Música, sonido y levitación

En la mitología griega Anfión (aficionado a la música y al arte), hermano gemelo de Zeto  e hijo de Antíope y Zeus, fue, al parecer, instruido por Hermes en el arte de tañer la cítara. Se cuenta que, de tan buen arte hacía muestra que en la construcción de la muralla de Tebas, mientras Zeto hacía uso de su capacidad física, Anfión tocaba la lira de forma que las piedras le seguían y se colocaban en su sitio.

«In days gone by the sons of heaven came to the wedding of Harmonia, and the walls and towers of  Thebes rose to the sound of Amphion’s lyre …» (Euripides, Las fenicias 824)

Podemos suponer que como el padrastro de Anfión era Tántalo, un reino de Asia Menor, tuvo la oportunidad de aprender de los Lidios lo que así llamaban el “modo lidio” (do’-do), añadiendo por sí mismo tres cuerdas a las antiguas cuatro cuerdas (haciendo un total de siete cuerdas al igual que siete serían las puertas de Tebas). Se ha indicado que Anfión podría ser el primero en elevar un altar a Hermes y por ello recibió clases de música del Dios, siendo capaz de manipular bestias y rocas al tañer.

Sin embargo no nos resulta tan sorprendente el mito de la construcción de la muralla de Tebas, como el extracto del capítulo 8, Acoustic levitation of stones de Bruce Cathie del libro Anti-gravity and the World Grid (pp. 213-217), una de las grandes joyas de la literatura de los 90.

Para ubicarnos con corrección, en el siguiente dibujo encontramos, a la derecha la ladera de la montaña, en el centro el bloque de piedra y a la izquierda sacerdotes y músicos (S=Bombo; M= Tambor medio; T= Trompetista).

Como se muestra aquí, Henry Kjellson (Levitación acústica de piedras, 1939) explica como los 200 sacerdotes están esperando para tomar posiciones en línea recta de 8 o 10 por detrás de los instrumentos.

Bruce Cathie explica que un científico de Nueva Zelanda le hace entrega de interesante de un artículo publicado en una revista alemana, que contiene información sobre muestras de levitación en el Tíbet. Todas las historias similares que había leído carecían de la información necesaria para comprobar la veracidad del relato. Sin embargo, en esta ocasión, se llevó a cabo una serie de mediciones geométricas y descubrió, que cuando se contrastaron con las medidas geodésicas, en relación a la red de armónicos, los valores dieron una asociación directa con las ecuaciones armónicas unificadas publicadas en sus trabajos anteriores. Bruce Cathie cita a continuación extractos del artículo en alemán.

«Sabemos que los sacerdotes orientales eran capaces de levantar piedras pesadas hasta las altas montañas con la ayuda del sonido […] el conocimiento de las vibraciones muestra a los físicos que un campo de sonido vibrante y condensado puede anular la fuerza de la gravedad. El ingeniero sueco Olaf Alexanderson escribió sobre este fenómeno en el número 13 de la revista Implosión. El siguiente informe se basa en observaciones que se hicieron hace 20 años en el Tíbet. Poseo el informe de mi amigo ingeniero civil y director de vuelo, Henry Kjellson (1891-1962) que más tarde se incluyó este informe en su libro, Las técnicas perdidas (The Lost Techniques). Este es su informe

“El médico sueco, Dr. Jarl, un amigo de Kjelsons, en su época de estudiante en Oxford, entabla amistad con un joven estudiante tibetano. Un par de años más tarde, en 1939, el Dr. Jarl hizo un viaje a Egipto para la Sociedad Científica Inglesa donde fue encontrado por un mensajero de su amigo tibetano, el cual le pide viajar urgentemente al Tíbet para conocer a un gran Lama. Una vez allí, el Dr. Jarl permaneció junto al Lama durante bastante tiempo, y gracias a su amistad con los tibetanos, aprendió muchas cosas que el resto de extranjeros nunca han visto.

Un día, su amigo, le llevó a un lugar del monasterio y le mostró un prado inclinado que estaba rodeado en su lado noroeste por altos acantilados. En una de las paredes de roca, a una altura de unos 250 metros había un gran agujero que parecía la entrada de una cueva. Frente a este agujero había una plataforma en la que los monjes estaban construyendo una pared de roca. El único acceso a esta plataforma era por la parte superior del acantilado y los monjes descendían con la ayuda de cuerdas.

En mitad del prado, a unos 250 metros del acantilado, había una losa pulida con un plato en el centro del mismo tamaño que la cavidad. El recipiente tenía un diámetro de un metro y una profundidad de 15 centímetros. Colocaron un bloque de piedra de 1×1,5 metros en esta cavidad con la ayuda de unos bueyes y dispusieron, en un arco de 90 grados a una distancia de 63 metros de la losa de piedra, 19 instrumentos musicales: 13 tambores y 6 trompetas.

