Archivo de la etiqueta: Luis León Barreto

Un dejarlo para seguir] siempre [Nicolás Guerra Aguiar

I

El maestro me dice que lo deja. «Cómo que lo dejas», le replico. No le creo. Sigue publicando sus magníficos artículos en Canarias7. Sin ir más lejos, acabo de leer un ejemplo de fina ironía y crítica lúcida y mordaz: “Sí, en efecto: también es un ser sintiente” (3 de febrero).[1] Tiene cuerda para rato. Lo sé y se lo digo. «Es mi último libro», me aclara. Me pongo nerudiano («Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero»): no sé por qué ha tomado esta decisión; pero tal vez, en el fondo, sí entienda el porqué.[2] Sus habituales textos en el citado diario grancanario y el que nos regale cada año un título (este que lees debería haberse publicado el año pasado, pero por mi culpa… —por mi culpa, por mi gran culpa—) demuestran que su ingenio e intelecto siguen siendo admirables, de ahí ese desconocimiento declarado a su decisión —ddd— que, con la debida contundencia (hija de la sorpresa y hermana del disgusto), le hice llegar en su momento; mas, por otro lado, capto de alguna manera lo que significa la idea de final, la sensación de que ya se ha cumplido con un quehacer que, para el caso que nos convoca, le ha ocupado y entretenido de un modo singular desde comienzo de siglo; sobre todo, desde los últimos trece años, o sea, desde que un servidor lleva siendo su editor habitual (no por ello el más importante, por supuesto).

Me detengo en esto que acabo de señalar. Echo cuentas. De los doce títulos que ha publicado…

  1. 1997. Literatura canaria. Desarrollo del currículo. 2º Bachillerato. [coautoría] (Gobierno de Canarias)
  2. 2000. Tres consejos de guerra y un consejo de paz (Centro de Cultura Popular Canaria)
  3. 2002. La extraviada sonrisa de Luisita camino de Gáldar o La casa amarillo gofio (Ayuntamiento de Gáldar)
  4. 2003. Poemas de Pedro Lezcano [selección y estudio] (Interseptem)
  5. 2010. Voces de nuestra lengua (Anroart Ediciones)**
  6. 2011. Gáldar, Aregaldan, Agáldar… (Anroart Ediciones)*
  7. 2012. Antología cercada [edición y preliminar] (Ediciones Cabildo Gran Canaria)
  8. 2014. Escritores en el alba del siglo XXI (Mercurio Editorial)*
  9. 2017. Sansofé. En defensa de la libertad secuestrada (Mercurio Editorial)
  10. 2020. Gáldar desde la serena distancia (Mercurio Editorial)*
  11. 2021. La represión franquista contra Gonzalo Pérez Casanova (Mercurio Editorial)
  12. 2023. Entre el aula y la calle (Mercurio Editorial)**

…la mitad los ha hecho concediéndome el privilegio de que se los editara (*) y, en la mitad de estos, además, que compusiera el prólogo (**). Si eliminamos del total enumerado aquellas referencias en las que su labor ha sido la de preparador de la edición y no de autor sensu stricto (tomos de 2003 y 2012) o compartiendo la autoría (título de 1997), un servidor ha tenido la fortuna de participar en el apasionante proceso que ha permitido que viera la luz el 66% de los libros del maestro. Lo apuntado, que avala de alguna manera mi conocimiento de su producción y de los fundamentos ideológicos e intelectuales, así como estilísticos, sobre los que vertebra su escritura, no aclara los motivos para dejar de cumplir con el ritual de un título al año, salvo que yo no fuera capaz de entender que, en realidad, lo que deseaba decirme era que el que nos convoca es su último libro «conmigo». ¿Y si lo que en verdad me dijo fue «Es mi último libro contigo» y yo, descolocado, me quedé con el «Es mi último libro…», desatendiendo la elemental información: ese pronombre personal que confirmaría mi destierro (mi “destextación”) de su huerto?

Si así fuera, me volvería de nuevo nerudiano («Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero»): estaría triste por perder lo que tan feliz me hacía, pero qué feliz estaría por saber que nuevas obras sacaría el profesor de las imprentas benditas. Mas el epílogo de Entre el aula y la calle, compuesto por dos emocionantes piezas, no parece poner en duda que el pronombre personal referido a un servidor no estuvo presente en su declaración. Su último libro es este y yo, como estrecho asistente durante casi tres lustros de lo que ha sido su trayectoria editorial y, por extensión, de cuanto ha tenido que ver con sus escrituras y participaciones de naturaleza cultural y académica, me veo en la tesitura de consolidar en mi entendimiento y ánimo las razones que justifican esta decisión del maestro. Si me amparo en los brillantes artículos que sigue publicando, no la entiendo (¿o será, más bien, que me empeño en no querer entenderla?); pero si me sujeto a lo ya anotado, en esa metáfora que apunta al cierre perfecto de la circunferencia y en el círculo resultante, que simboliza el orden, el equilibrio…, y en la asunción plácida de que hay un tiempo para todo —lo que implica asumir que tras cada principio ha de haber un final—, y en que siempre es mejor saber cuándo dejar una empresa (por las razones que sea) a desmigar el crédito personal tratando de hacer bueno lo que ya no es posible que lo sea, entonces puedo empezar a vislumbrar las luces que disipan las tinieblas de mi extrañeza.

Los dos somos docentes, con diferentes situaciones administrativas, es cierto, pero docentes, al fin y al cabo. Cuando se asimila la enseñanza como un modus vivendi, nunca se deja de pertenecer a ese universo vocacional que pulula en torno al magisterio. Súmesele a ello, además, nuestra condición filológica o, por ser más concreto, esa inclinación profesional y afectiva hacia lo que tiene que ver con la lengua y la literatura castellanas. Este libro, como todos los que ha compuesto el maestro, rezuma pedagogía e hispanidad. Amamos nuestro idioma, y nuestro dialecto, y los textos escritos en nuestra lengua, y aquellos que reflejan la singular manera de expresarse de los nuestros, los canarios;[3] repito, amamos esto e intentamos que no falte en la valija educativa que cada día portamos y que nos sitúa por la devoción más próximos al amor de Eneas por su padre que al condenado Sísifo.

Con esta convicción firme he asumido el premio de estos trece años a su lado y lo que significa su decisión. Creo que, en esta etapa de su vida, el profesor Guerra Aguiar puede centrar sus provechosos quehaceres creativos en los artículos que periódicamente nos regala y que a todos nos iluminan desde las páginas del Canarias7 sin que por ello tenga que sentir que nos está fallando o que decepciona nuestras expectativas, pues no es poco lo que nos ha dado en el último medio siglo —digo bien: medio siglo—. Es desacertado circunscribir sus excelentes aportaciones académicas y culturales a cuanto ha realizado desde que publicara su obra más conocida y difundida (Tres consejos de guerra y un consejo de paz, finales de 2000) y, con ella, de algún modo, como inevitable consecuencia de la inspiración o estado de gracia de las musas, sacara a la luz el artículo “Sobre ustedes, vosotros, engodos y otros” (La Provincia/DLP, 16 de septiembre de 2001), el texto con el que iniciara la felicísima trayectoria que le ha situado en la consideración de ser uno de los más afamados articulistas canarios de esta centuria.

Las cuentas echadas al principio son insuficientes. Detrás de los trece años juntos o del casi cuarto de siglo que lleva siendo objeto de nuestras atenciones y admiraciones particulares, hay un largo camino que merece ser tenido en consideración y que, recogido en las hemerotecas, testimonian lo beneficioso que ha sido para todos nosotros ser contemporáneos y paisanos suyos —más aún si a estas condiciones se le unen las afinidades doctrinales e ideológicas—. En las páginas de la prensa de las últimas cinco décadas, erigidas ahora como crónicas de andanzas, se halla de alguna manera las razones que podrían justificar la decisión de que este sea el postrer libro del profesor Guerra Aguiar. Hablan todas del compromiso firme, indesmayable, fiel… con los suyos —nosotros, los nuestros— desde donde siempre supo que sería de utilidad para facilitar la comprensión del mundo que nos rodea y, en consecuencia, para que pudiésemos contribuir a su mejora: desde las aulas, con la lengua castellana como estandarte y con la literatura hispánica por horizonte.

II

Al otro lado de mis trece años junto a él y de los veintitrés del siglo XXI que todos conocemos hay un recorrido que, en este que ha de ser en buena lógica el último prólogo que le escribo, me ha apetecido transitar, no porque necesite confirmar lo que de sobra sé (la naturaleza de su legado), sino porque deseo que estas páginas —nacidas en principio para hablar de la obra que nos convoca y, por tanto, de las singularidades de su prosa ensayística— sirvan de agradecimiento por el extenso y valioso periplo que ha realizado; un viaje que inicio con otro, con un retorno por Semana Santa recogido en un breve eco de sociedad aparecido en La Provincia el 3 de abril de 1971: «Regresó de Tenerife don Nicolás Guerra Aguiar». Veinte y… no sé cuántos años tendría entonces, intuyo. A partir de aquí, a partir de esta travesía, comenzaré la mía junto al maestro rumbo a ese horizonte de 2001, el punto de inflexión; en el camino, habré de dar con los hitos que forjan un trayecto existencial que merece ser recordado.

En el mar, cada ola atravesada acorta las llegadas; en las hemerotecas, ocurre lo mismo con cada página que se deja atrás. Del 3 de abril pasé al cuatro, luego al cinco; del no sé cuándo del cuarto mes salté a mayo; más tarde a junio… «Es joven aún», me dije: «No habrá nada todavía». Julio, agosto, septiembre. «Ya estará en las aulas universitarias», deduzco aceptando la llegada de un nuevo curso escolar. Octubre, noviembre y… ¡para! Aparece el primero. Lleva el nombre de Antonio Padrón. Me detengo a contemplar cómo ocho meses después del escuetísimo apunte periodístico, el dos de diciembre, en El Eco de Canarias se nos habla de un «joven entusiasta, de reconocidas inquietudes literarias y artísticas, y actualmente presidente-coordinador de la Colonia Universitaria de Gáldar, aquí, en La Laguna» al hilo de un homenaje al referido pintor que la institución superior lagunera tenía previsto realizar el sábado 4 y en el que contó con la organización de la citada asociación, dirigida por entonces, como cabe deducir, por nuestro protagonista.

Apunto en mi bitácora el nombre del artista que murió a la edad de 48 años. Era también de Gáldar, como ese «joven entusiasta». Hago la anotación y de repente, sin saber cómo, sin preverlo, sin dominar lo que sucede, las páginas de los periódicos comienzan a pasar de un modo vertiginoso. Miro lo último que he escrito y todo se detiene. Me fijo en el encabezado del diario. He dejado atrás dieciséis años. Ahora estoy en el Club Prensa Canaria. Es 19 de febrero de 1987. Veo al maestro presente en la reaparición del grupo folclórico Los Cebolleros de Gáldar, en el desarrollo de un acto que busca homenajear al pintor con motivo del 67 aniversario de su nacimiento. En el anuncio del evento que publica el Diario de Las Palmas se lee que los integrantes de la formación musical…

«reconocen la responsabilidad que sobre ellos pesa, al verse convertidos en transmisores de los sentimientos, hasta ahora desconocidos, de Antonio Padrón como hombre vinculado a la música popular, poeta y autor de letras de varias canciones. El artista, que hizo una obra dentro del indigenismo, con gran dedicación al submundo mágico Y preocupación por el concepto de identidad insular es autor, pues, de versos y melodías sorprendentes».[4]

Más adelante, se afirma que Nicolás Guerra Aguiar «disertará sobre la importancia de la nueva programación del grupo, en la que tendrán cabida no sólo las piezas musicales de Antonio Padrón sino también otras de gran valor literario y musical, con temática canaria».

