Texto: IES Feria del Atlántico
1956
Fátima Cabrera Rodríguez nació en San Mateo, Gran Canaria. En su vida laboral ejerce como docente en la integración social de jóvenes desfavorecidos, intercalando también la enseñanza con el arte. Fátima se convierte así en una artista consolidada y valorada, con exposiciones de pintura y escultura en Estados Unidos, Alemania y España. Investigadora nata y gran observadora, la pintora proyecta este sentimiento artístico hacia la escritura, nuevo espacio donde plasmar sus sentimientos y fantasías. Con Skuld, el pequeño espía y Al sur del Misisipi, la autora inició su trayectoria en la narrativa juvenil, enmarcando sus novelas en la Historia Contemporánea de Canarias. Skuld, el pequeño espía es la historia de dos generaciones entrelazadas, un apasionante mundo de espías antinazis y un viejo diario guardado en una cartera de cuero. A través de sus hojas, Fran y su madre van descubriendo la verdadera vida de su abuelo, el pequeño Skuld, un niño en cuyas manos cayó una documentación que podría haber cambiado el transcurso de la historia. Inmerso en una red de espionaje y contraespionaje, el intrépido protagonista se ve envuelto en un complicado mundo en donde las espadas de madera y los lápices de colores dieron paso a una guerra real, la Segunda Guerra Mundial.
“Al sur del Misisipi” es una novela juvenil que sigue la huella de la emigración a través de cinco generaciones de una misma rama familiar. Charles es hijo de padres separados, alumno rebelde de un colegio de élite en Nueva York y un joven sin interés por nada. Tras un conflicto escolar se ve obligado a realizar una investigación que le lleva a soñar con uno de sus antepasados. En su burbuja de niño rico, la palabra emigrante es un concepto ofensivo y despectivo. Jamás sospechó que tras aquel extraño sueño se ocultaba la mejor experiencia de su vida… una aventura que le haría descubrir el verdadero significado de la palabra emigración. Un siglo antes, en la humilde y hermosa Vega de San Mateo, su tatarabuelo Nazario creció bajo el calor de una familia unida a la que tuvo que dejar atrás para escapar de las consecuencias de una guerra. A partir de ese momento y como otros muchos canarios, Nazario vivirá en su propia piel la amarga experiencia del emigrante.
A través de su tercera obra, “Los guardianes del destino“, consolidó su interés por mezclar educación, historia y fantasía. Esta es una nueva aventura de espías, asesinos, resistentes y muerte, en un mundo gris y oscuro: la Segunda Guerra Mundial. Un curso de verano en Berlín para reforzar el idioma lleva a Manuel Zárate, alumno de secundaria, y a sus nuevos amigos, a vivir la mejor experiencia de su vida. El lugar, Blossin, iba a cambiar su futuro a través del pasado de otros. Aquellos etéreos personajes de la historia europea, unos víctimas y otros verdugos, se entrelazaron en sus vidas de forma caprichosa, viviendo quizás solo en su fantasía de niños, o tal vez, volviendo del pasado para corregir sus propios errores. Además, la autora ha escrito ocho novelas no publicadas, que no solo se dirigen a los más jóvenes, sino que también guardan historias para el resto del público.
La autora ha publicado tres novelas juveniles con la editorial Círculo Rojo: “Skuld, el pequeño espía” (mayo 2015), “Al sur del Misisipi“(junio 2017) y “Los Guardianes del Destino” (julio 2019). No obstante, la escritora ha finalizado también otras novelas que todavía no han visto la luz: el cuento infantil “Eva, ojos de Luna“, las novelas juveniles “El mágico mundo de Azafrán” –que trabaja el bullying en las escuelas–, “Dorma la ciudad perdida” y “Tianzi, el hijo del cielo“, así como las novelas “El capellán del Alba”, “Más allá del ayer”, “Auroras Rotas” y “La verdad de lo que fui“, entre otras.
Al sur del Misisipi
1 Páginas 11-15
—Me llamaron inmigrante. Ellos me llamaron inmigrante.