Los ocho tambores tenían una sección transversal de un metro, y una longitud de 1 y 1,5 metros. Cuatro tambores eran de tamaño medio con una sección transversal de 0,7 metros y una longitud de un metro. El tambor pequeño sólo tenía una pequeña sección transversal de 0,2 metros y una longitud de 0,3 metros. Todas las trompetas eran del mismo tamaño con una longitud de 3,12 metros y una abertura de 0,3 metros. Los tambores grandes y todas las trompetas se fijaron en los montajes en dirección a la losa de piedra. Los tambores grandes, construidos en cinco secciones, eran de hierro de 1 mm de espesor, y tenía un peso de 150 kg. Todos los tambores estaban abiertos en un extremo, mientras que en el otro extremo tenían un fondo de metal, que los monjes golpeaban con palos de cuero grandes. Detrás de cada instrumento había una fila de monjes.

Cuando la piedra se encuentra en su posición, el monje situado detrás del pequeño tambor da la señal para comenzar el concierto golpeando con un sonido muy agudo, que se oye por encima del terrible ruido del resto de instrumentos. Todos los monjes cantaban una oración, poco a poco aumentando el ritmo de este ruido increíble. Durante los cuatro primeros minutos no pasó nada, entonces, como la velocidad de los tambores y el ruido aumentaron, el bloque de piedra grande empezó a moverse y a sacudirse, y de repente se elevó en el aire con una velocidad cada vez mayor en dirección a la plataforma frente a la cueva a 250 metros de altura, donde aterrizó después de tres minutos de ascenso.

Continuaron trayendo nuevos bloques a la pradera, y haciendo uso de este método, transportaban de 5 a 6 bloques por hora en un vuelo parabólico de aproximadamente 500 metros de longitud y 250 metros de alto. De vez en cuando alguna piedra se partía pero los monjes la retiraban.

El Dr. Jarl conocía el alzamiento de las piedras. Expertos tibetanos como Linaver, Spalding y Huc había hablado de ello, pero nunca lo había visto. Así que el Dr. Jarl fue el primer extranjero que tuvo la oportunidad de ver este espectáculo. Considerando que estaba siendo víctima de una psicosis colectiva hizo dos películas sobre el incidente. Las películas muestran exactamente las mismas cosas que él había presenciado. Sin embargo, la sociedad inglesa para el cual el Dr. Jarl estaba trabajando confiscó las dos películas y las declaró clasificadas sin intención de darse a conocer hasta 1990”.

Este hecho, expone Bruce Cathie, evidencia que los monjes en el Tíbet están familiarizados con las leyes que rigen la estructura de la materia. La levitación de las piedras no fue provocada por el fervor religioso de los monjes, sino por el conocimiento científico en manos de los sumos sacerdotes. El secreto está en la colocación geométrica de los instrumentos musicales en relación con las piedras que levitan, y la afinación armónica de los tambores y las trompetas. Las ondas sonoras que se generan por esta combinación son dirigidas de tal manera que se crea un efecto antigravitacional en el centro de enfoque (posición de las piedras) y alrededor de la periferia, o el arco, de una tercera parte de un círculo a través del cual las piedras se desplazan

Si analizamos el diagrama publicado con el artículo original, y lo comparamos con el esquema modificado, nos damos cuenta de las siguientes coordenadas, y las implicaciones, en comparación con mis trabajos publicados con anterioridad. El volumen del tambor grande es similar al volumen del bloque de piedra. Los tambores medianos tienen 1/3 del volumen de los tambores grandes y el tambor pequeño es 1/41 del tambor mediano y 1/125 del tambor grande. No nos facilitan el volumen total de la piedra pero las relaciones armónicas de los tambores implican 1,5 m3.

Elevar una piedra 250 metros precisa de una prodigiosa cantidad de energía. Rocas como el granito tienen pesos cercanos a los  150-170 libras por pie cúbico. Si asumimos 160 libras por pie cúbico para 1,5 mm3 de piedra, tendríamos un peso de cerca de 4 toneladas. Para elevar este peso 250 metros precisaríamos de 7 mill. de ft/libra de trabajo

The monks were obviously tapping into a huge amount of free energy to levitate the huge stone blocks, or gravity requires little power to affect its operation once the principles are understood.

Creo que no hay mucha duda de que los tibetanos, en caso de ser cierta la experiencia, tenían la posesión de los secretos relativos a la estructura geométrica de la materia, y los métodos de manipulación de los armónicos. Invito a todo el que pueda comprender la teoría matemática detrás del relato a visitar el siguiente enlace en el cual Bruce Cathie nos explica el cálculo geodésico para la realización de la levitación.

Silvia Bravo[1] nos describe un mundo rodeado de “plasma”[2]: “hasta hace sólo unas cuantas décadas imaginábamos que toda la materia del Universo era sólida, líquida o gaseosa, lo que llamamos los tres estados de la materia[3]. Al descubrir el estado de plasma y empezar a estudiar su comportamiento tan singular, se decidió acuñar para éste el término cuarto estado de la materia, pues en conjunto corresponde a un estado de mayor energía que los tres anteriores”.