Tras leer la noticia, el orden cronológico exige su criterio y todo avance se vuelve retroceso. Pienso que volveré al sábado 4 de diciembre de 1971, pero me detengo en el miércoles 18 de julio de 1973. En los diecinueve meses que han transcurrido lo imagino dedicado a sus quehaceres estudiantiles. Así justifico la ausencia de nuevas en la prensa. 18 de julio… Es inevitable pensar en el golpe de Estado que 37 años antes trajo consigo el desastre de la guerra a nuestro país. Aunque el dictador ya andaba de capa caída en 1973 —veintiocho meses después fallecería—, tiempos de celebración seguían siendo estos dieciocho, tan próximos a ese 25 de julio dedicado a la festividad del patrón de España (Santiago Apóstol o Santiago de los Caballeros), que también lo es de Gáldar.

El topónimo “Gáldar” brilla de un modo especial. En el Diario de Las Palmas, en la sección “Los pueblos” de la que es responsable el que llegará a ser director de La Provincia durante una década —Diego Talavera Alemán—, se apunta que el por entonces «universitario de Románicas» conducirá al día siguiente (el diecinueve) un acto cultural denominado Sábor Literario, un evento de variedades compuesto por la presentación de la Reina de las Fiestas de Santiago del citado municipio grancanario (Mery Ojeda), la lectura del pregón (de la mano de Francisco Rodríguez Batllori), el fallo de un certamen literario (que ganó Eugenio Moreno Benítez) y la interpretación de varias piezas por parte de la Coral Polifónica de Gáldar. El 8 de agosto, en una escueta nota, se apunta a la «brillante intervención como mantenedor del acto» de Nicolás Guerra Aguiar.

Observo la piecita de prensa. Sonrío. ¡Qué lejos estaba de imaginar este joven de 1973 que nueve años más tarde, en concreto el 22 de julio de 1982, a las 20.00 horas, en el Teatro Municipal, sería el encargado de formar parte de la espléndida pléyade de pregoneros que han abierto las puertas de las Fiestas Mayores de Santiago! «Lo que es la vida», me digo.

No salgo del espacio donde me encuentro, aunque sienta que avance en el tiempo dos meses. Miro a mi alrededor. Sigo en el teatro del municipio galdense, el mismo lugar que será objeto de un artículo en su Gáldar, Aregaldan, Agáldar… (págs. 121-125). Es 2 de octubre de 1982. El reloj marca las 19.30 horas. El Liceo de Agáldar organiza la presentación del libro de poemas El otro mar de Sebastián Monzón Suárez. El maestro junto con Celso Bañeza, ambos docentes en el mismo centro educativo, serán los responsables de hablar sobre la obra. Tres días más tarde, en una crónica del evento aparecida en La Provincia, leo:

«Don Nicolás Guerra Aguiar, licenciado en Literatura y profesor del Instituto Pérez Galdós, comenzó su disertación lamentando la ausencia de su compañero don Celso Bañeza, que debía participar con él, a quien le impedía hallarse presente que su padre se encontraba enfermo de gravedad. Una bella y muy aleccionadora lección la pronunciada por el señor Guerra Aguiar, y a la vez un completo estudio del libro de Sebastián Monzón y del buen hacer del poeta galdense afincado en Agaete, ello sabiamente explicado dentro de un tiempo insólitamente breve, como compete al enseñante de calidad».

El nombre de Chano Monzón sigue presente. Una escueta nota de prensa informa que el 13 de marzo de 1997, a las 18.30 horas, en un ciclo de conferencias del Club Dynamis de Las Palmas, iluminó el entendimiento de los asistentes con una disertación titulada “En torno a un poema de Sebastián Monzón”. La memoria se enciende: “Sebastián Monzón, entre la mar, Gáldar y el soneto” es un artículo que publicó el 2 de septiembre de 2017 en prensa y que acondicionó para su Gáldar desde la serena distancia… (67-70). El hijo predilecto es objeto de atenciones por quien debería serlo…

¿Cómo?

Me detengo.

Lo compruebo.

Me inunda el estupor.

La pregunta es inevitable: tras todo lo recorrido —estas páginas lo testimonian, la memoria colectiva lo confirma—, ¿aún no se le ha concedido esta merecidísima distinción? Y en esto, lo siento en el alma, no caben dilemas nerudianos: no lo entiendo y no lo entiendo.[5] Sigo.

De un poeta galdense a otro: catorce meses después, el 27 de mayo de 1998, a las 20.00 horas, en el Club La Provincia, el maestro presenta junto a varias personalidades académicas y políticas el cuaderno poético Del barco del recuerdo de Frank Estévez Guerra, el primer número de la colección Ágape. Debo parar. Un instante, solo. No es poco lo que el profesor y yo hemos hablado sobre la necesidad de que la obra de este poeta, fallecido en mayo de 2014, con el que me unió una estrecha relación hasta el punto de fundar juntos un ¿sello editorial? —no sé cómo denominarlo— que convinimos en llamar Princeps, se recoja y estudie como creo que se merece. Es una de esas deudas que no sé cuándo ni de qué manera se podrá articular y que uno siempre tiene en mente cuando el nombre del vate surge.

Sigo. Estoy lejos de donde lo dejé. Estaba en 1973, en medio de un Sábor Literario previo a las fiestas mayores del municipio. Deseo emprender la marcha, pero algo me lo impide. Solo he podido llegar hasta 1986. Observo las notas y lo recogido. ¿Qué me sujeta a quedarme en este punto del eje cronológico? Tras buscar y rebuscar, por aquí, por ahí, por allí, como el que intenta localizar la avería de un vehículo, doy con la clave: un artículo de Gáldar, Aregaldan, Agáldar… que se revisó para que viera la luz en las páginas de un periódico en 2005 y se arregló para la referida obra de 2011. Al nombrar el libro, se detuvo el trayecto. El título del texto: “Juan Borges, escultor de vidas”. El origen del escrito es el que tengo frente a mí. Homónimo. Apareció el 5 de octubre de 1986 en La Provincia.

«Cuando los vientos sardineros echan a volar las crestas de la mar y reclaman para sí la costa y la geografía galdenses, en esos frescos atardeceres, allá por las tierras que muestran su música al cielo, la Montaña de Amagro acaricia los rostros azules del día que se recoge. Es el atardecer, fresco y luminoso. La fotografía de la realidad circundante queda dominada por el efecto artístico, por la acción manual: alguien, en una casa de San Isidro, está creando armonías pétreas o arcillosas como lo hiciera allá, en Neuquén, en la Patagonia. Y es que el hombre, animal solidificado y obrero silencioso, podrá —si sus manos son ágiles y hábiles para fecundar— transmitir lo más íntimo de su quehacer, redondeando y puliendo lo que en principio fuera sólo masa informe. […]

Porque vidas, mágicas vidas, han despertado de las noches de ensueños para mostrar al hombre de aquí y ahora que Neuquén, puerto fluvial y centro de una rica área agrícola de regadío, es, también, río que baja de los Andes Patagónicos, testigo mudo de culturas remontadas a 15 o 20.000 años, como afirma el profesor Martín de Guzmán, compañero de aventuras de Juan Borges por esas tierras americanas. […]

La piedra argentina ha parido vidas, sentimientos, para mostrar al hombre europeo que la infinita proyección de las miradas puede, incluso, traspasar los océanos. Son rostros hieráticos en su rigidez vital, aparentemente dormidos, desconocedores de la sonrisa o el mínimo gesto de alegría. Muestran la dureza del medio enroquecido como la madera que el escultor ha moldeado. […]

Impresionan, en efecto, las obras indigenistas americanas de Juan Borges. Parece, porque así se muestran, que los dioses milenarios de las culturas precolombinas han seguido marcando, con absoluta prepotencia, las vidas y los cuerpos de estos nativos. Y parece que la historia, la que pretende celebrar su 500 aniversario sigue ahí, viva y presente, haciéndose aún por los conquistadores de turno».

Tras la lectura, ahora sí, puedo volver a ese 19 de julio de 1973 en el que encandiló a los asistentes al Sábor Literario y seguir la línea cronológica del maestro. Reviso mis apuntes. Muchos nombres propios y una condición: la estudiantil. Medio año después, la voz troca por otra: “profesor”. La hemeroteca lo declara. El 17 de enero de 1974, en La Provincia, en una noticia que firma un tal F. Medina, se informa de que los alumnos salesianos pondrán en escena Muerte en el barrio de Alfonso Sastre.

«Todos ellos, plenamente identificados con los personajes que representan, actuarán bajo la dirección de un profesor —Nicolás Guerra Aguiar— de cuyas actividades como actor fuimos testigos en La Laguna durante nuestros años de Universidad».

Esto apunta el periodista. El que fuera estudiante de Románicas ha accedido, pues, a una plaza de docente, aunque sea de las eventuales. Ya está donde le corresponde y donde llevará a cabo la ingente misión pedagógica que ha marcado su trayectoria laboral e intelectual.

Mas el capricho de la curiosidad, palanca que toda voluntad alza, no escatima en saltos temporales. Ha sido anotar la palabra “teatro”, subrayarla, y las páginas de los periódicos, cual revoloteadoras aves, se han agitado hasta depositarse en una del Diario de Las Palmas. Miro la fecha: 24 de noviembre de 1982. Es un artículo de nuestro protagonista: “Paco Arroyo, o el arte de hacer buen teatro”:

«Cuando la representación teatral ha de enfrentarse a una serie de problemas técnicos (exposición, caracterización…) que posibiliten la comprensión del texto por un público no especializado en el autor (en este caso García Lorca con «Lola la comedianta» y «Comedia sin título», dos obras incompletas, las más de las veces algunos directores (autodefinidos como «profesionales») recurren a ciertos artilugios o mecanismos artificiales de poca importancia. Su capacidad creativa queda reducida: presentan una obra trabajada con poca imaginación y escaso conocimiento. […] Pero, por suerte, Paco Arroyo domina la técnica teatral. Deja escapar su mente creadora, tremendamente imaginativa, y deambula con placidez y seguridad por la obra lorquiana […]

Paco Arroyo, mal que le pese a los envidiosillos de turno, sabe hacer teatro. Y sabe establecer y mantener ese hilo conductor que arranca del escenario y se dirige, mostrando las señas de un camino, hacia el público admirado, recreador del propio espectáculo, receptor del texto y del contexto. Ya podrían, por necesidad, aprender de él los que presumen de hacer buen teatro que, “haberlos, haylos”».

Acabo la lectura de la pieza. Anoto junto a la voz “teatro” el nombre de Paco Arroyo y la fecha del mismo Diario de Las Palmas cambia a 17 de abril de 1984. «Qué rápido pasa el tiempo», pienso percatándome de que en el desenfado con el que he soltado mi afirmación —a tenor del salto de poco más de dieciséis meses que acabo de presenciar— cabe percibir una consecuencia de este periplo que contigo estoy efectuando en este prólogo: qué veloces transcurren los días, sí; cómo en el devenir de estas hojas que nos convocan se constata un medio siglo que, por su condición, ha de quedar siempre atrás, en la memoria de cuantos fueron testigos, en la crónica de quienes sean lectores. Continúo. Divagar, en ocasiones, espesa el ánimo. Miro. Frente a mí, otro texto: “La Consejería de Cultura y el Encuentro Juvenil de Teatro Clásico”. Lo leo. Sonrío. Artículo de queja con esa fina retranca del maestro.