—No me fastidies hombre, ¿quieres decir que te has peleado por eso? Pero, ¿qué clase de persona he criado yo? ¿Te estás oyendo?
—No me gusta que me llamen así. Me resulta bajo y despectivo.
El padre suspiró profundamente y con gesto compasivo se agachó ante el hijo que permanecía sentado.
—Vamos a ver, no hay nada malo en ser un inmigrante. Todos, absolutamente todos, hemos emigrado alguna vez.
—No creas, ellos te lo gritan al oído para humillarte y que te sientas de más en este lugar, para aislarte del grupo. No sabes la de veces que quisiera no tener estas raíces, la de veces que arrancaría de mí…
El director se levantó de la silla interrumpiendo el final de sus palabras. Implacable hizo oír su voz. —¡No!, no sigas hablando. Nunca te avergüences de tu historia. Esperen un momento aquí por favor, quiero hablar con los otros dos alumnos implicados en el tema.
Permanecieron en silencio. De nuevo las llamas del fuego atraparon, en su juego, mil pensamientos. Charles tenía la cabeza gacha evitando la mirada del progenitor. Sus grandes ojos pardos miraban al suelo, asustado, como un animal herido. El padre no le quitaba la vista de encima, observando con cariño su abundante pelo rubio totalmente enmarañado, y las delgadas y larguiruchas piernas encogidas a modo de protección.
Tras un rato, el rector entró de nuevo con los otros implicados en el conflicto. Padres y alumnos volvieron a cruzar miradas y de nuevo, el silencio se hizo presente. La tensión era indudable y Mr. John lo sabía, por ello empezó a hablar con voz segura y firme.
—Lo que hoy ha ocurrido en este centro no tiene nombre y lo más grave es que se haya tomado como arma arrojadiza la palabra inmigrante. Quiero, que para principios de enero, cuando se reanuden las clases, me traigáis trabajada la historia de vuestras familias.
—¿Cómo? —preguntaron los tres a la vez, alarmados por lo que se les venía encima. —Nos reuniremos en el aula Magna y en presencia de vuestros padres, alumnos y profesor tutor, nos leeréis el resultado de vuestro trabajo.
—¿Yo también? Pero, ¿a qué viene todo esto ahora? —replicó Charles.
—¡Los tres!
—No pienso hacerlo, no he tenido la culpa. Ellos me han atacado, me han provocado con sus palabras hirientes. Yo no inicié esta guerra, soy la víctima, no el verdugo. ¿Hola? ¿Me escucha alguien?
—No se trata de culpas, algún día entenderás el por qué y me lo agradecerás. De nada vale enseñar asignaturas importantes para la vida si no formamos personas de bien, capaces de valorar y respetar al individuo. Quiero que os remontéis a vuestros tatarabuelos.
¿Está claro? Si alguno de los tres me engaña, quedará automáticamente expulsado del centro. El que no traiga este trabajo hecho, se atendrá a las consecuencias.
—¡No!, no es justo. La falta ha sido de ellos. Ahora podría estar en mi casa, tranquilamente, empezando mis vacaciones sin más problemas —Charles miraba a los dos niños, desafiante e impotente, mientras hablaba—. ¿Por qué no me llamas ahora maldito inmigrante?, ¿eh? Por tu culpa estoy en este lío, ¡zanahoria ambulante!
—¿Yo zanahoria?, ¿y tú qué, mazorca de maíz?
—Vuelve a dirigirme la palabra y hago de ti un zumo —dijo Charles en un tono agresivo, completamente desquiciado—. No quiero ver tu careto nunca más, ¡maldita calabaza! Los compañeros bajaron la cabeza ante aquella subida de adrenalina.
Su ira, por los golpes recibidos y la pena impuesta, se había desbordado. Ya no le importaban los padres ni el director, gritaba impotente ante lo que para él era una injusticia.
—¡Es muy fuerte!, tenía que haberles partido la cara. ¿Cómo vamos a hacer eso en tan poco tiempo? —Volvió a replicar a Mr. John.