Una sustancia suficientemente fría se presenta en estado sólido, es decir, tiene una forma específica e internamente se caracteriza por el hecho de que los átomos que la constituyen se encuentran firmemente unidos. Al calentar la sustancia la unión entre los átomos se hace más débil debido a la agitación térmica y la sustancia pasa a otro estado que conocemos como líquido, en el que ya no tiene una forma específica pero ocupa un volumen definido. Al seguir calentando la sustancia sus átomos pueden llegar a liberarse completamente de las ligas mutuas y entonces pasa a un estado de gas, en el que ya no tiene forma ni volumen fijos, sino que dependen de los del recipiente que la contiene. Si esta sustancia se calienta aún más se produce un nuevo cambio, ahora ya en el interior de los átomos, los cuales empiezan a desprenderse de sus electrones, esto es, se ionizan y se forma un plasma[4]. Conforme el material se calienta más, sus átomos se mueven con mayor rapidez y al chocar unos con otros en gran agitación puede originarse el desprendimiento de algunos de sus electrones orbitales, quedando así los átomos ionizados y algunos electrones libres. Por encima de los 10.000 grados Kelvin (ºK), cualquier sustancia ya es un plasma. Los grados Kelvin corresponden a la escala absoluta de temperaturas, en la que no existen temperaturas negativas y el cero absoluto equivale a -273 grados centígrados.

Aunque casi toda la materia del Universo se encuentra en forma de plasma, este estado no nos es familiar pues en nuestro entorno cercano es raro y efímero. Estamos rodeados de sólidos, líquidos y gases y sólo aparecen plasmas cerca de nosotros cuando, por ejemplo, un relámpago cruza la atmósfera y ioniza momentáneamente el aire, o mientras está encendida una lámpara fluorescente. También la atmósfera se convierte en un plasma cuando ocurre una aurora[5]. Conforme nos alejamos de la superficie de nuestro planeta nos vamos adentrando cada vez más en el dominio del plasma. La parte alta de nuestra atmósfera, la ionosfera, es un plasma, y el material que puebla nuestro entorno magnético, nuestra magnetosfera, también es un plasma. El medio interplanetario está lleno de plasma, el viento solar; y prácticamente todo nuestro Sol es una esfera de plasma. Del mismo modo el plasma envuelve a todos los demás planetas, y todas las estrellas del Universo son cuerpos de plasma. Además de esto, el plasma llena también el medio interestelar y el espacio intergaláctico. Aristóteles tenía razón y la Naturaleza le tiene horror al vacío: ha llenado todo el espacio de plasma. El plasma es tan generalizado en el espacio que casi podríamos equipararlo con el éter o quintaesencia de los griegos, que de acuerdo con sus ideas constituía todos los cuerpos por encima de la Tierra y llenaba los mismos cielos. Pero no obstante su gran abundancia, el plasma espacial tardó mucho tiempo en ser descubierto[6]. El principal motivo de este retraso es que la radiación que emiten los plasmas espaciales tiene, en general, frecuencias muy diferentes a las de la luz. Nuestros ojos sólo son sensibles a emisiones electromagnéticas con frecuencias dentro de un rango muy reducido, y no podemos ver ni rayos ultravioleta, ni infrarrojos, ni X, ni gamma, como tampoco podemos ver las ondas de radio.

El espacio lleno de plasma se nos revela entonces muy distinto del espacio vacío en el que pensábamos hace apenas unas cuantas décadas. El espacio no sólo está ocupado por materia, sino que lo penetran muchas redes de corrientes eléctricas y filamentarias, alineadas por los campos magnéticos que permean el plasma. Se encuentran también en el espacio frentes de choque (discontinuidades) que viajan en el plasma a velocidades supersónicas o que permanecen fijos en el espacio, estableciendo fronteras entre plasmas diferentes. Otras fronteras son establecidas por enormes hojas de corrientes eléctricas y en ocasiones suelen producirse capas dobles, en las cuales se aceleran las partículas hasta energías mucho mayores de las que se alcanzan en nuestros más modernos aceleradores.

Así, hemos descubierto que el espacio no sólo no es homogéneo, sino que está parcelado, esto es, estructurado en diversas regiones dentro de las cuales las condiciones del plasma son distintas; regiones contiguas, pero rodeadas por fronteras electromagnéticas que parcelan el espacio y establecen una coexistencia pacífica entre plasmas de composición química, temperatura, densidad y magnetizaciones diferentes, y condiciones dinámicas particulares que pueden ser contiguas, pero no se mezclan.

Sobre la aurora.

En 1896, Birkeland sugirió que las auroras resultan de que electrones de origen solar son guiados hacia los polos de la Tierra por las líneas del campo geomagnético. Llevó a cabo experimentos de laboratorio con una pequeña esfera magnetizada que tenía una superficie fluorescente, a la que llamó terrella (tierrita), sobre la que hacía incidir electrones para observar su comportamiento. Con estos experimentos se observó por primera vez en laboratorio la aparición de las regiones aurorales sobre la terrella. Intrigado por estos experimentos, Carl Stormer inició en 1904 estudios matemáticos del movimiento de partículas cargadas en el campo magnético de un dipolo (como el de un imán de barra). Sin la ayuda de computadoras llevó a cabo cálculos muy largos y tediosos, pero logró demostrar que era correcta la interpretación de Birkeland.