«El Grupo del Aula de Teatro y alumnos de 3° F representaron, respectivamente, el Entremés de los refranes, de Cervantes, y La púrpura de la rosa, de Calderón, muy bien dirigidos por Paco Arroyo. La Consejería de Cultura (y Deportes) había nombrado un jurado compuesto por cuatro personas: tres de ellas ligadas profesionalmente al Teatro (parte cultural de la Consejería); la cuarta, físicamente identificada con el aparato de radio y el partido de fútbol que se estaba jugando entre el Barcelona y Las Palmas (parte deportiva de la Consejería). […]

Pudo también haber sucedido que este cuarto señor se confundiera (o le confundieran) de “terreno”. Y que, en vez de enviarle a Barcelona, lo hicieran al Pérez Galdós; aunque, si fue así, ¿se imaginan ustedes los apuros y sufrimientos del cuarto elemento del jurado (parte cultural) enviado, por error, al Nou Camp? ¿Se lo imaginan buscando las unidades dramáticas máximas y mínimas en un fuera de juego o en un saque de esquina? Ante esta realidad, vejatoria para el Arte, insultante para los alumnos y espectadores, ¿ha pensado Cultura (y Deportes) presentar sus disculpas? ¿O hemos de seguir soportando sus incongruencias y pasotismos ante actos con los que se identificó Vicente Aleixandre y ante los cuales esa Consejería hizo mutis, allá por el año 82?».

¿Qué ocurrió en el 82? ¿Por qué aparece Vicente Aleixandre? Anoto en mi bitácora su nombre y detecto que un brillo especial envuelve la hemeroteca. El Eco de Canarias, edición 2 de junio del mentado año. La pieza: “Un premio Nobel felicita a los poetas canarios de Antología Cercada”. Es una declaración que firma nuestro protagonista a propósito de un acto celebrado el 21 de mayo en el Instituto de Bachillerato Pérez Galdós y que versa sobre la ignorancia de los «señores de la Cultura y de los medios informativos nombrados» hacia la importancia de los vates homenajeados en el evento: Agustín Millares, Pedro Lezcano, Ventura Doreste, Ángel Johan y José María Millares. Objetivo principal del encuentro académico:

«dejar constancia de la irrebatible realidad de la obra: primera manifestación, a nivel nacional, de la poesía social española de postguerra».[6]

Quien da fe de esta verdad es el poeta Vicente Aleixandre gracias a la nota mecanografiada que remitió el 19 de mayo de ese año y que puede verse como fotografía en el periódico. Este testimonio lo reprodujo el maestro en su edición de Antología cercada de 2012 y merece la pena que aparezca de nuevo en estas páginas porque representa una de las grandes contribuciones del galdense al conocimiento y difusión del valor de la generación de la Cercada. Esto fue lo que redactó quien ganara en 1977 el reconocimiento más prestigioso que puede concederse a un escritor:

Queridos amigos:

Acabo de recibir la noticia del Homenaje a la Antología Cercada. Aunque estas líneas ya no llegan a tiempo, quiero enviaros mi cercanía y mi identificación con vosotros en esta conmemoración gozosa. En mi memoria está, y mientras yo dure, lo que representó esa Antología en la evolución de la poesía española. Fuisteis los verdaderos pioneros de un movimiento que había de dejar un hondo surco en la marcha de nuestra lírica y además me atrevería a decir que en el mismo decurso de la cultura social.

Vaya pues mi felicitación para todos vosotros y un abrazo de mi solidaridad en estas faustas fechas.

Tras esta lectura, siento que se enhebra el camino, que en ese eterno retorno al pasado, al deseo de no perder el hilo cronológico, se encuentra una suerte de orden universal que le da sentido a todo. Mi anterior punto estaba en los salesianos de 1974 con Alfonso Sastre como pretexto. Busqué al maestro en 1975, pero no lo hallé; en 1976, tampoco; ni en el 77 y 78; y ya confiado en que no aparecería en 1979, se me presentó hacia finales de año, un 17 de diciembre, formando parte de las actividades culturales organizadas por el Instituto Nacional de Bachillerato Saulo Torón de Gáldar. Ese día, a las 18.00 horas, impartió el autor de este libro una conferencia con el título “Introducción al estudio de la poesía social en Canarias”. Esta intervención contó luego con la participación de los poetas Agustín Millares Sall (1917-1989), Pedro Lezcano Montalvo (1920-2002) y José María Millares Sall (1921-2009).

Siguiendo el hilo cronológico, es la primera vez que constato el vínculo que lo une con alguno de los vates que forman parte de Antología cercada (1947), lo que en este particular viaje que realizo a través de las páginas de la prensa del último cuarto del siglo XX me conduce a plantear —quizás con más visos fantasiosos que reales— que este encuentro de los cuatro fue el inicio de un largo y estrecho trato que se prolongaría hasta el final de cada uno de los integrantes de la generación poética y cuyo colofón cabría situar en la excelente edición del centón que en 2012 publicó el Cabildo de Gran Canaria bajo la supervisión del profesor Guerra Aguiar. En el diario de viajes, enmarco con recuadros los nombres: Agustín, José María, Pedro. El de Pedro con un trazo más grueso. «Pedro, sobre todo», pienso…[7]

Mi ánimo me empuja a saltar por las páginas de los periódicos para dar con la confirmación de este hito esencial en la trayectoria intelectual y académica del maestro. ¿De qué otra manera designar el encuentro entre los poetas y el más lúcido de sus lectores? Creo dar con ella en tres momentos de 1980: 3 de octubre, Diario de Las Palmas, reseña sobre Hago mía la luz de José María Millares Sall (Taller Ediciones JB, 1977); 17 de octubre, en el mismo medio, artículo sobre Desde aquí de Agustín Millares Sall (Taller Ediciones JB, 1977); y 27 de noviembre, como jefe de estudios del Instituto Mixto de Gáldar, donde organiza un recital poético en el que intervienen: Agustín Millares Sall, José María Millares Sall y Francisco Tarajano Pérez. Sí, está claro: el vínculo existe, la relación se ha consolidado; Antología cercada ya tiene a su mejor embajador en las aulas.

Mas un nombre acaba de unirse a las voces que la bitácora va recogiendo: el de Tarajano. «Con él empezó la escritura periodística», recojo en mis notas tras revisar textos y fechas. En mi peregrinar lector, quijotesco en ese propósito de hallar muescas de su quehacer como situaciones donde impartir justicia buscaba el hidalgo manchego, doy con su primer artículo, anterior a los dedicados a los hermanos Millares Sall, ya señalados. Se trata en esta ocasión de una reseña publicada en el suplemento La Cultura del Diario de Las Palmas el viernes 12 de septiembre de 1980 que se ocupa de Años malditos de Francisco Tarajano, un poemario que vio la luz ese mismo año y que representa el tercer título de este prolífico hijo predilecto de Agüimes tras Ajijidos y aguijadas en Canarias (1979) y Con un abrazo de hermanos (1980).

En el prólogo, el ingeniense apunta una serie de confesiones que, hasta cierto punto, no me resultan difíciles de asociar a Nicolás Guerra Aguiar después de estar trece años trabajando con él:

  • donde el sureño afirma [1] «Mi poesía no toma partido sino por mi pueblo…», el norteño sostiene «Mi pensamiento no toma partido sino por mi pueblo…»;
  • en ambos constato lo que el primero apunta en la segunda confidencia: «No frecuento tertulias ni cenáculos, no pertenezco a tendencias artísticas específicas…»;
  • donde uno sostiene [3] «Si soy poeta, soy un poeta canario…», el otro realza que «Si soy docente, soy un docente canario…»;
  • y a los dos, aunque sus expresiones sean distintas, les mueve a manifestarse el anhelo [4] «de sepultar para siempre la posibilidad de que surja un salvador de la patria y siembre de nuevo odios, rencores y pasiones malsanas…».

Con este texto, el profesor Guerra Aguiar asume una posición militante, indesmayable, comprometida con el progreso, la libertad y la democracia que no dejará nunca de defender:

«Las traiciones que impactan en el hombre sencillo, las ambiciones que roban minutos de amor, el deshojar las llamas de ilusión mantenida que anidan en nuestro hombre canario, son los momentos para el poeta, son las huellas a seguir en estas tierras que vivir nos ha tocado.

Lo otro, las manos sangrientas de camisas azules o rojas, las huellas de carne humana preñadas de dolor, resbaladoras de la más revulsiva hiel humana, ahíta de esputos malolientes, han se ser el sueño trágico y vago de nuestros abuelos Y padres. Nuestra ternura, nuestros tactos, nuestras bienvenidas (aunque vengan disfrazadas), han de ser para el hoy, para el ahora, voceando y gritando junto al pueblo, arañando la tierra del aparcero con el verso que no habla de crímenes aunque con él se matara. Las voces han de ser gritos, gestos, puentes de hermandad y de amor, frente a las desesperanzas de quienes son sus propias cárceles, sus desnudas e incongruentes historias.

No queremos salvadores de la patria, sembradores de nuevos odios, rencorosos con pasiones malsanas, como bien dice el autor. Queremos hombres de nuestros tiempos, fronteras de la paz, labios que lleguen al corazón y desdeñen, de una vez, lo que siempre nos ha enfrentado para el odio. Necesitamos luces que alumbren en las noches, fábulas que concluyan cielos claros y luminosos, campos donde el hombre bueno encuentre la voz amiga […]».

Tarajano sigue vigente. La mirada de las páginas avanza cinco años, a un 25 de abril de 1985; a un lugar: Club Prensa Canaria; a una compañía: Luis León Barreto; a un propósito: presentar el libro Repasando caminos. Caminos vulnerables del que aún brilla en la memoria feliz del sureste grancanario. En la crónica del acto que apareció al día siguiente en La Provincia, se lee:

«Nicolás Guerra Aguiar, catedrático de Literatura, habló de la poesía popular de Tarajano: “quiero hablar de cara al hombre de la calle”, afirma el escritor en el propio prólogo de su libro. Afirma Guerra que la poesía social no debe ser entendida sólo como aquella que fue producto de los años de postguerra en nuestro país, sino que la poesía social existirá siempre como acto ético y repulsa del autor ante situaciones injustas. Dijo que a Tarajano “le duele Canarias, y que por tanto lo manifiesta, quizá sin excesivo cuidado formal porque a él lo que le interesa es resaltar el contenido, aunque tenga que abandonar un poco la presentación del verso”. Guerra Aguiar resaltó el compromiso de Tarajano con su tierra, con su paisaje, con el habla de los campesinos de su isla, y desde esta perspectiva afirmó que esta literatura es imprescindible en Canarias en estos momentos. La poesía de Tarajano —prosiguió— se refiere a los problemas del aquí y del hoy, ojalá que no se refiera también a los problemas del mañana. El hombre lleva dentro de sí la semilla de la destrucción y el odio, y ello es particularmente visible en la política de imperialismo político, que sojuzga pueblos y aplasta libertades. Censuró en este apartado la actitud de EE.UU. y su intervencionismo en distintas partes del Globo».

Concluyo la cita y el nombre de Luis León Barreto me hace retroceder al 31 de octubre de 1980 y a una reseña que el maestro hizo en el Diario de Las Palmas acerca del poemario Crónica de todos nosotros (Inventarios Provisionales, 1973) del escritor palmero. Este ejercicio crítico, como el de los hermanos Millares Sall de los días 3 y 17 de ese año se sostiene sobre títulos no recientes; un curioso detalle que, por supuestísimo, no invalida la calidad de las piezas, atentas siempre al análisis de la posición que asumen los creadores frente a la sociedad y, por extensión, la realidad que les ha tocado vivir.