—Será mejor que te tranquilices —replicó este abriendo sus ojos en tono amenazante—. No quiero oír hablar de violencia. Aprovechad las vacaciones para investigar sobre vuestro pasado. ¡Ah!, y sin mentiras. Únicamente la verdad de cada uno.
Los alumnos salieron del despacho confundidos y preocupados, mirándose cautivamente y en el fondo, haciendo culpable al otro de su problema. En el camino, ninguno de los dos pronunció una palabra. Charles miraba enojado por la ventana, el eterno atasco de las fechas navideñas lo enervaba aún más. Las bocinas y su sonido ensordecedor, los conductores con el tiempo marcado en sus caras y el alegre colorido de sus taxis, formaban parte de la esencia de aquella gigantesca ciudad. El padre lo miraba a hurtadillas, preocupado por el color que iban tomando las heridas en su cara.
—¿Cómo te sientes? ¿Estás mejor?
—Me duele más la rabia que los golpes, ¡maldita sea! No es justo que si ellos son los que me atacan, yo tenga la misma pena. ¡No es justo!
—Tranquilo hijo, procura relajarte. Tienes demasiado mal genio.
—¿Que procure relajarme? No paro de pensar en lo mismo. Tengo tanta rabia dentro, que ahora mismo me pondría a correr por encima de toda esa fila de coches, hasta llegar a casa. ¡Te lo juro! —Debes aprender a controlar tus sentimientos, porque esa es la actitud de una persona madura. No ofende el que quiere sino el que puede.
Sobre todo, nunca veas como una ofensa haber nacido en otro lugar, eso, únicamente es típico de mentes estrechas y tú eres grande, Charles.
El chico volvió a sumergirse en sus pensamientos, mientras su mirada se perdía en aquella cola interminable de coches que parecía no moverse nunca. Después de un buen rato, interrumpió su silencio.
—¿Por qué la gente es tan pesada y no se queda en sus dichosas casas el resto del día? Así habría menos taxis locos por la ciudad.
—Es víspera de Navidad y todo el mundo busca el famoso regalo de última hora. Ya en la casa, aparcaron su lujoso coche en el amplio garaje y entraron al interior por la parte de atrás del jardín. Esta estaba en silencio. Hacía mucho que su madre y su hermana pequeña habían abandonado el núcleo familiar para instalarse a unas manzanas de allí. El matrimonio se había roto un par de años atrás y cada uno vivía su propia vida. Eran las seis de la tarde cuando encendieron las luces. Aquel cielo encapotado había robado la claridad del día y amenazaba tormenta. Charles contempló en silencio a su padre mientras este se desvestía. Los años de trabajo como publicista en una famosa empresa de la ciudad habían dejado sus marcas en las abundantes canas que, de un día para otro, le habían salido.
—Papá, ¿sabes tú algo de nuestra historia?
—Jamás pensé que me preguntarías eso. Es normal, yo a tu edad tampoco le daba importancia a ese tema. Pero lo que sí te digo es que nadie emigra por gusto, siempre es el destino el que te obliga a ello.
—No sé, yo creo que no lo haría en la vida.
No hay que avergonzarse nunca de ser un emigrante.
—Pero, ¿no se dice inmigrante? Me vas a volver loco con tanta palabra.
—A ver, Charles, se llama emigración a la salida de personas de su lugar de origen. Por ejemplo, cuando salías de tu país eras un emigrante. Sin embargo, se conoce como inmigración al movimiento de llegada a un nuevo destino. Por eso, ante los ojos de la sociedad que te acoge al llegar aquí, pasas de ser emigrante a inmigrante.
—Sí, la cosa es ponerte un título, separarte de los demás. ¡Qué rollo!
—La vida te lleva a veces por pasajes que tú no has trazado —comentó el padre cargado de nostalgia, contemplando, a través del amplio ventanal, el frío intenso—. Pero al final de su recorrido te das cuenta de que, después de todo, fue hermoso vivir cada recodo del camino.
—¡Vale!, no me des sermones. Estoy preparado para escucharte, con los ojos y oídos alerta. ¿Me vas a contar que soy un balsero?
