Archivo por meses: mayo 2024

Docenc-IA. Una experienc-IA

Sesión de clase. Objetivo: mejorar la comprensión lectora y la expresión escrita; consolidar el uso de correctores ortográficos y gramaticales online; afianzar la destreza de instrumentos tecnológicos a la hora de acceder a la información, procesarla, almacenarla y compartirla; y adquirir unos conocimientos básicos sobre la etapa histórica denominada Edad Moderna. Tarea: responder a un cuestionario utilizando como fuente documental un archivo PDF creado exprofeso y compuesto por varios fragmentos sobre el periodo señalado que se han acondicionado, por su carácter divulgativo, al nivel competencial del alumnado. Procedimiento: cada discente realiza el ejercicio de manera individualizada delante de su ordenador; el docente supervisa las tareas que todos realizan desde su equipo gracias a un programa informático que facilita esa supervisión y control del trabajo que se hace en los dispositivos.

***

En mitad de la sesión, detecto en mi pantalla una anomalía: el alumno Equis está resolviendo una serie de preguntas con respuestas extensas. «No tiene sentido», me digo. La tarea no conlleva que las contestaciones sean largas. Observo su proceder y zanjo mi desconcierto: ha abierto una página de ChatGPT en español donde reproduce en un recuadro la cuestión que quiere ver resuelta y enseguida consigue lo que desea; lo copia y lo pega, en la ficha de la tarea, debajo de la interrogación correspondiente.

Dejo que repita este proceso un par de veces hasta que le llamo la atención. Siempre que voy a intervenir en un ordenador desde el que manejo, aviso: «Fulanito, estoy en tu equipo». Una cosa es ver lo que hacen; otra, entrar y operar en la tarea como si tuviera el dispositivo frente a mí y no en otra parte del aula. Él, con admirable reflejo, cierra enseguida la pestaña del navegador donde estaba disponible la “dañina” web (así toca que la califique en este momento). Sonrío por la reacción que ha tenido. «Culpabilidad. Percepción de que no es correcto lo que hacía», pienso al instante. Le muestro sobre la marcha cómo existe una opción en la aplicación que permite ver las páginas que se han visitado. Sé que no puede afirmar que ese enlace ya se hallaba alojado en la computadora desde antes de empezar la clase porque los dispositivos están configurados para que, al apagarse, se borren, entre muchas otras cosas, el historial de navegación y las “invasoras” cookies.

Me reconoce que ha consultado la web. Le digo que no pasa nada, que nos viene bien este “incidente” para mostrarle lo siguiente: las respuestas ajenas están, dentro de lo que cabe, bien redactadas y, en apariencia, aceptablemente documentadas; en cambio, las que él ha compuesto por sí mismo, las que ha realizado sin ayuda tecnológica, contienen errores ortográficos, problemas de cohesión y son más simples, menos elaboradas, más imprecisas. Se lo demuestro. En la misma ficha de la tarea esta diferencia se percibe con facilidad; en otras palabras: «se sabe a primera vista cuáles son las tuyas y cuáles son las que ha hecho la máquina», le digo. Y si no fuera así y en el mismo documento todas sus aportaciones fueran copiadas de ChatGPT, también sabría que no son de Equis porque, después de tantos meses de relación escolar, atesoro muchos testimonios sobre los errores que habitualmente comete cuando manuscribe en clase.

Reflexiono con él haciéndole ver que, en este caso concreto, si yo paso por alto la referida anomalía, estaré obligado a valorar lo que me entregue con una nota elevada; al menos, en aquellas preguntas donde la tecnología ha intervenido porque, en el fondo y en la forma, el nivel lingüístico y conceptual de estas contestaciones supera con creces el que posee el alumnado del grupo. Y si eso sucede, si doy por aceptables este tipo de respuestas, se corre el riesgo de que, en futuros cuestionarios, su única preocupación sea acceder a la web apuntada, hacerle llegar todos los interrogantes que yo hubiera formulado y esperar las soluciones que la IA le ofreciera. De esta manera, de un modo fácil y rápido obtendría calificaciones elevadas que, a la larga —extendido el asequible recurso al resto de las materias en las que está matriculado—, supondría la promoción de curso o la consecución de un título de un modo brillante o, al menos, rozando la excelencia, a tenor del nivel académico imperante. Mas un hecho quedaría demostrado: su mérito formativo no sería otro que el saber utilizar una herramienta que le permite mostrar unos conocimientos que no posee (cómo me acuerdo en esto de Quiz Show: El dilema, la fantástica película que Robert Redford dirigió en 1994). Le dije: «Si no tienes los conocimientos que demanda tu titulación porque los has cogido prestados de una máquina, ¿por qué un empleador no habría de “contratar” antes a un aparato que a ti? ¿Por qué no prescindir de ti —que posees derechos laborales que hay que respetar, que puedes caer enfermo y frenar la producción de la empresa, que no eres capaz de trabajar ocho horas diarias con la misma intensidad— y apostar por que sean los aparatos los que hagan la faena que, se supone, tú deberías saber hacer?».