Sin embargo, esta opinión de Stormer y de Birkeland de que el Sol arrojaba chorros de electrones fue muy criticada, y en 1919 Lindeman sugirió que lo que provenía del Sol deberían ser chorros neutros de gas solar ionizado (plasma). Los estudios de la interacción de estos chorros de plasma con el campo magnético de la Tierra se iniciaron en la década de 1930, pero fue sólo a partir del desarrollo de la física de plasmas y la magnetohidrodinámica, con los trabajos fundamentales de Hannes Alfvén alrededor de 1940, que este familiar espectáculo ha empezado realmente a comprenderse.

Las auroras ocurren típicamente en dos regiones anulares, casi circulares, de pequeña extensión latitudinal, alrededor de cada polo geomagnético. Estos polos geomagnéticos, que podríamos considerar como las intersecciones del eje del campo magnético dipolar terrestre con la superficie de la Tierra (figura 7), son cercanos a los polos geográficos pero no coinciden con ellos. El polo norte geomagnético (que en realidad es el polo sur de un imán) se localiza cerca del extremo noroeste de Groenlandia y el polo sur (que es un polo norte magnético) cerca de la estación soviética Vostok en la Antártida.

 

Las regiones donde se producen las auroras se conocen como óvalos aurorales y están fijas en el espacio respecto al Sol, de manera que la Tierra gira bajo ellas una vez al día. Cada óvalo tiene un radio aproximado de 2 000 kilómetros (aunque éste varía según la intensidad de la aurora) y son excéntricos respecto a los polos, esto es, su centro está corrido unos cuantos grados hacia lo que se llama el lado noche, es decir; el lado opuesto al Sol (figura 8). Así, la porción noche se encuentra alrededor de los 67º de latitud magnética, mientras que la porción de día está alrededor de los 76º de latitud. Como puede verse, contrariamente a la creencia común, las auroras no ocurren en los polos, sino que el óvalo deja libre una región de latitudes más altas, lo que se conoce como el casquete polar.

Ahora ya se sabe que las columnas de luz de las auroras son causadas por la precipitación de electrones y iones (principalmente protones) de alta velocidad sobre la atmósfera superior; las cuales penetran a lo largo de las líneas del campo magnético de la Tierra y excitan y ionizan a los átomos y disocian a las moléculas del aire.

Durante las auroras, hay ocasiones en que el plasma emite ondas de radio con frecuencias entre 30 y 3 000 megahertz; en estos casos se habla de una radio aurora. También se han registrado emisiones esporádicas de señales de radio de muy alta frecuencia a las que se ha dado el pintoresco nombre de «silbidos aurorales» y que parecen deberse más bien a los electrones que se precipitan. 

La resonancia de la Tierra

La Tierra presenta ondas de radiofrecuencia comprendidas entre los 3 y los 30 Hz., u ondas de frecuencia extremadamente baja (ELF, acrónimo del inglés extremely low frequency), de forma natural debido a la resonancia de la región comprendida entre la ionosfera[7] y la superficie. Se inician con los rayos, que hacen oscilar los electrones de la atmósfera. El modo fundamental de la cavidad de la ionosfera terrestre tiene una longitud de onda igual a la circunferencia de la Tierra, que da como resultado una frecuencia de resonancia de 7,8 Hz[8]. Esta frecuencia, y otros modos resonantes de 14, 20, 26 y 32 Hz aparecen como picos en el espectro ELF; este fenómeno se denomina resonancia de Schumann.

La Resonancia Schumann es un conjunto de picos en la banda de frecuencia extremadamente baja (ELF) del espectro radioeléctrico de la Tierra.

Esto es porque el espacio entre la superficie terrestre y la ionosfera actúa como una guía de onda. Las dimensiones limitadas terrestres provocan que esta guía de onda actúe como cavidad resonante para las ondas electromagnéticas en la banda ELF. La cavidad es excitada en forma natural por los relámpagos, y también, dado que su séptimo sobretono se ubica aproximadamente en 60 Hz, influyen las redes de transmisión eléctrica de los territorios en que se emplea corriente alterna de esa frecuencia.

La frecuencia más baja, y al mismo tiempo la intensidad más alta, de la resonancia de Schumann se sitúa en aproximadamente 7,83 Hz. Los sobretonos detectables se extienden hasta el rango de kilohercios.

En algunos sitios de internet y libros, realizan afirmaciones no científicas, asociando dichas ondas con las ondas alpha[9], y adjudicándoles un papel en los procesos biológicos.