Quiero acabar cuanto antes y quitarme este estúpido trabajo de encima.
—No es estúpido, quizás es más importante de lo que tú crees. Sería estupendo que escucharas con el corazón, es la mejor forma de que todo se quede en tu mente para siempre. —Es curioso, ¿cómo se puede escuchar con el corazón, tío?
—Se puede, claro que se puede.
—No digas chorradas. ¿A quién le importan ya los sentimientos?
—Una vida sin una historia que contar a los que vienen detrás, siempre será una vida a medias. ¿Estás dispuesto a oírme?
—¡Uf!, qué pesado. Adelante, ya te dije que estoy preparado.
—Por cierto, hijo, antes de empezar a contarte, se me olvidaba algo. Mira en una bolsa al lado de mi cartera. Lo que hay dentro es para ti.
El joven se levantó rápidamente a pesar de sus magulladuras. Siempre le gustó abrir un regalo. —¿Qué es esto?… ¿Cuándo las has comprado? Pero, si aún no han salido al mercado. La alegría del chico era evidente. Tenía en sus manos, como recién sacadas del horno, el último diseño de zapatillas Adipas.
Los guardianes del destino
1 Páginas 27-30
—Yo soy Tommy Smith y para mí es superguapo estar aquí. Mi madre nació y vivió en este lugar porque mi abuelo es el dueño del campamento, aunque ella se casó con un inglés, mi padre, y desde entonces vivimos fuera.
Tommy, bastante infantil para su edad y demasiado juguetón, daba siempre el toque alegre y jamás se preocupaba por nada. Era más bien gordito y vestía un tanto pasota.
—Me llamo Manuel Zárate. Soy español, nací en Gran Canaria y no sé por qué maldita razón estoy aquí. La compañía es grata pero me aburren los campamentos y las clases de alemán. Soy un tímido incorregible a pesar de que, como dices tú, Hermann, mis padres se empeñen en que supere el problema. Me encanta coger olas en la playa. Esta tez morena que ven y este pelo rubio son el fruto de muchas horas de sol.
Todos miraban indiferentes, en silencio, esperando de forma educada que acabara mi enojosa charla. Cuando llegó la noche y la oscuridad lo cubrió todo, eran tan solo las seis de la tarde. Sentí dentro de mí una extraña sensación de ahogo, de ansiedad. Solo pensaba que, en aquella precisa hora, todos mis amigos seguirían cogiendo olas a plena luz en la playa de La Cícer. Las sábanas olían a humedad y el colchón hacía un molesto ruido.
No sé en qué momento el sueño venció al pensamiento y me quedé profundamente dormido, quizás el monótono sonido del viento en los árboles terminó por rendirme. Cuando más a gusto estaba me despertó el molesto llanto de un niño. Salté de la cama y me acerqué a la ventana del salón. Allí, para mi sorpresa, estaba Hermann.
—¡Shhh! No hagas ruido, Manuel, he oído llorar a alguien. No quiero despertar a los otros. —Yo también lo escuché. ¿Ves algo fuera?
—No sé, está todo demasiado oscuro… Cojamos la linterna de urgencias que está justo detrás de ti. Iluminamos a nuestro alrededor y no vimos nada, solo las ramas oscuras de los pequeños matorrales que se movían con el viento y la lluvia. Esta arreciaba con fuerza a pesar de estar en verano. Las negras siluetas del jardín nos impresionaban un poco, aunque nadie parecía alterar la paz. Ni rastro del niño que lloraba, así que decidimos volver a la cama.
Aún no nos habíamos acomodado en ellas cuando volvimos a oír aquel llanto misterioso, un lánguido quejido que despertaba en mí una profunda inquietud.
—¡Vamos! Ponte algo para el aguacero —dijo de forma autoritaria Hermann mientras me daba una prenda de abrigo—. Salgamos fuera, comprobaremos qué es lo que suena como un llanto. Es la mejor forma de podernos dormir por fin.