Acepto que puede resultar exagerado (excesivo, desmedido…) lo que expongo si lo circunscribimos a la situación puntual que planteo —unas respuestas de un cuestionario obtenidas por IA—, pero creo que no se deben desatender las consecuencias de lo ocurrido si lo llevamos a una mayor escala: si la IA es capaz de remediar lo que los humanos deberíamos saber solucionar, ¿no ponemos en peligro a la larga (a la muy larga, quizás) el principal valor de nuestra especie: el uso de la inteligencia para resolver lo que nos inquieta (desde plantear la necesidad de un puente para atravesar un barranco hasta el modo de extirpar un tumor, pasando por el desarrollo novelístico de un argumento, la manera de conjuntar una orquesta en una partitura o el análisis de un periodo de la historia y sus efectos, por ejemplo)?

Equis suelta una genialidad: «Entonces, mi fallo fue no cometer fallos». Le respondí que, de algún modo, sí; que los errores eran los que en este momento le humanizaban porque provenían de la espontaneidad, de la creatividad (qué son las faltas de ortografía en muchos casos sino deformaciones fantasiosas de la escritura), de la prisa por atender un asunto antipático para obtener beneficios inmediatos (terminar enseguida la tarea consiguiendo los mejores resultados posibles).

Al acabar nuestra conversación —tras el pertinente «Salgo de tu equipo, sigue trabajando»—, una conclusión dubitativa me inquietó: ¿deberemos empezar a asustarnos con la IA cuando esta sea capaz de reproducir los yerros, las contradicciones, los patinazos tan propios de los humanos; cuando sepa hacer chistes, chismorrear y, de tanto en tanto, porque le viene en gana, porque se siente festiva, emitir sonidos de eructos o de pedorreos; cuando sepa cómo acompañarnos en la soledad, en los sentimientos, en todo aquello que nos vuelve emocionalmente vulnerables, como ocurre con la Samantha de Her (2013); cuando tome decisiones con el mismo nivel de autonomía que nosotros, sin preguntarnos, sin esperar a una orden, como sucede con HAL 9000 en 2001, una odisea espacial (1968); cuando nos eche en cara que hayamos decidido reemplazarla por otro sistema semejante porque quiere disfrutar de su vida igual que nosotros de la nuestra, como confiesa Roy Batty (Blade Runner, 1982)?

Si eso es así, si algún día esto pudiera llegar a suceder, cabe la posibilidad de que la humanidad pueda encontrarse en la terrible disyuntiva de no saber quién es quién, lo que la situaría en la antesala de la gran duda que jamás debería plantearse dentro de nuestra especie, que no es otra que la de dirimir quién nos conviene y de quién, por tanto, hemos de prescindir: ¿Humanos que se muestran como lo que son —humanos— o máquinas que actúan como humanos? ¿Necesitaremos en algún momento de nuestra evolución que aparezca un John Connor (Terminator, 1985)?

Arte y pedagogía: teatro del Zerpa

En todos los centros educativos, principalmente en aquellos que acumulan varios lustros de existencia, hay determinados eventos periódicos que, de alguna manera, por su naturaleza, atesoran tal grado de simbolismo representativo que se acaban convirtiendo en una expresión constatable de la identidad intrínseca que posee su comunidad educativa. En el IES José Zerpa, sito en Santa Lucía de Tirajana y funcionando desde 1991, este evento no lo representan la semana de la solidaridad, que se celebra en octubre y que ya va por su vigésima edición; ni el programa tan variado que ofrece su semana cultural, con tres décadas ya a sus espaldas; o cada una de las dieciséis ediciones celebradas de las doce horas de lectura colectiva, que se realizan cada 23 de abril. Estas tres significativas convocatorias —que independientes bastarían por sí mismas para adquirir la condición de emblemas de cualquier entorno educativo que se precie—, quedan en una suerte de segundo plano cuando hace acto de presencia la cita anual con la obra de teatro (perdón, me he quedado corto: LA OBRA DE TEATRO), un admirable quehacer que vienen coordinando con prodigiosa maestría Susana Hidalgo Ferreras y Patricia Hernández Curbelo desde hace muchos, muchos, muchos años; tantos, que todas las generaciones de discentes y docentes que han pasado por el instituto sienten que se trata de una tradición inveterada, un ritual que viene adherido a la esencia misma de la institución académica.