Entre los errores de estas publicaciones se encuentran los siguientes:

  • Adjudican a las ondas Schumann una frecuencia exacta e invariable de 7.8 Hz, cuando ésta es aproximada y variable. Incluso ni siquiera están presentes constantemente.
  • Adjudican a las ondas alpha una frecuencia exacta e invariable, también de 7.8 Hz, cuando varían entre 8 y 12 Hz. Ni siquiera son frecuentes en niños,8 lo que descartaría que sean imprescindibles.
  • Considera que las ondas alfa son una sincronizadoras, cuando en realidad se considera que son producto de la sincronización de las neuronas. Es decir, que esas publicaciones pseudocientíficas invierten causa con efecto.
  • No poseen citas ni referencias a artículos científicos con revisión por pares, ni a ensayos concluyentes.

No poseen ninguna explicación del supuesto mecanismo, ni ensayos falsables que lo demuestren, sino que recurren a la falacia lógica cum hoc ergo propter hoc.

El cerebro de un recién nacido hasta su primer año de vida emite a una frecuencia vibratoria de 1,01Hz,. Cuando experimentamos amor y compasión por otro ser, nuestro corazón, (y esto es una constante a todos los humanos), tambien emite a una frecuencia de 1.01 Hz.  Pero de lo que no nos habíamos dado cuenta haste hace escasamente tres años es que  el campo magnético terrestre  tambien vibra a una frecuencia de 1.01Hz.

El espectro radioeléctrico de la tierra emite un pulso vibratorio que se sitúa aproximadamente en los 7,83Hz, y recibe el nombre de Resonancia Schuman u “ ondas transversal – magnéticas “.  Sorprendentemente la tierra vibra a la misma frecuencia de resonancia que el hipotálamo humano y el de todos los mamíferos terrestres y marinos, que tambien vibra a 7,83 Hz.

Mientras el ritmo Alfa ( 9,10,11 Hz)  varia de una persona a otra , la frecuencia de 7.8 Hz. es exactamente común a todos los mamíferos, siendo una constante normal biológica, que funciona como un marcapasos para nuestro organismo y sin esa frecuencia, la vida humana no es posible.

ORFEO

La primera referencia que tenemos de Orfeo es en un fragmento de dos palabras del S.VI a.C. del poeta Íbico[10]: onomaklyton Orphen  (“Orfeo el del famoso nombre”). No es mencionado ni por Homero ni por Hesiodo. Píndaro describe a Orfeo como “padre de las canciones” identificándolo como hijo del rey tracio Oeagrus y la musa Caliope.

Los griegos de la época clásica lo veneraban como el más grande poeta y músico de todos los tiempos, se decía que mientras Hermes había inventado la Lira, Orfeo la perfecciona. Poetas como Simonides de Ceos decían que la música y el canto de Orfeo podían hechizar a los pájaros, los peces y las bestias salvajes, haciendo que los árboles y las rocas danzasen y modificando el curso de los ríos.

Algunas fuentes atribuyen a Orfeo otras dotes: la medicina, más común bajo la égida de Esculapio, la escritura, asignada generalmente a Cadmo, y la agricultura, donde Orfeo asume el papel de Eleusis de Triptólemo como dador del conocimiento de Deméter a la humanidad.

http://en.wikipedia.org/wiki/Orpheus

Orfeo era un augur y profeta; practican artes mágicas y la astrología, fundando el culto de Apolo y Dionisos. Píndaro y Apolonio de Rodas [15] lugar a Orfeo como el arpista y compañero de Jasón y los argonautas. Orfeo tenía un hermano llamado Linux que se fue a Tebas y se convirtió en uno de Tebas. [16]

Estrabón [17] (64 aC – c. AD 24) presenta a Orfeo como un mortal, que vivió y murió en un pueblo cerca de Olimpo. «Algunos, por supuesto, lo recibió de buen grado, pero otros, ya que sospechaba un complot y la violencia, combinada contra él y lo mató.» Él hizo el dinero como músico y «mago» – Estrabón utiliza agurteuonta (αγυρτεύοντα), [18] también es utilizado por Sófocles en Edipo Rey para caracterizar Tiresias como un embaucador con un excesivo deseo de posesiones. Agurtēs (αγύρτης) más a menudo significaba charlatán [19] y siempre tenía una connotación negativa. Pausanias escribió sobre un anónimo egipcio que considera un mago de Orfeo (mageuse (μάγευσε). [20]


[2] Sabemos que los átomos, que suelen agruparse en moléculas, son los bloques que constituyen las sustancias ordinarias. Están compuestos de un núcleo cargado con electricidad positiva y un número equivalente de electrones cargados con electricidad negativa. Así, los átomos en su forma completa son eléctricamente neutros. Cuando se extraen del átomo uno o más de sus electrones, lo que queda tiene un exceso de carga positiva y constituye lo que se conoce como un ion. En un caso extremo, un ion puede ser simplemente un puro núcleo atómico al que se le han desprendido todos sus electrones circundantes. Una sustancia que contiene iones, a la vez que conserva los electrones, aunque ya libres del amarre atómico, es un plasma. Así pues, el plasma no es un material particular; sino cierto estado específico de la materia en el que, en conjunto, el material es eléctricamente neutro, pero que contiene iones y electrones libres capaces de moverse en forma independiente.