Mientras pienso en todo esto, en el peso de voces como “sociedad” y “realidad”, y con ellas otras como “compromiso” y “conciencia” —términos sobre los que tanto Tarajano como el maestro edificaron su código deontológico como docentes—, la prensa, juglar recitadora de este cantar de gesta nicolasiense que nos entretiene, reclama mis atenciones. Quiere que me fije en el periódico La Provincia, en una página fechada el 30 de abril de 1982. Es un manifiesto. Titular: “Por una enseñanza democrática”. Subtítulo: “A propósito de las sanciones al instituto F.P. de Vecindario”. Contexto: castigo económico de la Dirección Provincial de Educación y Ciencia a ocho docentes alegando incumplimiento del calendario escolar por celebrar una semana cultural. Declaración:

«Con motivo de la sanción que el Delegado del Ministerio de Educación y Ciencia ha impuesto a ocho profesores del Instituto de Formación Profesional de Vecindario, por la realización de una semana cultural en dicho centro, los abajo firmantes queremos: 1° Reivindicar una gestión democrática para los centros de enseñanza; 2º Rechazar toda medida que vaya en contra de una enseñanza que intente potenciar la iniciativa, originalidad y creatividad de alumnos y profesores; 3° Exigir que el Ministerio de Educación y Ciencia respete el derecho a la libertad de expresión en los centros de enseñanza; derecho que, por otra parte, todos los ciudadanos poseen; 4º Exigir, por tanto, al Ministerio de Educación y Ciencia la inmediata retirada de las sanciones impuestas».

El documento cuenta con la adhesión de un número elevado de personalidades políticas, profesionales y docentes, entre los que estaba el colectivo de enseñantes de BUP. Aquí aparece nuestro autor; y tras su nombre, el convencimiento de sus posiciones ideológicas. Aunque siempre haya sido un hombre muy discreto, prudente en sus pronunciamientos, afable con los contrarios a su pensamiento, constato que nunca ha ocultado que su amor por el pueblo se ha formalizado en una defensa a ultranza por la democracia y por el progreso colectivo. Ahí se asienta una percepción de la vida entregada a la virtud de lo público: la sanidad, la educación, las instituciones…; y de ahí proviene una de esas instructivas letanías constantes en su magisterio y reflejadas en sus escritos lingüísticos: «La lengua la hacen los hablantes y estos, con frecuencia, imponen cambios frente a recomendaciones o normas académicas». La verás recogida en las páginas de este volumen. Por encima de los pedestales, siempre está el pueblo.

Trece años a su lado avalan mi afirmación; mi periplo periodístico la confirma. ¿Lo más explícito que ha hecho? Quizás unirse a la plataforma que promovía la unidad de la izquierda de cara a las candidaturas para el Congreso (José Carlos Mauricio Rodríguez, por Izquierda Unida – Izquierda Canaria Unida) y el Senado (Pedro Lezcano Montalvo, por Coalición Asamblea Canaria Nacionalista; y Antonio F. González Viéitez, por Izquierda Unida-Izquierda Canaria Unida) que debían votarse en las elecciones generales del 29 de octubre de 1989.

Ni tan siquiera fue más allá de lo que la mesura dictaba cuando, por una circunstancia familiar, pudo asumir un rol político más intenso, sobre todo dentro de un ámbito tan dado a la proyección inmediata como es el municipal.[8] ¿Su lugar? Siempre al margen, siempre en un segundo plano; siempre consciente de que en política —en la mayoría de los casos—, es el diablo quien carga las armas con las que se persuade el entendimiento de muchos practicantes de que es posible ganar «tanta fama como dineros y tantos dineros cuanta fama».[9] Si su apoyo a la plataforma que promovía la unidad de la izquierda fue lo más explícito, lo más personal que he encontrado (en realidad, lo único) es su paso adelante para fijar los márgenes de una desagradable situación que se adentraba en un terreno inadmisible. Su sentido de la responsabilidad, de la proporcionalidad y de la equidad le condujo a dirigirse el 16 de enero de 1981, en el Diario de Las Palmas, “A unos críticos del alcalde de Gáldar”:[10]

«Resulta grotesco, aterrador, grosero, bajo y ruin, echar cales de odios y venenos, escondiéndose en la cobardía del anónimo sobre un hombre que, en efecto, quemó muchos años de su vida detrás de un mostrador para que sus hijos podamos hoy tener una cultura elemental, ínfima, primaria. Admito todas las críticas que al alcalde se hagan: no sólo es un derecho, sino un deber de todos los ciudadanos el velar por su municipio, la búsqueda de la limpia y clara administración pública. La impureza de los seres humanos, las huellas de su actuación, las constantes de su trabajo público han de ser certeramente criticadas, limpiamente comentadas. […]

Pero lo que resulta injusto, deformador, ruin y de baja ralea es la crítica a la persona. Esas piquetas de gallos peleones que intentan socavar con muertes de esperanzas, déjenlas para sus propias soledades, para sus vidas secas y huecas, cisternas de excrementos y putrefacciones. […]

Pueden sacar a luz pública el gran saco de mis vicios, defectos, fallos, errores y todo lo que les apetezca. El silencio será mí respuesta. No tienen ustedes calidad para el diálogo».

Esa integridad personal, esa asunción particular del deber y de los derechos que nos asisten, ese permanente compromiso con la sociedad que le ampara, ese buscar el consenso a partir del amor por el conocimiento y la ciencia… resplandecen en mi entendimiento, y al tiempo que anoto en mi bitácora estas observaciones las páginas de la prensa me van trasladando hacia la última década del siglo XX. Mi viaje periodístico va terminando. Me lo anuncia de algún modo un escrito lleno de nobleza y particular calor humano fechado el 20 de noviembre de 1990 y que, de entrada, me sorprende por el lugar que ocupa: en la Tribuna Libre de La Provincia. ¿En cartas al director ha publicado quien no tiene problema alguno, a tenor de lo recorrido, para hacerlo en otra sección más destacada? Título de la pieza: “En la muerte de Arpad Vecsey Böck-Greisau”. Me propuse, de entrada, no preguntarle al maestro por este ¿escritor?, ¿artista?, ¿profesor?, etc., pues «¡todo está en Internet!», me decía convencido; pero después de un prolongado y desesperante andar del tingo al tango me vi en la obligación de reconocer que, con mis limitadísimas capacidades para flotar en ese vasto océano que es la red de redes, lo más razonable era acudir al único que podía poner algo de luz entre tanta tiniebla. ¡Gran acierto, sin duda, el consultarle, pues una deleitosa sorpresa me llevaría con la respuesta!

«Fue un noble húngaro emigrado a Chile y, luego, tras la victoria de Allende, a Las Palmas. Era un señor mayor, ingeniero, muy inteligente con el que congenié porque un día pactamos no hablar de política (1977), pero sí de todo lo demás. Era muy educado y dialogante. Creo que llegué a caerle bien; vamos, como si fuera el hijo que nunca tuvo. Su mujer, pinochetista pura, ultraconservadora, simpatizante de Fuerza Nueva, me llamaba “el comunista”. No nos podíamos ver. Y no lo ocultábamos».

No he podido evitar la sonrisa ante su comentario ni, en el fondo, esa placidez que da constatar que uno no anda muy desencaminado cuando le atribuye las virtudes que posibilitan el imprescindible e inevitable contrato social: el respeto y la voluntad de consenso, la primacía de la paz para que sea posible la convivencia; y la necesidad del conocimiento y del método científico para que desaparezcan los fanatismos y, con ellos, la intolerancia. Anoto cuanto te digo en mi cuaderno y el impulso y empuje de mi escritura me van descubriendo una foto en la que aparece bajo el busto de don Benito, en la entrada del instituto palmense que lleva el nombre del célebre autor de La desheredada. Es la misma imagen que puedes ver en la solapa de la cubierta principal de este libro. La miro, releo lo anotado y concluyo: quizás fueron estas potencias las que le empujaron a asumir, a partir del curso 1992/1993, labores de vicedirector en el centro educativo.

Se estrenó en el cargo con un acto de apertura del periodo escolar de primerísimo nivel que se celebró el 9 de octubre y que contó con la intervención de Roberto Moreno Díaz (Premio Canarias de Investigación y decano de la Facultad de Informática de la ULPGC), el rector de la institución superior en esos años (Francisco Rubio Royo) y Pedro Lezcano Montalvo (Premio Canarias de Literatura y presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria);[11] y tuvo como principal hito en su primer año en el puesto, si la memoria que me ilustra no se ha enemistado con la verdad, su relevante intervención para que fuera posible el célebre palmeral de los nobeles que nueve galardonados con el premio sueco en la modalidad de medicina plantaron un viernes 5 de marzo de 1993, según cuenta la crónica “¡Vivan los Nobel!” publicada al día siguiente por el periódico La Provincia.[12]

A finales del curso 95/96 deja el cargo. En una edición especial de la revista Aturuxo por el 50 aniversario de la Casa de Galicia en Las Palmas (n.º 30, 2001), en un artículo compuesto principalmente para valorar la colaboración de la institución gallega con el centro educativo, nos habla de estos años:

«Durante mi etapa como vicedirector (1993-1996) del entonces Instituto de Bachillerato Pérez Galdós, en Las Palmas de Gran Canaria, programé y llevé a cabo variadas actividades, algunas de las cuales nos permitieron salir de las aulas y pasillos del Centro y conectar con realidades que se encontraban más allá de nuestras limitaciones físicas. Los cabildos de la Comunidad Autónoma Canaria, consulados de países europeos y americanos, viceconsejerías y direcciones generales, instituciones no gubernamentales, poetas, dramaturgos, novelistas, conferenciantes de temas muy variados y nueve comunidades autónomas prestaron su colaboración y participación a lo largo de los años. Siempre, por supuesto, con la gran ilusión de llevar al alumnado las experiencias adquiridas y desarrolladas por quienes forman y ocupan los más variados estadios de la sociedad, y que no están directamente vinculados al limitado mundo de la enseñanza en su sentido tradicional.

Pretendía, como así lo manifestaba a todos desde los primeros momentos de nuestra relación, que los alumnos descubrieran la diaria y siempre activa marcha de la vida, de los hechos y aconteceres, de los pálpitos que en diástoles y sístoles continuadas marcan los ritmos de quienes viven y laboran en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Pero sin olvidar, obviamente, a los que ayudaron con su labor y trabajo a la recuperación y logro de mejores y mayores esperanzas de vida y calidad humana en aquella sociedad de libertades que juntos empezamos a fundamentar, y por cuya consecución muchos entregaron su juventud en ininterrumpidos fluires de gozos y venturas. Si lo logré del todo —o sólo en parte— será el futuro quien se encargue de la última palabra, cuando la perspectiva que marcan los años permita analizar el periodo por los jóvenes receptores de aquellos acontecimientos».

Queda poco. Mi viaje ya va concluyendo. Me aproximo a ese destino que divide la última media centuria del maestro en dos mitades: por un lado, la que recoge lo muy conocido, o sea, los andares del siglo XXI; por el otro, los del siglo XX, que dan cuenta de lo que, de un modo parcial, se sabe de su trayectoria. Cualquier intento de volver a algún punto cronológico anterior queda en nada. Ahora todo es fluir, un marchar hacia la desembocadura de estos iniciales veinticinco años que me sitúa en un 12 de diciembre de 1997. Ese día, en La Provincia

«Literatura canaria. Desarrollo del currículo es el título del primer libro con el que la Consejería de Educación del Gobierno autónomo inaugura la Colección Cultura, que se dirige al profesorado y alumnado de Bachillerato. En concreto, este manual servirá de apoyo a los docentes que impartan la asignatura optativa de Literatura Canaria en el Bachillerato Logse,[13] según señaló ayer en rueda de prensa el titular de la Administración educativa, José Mendoza».

El título, cuenta el medio, «ha sido elaborado por los profesores de enseñanzas no universitarias y de Universidad Jesús Páez Martín, María Teresa Cáceres Lorenzo, Carlos Brito Díaz, Yolanda Arencibia Santana, María del Prado Escobar Bonilla, José Luis Correa Santana, José Manuel González Pérez y Nicolás Guerra Aguiar, bajo la dirección de Orlando Acosta Hernández».