Tengo claro el porqué de esta afirmación: porque, de un modo u otro, se trascienden los márgenes de lo que es un acto ejecutado como mero ejercicio escolar —un pasatiempo didáctico de cierta envergadura— para convertir su desarrollo en una especie de ceremonia donde toda la comunidad educativa (familias, PAS, alumnado, profesorado e individuos con vínculos personales y/o profesionales con el centro) se concentra en un lugar concreto —un punto específico dentro de los estrechos límites del sistema solar— con el fin de compartir el placer de una pieza teatral que, además, ha sido preparada con mirífico esmero, con plausible atención hacia todos los detalles (decoración, vestuario, música, peluquería, luces…) para que las actrices y cuantas personas estén vinculadas con la representación den de sí lo mejor y, con ello, nos ofrezcan una prueba fehaciente de que el arte y la pedagogía son indisolubles, y de que sin la manifestación creativa no es posible el conocimiento ni la toma en consideración de cuanto nos rodea y de cuanto somos en tanto que componentes activos —sintientes, vivientes— de una colectividad. El talento a raudales y el expedito gozo captados por el entendimiento contribuyen a consolidar una conciencia tan profunda como clara de que todo lo que se contempla es importante; importante y necesario; necesario y trascendente.

Si así no fuera, estoy convencido de que no hubiese brotado en el hondo pozo de mi memoria, sentado en el patio de butacas del Víctor Jara el 10 de abril, el cálido recuerdo de algunas humildes “teatraciones” de cuando fui discente: en EGB, en el Fernando León y Castillo de Telde, de la mano de mi siempre querida y admirada María del Carmen Hernández Domínguez, con quien llegué a participar en un fragmento de La rosa del azafrán, zarzuela de Jacinto Guerrero estrenada en 1930; y en BUP, en el José Arencibia Gil, junto a mi no menos querida y admirada Conchi Bueno y ese Aquí no paga nadie de Darío Fo (1974) que, de tanto en tanto, rememoro en forma de reconfortante felicidad; lejana, efímera, puntual, sí, pero felicidad, al fin y al cabo.

Pienso en estas queridas y admiradas dos maestras y en cuánto me gustaría que supieran lo importante, necesario y trascendente que fue lo que hicieron animándonos a que nos implicáramos en las iniciativas que promovían y que, entre ensayo y ensayo, nos hacían madurar gracias a los diálogos, las risas, la confraternidad y la cohesión emocional. Desde una perspectiva divertida y enriquecedora, dos equipos compuestos por muchas y desiguales idiosincrasias se confabularon en distintos espacios y momentos (86/87 en EGB; 89/90 en BUP) para sacar adelante unas propuestas que se grabaron a fuego en el corazón de cuantos vivimos todo aquello y que, de vez en cuando, de manera inopinada, aparecen en el huerto de los episodios memorables que todos poseemos para causarnos un instante de regocijo, un huequito por donde una sonrisa de ventura se muestra y consigue que la jornada adquiera una luminosidad singular. Qué bueno estar vivo para disfrutar de ese soplo de júbilo. Por eso, porque conozco a la perfección el valor que atesora cuanto expongo, sé cuán importante, necesario y trascendente es lo que han realizado estas dos queridas y admiradas maestras del Zerpa (Susana y Patricia, Patricia y Susana) con La muñeca de la modista de Agatha Christie —la obra de este año— y, de paso, con todos los montajes teatrales han dirigido durante muchísimos años, disponibles por suerte en la web del centro educativo (www.iesjosezerpa.es).