[3] En realidad, el número se aproxima a quince, aunque la lista aumenta casi cada mes. Hagamos una selección: sólido, sólido amorfo, líquido, gas, plasma, superfluido, supersólido, materia degenerada, neutrónica, materia fuertemente simétrica, materia débilmente simétrica, plasma quark-gluon, condensado de Fermi, condensado de Bose-Einstein, materia extraña…

[4] Es importante destacar que el estado de plasma no implica necesariamente altas temperaturas; la ionización de un material puede producirse por diversos medios. Se pueden producir plasmas por descargas eléctricas o por absorción de fotones.

[5] La aurora del hemisferio norte fue nombrada aurora boreal (luces del norte) por el científico francés Pierre Gassendi en 1621, quien fue el primero en hacer observaciones aurorales sistemáticas. La aurora del sur fue nombrada aurora austral (luces del sur) por el capitán James Cook en 1773, cuando la observó por primera vez en el Océano Índico.

[6] Ya en 1667 unos miembros de la Academia de Ciencias de Florencia descubrieron que la llama de un mechero (que ahora sabemos que es un plasma) tenía la propiedad de inducir la electricidad. En 1698 un científico inglés que estudiaba la electrificación del ámbar frotándolo con asiduidad provocó la primera chispa de que se tiene noticia, una pequeña descarga eléctrica en el aire. Semejante descarga sólo es posible cuando se crea una cantidad suficiente de cargas eléctricas, iones y electrones libres en el aire como para que éste se convierta en un gas conductor de la electricidad: un plasma. ero no fue sino hasta 1879 que se reconoció al estado de plasma como un estado particular de la materia, distinto de los demás. El físico inglés William Crookes, al experimentar con descargas eléctricas en gases, se dio cuenta de que el gas en donde se establecía la descarga se comportaba sustancialmente diferente que un gas regular y sugirió la existencia de un nuevo estado al cual llamó el cuarto estado de la materia.

[7] La ionosfera es la parte de la atmósfera terrestre ionizada permanentemente debido a la fotoionización que provoca la radiación solar. Se sitúa entre la mesosfera y la exosfera, y en promedio se extiende aproximadamente entre los 80 km y los 500 km de altitud, aunque los límites inferior y superior varían según autores y se quedan en 80-90 y 600-800 km respectivamente.

[8] Este fenómeno se llama así en honor de Winfried Otto Schumann, que predijo matemáticamente su existencia en 1952, a pesar de ser observada por primera vez por Nikola Tesla y formar la base de su esquema para transmisión de energía y comunicaciones inalámbricas. La primera representación espectral de este fenómeno fue preparado por Balser y Wagner en 1960.

[9] Las ondas alpha son oscilaciones electromagnéticas en el rango de frecuencias de 8-12 Hz que surgen de la actividad eléctrica sincrónica y coherente de las células cerebrales de la zona del tálamo. también son llamadas «Ondas de Berger», en memoria de Hans Berger, el primer investigador que aplicó la electroencefalografía a seres humanos.

Las ondas alfa son comúnmente detectadas usando un electroencefalograma (EEG) o un magnetoencefalograma (MEG), y se originan sobre todo en el lóbulo occipital durante periodos de relajación, con los ojos cerrados, pero todavía despierto. Estas ondas se atenúan al abrirse los ojos y con la somnolencia y el sueño. Se piensa que representan la actividad de la corteza visual en un estado de reposo.

Una onda similar a las alfa, llamada mu (μ) es a veces observada sobre la corteza motora y se atenúa con el movimiento o incluso con la intención de moverse.

[10] Estaba incluido en la canónica lista de los Nueve poetas líricos (Alcmán de Esparta, Safo, Alceo de Mitilene, Anacreonte, Estesícoro, Íbico, Simónides de Ceos, Píndaro, Baquílides) de la entonces helenística Alejandría. célebre por el carácter pederasta de su literatura, algo que a los antiguos griegos no les parecía mal: «IÍbico, que escogió el dulce florecer de Persuaion y el amor de los chavales.»

Música, lenguaje universal

“Los villancicos de los arrieros españoles con la alondra temprana, en mitad de las tormentosas montañas de sus tierras. El vendimiador de la vieja Sicilia tiene su himno nocturno, el pescador napolitano su canción de barca, el gondolero veneciano su serenata de medianoche. El cabrero de Suiza y el Tirol –el bárbaro de los Cárpatos – el montañero escocés – el mozo de labranza inglés, cantando mientras lleva sus aperos al campo, – siervo – esclavo – todos, todos tienen sus baladas y canciones tradicionales. La música es el lenguaje universal de la humanidad, – la poesía, su pasatiempo universal y deleite”[1].

El poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow en el segundo volumen de Outre-mer; a pilgrimage beyond the sea (1835) titulado Ancient Spanish Ballads no solo hace referencia al carácter nacional español, sino que nos ha dejado una de las expresiones más manidas de la tradición musical occidental: “la música es el lenguaje universal”. Una expresión elevada a la categoría de tópico cuando tratamos de dar una definición al concepto “música”; un concepto cuya razón de ser, cuya existencia, no soporta una justificación evolutiva por sí misma, salvo que reconozcamos el argumento darwiniano en cuanto a la presencia de la música como una adaptación biológica producto de la adaptación sexual (Darwin, 1871).

Longfellow no solo clasifica la música como “lenguaje” considerándola un recurso común de la “humanidad”, sino que refiere su empleo en labores cotidianas – vendimia, labranza, pesca – como un acto innato, un acto natural que mana del propio lenguaje o se identifica con éste. Para poder desbrozar esta unión de música y lenguaje en sus orígenes, recogida también en Ensayo sobre el origen de las lenguas[2] de Rousseau, y que se perfila dentro del campo místico-científico de la antropología cultural; es necesario atender a cada una de sus partes por separado: la búsqueda del origen del lenguaje y la búsqueda del origen de la música; con la intención de descubrir por ambos caminos, los vínculos comunes.


[1] “The muleteer of Spain carols with the early lark, amid the stormy mountains of his native land. The vintager old Sicily has his evening hymn; the fisherman of Naples his boat-song; the gondolier of Venice his midnight serenade. The goatherd of Switzerland and the Tyrol – the Carpathian boor – the Scoth Highlander – the English ploughboy, singing as he drives his team a-field, -peasant – serf – slave – all, all have their ballads and traditionaly songs. Music is the universal language of mankind, -poetry their universal pastime and delight”. (Longfellow, 1835: . Ancient Spanish Ballads en Outre-mer; a pilgrimage beyond the sea vol. II. London: Richard Betley)

[2] Con las primeras voces se formaron las primeras articulaciones o los primeros sonidos, según el género de la pasión que dictaba las unas o los otros. La cólera arranca gritos de amenaza que la lengua y el paladar articulan; pero la voz de la ternura es más dulce, es la glotis la que la modifica, y esa voz se convierte en un sonido; sólo que los acentos de esa voz son más frecuentes o más raros; las inflexiones, más o menos agudas, según el sentimiento que se ponga. De ese modo, la cadencia y los sonidos nacen con las sílabas: la pasión hace hablar a todos los órganos y adorna la voz con todo su esplendos; así, los versos, los cantos, las palabras tienen un origen común. […] Sucedió lo mismo con la música: no hubo primero otra música que la melodía, ni otra melodíaa que el sonido variado de la palabra; los acentos formaban el canto, las cantidades daban la medida, y se hablaba tanto mediante los sonidos y mediante el ritmo como mediante la articulación y la voz. Decir y catnar eran antiguamente lo mismo, dice Estrabón. (Rousseau, J.J. (2006). “XII. El origen de la música y sus relaciones” en Ensayo sobre el origen de las Lenguas. Mexico D.F.: Fondo de cultura económica. Pgna.55)

La primera flauta

En 1995 Ivan Turk descubre, en la cueva de Divje Babe, al noreste de Eslovenia, un resto de fémur de oso de las cavernas, con una serie de perforaciones espaciadas, datado de finales del Pleistoceno, época de los Neandertales (hace 55.000 años)  y que propone como el instrumento musical conocido más antiguo (Turk, 1996). Francesco d’Errico (1998) fue el primero en poner en duda la justificación musical del descubrimiento, sugiriendo una distribución de los agujeros mas propia del ataque de un carnívoro que del arte Neandertal. Dada la reservada aceptación del instrumental presentado debemos retrasar la datación de los instrumentos musicales de hueso hasta hace unos 35.000 años, según los hallazgos de la cueva de Geissenklösterle.

For generating tones with a high pitch, a tube is suitable with a narrow diameter like the Geissenklösterle flute. Such a tiny instrument can be played best as a bevelled flute. The flute from the Geißenklösterle, being the oldest flute found, stands at the beginning of the development of flutes. It is very likely that it was blown as a bevelled flute without any mouthpiece. The invention of the bevelled flute might be associated with the perception of tones caused by the wind on unworked bone tubes. (Münzel, 2002:107-118)

En busca de la primera lengua (II)

La primera referencia al uso del lenguaje que tenemos en la Biblia se refiere a la capacidad de verbalizar los deseos divinos mediante la expresión “y dijo Dios” (Génesis, 1:3), una lengua que es conocida y empleada por Dios en las orientaciones a sus criaturas.