A todos anoto en mi bitácora; a la mayoría conozco y de la mayoría he sido alumno; a todos admiro porque de todos, de un modo u otro, he aprendido y no poco. Espejos son en los que mirarme como docente y como filólogo. Con un «muchas gracias» —así, en mayúscula— cierro el apunte y me apresto a retomar el viaje. Miro de nuevo el periódico. La columna estrecha de 222 palabras que firmó María Jesús Hernández en la página 18 y que concluye de esta manera: «Según Jesús Páez Martín, uno de los autores, “esta obra no debe verse como definitiva, ni completa” y abogó por una revisión, con el paso del tiempo».

Un suspiro tras ese «paso del tiempo» leído y llego al final, al jueves 25 de enero de 2001, son las 20.00 horas y estoy en el Club Prensa Canaria. Se presenta Tres consejos de guerra y un consejo de paz (de Sagaseta a Lezcano), un libro editado por el Centro de la Cultura Popular Canaria (CCPC), la Viceconsejería de Cultura y varios ayuntamientos grancanarios. Esta obra aborda el terrible episodio que tuvieron que vivir Juan Hernández, Fernando Sagaseta, Salvador Sagaseta y Pedro Lezcano durante la dictadura franquista. Participan en la presentación: José Luis Correa (docente de la ULPGC), Fernando Redondo (economista) y Guillermo García-Alcalde (periodista y director general de Editorial Prensa Canaria).

Hace un buen montón de párrafos lo dejé caer, conviene ahora un sucinto recuerdo: es esta su obra más conocida, la que más se ha difundido y la que, de algún modo, trajo consigo que iniciara una prolongada y periódica colaboración como articulista en diversos medios de comunicación escrita, tanto digitales como de papel. Es el punto de inflexión en su trayectoria como autor. A partir de aquí, todo lo demás, que es en realidad cuanto le ha hecho merecedor de esa abundante admiración colectiva de la que goza. Al prestigio labrado hasta ese momento durante un cuarto de siglo había que sumarle ahora, con Tres consejos…, la fama. Así lo voy apuntando en mi bitácora.

Seguiría esta senda discursiva si no fuera por una sombra que ha ido adquiriendo proporciones visibles en mi entendimiento. Sonrío. Es la de Cervantes. «Siempre omnipresente», atino a decirme. Compruebo fechas y fechos, y alojo en mi conocimiento una suerte de curiosa analogía. Vuelvo a sonreír. El Quijote de 1605 fue para el alcalaíno lo que este libro que nos ocupa para el maestro. Ambos llegaron al título fundamental habiendo dejado atrás otro (una Galatea en el caso del manco de Lepanto, el manual colectivo de 1997 para Nicolás Guerra); y los dos, tras la obra emblemática, iniciaron un camino editorial impresionante por su calidad, un trayecto donde acrecentaron la fama y el prestigio.

Mas el duende de la inspiración, que no descansa en sus afanes por trenzar ideas y colorear humos, me lanza dardos para que este parecido vaya a más: el Quijote, sin desatender los bultos de la “locura” y la “hidalguía” con los que se nos presenta, es en el fondo la historia de un justiciero que cree posible vivir en un mundo mejor si deja de una vez por todas de estar pasivo en su casa y toma la iniciativa de actuar en favor de quienes necesitan de su auxilio; y esta actitud vital es, de algún modo, la que guio a cuantos, apostando por un mundo mejor basado en la paz y en la libertad, se vieron envueltos en un proceso penal infame. De este litigio y de la salutífera luz para nuestra sociedad que desprendían los damnificados va Tres consejos de guerra… del profesor Guerra Aguiar, libro del que nos habló el periódico El Día el domingo 21 de enero de 2001:

«El discurrir de la obra, con más de un centenar de páginas con algunas ilustraciones de la época, nos sitúa en 1962, año en el que un consejo de guerra condena al abogado Fernando Sagaseta de Ilurdoz Cabrera, junto a sus compañeros, a ocho años de prisión por “ser el inspirador y director del movimiento Canarias Libre”. Cuatro años después el joven estudiante Salvador Sagaseta de Ilurdoz es sometido, y absuelto, a un enjuiciamiento militar por injurias a las fuerzas armadas por reproducir en un periódico un poema del libro Consejo de Paz de Pedro Lezcano. En 1967 fue condenado a un año por el mismo delito. Estas medidas represivas también afectaron a Pedro Lezcano, quien tras ser testigo de la defensa en el anterior consejo de guerra contra Sagaseta, es incluido y condenado a seis meses y un día de prisión».

Este es el poema en cuestión que apareció un miércoles 29 de junio de 1966 en el Diario de Las Palmas, página 24, en la sección “Luz verde a la juventud” que dirigía Salvador Sagaseta:

1   Muchachos que soñáis con las proezas

y las glorias marciales.

Bajaos del corcel, tirad la espada;

los héroes ya no existen o están en cualquier parte.

Llegará la hora cero de ser héroes

cualquier día cruzando cualquier calle.

2   Contables misteriosos

cerrarán un balance.

Decretarán la nada entre los hombres

misteriosos contables.

Cuando en los hondos sótanos,

valientes y cobardes

recen al Alto Mando

por un soplo de aire.

No los oirá ni Dios, que está más cerca;

no los oirá ya nadie.

3   Negación de los nombres.

Negación de las frases.

Si no sois primavera, espuma o viento,

Fuerzas de Tierra, Mar y Aire;

si el vendaval no sois ni la semilla,

ni la lluvia que nace de los mares,

usurpadoras[14] sois de las palabras

nobles y elementales.

4   Homicidas sin culpa se disfrazan

del color de la tierra y de los árboles,

con floridos ramajes en la frente,

como en las bacanales…

Pero no son alegres las canciones

que inspira el mosto de la sangre.

5   Muchachos soñadores de epopeyas,

escuchadme:

El pecho es el lugar que se designa

para el balazo de los mártires.

El pecho, nave heroica

donde retumba el corazón amante,

donde el plomo penetra limpiamente

como en el templo de sangre…

Pero sucia de barro y excremento

cae la estatua de Marte.

Vuestras definiciones,

vuestras sabias verdades,

la inteligencia es pus sobre las frentes

de miles de cadáveres.

Y en la tierra abonada por la muerte

sólo he visto crecer la flor del hambre.

6   Muchachos soñadores,

bajaos del corcel, tirad el sable.

Cuando las botas pisen los olivos

y su símbolo aplasten,

coged su savia espesa, echadla al mar

y veréis cómo aplaca tempestades.

Este es el poema que el maestro declamó al público que abarrotaba el salón del Club Prensa Canaria, en el cierre del acto, mirando de frente y viendo que tanto Pedro Lezcano como Salvador Sagaseta lo recitaban al mismo tiempo con él. Los cronistas del evento afirman que, al acabar, esto dijo: «Si esto es un poema que calumniara a alguien, lo asumo como propio».

El 23 de marzo, a las 20.30 horas, se presentó en el Club La Prensa de Santa Cruz de Tenerife bajo la organización del Centro de la Cultura Popular Canaria. En el evento, se contó con las intervenciones de Eligio Hernández (exfiscal del Estado) y Ramón Trujillo Carreño (catedrático de Lingüística General y presidente de la Academia Canaria de la Lengua). El 26 de abril, vino a Telde; en las semanas siguientes, un considerable número de lugares de nuestra tierra acogió la obra, lo que trajo consigo un mayor y mejor conocimiento de quien llevaba ya a sus espaldas muchos kilómetros de buen quehacer pedagógico y ciudadano.

El sábado 16 de junio de 2001 apareció “Sobre ustedes, vosotros, engodos y otros” en La Provincia. El artículo no dejó indiferente a nadie que tuviera algo que decir en cuestiones lingüísticas: bien como docente e investigador, bien como usuario del español de Canarias; en otras palabras: que todos en estas islas se vieron de alguna manera concernidos con el texto. Se agitaron las conciencias sobre la identidad y la defensa de cuanto nos singulariza; y las voluntades lectoras, gratamente alteradas por la luz de una prosa juiciosa que hablaba de aquello que tenía que ver con su entorno vital, comenzaron a ser fieles a la cita que les ofrecía con periodicidad nuestro autor en forma de artículo de prensa. Lo que sigue ya es conocido.

Cuatro días después de la presentación de Tres consejos de guerra y un consejo de paz (de Sagaseta a Lezcano), en la sección Tribuna Libre del diario La Provincia aparece un texto que firma Manuel Juan Estévez Gil y que da cuenta de su versión del acto celebrado en el Club Prensa Canaria el día 25 de enero. En el último párrafo de su crónica se lee:

«¿Pero, quién es el profesor Guerra Aguiar? Lo conozco casi desde que nació y no lo he perdido de vista en tiempo alguno. Además de los numerosos méritos de los que es acreedor y públicamente reconocidos, debe añadir que de niño, era travieso; de joven, inquieto; de adulto, responsable; de profesor, riguroso, entregado, respetado y respetable. En todos los casos, una persona admirable, digna de recibir todos los aplausos de esta noche y más. El mío, que no lo doy gratuitamente, continuará cada día».

Si esta es una descripción que certifica las virtudes del maestro, la asumo como propia.

III

Tras el periplo de hemeroteca —breve, muy breve—, he podido llegar a entender lo que no quería ver en ese perturbador «Es mi último libro». Largo y valioso ha sido el camino testimoniado en estas páginas y el recogido en mis trece años de andanzas comunes, tanto editoriales como personales.[15] Con la autoridad que confiere el conocimiento exacto de lo que se divulga, puedo afirmar que su quehacer en este medio siglo ha sido el propio de un intelectual de los de verdad, de los que merecen nuestro reconocimiento y gratitud, de alguien íntegro que ha llevado a cabo su labor sin grandes aspavientos y sin propagandas que moviesen a pensar en el deseo de una notoriedad gratuita. Frente a los que buscan en la docencia la plataforma de arranque para otros fines o un medio de subsistencia que malinterpretan o desarrollan con mentalidad mercantil, el ilustre galdense ha sido un ejemplo de coherencia con su inclinación y excelencia en su ejercicio.

Entre el aula y la calle, la obra que nos convoca, sigue la estela de Voces de nuestra lengua (2010) y Escritores en el alba del siglo XXI (2014) en lo que a sus contenidos de lengua y literatura castellanas se refiere; y, además, con Gáldar, Aregaldan, Agáldar… (2011) y Gáldar desde la serena distancia (2020) en el formato: artículos pedagógicos aparecidos en periódicos. Aunque sea consciente de la extensión que va teniendo este prólogo, a partir de esto último que he apuntado, me gustaría detenerme en dos observaciones: por un lado, en la importancia de la prensa cuando asume la función de ser un canal válido para la formación de sus lectores; por el otro, en la omnipresente voluntad pedagógica que subyace en todo lo que compone y que ha sido (y es) determinante para configurar un estilo de escritura suigéneris.