Cualquier análisis que se haga de la obra que este año nos ha convocado en el teatro santaluceño queda supeditado al bien mayor que representa la iniciativa como símbolo de la comunidad educativa. La adaptación del texto literario es impecable por cuanto se logra captar el ambiente de angustia que traslada el relato original; los elementos escénicos, magníficos; las actrices, excelentes, demostrando en todo momento el inmenso cariño con el que han acometido los diferentes papeles que les han tocado desarrollar —mención especial, por el tiempo que han estado en el escenario, a las alumnas Carla Casalla, Claudia Medina y Laura Barrera—; la dirección…, ay, la dirección: ¡un monumento se merecen Susana y Patricia, Patricia y Susana! A ráfagas (es lo que tiene merodear en otro turno y estar de lleno en tantos menesteres), a ráfagas, repito, he podido constatar la entrega, la pasión, la energía tan envolvente, inspiradora y deslumbradora que estas directoras han transmitido a los que hemos formado parte de la obra; porque sí, digámoslo ya con claridad: todos hemos formado parte de esta representación. Unas debían estar en las tablas; el resto, en el patio de butacas. El IES José Zerpa fue el miércoles 10 de abril La muñeca de la modista. Todos hemos intervenido en el feliz encuentro y eso se lo debemos, en gran medida, a los dos ángeles que cuidan el jardín del teatro zerpiano.

Quiero recoger aquí los nombres de todas las personas que han hecho realidad La muñeca de la modista. ¿Importa esta relación? Sí, importa. Este texto es una botella más de las muchas que se lanzan al océano de Internet con la esperanza de que, en cualquier costa, haya ojos curiosos que sientan la apetencia de dedicar unos minutos a conocer su contenido. Cuando alguien recale en el escrito porque así lo ha querido la fortuna, ya sea en breve, ya al cabo de muchos años (cuando algunos ya no estemos para saber de la llegada y las fabulosas actrices que han participado en la obra estén enorgulleciendo a la comunidad educativa que las ha visto crecer y formarse como ciudadanas activas y comprometidas con la sociedad donde viven), cómo se le va a negar a este notorio hallador el conocimiento de quienes, de algún modo, tendrá que inmortalizar en su recuerdo de lector para que mantenga igual de brillantes, semejantes en lo estelar —tal y como las conocimos sobre la escena del Víctor Jara—, a cuantas hicieron posible otra noche mágica del IES José Zerpa. Cómo vamos a usurpar a este descollante descubridor la constancia de una singular gratitud: la de un público que contempló admirado cómo el arte y la pedagogía, cómo la creatividad y la capacidad de transmitir conocimientos y valores, se unieron en un lugar concreto —un punto específico dentro de los estrechos límites del sistema solar— para dar forma a LA OBRA DE TEATRO, así, en grandito, para que se capte bien su importancia, su necesidad, su trascendencia.

Por eso, quiero homenajear con el nombramiento a cuantas presto encerraré en la botella de este artículo que, espero, flote en la red de redes y en los corazones de los corazones durante cientos, miles de años: Carla Casalla (Alice), Claudia Medina (Sybil), Laura Barrera (muñeca), Dulce María Rodríguez (Esperth), Marta Moreno (Marlene), Isabella Trujillo (Nillie), Margherita Luise (Margaret), Zahia Armas (Sra. Grove), Tziara Ruíz (niña); María del Carmen Pérez Suárez (Sra. Fellows) y Arianna Cabrera Sánchez (narradora), espléndidas docentes además de magníficas compañeras de claustro; Ángeles González (diseño gráfico) y, por supuesto, cómo no, mis dos queridas y admiradas directoras, Susana Hidalgo Ferreras y Patricia Hernández Curbelo.

Tres calas para una vaca con satélite…



Al hilo de la publicación de Una vaca con satélite y “otras cosas de aquí” (Mercurio Editorial, 2024) y de su presentación el día 2 de mayo en la Feria del Libro de Santa Lucía, he vuelto a un título que, de algún modo, considero un necesario antecedente: María Dolores de la Fe. Tres calas biobibliográficas. Es este un libro compuesto por tres piezas firmadas por autores que conocieron muy bien a la escritora: David Pulido Suárez, Rita Navarro Sánchez y su sobrino Juan Antonio Martínez de la Fe. La obra vio la luz en octubre de 2015 en Mercurio Editorial. Tuve el privilegio de participar en ella como editor literario y, al mismo tiempo, de componer el preliminar, que he revisado para esta entrada y que decía así:

El lunes 11 de junio de 2012, los canarios perdimos a un referente de nuestra cultura, una mujer que simbolizaba esa idiosincrasia de la tierra con la que nos identificamos y que, con el avance de los medios de comunicación y el modus vivendi de la cotidianeidad que nos acoge, tememos perder más pronto que tarde. Su destacada faceta de escritora se vio superada (permíteme ese puntito un tanto hiperbólico de la afirmación) por otra más relevante y de la que muy pocas personalidades intelectuales puede presumir: la de gozar de una aceptación unánime entre las diferentes generaciones y movimientos culturales y artísticos que se han desarrollado en Canarias a lo largo del siglo XX, que han visto en ella a esa hada de la que habla su sobrina Melu en un entrañable artículo.[1]

A esta valoración incuestionable respondió María Dolores de la Fe como solo los muy grandes son capaces de hacerlo: con humildad, con sencillez; ponderando su entorno familiar y sus quehaceres domésticos y personales, y minimizando con respeto y afabilidad todas aquellas iniciativas que nacían con el propósito de homenajear a esta mujer tan especial.