—Tienes razón, debe ser algo que está moviéndose con la lluvia y produce ese sonido tan peculiar. ¿Qué hora debe ser?
—Las tres y cuarto de la madrugada. ¡Vamos!
Cuando nos disponíamos a atravesar el umbral de la puerta y antes de abrirla, un pequeño juguete, un caballo en forma de balancín, empezó de pronto a columpiarse. Creo que fue justo cuando mi compañero me dijo la hora. Nos miramos extrañados, pues en el interior de la cabaña no había ningún tipo de corriente capaz de hacer mover aquella antigua pieza que adornaba una de las estanterías del salón.
Salimos de la cabaña con la sola iluminación de la linterna que mi ya amigo llevaba en mano. En verdad la oscuridad me asustaba, pero quería acabar cuanto antes con todo aquello. —¿Ves algo, Hermann? Qué tenebroso es todo.
—¡Mira!, puede ser ese plástico que está enredado en la esquina de la cabaña, ¿lo ves? Al moverse hace un sonido peculiar.
—Debe ser eso, quítalo y vayámonos de una vez a dormir.
Nada más atrapar aquella gigante bolsa de basura, dejó de oírse el monótono sonido, un sonido que producía en mí un extraño escalofrío.
Ya respirábamos tranquilos cuando, al volver sobre nuestros pasos, un sentimiento de terror nos envolvió por completo.
—¡Dios! ¿Qué es eso? ¿Un difunto? —grité aterrado. Tras aquella pregunta mi garganta enmudeció. —No lo sé, de verdad que no lo sé.
No podíamos articular palabra… Allí, en un recodo del camino, oculto bajo los matorrales, completamente en silencio, como un ciervo herido, asustado y desconfiado, había un niño de unos siete años. Tenía la cara redonda y pálida y unos suaves rizos ocultaban sus hombros. Nos miraba serenamente y, aun así, yo tenía la extraña sensación de mirar de frente a la muerte. Él permanecía callado, aferrado a un pequeño juguete de madera. No sé por qué me asusté tanto, quizás por su mutismo, por la forma de mirarnos o por la palidez de su pequeño rostro. Cuando volvió a mí la voz, le pregunté bajito:
—¿Estás bien, chaval? ¿Cómo te llamas? —susurró algo que no oí claramente—. ¿Qué ha dicho? —Creo, amigo, que dijo Dietrich. ¿Te podemos ayudar? —preguntó Hermann acercándose. El extraño niño se levantó y comenzó a andar por el camino, sin importarle la lluvia y la oscuridad, y tras él, como acompañándolo, un viejo sapo daba saltos muy cerca de sus pequeñas botas. Sin saber por qué, lo seguimos en silencio.
—¿Dónde están tus padres o tu casa? —Dietrich no contestó, se limitó a seguir andando, comprobando a cada paso que lo seguíamos.
—¿Qué hacemos?, ¿vamos a seguir caminando? ¿A dónde nos lleva?
—Querido Manuel, hay silencios que hablan y él en su silencio nos está llevando a algún lugar. Quizás solo quiere volver a su casa y le da miedo andar en la oscuridad.
Llegamos al primer claro del camino. En aquel lugar, se solían hacer las barbacoas y los actos festivos. Había multitud de troncos en forma de mesas y sillas así como grandes hornos cargados de leña.
—¿Vivirá por esta zona? Pregúntale, tú lo entiendes mejor.
—Intentaré que me hable, aunque no creas que comprendo mucho a los niños… Cuando Hermann se dispuso a hacerlo, y tras un mínimo descuido, el niño desapareció de nuestra vista como por arte de magia. Nos miramos asombrados y, sin articular palabra, buscamos por todos los posibles escondites del lugar. Después de un largo rato, nos volvimos a mirar y comprendimos que ya no íbamos a encontrarlo.
Recorrimos el camino de vuelta aceleradamente, con la ropa hasta arriba de agua, los pies cubiertos de fango y en completo mutismo. En el fondo teníamos el miedo metido en el cuerpo y, como dijo mi amigo, no hacía falta hablar, porque hay silencios que hablan. Tras aquella experiencia descubrí que no hay mayor terror que el inquietante vacío del silencio.