Empiezo por los diarios y por una observación que considero relevante: que un medio de comunicación de noticias, sucesos, opiniones… tenga un generoso hueco para artículos divulgativos como los del profesor Guerra Aguiar, que se erigen entre las numerosas y variopintas nuevas como un lugar plácido donde hallará descanso el intelecto de los retortijones de la actualidad y donde podrá alimentarse con sosiego de los nutrientes del idioma y del pensamiento. En los textos del maestro, el periodismo escrito retorna a esa función de vehículo educativo que siempre tuvo y que los tiempos y las circunstancias le han ido relegando a un segundo plano (o tercero, o cuarto… o vaya uno a saber). En un complicado entorno mercantil y empresarial como el que desde hace unos años vive la prensa, donde la política y el espíritu de lonja ocupan porcentajes muy elevados de páginas y horas audiovisuales, el que un responsable periodístico conceda un valioso espacio para que vean la luz los escritos de nuestro autor merece cuanto menos un reconocimiento por mi parte que no puedo, no debo ni quiero pasar por alto. De ahí que admire y agradezca la contribución de Canarias7 y de medios afines en Internet como Infonorte Digital, Teldeactualidad y La casa de mi tía para que sus palabras no hayan dejado de fluir y llegar hasta nosotros. Habrá, pues, que dar las oportunas gracias a quienes están detrás de estas cabeceras: Francisco Suárez Álamo, Jesús Quesada Medina, Carmelo Ojeda Rodríguez, Chema Tante.

La mentada voluntad pedagógica que constituye la totalidad del universo de nuestro autor[16] y sobre la que se sostiene su modo de escribir convierte sus producciones en inmejorables ejemplos de lo que la tradición didáctica y literaria recogía en el latinismo docere et delectare. El libro que tienes en tus manos, este Entre el aula y la calle, dan fe de todo cuanto cabe afirmar acerca del estilo del maestro; sobre unas maneras que han fructificado en una prosa desenfadada, ágil, asequible, salpimentada con ese salutífero dejar caer con retranca no exenta, en ocasiones, de fina socarronería, siempre lejos de cualquier propósito de escarnio o de adentrarse en pantanos soeces. Una escritura exigente con el rigor que no renuncia al lenguaje poético —esas no pocas expresiones de naturaleza lírica que construye con abundantes juegos sintácticos— ni a los muchos guiños coloquiales y recursos que, en ocasiones, recuerdan a las historietas gráficas. Un quehacer compositor que busca y consigue plasmar ese complejísimo redactar como se habla, sin perder la formalidad y abriendo puertas a la afabilidad; y que aspira a dotar en sus piezas la virtud de la multifuncionalidad, o sea, el que los artículos puedan ser abordados desde diferentes enfoques: si queremos un texto de ideas, lo tenemos; si buscamos uno con referencias filológicas o históricas, lo hallamos; si anhelamos alguno grato al placer lector, lo encontramos…

Me identifico con esa fórmula comunicativa en la que una explicación tiene como punto de partida los perfiles de una experiencia personal que se desea hacer llegar con generoso interés. Compartir lo propio no deja de ser una manifestación de especial aprecio hacia los interlocutores; y más cuando, de algún modo, representa el espíritu que rige todo proceso de enseñanza. Lo anecdótico desde el lugar de lo autobiográfico consolida el mensaje porque sitúa al emisor en la posición de ser un inmejorable testigo y ejemplo de lo que cuenta y afirma: como nada es ficción, nada es ajeno desde el momento mismo en el que es o puede ser posible. Con esta premisa, es factible entrar en el conocimiento del mundo; y más cuando se sabe de antemano que sólida es la fortaleza del guía y admirables sus fundamentos personales, como ocurre con el profesor Guerra Aguiar cuando asume y manifiesta explícita e implícitamente que todo lo que tenga que ver con él como docente y escritor ha de estar siempre bajo el amparo de la más firme defensa de la libertad, la democracia, la ciencia, el compromiso… De aquí sus principales referencias literarias, que en este tomo refulgen de un modo especial: los autores de Antología cercada, destacando del conjunto la figura de Pedro Lezcano; Miguel Hernández; la poesía social; el discurso del rigor científico que consolida Tiempo de silencio; y Galdós, por supuesto, don Benito siempre está presente.

IV

El maestro ha dicho lo que tenía que decir. Este libro, como todos los anteriores, no deja de ser un compendio de lo que ha sido su legado docente e intelectual, y como usuario y amante del idioma, y como devoto lector. Nada ha silenciado. Ha compartido sus conocimientos y sus pensamientos porque ha creído con firmeza en el valor de la educación y de la libertad.

Estas páginas son también una crónica personal, una selección de instantes en las que el docente pasa del aula a la calle, y de la calle a ciertos eventos significativos que le han marcado hondamente. Yo he sido un testigo privilegiado de este camino, de estas andanzas, de este muestrario de convicciones que se han solidificado en un mensaje de paz y de verdad, de esa verdad hija de la ciencia y hermana de la precisión que el galdense se ha preocupado de difundir, redifundir, insistir, proclamar siempre que ha podido y como ha podido a lo largo de toda su vida. Cincuenta años de abundantes testimonios avalan lo que sostengo y sentencian la admisión y reconocimiento de una afirmación perturbadora. Disuelto Neruda con la profusión de datos que contienen estas páginas, dos movimientos dirigidos en exclusiva al profesor Guerra Aguiar me restan para el cierre de este prólogo y, de alguna manera, de este camino editorial que con suma felicidad y orgullo personal he compartido con él en los últimos dieciséis años: por un lado, sí, llegado a este punto, entiendo a la perfección por qué has tomado esa decisión; por el otro, muchas, muchísimas gracias por tanto, maestro.

Esta edición

Los textos de este tomo ofrecen algunas variaciones con respecto a sus primeras versiones, al margen de las oportunas correcciones y puntuales modificaciones. La más destacable es la conversión en notas a pie de página de buena parte de los añadidos que aparecen entre paréntesis en los periódicos por motivos de imprenta. Estas adiciones suelen ser breves apuntes que invitan al convite y a la anécdota, a la feliz ocurrencia que todos celebramos. Apartarlas del principal cuerpo textual del artículo facilita la lectura y ajusta el sentido de su inclusión en el discurso.

En ocasiones, determinados ejemplos, fórmulas expresivas o afirmaciones específicas se repiten, pero es normal que así sea: esta obra es un conjunto articulado de muchas piezas sueltas que vieron la luz durante un periodo muy extenso de tiempo. Lo que fue útil en enero del año X bien puede volver a serlo once meses después; y más si por medio han visto la luz un elevado número de artículos con una periodicidad casi semanal.

El orden de los escritos y su cantidad responden a criterios personales establecidos por el autor y el editor de la obra. En tanto que no afectan al rigor del producto, no procede ser más explícitos sobre esta cuestión.

A diferencia de Voces de nuestra lengua, la referencia más análoga a la que nos ocupa, se ha optado por no especificar fechas que indiquen cuándo apareció la primera versión del escrito, salvo en contadas ocasiones, como ocurre con el simbólico artículo “Sobre ustedes, vosotros, engodos y otros”, que retorna al mismo lugar que tiene en el título de 2010 porque, en el libro que nos convoca, representa de algún modo ese perfecto cierre de la circunferencia. Súmesele a lo apuntado, el que fuera el texto que impulsó este largo y brillante camino de piezas periódicas que todos hemos celebrado y que, si nada lo impide, seguiremos disfrutando todavía durante muchos, muchísimos años más en la prensa. Amén.


[1]. Cuando leas este prólogo, unos cuantos más habrá publicado; todos, sin duda alguna, excelentes.

[2]. Me imagino lo que haría en un aula el profesor Guerra Aguiar con este comienzo para explicar las diferencias entre “por qué”, “porque”, “porqué” y “por que”.

[3]. En nuestro autor, es inmenso ese amor que tiene hacia la modalidad lingüística que nos identifica y, más en concreto, hacia el léxico canario. Toda su producción (este libro es una prueba de ello) es una verdadera manifestación de cuánto le gusta, de cómo lo siente, de cómo deja que pulule por doquier, de cómo le permite que se desparrame entre sintagmas y oraciones, que brote donde sea, que viva en libertad para que pueda dar forma a sus pensamientos.

[4]. Entre otras personalidades culturales, interviene en este recital Rosa María Martinón Corominas, autora junto con José M. Brito López y Víctor M. Muñoz Arocha de un libro centrado en la obra musical del pintor galdense titulado Querencias. El sonido de la ausencia, que tuve el inmenso honor de prologar y editar en febrero de 2014 para Mercurio Editorial. Sonrío. Recuerdo a otro maestro muy querido, don Osvaldo Rodríguez Pérez, y su «azar concurrente», una broma feliz que compartíamos.

[5]. ¿Por qué? No cabe otra pregunta… Bueno, sí: ¿Nadie hay que se dé cuenta de lo mucho que ha hecho Nicolás Guerra Aguiar por acrecentar el espléndido nombre de este municipio grancanario? No hay pieza ni obra donde no esté presente Gáldar y, con la mención, su devoción por el mar y por las gentes del noroeste. Constato el camino que ha recorrido. ¿Es la envidia la que le niega el debido homenaje? ¿La animadversión? ¿Cabe inquina hacia alguien que ha hecho de la bondad una manera de proceder por la vida? Y si nada de esto fuera, ¿qué me queda? ¿La ignorancia? ¿Ese manto negro que cubre conciencias e impide ver el horizonte e intuir lo que hay más allá? Si así fuera, la solución es bien fácil: basta con un buen acopio de lecturas provechosas y cultivar las ciencias y las relaciones humanas enriquecedoras. Con esto se vería con claridad lo que es de justicia que sea una realidad.

[6]. En el mismo artículo, apunta a que Gabriel Celaya escribió en carta dirigida a Agustín Millares en la que le daba cuenta que, después de leer Antología cercada, sentía la necesidad de testimoniar a los poetas del centón su simpatía y admiración. «¿Cómo les han permitido publicarla?», preguntó el vasco. Años más tarde, recordando esta anécdota, el profesor, con su habitual retranca, dejó anotada la siguiente respuesta: «Por suerte, la capacidad intelectual de quienes aquí tenían en sus manos el poder de impedir cualquier edición escrita no era, precisamente, derroche de culturas y conocimientos: por una vez, la ignorancia fue beneficiosa para la literatura».

[7]. ¿Por qué? Quizás porque acabo de leer en La Provincia del 17 de septiembre de 2000 un artículo suyo titulado “El hombre metafísico y soñador” dedicado a Pedro Lezcano como celebración de los ochenta años que cumple ese día.

[8]. En mi viaje por la prensa, leo cómo por error (no errata) le atribuyen una tenencia de alcaldía en 1979 cuando esta le correspondía en realidad a su padre, también llamado Nicolás Guerra; y constato otro error (insisto: no errata) en un periódico local, un 10 de mayo de 1983, a propósito de unos resultados electorales: donde se lee Guerra Aguiar debería haberse anotado Guerra Rodríguez. ¿Alguno más? Quizás. No los he hallado, pero no rechazo el que los haya. ¿Mala fe? No lo sé. Me inclino más por la tesis de la falta de rigor por parte de quien ha elaborado las notas periodísticas. En cualquier caso, lo apuntado es lo más próximo al ejercicio del poder político que ha estado el maestro.

[9]. Parafraseo para la ocasión el magnífico pasaje del prólogo de la segunda parte del Quijote (1615) alusivo a las tentaciones del demonio: «Si por ventura llegares a conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado, que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros y tantos dineros cuanta fama».

[10]. Entrecomillo el título del artículo.

[11]. Otras aperturas de curso igual de excepcionales y dirigidas por la vicedirección del centro se celebraron: la del curso 94/95 contó con una conferencia de Antonio Cruz Domínguez titulada “Un periódico en la historia del presente siglo en Canarias” y la del siguiente, con el por entonces ministro de Educación y Ciencias, Jerónimo Saavedra, quien habló sobre el reto de la calidad en la educación.

[12]. El maestro relataría a Lourdes Villacastín en un reportaje sobre el centro educativo (La Provincia, 22 de mayo de 2011) la siguiente anécdota: «El instituto quiso aprovechar la ilustre visita en unas jornadas científicas para contar con un jardín canario, pero a punto estuvo de chafarse la iniciativa por un alto cargo del Cabildo que encontraba más prioritario ir a almorzar que plantar ejemplares phoenix canariensis. Finalmente, ganó la cordura de la educación ambiental y el centro es el único de toda España que cuenta con un palmeral Nobel».