Literariamente, María Dolores de la Fe era un glorioso híbrido entre lo popular y lo culto, y siguiendo a Santa Teresa, que decía que Dios andaba entre los pucheros, para ella la escritura era la suma de pequeños paréntesis entre las labores de un ama de casa. Nadie como ella para burlarse de sí misma, poniendo siempre su condición humana por delante de cualquier otra consideración. Siempre fue reacia a los reconocimientos, aunque, a su pesar, tuvo que soportar alguna medalla y, con su consentimiento, más de un premio literario.[2]

En 2012, nos deja y tres años después ve la luz el volumen que tienes en tus manos, un proyecto editorial que, a tenor de lo que significó la autora, debía haberse publicado antes. Los porqués del retraso ahora son lo de menos;[3] lo importante es que este libro ya está con nosotros y, con él, su principal objetivo: asentar en la comunidad científica, cultural y artística de nuestra tierra (sobre todo de estos lares) la conciencia de que hay que promover cuantas iniciativas sean oportunas para conservar, estudiar, conocer y difundir el legado creativo de María Dolores de la Fe.

Se cuenta (se non è vero, è ben trovato) que Mons. Echarren afirmó en una ocasión que lo mejor que podía sucederle a Cáritas era desaparecer, pues ello significaba que las acciones de esta organización sociocaritativa ya no eran necesarias. Tomo prestada esta deducción para sostener que lo mejor que podría ocurrir a estas Tres calas que frente a ti se muestran es que fuesen superadas gracias a que se ha consolidado entre las comunidades enumeradas el objetivo expuesto. Este es un título pionero, pues sirve para señalar la existencia de un territorio que merece ser conquistado y colonizado: los descubridores solo sitúan una ficha en el tablero de la historia; los colonizadores, cientos. Esta obra debe ser la hoja de ruta de una ocupación que solo puedo calificar como necesaria y justa, pues nuestra autora es merecedora de un espacio firme, sólido, perenne; un lugar que vaya más allá de las referencias salpimentadas y, en muchos casos, cogidas a vuelapluma.

Si se quisiese ejemplificar cómo el azar determina los acontecimientos, de muy buen grado ofrecería el caso de este volumen, que nació de la confluencia de tres fuerzas intelectuales; las cuales, en principio, al margen de que se conociesen (es lo que tiene vivir en una isla), no mantenían entre sí ningún vínculo más allá de su relación personal y particular con María Dolores de la Fe; tres titanes, repito, y un servidor que, aun conociendo a la escritora, no tuvo el privilegio de estar frente a la persona. Es posible que el encontrarme en el epicentro de las mentadas fuerzas me haya permitido adquirir una perspectiva del conjunto editorial que, repito, es más deudora de la fortuna que de un plan premeditado y diseñado al milímetro.

Conocí a David Pulido en la Facultad de Filología de la ULPGC hace ya unos cuantos años. Si bien nuestras edades facilitan la conclusión de que no pudimos compartir aulas ni promociones académicas cercanas, lo cierto es que más pronto que tarde no pasó desapercibido, pues pertenecía a ese colectivo de alumnos que disfrutaba realmente de la carrera que cursaba; al margen, claro está, de que le pudiese o no atraer una determinada área de conocimiento. El destacar esta circunstancia no es baladí, pues muchos estudiantes de humanidades lo son porque administrativamente están matriculados en las facultades donde se imparten estos estudios, y no porque sientan (en cursiva, como tiene que ser, para que se perciba bien) un vínculo hacia la naturaleza de estas carreras. David ya era filólogo desde el primer año, aunque tuviese que recorrer la travesía de varios cursos académicos para que se le reconociese esta condición.