Ya en la cama y después de una ducha caliente, procuré acurrucarme al máximo para entrar en calor, pues el frío, y sobre todo el miedo, me habían dejado helado.
Nos sorprendió la mañana y el alegre sonido de los chicos mientras se preparaban para salir a la actividad diaria. Tommy nos despertó, extrañado de nuestro profundo sueño. —¡Arriba, holgazanes, que ya es tarde! ¿Es que han ido de marcha anoche?
Me incorporé de golpe en la cama sin saber dónde estaba, la falta de sueño nos había dejado traspuestos. De pronto recordé lo vivido y dudé si se trataba de una pesadilla, así que observé a Hermann que estaba en la misma situación. Nos miramos en silencio y comprendimos, sin palabras, lo que había ocurrido. —De nuevo hay silencios que hablan, ¿no? —dijo sonriente y a la vez pretendiendo ocultar su preocupación.
-Este es el panorama que presenta a los escolares Fátima Cabrera Rodríguez, escritora, pintora y escultora que reside en Playa del Hombre desde hace 21 años. Con sus dos libros publicados en la editorial Círculo rojo, aunque ha escrito diez, introduce con su lectura y las unidades didácticas realizadas por su hija, historiadora, a los estudiantes en la guerra y la migración, con un lenguaje sencillo y que la convierten en una especialista en novela histórica juvenil, un género prácticamente inexistente en la literatura en estos lares. Fátima Cabrera no es ajena a los temas que describe en estas dos novelas, ya que para hablar de la migración se basa en su propia familia, Nazario Ojeda Navarro, un ascendiente nacido como ella en la Vega de San Mateo y que se marchó a Cuba en los años 20 del pasado siglo. El personaje del otro libro, Juan Hernández, sí es ficticio, pero le sirve de vehículo para contar cómo la guerra mundial estuvo más cerca de desarrollarse en Gran Canaria de lo que se cree, donde un nido de espías de ambos bandos tenían bien informados a los cuarteles generales de aliados y nazis de cada movimiento que se realizaba por estos lares. Muy sensibilizada con la migración y por el horror de la guerra, considera que las nuevas generaciones deben conocer estas constantes históricas, pero con un lenguaje que les llegue y unos relatos que les atraigan, lejos de un academicismo que pueda aburrirlos, pero con un gran rigor histórico, como han descrito expertos sus libros (‘Niños testigos de la Historia’, La Provincia, 24 junio 2018)
-‘Fátima Cabrera Rodríguez, nacida en San Mateo, presenta hoy en su municipio su tercera novela juvenil. La escritora pretende trasladar a los más jóvenes una lectura amena para que se enganchen a los libros y a la historia. ‘Los guardianes del destino’ trata la II Guerra Mundial con un punto de fantasía (Fátima Cabrera, autora de “Los Guardianes del Destino”, La Provincia, 26 septiembre 2019).