[1:27] Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. 
[1:28] Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. 
[1:29] Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. 
[1:30] Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así. 
[1:31] Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto. (Génesis 1:27-31)

Morris (2001) cita el libro del Éxodo (4:11): “Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?” y culmina el acercamiento al origen bíblico del lenguaje en los siguientes términos:

Fue Dios quien, como la Eterna Palabra, creó la maravillosa herramienta del lenguaje humano con la boca, la lengua y todo el intrincado complejo bucal y el aparato mental para hacer uso de él. Es razonable pensar que Dios dotó de lenguaje al hombre para poder revelarle su Palabra y poder este responderle con fe y alabanza. (Morris, 2001)[1]

Con los textos bíblicos en la mano en los que en los momento previos a la construcción de la torre de Babel, se nos dice que “en ese entonces se hablaba un solo idioma en toda la tierra” (Génesis 11:1), se quiso entender que el hebreo, como lengua del Antiguo Testamento, era esta “primer lengua”. Según nos relata Ajuriaguerra (2004), por boca del cronista Salimbeni, el emperador Federico II (1194-1250) emulando a Psamético, somete a varios niños a un proceso de privación afectiva con intención de “saber si estos niños hablaban hebreo, griego, latín o árabe”, con un resultado desastroso. Salimbeni observa que la ausencia de la “canción de cuna” -como símbolo del instinto primario de necesidad afectiva del niño-, es un motivo por el cual podrían haber fallecido todos los niños del experimento.

La segunda locura de Federico fue que quiso saber qué tipo de lengua y qué forma de hablar tendrían los niños cuando hubieran crecido si antes no habían hablado con nadie. Ordenó a las nodrizas y a las niñeras que lactasen a los niños, los bañasen y lavasen pero sin charlar con ellos ni hablarles de ninguna forma, porque quería saber si estos niños hablaban hebreo, que era la lengua más antigua, griego, latín o árabe. Sus intentos fueron vanos porque todos los niños murieron ya que no podían vivir sin las caricias, las caras alegres y las palabras de amor de las nodrizas. Por ello se llama canción de cuna la canción que canta una mujer cuando balancea la cuna para dormir al niño, sin esta canción un niño duerme mal y no reposa. (Ajuriaguerra, 2004: 462)


[1] “It was God who, as the eternal Word Himself, created the marvelous gift of human language along with the mouth and tongue and all the intricately complex vocal and mental apparatus with which to use it. It is eminently reasonable to conclude that God’s gift of language to man was so that He could reveal His Word and will to us and that we could then respond in faith and praise to Him”.

 

En busca de la primera lengua (I)

En una línea que podríamos identificar con la hipótesis innativista de Noam Chomsky, según la cual el lenguaje es un objeto natural, un componente de la mente humana, físicamente representado en el cerebro y que forma parte de la dotación biológica de la especie; en la búsqueda histórica de la “primera lengua” se acometieron diversos estudios pseudocientíficos en los cuales se pretendía, empleando niños en situación de privación de comunicación verbal, registrar la primera locución instintiva que éstos emitiesen.

Herodoto de Halicarnaso, en el segundo de sus cinco volúmenes de su obra Historia, el dedicado a Euterpe -musa de la música-, relata los métodos practicados por el faraón egipcio Psamético II:

Queriendo aquel [Psamético] rey averiguar cuál de las naciones había sido realmente la más antigua, […] tomó dos niños recién nacidos de padres humildes y vulgares, y los entregó a un pastor para que allá entre sus apriscos los fuese criando de un modo desusado, mandándole que los pusiera en una solitaria cabaña, sin que nadie delante de ellos pronunciara palabra alguna, y que a las horas convenientes les llevase unas cabras con cuya leche se alimentaran y nutrieran, dejándolos en lo demás a su cuidado y discreción. Estas órdenes y precauciones las encaminaba Psamético al objeto de poder notar y observar la primera palabra en que los dos niños al cabo prorrumpiesen, al cesar en su llanto e inarticulados gemidos. En efecto, correspondió el éxito a lo que se esperaba. Transcurridos ya dos años en expectación de que se declarase la experiencia, un día, al abrir la puerta, apenas el pastor había entrado en la choza, se dejaron caer sobre él los dos niños, y alargándole sus manos, pronunciaron la palabra becos. […] El mismo Psamético, que aquella palabra les oyó, quiso indagar a qué idioma perteneciera y cuál fuese su significado, y halló por fin que con este vocablo se designaba el pan entre los frigios.  (Herodoto, 1984:144)

Éste relato que nos puede resultar cómico, fuese o no bekos un sonido onomatopéyico que imitaba el balido de las cabras con las que se alimentaba a los niños, no está tan lejos de nuestra realidad. Los estudios en búsqueda de la “primera lengua”, el “solo idioma” que, al parecer, se hablaba en toda la tierra (Génesis, 11:1), han sido si no igualmente ridículos, al menos, sí igualmente infructuosos. Edwards (2009) nos da una muestra de esta obsesión:

Un escritor del siglo XVII argumentó que Dios habló en castellano a Adán, que el demonio le habló en italiano y que, posteriormente, Adán y Eva pidieron perdón a Dios en francés. Algunos estudiosos persas pensaban que Adán y Eva hablaban en su propia lengua, que la serpiente habló en árabe y que Gabriel hablaba turco. (Edwards, 2009: 27-28)