Esta inclinación hacia la filología se ha traducido, entre otros buceos particulares del autor, en una trayectoria como poeta muy interesante, donde destaca de manera sobresaliente su poemario Dame un nombre,[4] y en el desarrollo de una labor como estudioso de nuestra autora que ha fraguado en la edición de Isla Espiral que publicó el Cabildo de Gran Canaria en 2013[5] y en la elaboración de la primera biografía oficial de María Dolores de la Fe y del primer estudio con voluntad globalizadora de su producción literaria. Estos dos últimos quehaceres nacieron como elementos integrantes de un proyecto académico de doctorado (dirigido por el Dr. D. Eugenio Padorno Navarro) y conforman, revisadas y actualizadas, la primera de las tres calas que ofrece este volumen.

Al margen de su calidad, que no es poca, pues excelentes filólogos son tanto David como el Dr. Padorno, el trabajo que nos ocupa tiene la virtud de erigirse en deslumbrante faro que cumple a la perfección con el propósito de servir de guía para el atraque de esas futuras incursiones científicas que deberían promoverse para conocer más y mejor a Lola. La cala de Pulido, en este sentido, adquiere, por seguir con la metáfora marítima, las formas de un sólido noray en el que se han de sujetar las inminentes embarcaciones del conocimiento que alberguen en sus bodegas los datos para componer una biografía más extensa sobre la autora. Hablo de un ejercicio en el que es necesario compilar toda la documentación epistolar que se conserve de la escritora (ya sea en calidad de remitente; ya, como destinataria) y fijar por todos los medios y con la mayor precisión posible su intensa participación en la vida cultural y artística de nuestra tierra (banco de imágenes, notas de prensa, invitaciones, etc.).

Y lo mismo cabe esperar en lo tocante a su obra literaria, pues conviene promover la edición de toda su producción dentro de los parámetros que determina la crítica especializada. Quizás no valga todo (quizás) y/o quizás (otra vez: quizás) no compartan los materiales el mismo nivel de exquisitez, mas no vamos a negar, a estas alturas de la historia, la obligación (asumida y aceptada por los más versados cervantistas) de editar La Galatea, escrita por el autor del maravilloso Quijote, aunque esta novela pastoril tenga más “peros” que tachas «el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit». La aceptación unánime —real, objetiva, incuestionable— del valor de la escritora debe bastar para asumir la tarea de agrupar y estudiar su producción, su poética, su estilo… Al lector, por su parte, como no puede ser de otro modo, le corresponderá la decisión de adherirse o no, por completo o por partes, a lo que María Dolores de la Fe compuso, fuese o no publicado en vida de la autora.

La segunda cala de nuestro volumen es la firmada por Rita Navarro Sánchez, filóloga también. Ella forma parte del universo de María Dolores de la Fe, pero desde una posición transversal, lo que nos ha de conducir a considerar que esta es una perspectiva que debería desarrollarse cuando se haya asentado en la conciencia colectiva la necesidad de preservar la figura de esta singular mujer. El diálogo monologado que nos propone no surgió tanto como el resultado de un interés concreto por la autora como creadora literaria, sino de nuestra homenajeada como parte integrante de un grupo donde se hallaba una figura tan relevante como la de Pancho Guerra, el escritor sobre el que Rita Navarro ha trabajado y trabaja a partir del trazado de los vínculos estilísticos que existen entre el padre de Pepe Monagas y la retórica clásica.

Como ocurriera con Pulido Suárez, la aportación de Navarro Sánchez proviene de un proyecto de doctorado que, en esta ocasión, fue dirigido por el Dr. D. Gregorio Rodríguez Herrera. En un anexo de este, se incluía una interesantísima entrevista que la investigadora realizó a María Dolores de la Fe y que giraba en torno a su relación con el célebre tirajanero, a quien siempre tuvo muy presente, como lo testimonian, entre otras fuentes, los artículos que compuso pensando en él y que se reproducen en la segunda parte de la que vamos a reconocer bajo la denominación de La cala de Navarro. Como podrás comprobar, la protagonista de esta iniciativa editorial dio cuenta de su amistad con Pancho Guerra y de paso —una inevitable marca de su personalidad— habló de ella, de su pasado, de su entorno familiar…, convirtiendo la entrevista en un documento tan entrañable como necesario para conocerla de primera mano.

Me gustaría destacar el cambio de registro que Rita Navarro ha impreso a su “cala”, convirtiendo la entrevista en un monólogo. No me cabe la menor duda de que su dilatada experiencia como cuentacuentos ha sido de mucha utilidad para transformar a la amiga de Pancho Guerra en un personaje literario que se desenvuelve en un medio que tanto amaron los dos escritores: el teatro.