-‘La verdad es que me lo he pasado muy bien leyendo Skuld, el pequeño espía. Este relato de Fátima Cabrera sobre Juanillo, Skuld, ese pequeño espía isleño que sin quererlo se va a ver envuelto en una muy bien imaginada trama de espías y contraespías ambientada en la Segunda Guerra Mundial en Canarias. La verdad es que este tema se presta a contar un relato de ficción como el que Fátima nos ofrece porque la utilización real que se hizo de las islas durante la Segunda Guerra Mundial fue mínima, apenas insignificante. Media docena de submarinos abastecidos en el Puerto de la Luz y algún que otro accidente aéreo frente a la gran importancia relativa que tuvo el archipiélago en la planificación militar de los beligerantes, en las cábalas que se hicieron para ocupar alguna de las islas en caso de que se llegara a una implicación directa de España en la contienda. Por ello, los empeños que se sostuvieron para preparar o contrarrestar esta eventual intervención armada en la guerra y como consecuencia de todo ello, las grandes actuaciones en el ámbito de la inteligencia y el espionaje en torno a las defensas del archipiélago y a las potencialidades que éste ofrecía, eran de vital importancia.’ (Francisco Quintana Navarro, Profesor Titular de Historia Contemporánea en la ULPGC)
-‘Se explica bien que Canarias tuviera más importancia en los planes que en la acción, en la teoría que en la práctica porque no en vano anduvo por el medio el interés alemán por el uso de una de las islas como base naval o incluso también su compromiso activo, que lo tuvo, con el reforzamiento de las defensas del archipiélago para reducir la vulnerabilidad de las islas ante un potencial ataque de los aliados. Ni tampoco fue ajeno a ello el persistente empeño británico en reservar durante dos largos años y medio, una fuerza expedicionaria para en caso de que, por razones estratégicas, tuviera que intervenir en la ocupación de Gran Canaria. Las circunstancias de la contienda finalmente, fueron diluyendo en el tiempo la posibilidad de que las islas se convirtieran en teatro de operaciones bélico pero siguieron siendo zona de importancia para una buena bandada de espías y contraespías a la búsqueda de información útil para los beligerantes y esto duró hasta el final de la contienda. Este es el telón de fondo de toda la trama de la que da muy buena cuenta Skuld, el pequeño espía que hay que decir que tiene una precisa factura en cuanto a ambientación histórica se refiere. Es muy positivo, y esto es el gran acierto de la novela, que este conocimiento que hoy tenemos sobre el protagonismo de Canarias en la más total de las guerras libradas hasta ahora, se cuente y divulgue, especialmente entre los más jóvenes, y si es con los fines educativos que se propone Fátima Cabrera pues resulta mucho más loable ese empeño. Porque no es fácil hacer llegar la Historia hacia los más jóvenes’ (Francisco Quintana Navarro, Profesor Titular de Historia Contemporánea en la ULPGC)
Fragmentos con contenido de igualdad/mujer
5.1.Al sur del Misisipi
1 Páginas 74-76
—Yo más bien creo que tú lo has permitido. Tu generosidad no tiene medida, por eso te mereces lo mejor del mundo.
—Espero que también tengas la suficiente generosidad para aceptar lo que te tengo que contar. —¿Más? ¿No me dirás que eres miembro de más cosas? —Nazario dejó de sonreír por el gesto preocupado de su hermano.
—Verás, estoy enamorado.
—¿Qué tiene eso de malo? Es una noticia estupenda, ya tienes edad de sobra. Al contrario, es maravilloso, pensé que nunca…
—¡Escucha! —Interrumpió Paco—. Me he enamorado de una mujer mayor que yo, de color y viuda, se llama Nabuk. ¡Ya lo he dicho!
—¡Jesús, María y José! Ahora sí que el pueblo no te deja volver —dijo Nazario ocultando una sonrisa.
—¿Cuándo vas a dejar esa burla? Te estoy hablando en serio.
—¡Ay!, hermano, ¿qué sería de mí sin la risa?
—Su marido murió apaleado en una de esas mansiones cercanas a la central. Yo defendí su muerte. —Tú, como siempre, metiéndote en donde no te llaman. ¿Cuándo aprenderás? —No podía quedarme de brazos cruzados. A nadie le importó quién lo hizo ni cómo se quedaba su esposa. Un ser humano cuyo único pecado fue nacer con otra raza.
—Es normal, la gente tiene miedo a los poderosos. El trabajador está acostumbrado a ver, oír y callar. ¿No sería en las tierras del señor Marín?
—Sí, ¿lo conoces?
—Aquel día de la fiesta, interrumpió violentamente nuestra charla. No sé, no me gusta ese hombre, es racista y cruel. Ten cuidado, por Dios.
—Ni me asustan sus amenazas ni es la primera vez que me mira con furia. Sus ojos hablan por él, odia todo lo que yo represento, mis ideales políticos, mis sueños y, sobre todo, mi amor por ella. —Y para colmo, tú preguntas demasiado. ¿Sabe él que estás con una mujer negra? —Lo intuye, hemos coincidido alguna vez, no es tonto. Nosotros disimulamos pero aún así. —¿Cómo la has conocido?
