).
  11. Camino, 31 veces.
  12. Casa, 31 veces; le sigue “qué” (30 veces).

Quiero destacar el hecho de que muchos sustantivos lleguen a aparecer más veces que determinadas palabras que, por su función gramatical, están llamadas a estar presentes en los discursos formulados en nuestro idioma.

Estos resultados sobre las concordancias léxicas nos lleva a destacar la fortaleza significativa que, en De mi alma, luces, atesoran términos como: agua, sol, árbol, tierra, luz, ojos, mar, noche, cielo, día, camino y casa, que edifican, con sus formas y sus sentidos denotativos y connotativos, estructuras de pensamiento lírico superiores: las que, desde la formulación de ese yo que habla sobre sí para ayudarte a hablar sobre ti, representan:

superación…

«Nunca haré al sol / compadecerse de mí. / Empecinarme en lágrimas / desperdiciaría / mucha de la luz que me da. / Me gusta mirarlo, / pero hoy me iré antes de que anochezca. / Envuelta en su calor / no tendré frío en casa»;

esperanza…

«El valle alivia el precipicio…»;

anhelos…

«¡Quiero un sol de tierra! / ¡Cansada estoy de tanto sol de cielo!»,

«Huellas en las piedras son las que quiero. / Las huellas en la arena se borran fácilmente»,

«Necesito la vitalidad del viento. Los caminos no se mueven, se mueven las ramas, los pies, pero la tierra permanece quieta. Todo lo que tiene deseos de vivir se levanta, los árboles siempre; pero a veces viene muy fuerte y tengo que aceptarlo, aceptar el ruido para que se convierta en canción»;

el binomio soledad-compañía…

«Extender mi mano donde haya amor. / Lugar posible, la otra almohada: / no hay nadie, pero estoy yo»,

«Al acostarme y traer a mí la sábana / siento que es el mar / quien viene desde mis pies / como si yo fuese / arena de una playa. / Lo mismo me sucede contigo: / el mar eres tú»,

«Guardas mi sonrisa y yo, la tuya. / Son tan bonitas cuando las dos se encuentran…»;

futilidad…

«La isla seca… / y su mesa sin agua, / y su mesa sin tierra. / Y sin embargo se lamenta / de un día de playa nublado»;

lo trascendente…

«Dentro y fuera del cementerio / pájaros y árboles se comportan igual. / No hacen preguntas»,

«El rosal se muestra impasible. / Elabora sus próximas rosas»,

«La muerte es / página ineludible: / imposible no leerla»,

«El camino de la vida es innato, como lo es al mar su lecho, ir y venir de una orilla a otra con todo lo que encuentra»;

la experiencia vital…

«Sería absurdo un corazón / desdiciéndose de sus propios latidos»,

«Elevo mis ojos al cielo, / mas la tierra me obliga: / regreso a mi origen de barro»;

«Es doloroso y largo el aprendizaje del agua. Solo cuando se haga río, será capaz de su propia música»,

«Las piedras despertaron partes dormidas de mis pies»,

«Hay que tener surcos para seguir adelante»,

«Alcanzo la cruz, / quito los clavos / y beso sus pies. / Cae sobre mí; / acaricio, / doy la mano / y comenzamos: / el camino es largo».

y, para no extenderme más, porque para mucho más hay, la mujer, que adquiere en sus palabras una dimensión singular que, reconozco, me ha fascinado:

«En la agenda de mis venas llevo numerosas mujeres escritas, impregnada de ellas corre mi sangre».

«No puede la vida olvidarse de la vida, de todo lo recorrido siglos atrás por otras mujeres para estar aquí. Si la vida pudiera desandarse para llegar, no solo a la fecha del nacimiento, al pecho lactante, al vientre del embrión, al instante del óvulo, del espermatozoide, sino más allá: más allá de todas las mujeres y de todos los hombres, ¿hasta dónde llegaría? En la sociedad aborigen de las islas se practicaba el derecho de pernada, ¿dónde aprendió Guanarteme? Es anterior a los primeros pobladores de las islas, vino de los continentes; pero ¿dónde y cuándo lo aprendió el primer hombre? Viene de muy atrás».

Sí, escribe sobre ella, ella en el tiempo y el espacio, ella en las rutas de sus convicciones en forma de una naturaleza atravesada por un camino que acepta recorrer y sobre el que declara líricamente porque, como no he podido reprimir subrayar una y mil veces en mis borradores mientras leía sus composiciones, escribiendo sobre ella, escribe sobre nosotros; y leyéndola, nos leemos. ¿Cómo? Ya lo dije antes: de todas las maneras que podamos y queramos.

Este poemario, además, a pesar de su unicidad, no puede renunciar a ser múltiple, porque del mismo modo que no se leen iguales dos poetas, no se lee igual dos veces el mismo conjunto poético. Como ocurre con los textos sagrados, como te ocurrirá con este De mi alma, luces cuando dejes atrás estas fatigosas palabras que con mucho cariño he compuesto para ti, la poesía, la auténtica, la que merece ser conocida y difundida, interiorizada y vivida, tiene el don de amoldarse al estado anímico de quien se acerca a ella, poseerlo, envolverlo, situarse en los recovecos donde se hallaba el vacío para cubrirlos con la palabra interpretada bajo el prisma de una simbología que une, en un infinito e imperecedero abrazo, como en el caso que nos ocupa, a la poeta con el lector.

Esta es la crónica veraz de una escritura, como te dije, a la que he dado vida con el único propósito de ofrecerte, mientras expreso mi sincera y abrumadora admiración por Benita López Peñate, una manera excepcional de conocerte a ti mismo. Tiempo es ya de no abusar más de tu confianza. Traspasa los límites de esta página y mírate en el espejo donde habita este De mi alma, luces que te pertenece. Concluyo, pues, «la última página y la cierro como se cierra el océano cuando llega a la orilla».


[1] Preliminar compuesto para la edición que realicé del poemario De mi alma, luces de Benita López Peñate, tomo 8 de la Biblioteca Canaria de Lecturas. Mercurio Editorial. Págs. VII-XIX. 5-13. ISBN: 978-84-17890-21-6.

[2] Voz que la autora siempre escribe con hache: “ahulaga”.