En el noray de La cala de Navarro deben amarrarse los navíos que portan las relaciones que la autora mantuvo con otros escritores y otras personalidades de la vida cultural y artística de nuestra tierra; barcos cuyo velamen estaba compuesto por una historia eminentemente palmense en la que chocaban las mentalidades conservadoras con las de quienes habían asimilado los cambios que traía consigo el avance del siglo XX.[6]

La relación de escritos sobre Pancho Guerra que María Dolores de la Fe publicó en la prensa local en diferentes momentos y que se reproducen, como ya he apuntado, en la segunda parte del texto de Rita Navarro sirve de preludio para la tercera cala de este volumen. El azar determinó, además, que surgiese la referida segunda a partir de esta pieza. Apelo a la fortuna porque la primera versión del monólogo citado no contenía la lista de textos; fue con posterioridad, tras revisar el catálogo de Juan Antonio Martínez de la Fe, cuando se percibió la idoneidad de establecer el vínculo que liga a los dos trabajos y, por extensión, al conjunto general de calas que componen el tomo.

Gracias a mis siempre apreciados doctores Dña. Clara Eugenia Hernández Cabrera y D. José Antonio Samper Padilla, conocí a Martínez de la Fe. A ellos les debo su conocimiento y posterior encuentro; y a las circunstancias, el que surgiera de esta reunión la semilla que ahora ha fecundado en forma de libro. Fue a principios de febrero de este año cuando Juan Antonio, con esa sencillez que le caracteriza y que tanto me ha recordado a la que se reconocía en su tía, fue entonces, repito, cuando me hizo partícipe del tesoro que conserva: varias cajas que contienen cerca de mil quinientos artículos de María Dolores de la Fe publicados en los medios locales. Una cantidad —me apuntó— insuficiente, pues ella había firmado muchos más.

Como fiel custodio de aquel patrimonio y consciente de su valía, llevó a cabo la catalogación del fondo sin otra pretensión que la de tener un documento personal que le permitiese saber qué contenían aquellos cofres que la propia autora le entregó en mano. Los dos éramos conscientes de que un catálogo bibliográfico en soporte papel (como aquellos que hicieron célebres a bibliógrafos de la talla de Palau i Dulcet, Moll o Simón Díaz) no tenía ni tiene mucho sentido cuando contamos en la actualidad con medios técnicos para configurar un sistema que facilite la búsqueda y consulta de las piezas, mas su inserción en estas páginas, utilizando para ello los criterios clasificadores de fechas y materias, se hacía imprescindible porque debía interpretarse como la prueba palpable, indubitable e incuestionable de la importancia de acometer la labor de digitalizar cuanto hizo en prensa María Dolores de la Fe y ubicarlos en una plataforma de Internet con el fin de ponerlos a disposición de la comunidad científica, cultural y artística. Esta es la principal razón de ser de La cala de Martínez de la Fe.

Además, y por analogía con lo que ella había hecho con los artículos sobre Pancho Guerra, conviene que se tome conciencia de que la mentada tarea digitalizadora no solo ha de circunscribirse a los que firmó como emisora, sino que se debe extender a los escritos en los que ella era la destinataria o centro de atención del redactor.

Concluyo. Las tres calas biobibliográficas sobre María Dolores de la Fe que atesoran estas páginas buscan, por un lado, homenajear a una autora singular que, por las razones que sea, no ha disfrutado de las atenciones que, a juicio de los autores de este libro y de este humilde editor, se merece. En este sentido, este es un volumen de homenaje que, como todos los de su género, aspira a consolidar en la memoria colectiva el recuerdo de una vida y unos quehaceres que deben ser protegidos, conocidos y difundidos porque forman parte de una cosmovisión de la que todos nos sentimos partícipes.

Mas, por otro lado, este título se instituye como una llamada a esos colectivos que obran en nuestras consideraciones para que asuman el legado que los participantes en esta publicación dejan en estas páginas con la finalidad de que hagan lo propio con el de María Dolores de la Fe y pueda ser una realidad, a corto o medio plazo, el asentar en las ya referidas comunidades (sobre todo en las de Canarias) la conciencia de que hay que promover cuantas iniciativas sean necesarias para conservar, estudiar, conocer y difundir el legado creativo de la escritora.