—Me enteré de que trabajaba en una cafetería frecuentada solo por gente de color. Fui hasta allí llevado por mi afán de justicia. Sin embargo, aquel 19 de noviembre se quedó en mi mente grabado para siempre.
—Dios bendito, en la que te has metido, te has colado en su mundo y eso no se perdona. No tiene dónde caerse muerta, ¿verdad?
—Tantos años de trabajo y ni una mísera paga a su viuda. Ella me contó los pormenores del asesinato de su marido, pero no había forma de pillar a ese terrateniente capaz de comprar todas las voluntades.
—¡Pobre mujer indefensa! Estoy en su corazón, me imagino su angustia.
—Los primeros días, fui para entregarle un dinero que entre todos reunimos. Pero la música que sonaba en el fondo del local, que parecía tener poderes mágicos, y su extravagante belleza, difuminada por el humo del tabaco, despertó en mí otro sentimiento.
—¿Tan guapa es?
—Parece una diosa de ébano. Pero lo más grande fue conocer, a través de ella, su cultura, mezcla de África y Cuba, sus leyendas y creencias. Un día la acompañé a una ceremonia secreta afrocubana que me fascinó.
—¿Cómo te has atrevido a entrar, solo, en un mundo de negros? Es un ataque directo a su gente. —Todos me miraban, como echándome con la vista, pero ya estoy cansado de separaciones entre hombres blancos y de color, mujeres y hombres, ricos y pobres. ¿Es que no podemos vivir todos juntos, en armonía, en este dichoso mundo? Establece que todos somos iguales, sin distinción de raza. ¡Ah!, qué absurdo —dijo suspirando Nazario—. Sin embargo, la situación de los negros cubanos es otra. Ellos no son aceptados como miembros en organizaciones sociales ni clubs de blancos, poniendo excusas muchas veces absurdas.
—Lo peor es que, luego, les molesta que tengan sus propias asociaciones.
—No sé hermano, me preocupa Nabuk. ¿Sabes que, estando a su lado, más que ayudarla, la vas a perjudicar?
—¿Por qué?, no lo creo.
—¿Qué va a pensar el señor Marín, de una negra, esposa de su criado, que se permite el lujo de estar con un blanco progresista y revolucionario?
—El mundo está cambiando, la vida nos dará una oportunidad, ya verás. Algún día crearemos un club donde puedan disfrutar unos y otros sin excusas ni falsos puritanismos. —Esperemos que sea así, porque hasta ahora, la mujer no tiene demasiadas oportunidades y una de color menos.
Hemos leído el fragmento seleccionado por su hija de la novela “ Al sur del Misisipi”. A los alumnos y las alumnas, les ha resultado muy amena e interesante la lectura del citado fragmento. Todos han coincidido en la cercanía de los temas que aparecen en éste, en especial , les ha encantado que se haya tocado el tema de la inmigración/emigración. En relación a este punto, cabe resaltar que ha surgido un productivo debate, máxime cuando en nuestro Club hay varios niños procedentes de otros países. Este tema se ha tratado con mucha sutileza y se ha intentado resaltar con vehemencia, la fortaleza y arrojo que tienen los y las inmigrantes al tener que encontrarse con un mundo nuevo para ellos, costumbres diferentes, personas con otra mentalidad, otras creencias, otras inquietudes…
En otro aspecto, se han trabajado muchos recursos estilísticos que han aparecido en este fragmento, dándole un papel preponderante a varias preciosas metáforas, epítetos y personificaciones. Les ha resultado muy atractiva también la fusión entre pasado y presente y entre realidad y ficción. Fue muy simpática también la participación del alumnado, manifestando las diferentes posturas al respecto del por qué de la marca “ADIPAS”.
Tienen mucha emoción por encontrarse “in situ” con Fátima y poder oír de primera mano, las aclaraciones de las dudas que nos han sobrevenido en lo que hemos leído.
Enlace al programa educativo en el que se entrevista a la autora.