[13]. Loable propósito que se ve empañado por el desinterés gubernativo a la hora de potenciar una asignatura que aúna los componentes de la modalidad lingüística que nos ampara con los culturales e idiosincrásicos cuando le concede un ámbito de desarrollo supeditado a los vaivenes de una desbordante cantidad de optativas (materia de libre configuración autonómica) que tiene, además, como contrapunto una asignatura como Religión, cuyo grado de intensidad intelectual y académica es muy laxo. Lo siento, pero tenía que decirlo. Sigo.

[14]. En el original se lee “usurpadores”. El profesor Guerra Aguiar fue quien observó el error de concordancia hace años y se lo hizo saber al propio Pedro Lezcano. En la reproducción del poema, me parece improcedente mantener el fallo y desatender la atinada corrección sintáctica del maestro.

[15]. Qué lejano y, a la vez, entrañable me resulta el recuerdo de aquel abril de 2010, cuando envié a Jorge A. Liria la edición preparada del libro Voces de nuestra lengua para que se procediera a su impresión. Cuánta felicidad haber formado parte de este proyecto, además, con un prólogo en el que, creo, ya apuntaba a mucho de lo que ahora recojo en estas páginas. «Cuán presto se va el placer…, cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor».

[16]. Reconozcamos que, en el fondo, todo en él es docencia: bien en las aulas, bien en la calle. Su obra declara su condición de paradigma de los enseñantes.

Para una historia teldense de la literatura canaria

Precisar, ampliar, difundir… homenajear. Estos cuatro verbos han sido los pilares sobre los que hemos edificado un ciclo de conferencias centrado en la Literatura de Canarias que se ha hecho y se hace en Telde, la que ha venido y viene de la mano de teldenses oriundos o la que fija su razón de ser en nuestra tierra como motivo de creación; todo ello, en el marco de una fecha histórica: el 650 aniversario de la fundación de esta primera de las ciudades y sedes episcopales de las Islas Afortunadas.

Frente a la amalgama de datos sin contrastar y juicios sin sustento, proponemos estos ejercicios de precisión en forma de artículos; frente a la escasez testimonial y carencia de perspectivas, incorporamos estas necesarias ampliaciones a la historia de las letras locales; frente al desconocimiento involuntario y el olvido con intención, asumimos la tarea de difundir lo que hubo, lo que hay y lo que puede haber; frente a la no valoración de nuestras escrituras, disfrazada en ocasiones de simulado desprecio, rendimos este sentido homenaje a una tradición poética de evidente esplendor vertical a la espera de que estos seis siglos y medio de existencia que nos alumbran logren hacer lo propio con la dimensión horizontal de nuestro escueto pero intenso patrimonio literario. Hemos asumido con firmeza estos principios y los hemos puesto en práctica, de forma satisfactoria, gracias a la intervención de los reconocidos docentes e investigadores cuyos trabajos conforman las páginas del presente volumen.

Tiene el lector en sus manos nueve textos que fueron expuestos en distintas fechas del primer ciclo de conferencias Letras a Telde, 1351-2001; una iniciativa académica inédita en nuestra ciudad que se inauguró el 26 de enero con la intervención del profesor Cabrera Perera. El trabajo que nos dictó en su momento, Telde y su entorno en la Literatura, es una muy interesante revisión de las referencias histórico-literarias sobre nuestro lugar desde Abreu Galindo o Torriani hasta la reciente obra biográfica de El Corredera escrita por Gustavo Socorro. A partir de unos amplios y elocuentes pasajes de indudable valor testimonial, el profesor Cabrera Perera logra concluir su exposición resaltando, más si cabe, la tesis que sostiene: que Telde siempre estuvo presente en los escritores del momento por ser desde sus comienzos «uno de los lugares más interesantes de las famosas Islas de Canaria». Viana, Lope de Vega y, sobre todo, Julio Verne, por citar algunos, forman parte de la lista de autores que, de un modo más o menos explícito, acudieron a las peculiaridades geográficas y sociales de Telde, entre otras, para vertebrar no pocas piezas textuales. Pero no queda aquí la cuestión. Una tierra para la literatura es una tierra de poetas. Así las cosas, el profesor Cabrera Perera también hace hincapié en la fecunda tradición literaria que posee nuestra ciudad y que, en última instancia, personaliza en figuras de indudable reconocimiento como Montiano Placeres, Fernando González o Saulo Torón, el más grande de los poetas de Telde, a juicio del conferenciante.

El 2 de marzo, el profesor Rodríguez Pérez tomó la palabra para analizar la contribución de nuestra literatura local a las letras regionales con las que, en buena lógica, mantiene una relación de dependencia. En este punto, como ya entonces destacamos, conviene resaltar los logros de Telde y su aporte poético a la Literatura de Canarias cuando consigue establecer la entidad de una escritura que tiende hacia lo universal desde los parámetros localistas que una tradición, más o menos rigurosa, le ha asignado.

Este segundo trabajo que nos ocupa asume el cometido de plantear la muy necesaria tarea de calibrar con exhaustividad el material crítico que poseemos sobre la vida y obra de escritores como Julián y Saulo Torón, Montiano Placeres, Fernando González, Luis Báez o Patricio Pérez Moreno, entre otros. Estamos, pues, con la iniciativa de Letras a Telde, ante un primer paso para este propósito, un inmejorable preliminar que demanda la secuencia de otros capítulos en los que se llegará a cuestionar, no tenemos la menor duda de ello, muchos escritos científicos anteriores carentes de las mínimas precisiones exigibles con las que dotar de dignidad y rigor a nuestro objeto de estudio.

De la visión general de la que participan los dos primeros trabajos expuestos pasamos a la parcialidad de las Dos claves en la poesía de Fernando González que ocuparon al profesor Martín Rodríguez en su exposición del 18 de abril. En este artículo, el conferenciante apuntó a dos de los muchos aspectos que hemos de tener en cuenta a la hora de elaborar una poética del vate grancanario: por un lado, las distintas referencias mitológicas que aparecen en la obra del teldense y, por el otro, las alusiones encubiertas a pasajes bíblicos que subyacen en sus poemarios. Y como nexo común a toda su producción literaria, la presencia de Dios, que será, en última instancia, la que, a modo de trama, engarce toda la urdimbre de sus inquietudes retóricas, ya sea desde la humildad más sentida («Me creí grande, Dios mío…», etc.), ya desde la irreverencia más increpadora («[…] Dios fue su yugo. / […] “¿A esto llamas, Señor, el Paraíso?” […]»).

El estudio del profesor Martín Rodríguez es fundamental para entender a Fernando González en su vertiente más humanista, la que se deriva de su inclusión en los dos motivos literarios ya expuestos. El cantor de la melancolía, el dolor, el sufrimiento, el desengaño…, el gran machadiano, como nos recuerda nuestro conferenciante, es, también, en su deambular poético, el poeta que atesora múltiples entornos culturales sobre los que volcar su lirismo. Su lado humanista, pues, fluctúa entre la intensidad de los versos en los que queda explícito el mito («En la transmutación del maestro») y el estilismo de aquellos otros que, envueltos en el aura mágica que caracteriza las referencias míticas grecorromanas y cristianas, aparecen ante nosotros con la única vestimenta que poseen, el símbolo, la mención implícita («Abandonado del amor»).

Con la cuarta conferencia se cambió la perspectiva de nuestras incursiones teldenses y pasamos del escritor oriundo y la producción realizada en los límites del seis veces centenario lugar a las pautas que determinan el sitio como motivo creativo. Así surgió Telde como espacio novelesco: Apuntes sobre la configuración del espacio narrativo en ‘Las espiritistas de Telde’ de Luis León Barreto, de Francisco Quevedo García, que nos ocupó el pasado 18 de mayo. La obra y su mayor estudioso se han fundido en esta entrega de Letras a Telde para testimoniar el esfuerzo de un escritor como Luis León que, con su particular sensibilidad, ha sabido extraer de una referencia aditicia, al menos a priori, como puede ser la ubicación en Telde de su trama narrativa, una suerte de matices fundamentales para el desarrollo de su célebre Las espiritistas de Telde (1981). Un caso como el de los Van der Walle pudo suceder en cualquier lugar del mundo; pero el asunto concreto, único, el infausto acontecimiento de la citada familia, sólo fue posible que se diera en Telde, y no en cualquier Telde, no, sino en uno muy determinado: el de los años que antecedieron a la Guerra Civil española.

Se podrá constatar en la lectura de esta conferencia la importancia del paisaje en la gestación de los acontecimientos narrados, ya que si Telde no hubiese sido como era y, entre otras circunstancias, adoleciese de ese marcado parecido con Jerusalén, Jacinto Van der Walle —al margen de males congénitos— no tendría contexto alguno en el que asentar y desarrollar sus desvaríos proféticos ni su hermana Francisca, por extensión, acabaría reclamando la muerte de Ariadna para que el alma de éste pudiese subir a la derecha del Padre.

Telde es el origen de una dinastía que inicia un judío holandés, Pieter Van der Walle, en el siglo XVI, quien, huido de la justicia por haber sustraído fondos municipales que custodiaba, logra embarcarse de polizón rumbo a Sevilla y de aquí, casado con María Vargas (o Josefina Aurelia), llega hasta las islas del sur, o sea, Canarias, donde, con cédula de honorabilidad y cristiandad vieja compradas a golpe de doblones, consigue asentarse e iniciar su estirpe. Nuestra ciudad, pues, no es más que el Edén de este holandés que, en un afán por no perder su identidad y, consecuentemente, a sí mismo, retoma un apellido que escondió en los lugares donde ya estaba condenado a ser nadie: Vanderst, en L’Ecluse (Zeebrugge, Gante u Ostende) y Vandale, en Sevilla. Siglos más tarde, las páginas doradas que comenzase a escribir Pedro Vandale al frente de La Vega tendrían un amargo colofón en el crimen sobre Ariadna Van der Walle. Como si de un ente superior se tratase, Telde ha sido testigo y, a su manera, ha coadyuvado a que la gloria pecuniaria que los ingenios de azúcar concedían a la próspera hacienda del holandés se convirtiese, con el tiempo, en la extirpación traumática de un clan que no desapareció por mor de los distintos acontecimientos históricos que habría de sobrevenir a España en las décadas posteriores, ni por el cruce con otras familias que trajese consigo la paulatina pérdida del apellido, sino por la trabazón del fanatismo con la ignorancia que, en un ambiente tan mágico, mítico y legendario como el de nuestras islas y, sobre todo, el de nuestra tierra, terminó por desembocar de forma irremediable en la tragedia que ocupa las páginas de Las espiritistas de Telde.

Durante el mes de junio, aunque no estaba inicialmente previsto, el ciclo tuvo la fortuna de contar con la profesora Jiménez Betancor, quien nos ofreció su particular visión de Fernando González a través de los dos términos más importantes que quiso resaltar en su disertación del día 13: «Humanidad» y «Poesía».