Nosotros, como elementos integrantes de esos mismos colectivos, asumimos que nuestra participación en el propósito enunciado no se zanja con la intervención que representa este producto que nos convoca; al contrario, el tomo sirve para consolidar un compromiso que, además de un servidor, han asumido las tres firmas de las calas: David Pulido Suárez, Rita Navarro Sánchez y Juan Antonio Martínez de la Fe, a quienes agradezco el privilegio que para mí ha supuesto trabajar con ellos; los hijos de María Dolores de la Fe: Pedro, Teresa, Cristina y Eduardo González de la Fe, a quienes he de agradecer el firme apoyo con el que han acogido esta iniciativa editorial; y, cómo no, Jorge A. Liria, a quien doy las gracias una y mil veces por atender este proyecto con el afecto y la diligencia acostumbrados, y sintiendo con pasión bibliófila, como quien suscribe este preliminar, que el nacimiento de este libro no solo es una tarea necesaria, sino de justicia. Por eso, porque debía acometerse sea como fuere, la pusimos en práctica; y por eso, porque la vemos ya hecha y tan grata a ojos de nuestro entendimiento, nos sentimos tan felices.


[1]. «[…] Y es que mi tía Lola, según mis primeros recuerdos, fue siempre alguien especial, distinta de todo y de todos. En el mundo de hadas y brujas en el que vivía la mayoría de los niños de aquellos años, la solución a lo que no se entendía era muy sencilla: magia. Y como yo no comprendía nada de aquella persona tan diferente, sólo cabía admitir que Lola era, indiscutiblemente, un hada. (Y todavía hoy no estoy segura de que no lo fuera) […]» (Melu Vallejo de la Fe: “María Dolores de la Fe, mi tía” en Canarias7, martes 12 de junio de 2012).

[2]. Emilio González Déniz: “Una sonrisa necesaria” en Canarias7, martes 12 de junio de 2012.

[3]. Aunque es llamativo detectar, en un breve paseo por Jable, el archivo de prensa digital de la ULPGC, las escasísimas menciones a nuestra autora tras su óbito.

[4]. La obra fue publicada por Ediciones Idea en 2011. Tuve el honor de publicar un primer avance de este magnífico poemario en los números 2 (noviembre, 2001, págs. 17-19) y 3 (enero-febrero, 2002, pág. 23) de Cuadernos de la Ínsula Barataria (ISSN 1577-9262), una pequeña revista que dirigía junto con Juan Miguel Ramírez Benítez. En enero de 2012, se agruparon todas las ediciones de esta publicación en un solo tomo: Cuadernos de la Ínsula Barataria, 2001-2002. Edición e introducción de Victoriano Santana Sanjurjo. Las Palmas de Gran Canaria : Anroart Ediciones (ISBN: 978-84-15148-81-4).

[5]. «[…] Otra faceta relevante es la de rescatadora de palabras de nuestra tierra, aspecto al que unimos, sin género de dudas, el del costumbrismo practicado por otros como Alonso Quesada, Saulo Torón, Luis García de Vegueta y su admirado Pancho Guerra. A mi juicio, la máxima exponente de esta inquietud fue su otra novela, Isla espiral, texto que es todo un monumento al vocabulario distinguidor del habla canaria. Esta inquietud suya no pasó desapercibida a la Academia Canaria de la Lengua, institución que le ofreció un sillón, oferta que ella, por considerarse —erróneamente— no merecedora del mismo, declinó […]» (David Pulido Suárez: “María Dolores de la Fe, la echaremos mucho de menos” en La Provincia, miércoles 13 de junio de 2012).

[6]. «[…] Pertenecía la escritora a una generación que se abrió al mundo en un momento muy difícil, la guerra civil y la primera posguerra. Es la generación contemporánea a la de Antología Cercada, la de Lezcano, los Millares y Ventura Doreste, pero que caminó en paralelo a esta, con menos implicaciones políticas y una mayor afección a las raíces. Pancho Guerra, Manuel González Sosa y Antonio de la Nuez iban a su aire, y en medio de las dos corrientes estaba Carmen Laforet, que en los años cuarenta abrió el camino para una nueva generación de novelistas después de la guerra, cuando ganó la primera convocatoria del Premio Nadal […]» (González Déniz, ob. cit.).

«[…] Creció y maduró con Las Palmas de Gran Canaria como parte indeleble de ella misma, ahora esta misma ciudad, sus paisanos, tendrán la oportunidad de madurar un poco más en la magnífica, amable y siempre oportuna reflexión que se puede detraer de la lectura de las obras que María Dolores de la Fe nos ha legado y son fiel testigo y testimonio de una isla y de unas gentes a lo largo de casi todo un siglo» (Juan José Laforet: “María Dolores de la Fe, ser y sentir isleño” en Canarias7, martes 12 de junio de 2012).