Tras los meses de julio y agosto, inhábiles desde el punto de vista de la administración cultural, retomamos el ciclo el 28 de septiembre con La presencia de la poesía de Domingo Rivero en la ‘Escuela Lírica de Telde’ del profesor Padorno Navarro. Su magisterio se nos antojaba imprescindible en nuestra iniciativa pues aúna en su persona no solo el valor de ser uno de los mayores especialistas en Literatura canaria, como lo avalan sus no escasas publicaciones en la materia y sus ocupaciones docentes e investigadoras en la Facultad de Filología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, sino que, además, estamos ante uno de los autores más consagrados del archipiélago y de ese cupo selecto que cabría reconocer bajo la denominación de poetas del Atlántico, con América y Europa como ámbitos de difusión de una lírica, la suya, que la historiografía literaria de nuestra tierra ha ubicado en los límites de una generación y de una antología pionera, la de Poesía Canaria Última de 1966. Su condición, pues, de juez y parte lo convirtieron en un invitado idóneo para que mirase, a través de su prisma de múltiples perspectivas, a los escritores teldenses y, más en concreto, al grupo que formaba lo que se ha venido a denominar con los tiempos «Escuela Lírica de Telde».

El propósito que persigue nuestro conferenciante/articulista con este trabajo no es otro que tratar de justificar, de manera más o menos explícita, la existencia de una escuela lírica que funda su razón de ser en motivos poéticos y no tanto en otros de raigambre meramente circunstanciales: escritores nacidos en un mismo lugar, con pocos años de diferencia, asiduos participantes en veladas literarias celebradas en su localidad… Hacía falta encontrar estos nexos estéticos para testimoniar la existencia de un grupo de poetas que manejan para sus composiciones referentes y motivos comunes (por ejemplo: afición a escritores como Domingo Rivero); y que sea esta inclinación la que mueva a creadores (pienso en Saulo Torón o Fernando González) a tomar como eje de algunas de sus piezas temas de índole metafísica. He aquí donde únicamente entendemos que debe verse la homogeneidad, la unidad lírica de la «Escuela»; por encima, repetimos, de otras consideraciones, a los poetas y sus poéticas cabe juzgarles desde el reflejo de sus obras y no a partir de los perímetros de su existencia.

La penúltima conferencia del ciclo, la del profesor Natera Mayor, impartida el 23 de octubre, vino precedida en sus preliminares de una afirmación que entonces sosteníamos y que ahora no dejamos de mantener: que cuanto se diga, se opine o se defienda en torno a cualquier texto de índole creativa siempre vendrá marcado por una estela de relatividad, de inopinada incertidumbre, que sólo podrá ser resuelta con la declaración fiel y testimonial de quien los creó. Por eso mismo, conscientes de que atrás han quedado insignes poetas a los que ya no podremos preguntar directamente por su poética, sino que habremos de deducirla a través de sus composiciones —con el señalado riesgo de afirmar la certeza de aquello que no deja de ser meras conjeturas—, nos pareció oportuno ofrecer una nueva perspectiva en un foro como el que nos convocaba: pedimos a un poeta de Telde, aunque no fuese teldense, que navegase por los mares de sus versos para que nos diese el mapa cartográfico de sus sensibilidades líricas y pesares retóricos. La voz del vate no tiene que alzarse sólo ante sus creaciones, sino incluso frente a sus recreaciones; de ahí la importancia de que su poética, como si fuese la Carta magna de sus pulsiones de literariedad, quede registrada como estadio preliminar de toda cuestión inherente a su artística vertiente demiúrgica.

Se nos han ido muchos poetas buenos, muy buenos, a los que ya no podremos pedirles una visión personal de su faceta creativa como la que subyace en las páginas de La singularidad de la palabra poética desde una experiencia particular que el profesor Natera Mayor nos brinda en el tomo que nos convoca. Impidamos por todos los medios, ahora que podemos con algunos escritores, que esto vuelva a suceder y exijámosles, en el sentido más afectuoso de la expresión, que nos regalen el pasaporte hacia las respuestas más íntimas e intensas que se pueden obtener frente a la obra literaria. Los caminos de la creación son tan inextricables como las mal llamadas viñas del Señor y es menester del crítico no sólo su análisis y sus propuestas, derivadas de éste, para responder a los pesares de los lectores ante su evidente incomodidad por no saber la ruta hacia las indicadas respuestas, sino incluso el exigir al creador que se justifique, que muestre las razones y los motivos de uno de los más hermosos delitos que, a nuestro juicio, se puede uno imaginar: conmover el estado anímico y la sensibilidad de un individuo cualquiera a través de la inocencia de unos trazos tipográficos escritos con imperdurable intención. En este sentido, la labor del crítico es la de hacerle ver al autor, con las armas de sus recreaciones, los estragos líricos que ha causado y el deber que tiene de subsanar los ánimos descompuestos de quienes han marcado sus composiciones, con letras indelebles, en algún recóndito lugar de su entendimiento, para recrearse con ellas en la solaz disposición del lirismo en el que todos los humanos solemos encontrarnos, en mayor o menor medida, con menor o mayor frecuencia.

Llegados a este punto, nos parece oportuna la inclusión en esta introducción de una de las mejores propuestas que jamás se ha podido elevar para el conocimiento y difusión de nuestros escritores locales y que, de forma espontánea, en un pequeño intercambio de ideas y propósitos, nos dejó caer Padorno Navarro al rato de haber concluido su conferencia: la creación de una Biblioteca de Autores Teldenses. Con esta sugerencia —nuestro interlocutor no tenía por qué saberlo—, el profesor reactualizaba en cierta medida una iniciativa que habíamos estado apuntando en distintos frentes y que, de una manera más o menos implícita, fue el motivo fundamental del ciclo de conferencias que nos ha reunido. Ésta, en sus líneas más básicas, pretendía el análisis riguroso de la producción literaria de nuestra ciudad, con la inclusión en el estudio de autores y obras olvidados y/o desconocidos; y el desmonte, con las lógicas precauciones, de esa curiosa consideración generalizada que existe acerca de la circunscripción de nuestras letras a la mal estudiada y, creemos, peor denominada Escuela Lírica de Telde.

Si la literatura de Telde no puede salir de los límites que determinan los seis o siete poetas de siempre, los de la referida Escuela, y de estos solo la tercera parte son de verdadero renombre, convendría concluir que aquí no ha habido una tradición poética realmente digna de mención; y que hemos tenidos a los dos o tres grandes de turno, como corresponde a toda ciudad centenaria y populosa, del mismo modo que también contamos en nuestra historia con dos o tres músicos relevantes, dos o tres pintores destacados, etc. En una Biblioteca de Autores Teldenses, como la que nos dejó caer el profesor Padorno Navarro, convendría dar cuenta de las escrituras vigentes, las de muchos que componen y que arrastran una trayectoria poética que conviene no dejar escapar. Pienso ahora en un Luis Natera Mayor o un Sergio Domínguez Jaén, por citar a poetas consagrados; en prosa, Octavio Santana… o Ros Mari Baena,[1] todo un portento literario que no deberíamos perder de vista. Y eso por no hacer mención a un período más o menos intermedio entre estos y la Escuela, que estaría compuesto por autores como Federico Carbajo Trujillo,; José Quintana,; José Otero Ruiz, María de los Dolores Quintana Rodríguez, que firma con el seudónimo de «Madoki»; o lo que pudo ser un testimonio de indudables inquietudes poéticas: Suplemento, la sección literaria de la revista Telde, publicada entre 1956 y 1957 por el Colegio Labor de nuestro municipio, un medio nacido al amparo de Ventura Doreste y gracias a la iniciativa de algunos profesores del referido centro, como Juan Millares Carlo o Alfonso Armas Ayala.[2] Tampoco deberíamos prescindir de lo que cabría enunciar como «estado previo a la Escuela Lírica», que, según la Biobibliografía de escritores canarios (siglos XVI, XVII y XVII) de Agustín Millares Carlo y Manuel Hernández Suárez, quedaría compuesto por autores poco conocidos o ignorados de nuestras letras locales: Juan de Jaraquemada, Domingo Pérez Macías, Lucas Ramírez y Rodríguez, José de la Rocha Alfaro, Agustín Romero de la Coba, los hermanos Martínez de Escobar y tantos cuyos testimonios literarios piden una oportunidad para que alguien los escrute y les dé el valor que realmente se merecen.

Si pedimos en su momento a Luis Natera que nos hablase de su poética es, además de por las razones ya esgrimidas, porque estamos convencidos de que lo que ha de ser la Biblioteca de Autores Teldenses necesita nutrirse del aporte de poetas como él. Natera, en el fondo, es una prueba más, junto a otras de igual valía, de que la literatura española hecha en Telde, por teldenses o con nuestra ciudad como motivo no se puede ni se debe circunscribir a los escritores de siempre, sino que ha de expandir sus miras en otros realizadores de contrastada calidad que sólo requieren del necesario espacio temporal para que sus producciones calen. Luis, por mor de esta experiencia que envolvemos bajo la denominación de Letras a Telde, se ha convertido así en el símbolo de una nueva e imprescindible proyección hacia los estudios literarios en nuestra ciudad y los resultados, como se verifican en su artículo, no pueden dejar de ser esperanzadores.

El último trabajo se expuso el 29 de noviembre. Se trata de una propuesta muy concreta que sabíamos de antemano que la profesora Mateo del Pino no iba a rechazar, a pesar de que la tarea que debía realizar no era nada sencilla. En las páginas de su A través del espejo. La crónica literaria en Hilda Zudán se percibe el inmenso esfuerzo que ha supuesto el trazo de un recorrido existencial y poético para esta prácticamente desconocida escritora que nuestra conferenciante articula en el análisis de su obra en prosa, fundamentalmente el texto que constituyó su Memoria de Licenciatura, que la teldense presentó en Madrid en 1926, y las crónicas literarias publicadas en El Defensor de Canarias entre 1921 y 1923. Es necesario resaltar esta seria y elaborada incursión en los señalados artículos de esta autora porque, como afirma la profesora Mateo del Pino, a través de ellas «podemos conocer al particular y específico sujeto literario que ha producido los textos», que los dota de dimensión estética y que cumplen con la función de interiorizar o literaturizar, como nos afirma, la realidad, ya que aprovecha a «interrogar a lo inmediato, preguntarse a sí misma y hurgar en su conciencia».

Con este artículo de la profesora Mateo del Pino ponemos punto y final, esperemos que momentáneo, a un ciclo que ha colmado gran parte de nuestras expectativas. Asumo que la enorme montaña de buenos y posiblemente utópicos propósitos no se ha logrado, pero sí se ha conseguido, al menos, lo fundamental, lo que habíamos fijado como objetivo. Sin duda alguna, el apoyo firme de la concejala-delegada de Educación y Cultura del M. I. Ayuntamiento de Telde, Gregoria González Valerón, y del jefe de negociado, Luis López Sosa,[3] cuya tarea al frente de lo que tenía que ver con la gestión económica y logística del evento merece ser convenientemente destacada han permitido el éxito del proyecto cultural. Por todo, a los dos, muchísimas gracias; y muchísimas gracias, también, al esfuerzo y dedicación de nuestros conferenciantes y al estímulo constante que siempre ha recibido Letras a Telde, 1351-2001 por parte de sus destinatarios, ese público fiel que con su presencia e intervenciones ha contribuido a generar un foro literario en el que se ha testimoniado, al margen de sus opiniones e inquietudes, la necesidad de que esta iniciativa académica que nos ha ocupado durante el año al que le restan días para diluirse se retome y con ello volvamos al noble ejercicio de precisar, ampliar, difundir y homenajear a nuestras letras teldenses.


[1]. En 2011, edité y prologué, para Beginbook Ediciones, su poemario En tus manos encomiendo mi alma. En mi exposición inicial, apunté cómo las circunstancias me situaron en el camino de una excelente poetisa.

[2]. Vid. Primer ensayo para un Diccionario de la Literatura en Canarias de Jorge Rodríguez Padrón, Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1992.

[3]. Con quien volveré a encontrarme en 2018 para embarcarnos en una enorme iniciativa editorial: sacar adelante los siete tomos de su Toponimias y antroponimias de Telde que le edité para Beginbook Ediciones entre el referido año y 2021.