Texto: José Miguel Perera Santana
(1844-1910)
… el mar calmó mis dolores
con la brisa de ternura
que tiene toda hermosura
para templar los rencores.
Cesarina Bento nació en Agulo (La Gomera) a comienzos de 1844 en el seno de un núcleo familiar acomodado que se marchó a Cuba cuando era una niña. Allí permanecería casi una década e iba a recibir las enseñanzas del ilustre educador José Cipriano de la Luz Caballero. En 1863 la familia Bento regresa para instalarse de nuevo en el enclave norteño gomero, donde nuestra protagonista se casaría en 1870 con un primo suyo: el poderoso y conocido político local Leoncio Bento, con el que tuvo varias hijas. La poeta morirá en 1910 en el mismo lugar de nacimiento.
Empezó a escribir desde muy joven un cuaderno íntimo en el que se pueden leer textos de diverso tipo. Entre ellos se encuentra la mayoría de los poemas de Cesarina Bento que hoy conocemos, frutos sobre todo de su periodo juvenil, previo al matrimonio (es probable que su casamiento le hubiera forzado a dejar de escribir, lo que también sucede a otras líricas insulares coetáneas como Victoria Ventoso). La escritura de Bento presenta un estilo de corte evidentemente romántico, cercano al romanticismo hispánico, especialmente a la figura de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Se muestran algunos elementos insulares (cubanos y canarios) en diversos modos estróficos, y siempre regados de sentimiento religioso. Su lírica algo catastrofista está invadida por un particular sentimiento de culpa, del que es un claro ejemplo su poema más conocido: “El asesino condenado a muerte”. La artista siente una notoria inclinación hacia los sujetos indefensos (su madre enferma, el condenado, la enamorada desdichada…): digamos que practica un romanticismo intimista que –por identificación o proyección personal– se une a una cierta crítica social.
Cesarina Bento Montesino es una de las primeras mujeres creadoras de la poesía canaria. Además, se trata no solo de quien inaugura la escritura hecha por mujeres en La Gomera, sino incluso de la firma primera, con nombre propio, del arte literario gestado desde esta realidad insular concreta.
No parece que su dedicación fuera otra diferente a la de la mayoría de las mujeres de la época, o sea, la de ser mujer de su casa; incluso formando parte de una familia con evidentes recursos económicos que le daría la posibilidad de formarse. Por lo que se sabe hasta ahora, todo indica esto que decimos, especialmente a partir del instante en que se casa con el potentado Leoncio Bento. No sería raro interpretar, en este sentido, que en la intimidad tuviera cierto poder de decisión sobre las actividades de su marido, más que nada si pensamos en lo que conocemos de su cosmovisión vital a través de la escritura realizada antes de casarse, donde ciertas ideas políticas liberales y republicanas no le eran ajenas (como se refleja en el poema “¡Libertad!”).
En la poca obra que se preserva de esta gomera tiene continuada presencia un aire dramático que, por momentos –y entre otros factores personales–, parece estar relacionado en buena medida con su condición de mujer. Creemos precisamente que este motivo propicie que alguno de sus versos se llene de una tonalidad crítica ante la condición de la mujer en la sociedad decimonónica, tradicional y machista, en que vivió; más que nada en lo que respecta al injusto rol que ha de jugar dentro de las relaciones humanas, especialmente las amorosas. Lo que interpretamos se puede palpar de modo explícito en un fragmento de una de sus estrofas conservadas, con un evidente grito contenido:
Hoy me encuentro ya curada
que al fin triunfó la razón,
existen hombres menguados
que engañan a una mujer
tan solo por el placer
de mirarse… despreciados.
Cuán desgraciada es la vida
de la infeliz mujer
condenada a padecer,
siempre de dolor henchida.
De amargura está nutrida
su alma, y en su dolor
pierde la fe en el amor
y no cree en la amistad.
II.
¡Ay! ¿Por qué tiembla la mano mía,
y amargo llanto mi rostro inunda?
¿Por qué se turba mi dulce calma
y el pecho siente pena profunda?
De nuevo impía la muerte dura
sabia cabeza troncha furiosa
por siempre oculta en tumba fría
la luz brillante de Cuba hermosa.
Ha muerto el sabio y noble maestro.
Luz Caballero no existe ya.
Llorad cubanos, llorad discípulos,
al que en la tumba dormido está.
Justo es el llanto que se derrama,
la que sentimos es justa pena
porque es muy justo llorar al sabio,
y, más que todo, al alma buena.
Su cuerpo ha muerto pero su nombre
en cada pecho se halla grabado
y en tanto exista mi alma noble
repetiralo entusiasmado.
En sus acciones y en sus obras
y en el pecho de los cubanos
Luz Caballero vivirá siempre
siendo modelo del linaje humano.
Pero, no obstante, que allá en la gloria
la paz y dicha goza su alma
y el ser justo su virtud premia
dando a su frente divina palma.
Llorad debemos porque se ha ido
y su voz nunca se oirá.
Llorad cubanos, llorad discípulos
y mundo todo, llorad, llorad.
III.
Ahíta de sufrir el alma mía
ya no tendrá bonanza
lidiará en tempestad negra y sombría.
Que no tiene esperanza
llena de pena y de dolor, el alma,
a Ti, Señor, alcé.
Dale a mi pecho la perdida calma.
Dame esperanza y fe.
Mil tormentos
padeciendo,
voy muriendo
de dolor.
Adiós, mundo
de amargura,
tu hermosura
me da horror.
¡Ay!, nada el mundo cruel
brinda a la amargura mía.
Siempre, de noche o de día,
en mi copa solo hay hiel.
No tiene la flor aroma,
ni melodía el aire,
ni la palmera donaire,
ni encantos el ruiseñor.
Cuando el corazón suspira
por la ausencia del que adoras
como el mío que hoy llora
el entierro de un amor.
¡Yo sabré amar!, y de mi triste vida
sentada en la ribera
yo lloraré la ilusión perdida,
la calma pasajera.
Yo sabré amar y de mi triste historia
la lastimera huella
quedará como rastro en mi memoria
de moribunda estrella.
Lejos de mí la fiesta de este mundo
que osado y maldiciente
la marca del dolor largo y profundo
buscaría en mi frente.
Yo lloraré en silencio, solitaria,
y en mi postrera hora
no podré descifrar en mi plegaria
la razón del que llora.
Hoy me encuentro ya curada
que al fin triunfó la razón,
existen hombres menguados
que engañan a una mujer
tan solo por el placer
de mirarse… despreciados.
Cuán desgraciada es la vida
de la infeliz mujer
condenada a padecer,
siempre de dolor henchida.
De amargura está nutrida
su alma, y en su dolor
pierde la fe en el amor
y no cree en la amistad.
¡Oh, dame fe, por piedad!
¡Dame esperanza, Señor!
V.
Tú, Divino Señor, que hijo fuiste,
comprende el dolor que experimento
mirando padecer dolor cruento
a la madre amorosa que me diste.
En todas partes tu bondad existe
y tu poder doquier siento,
ya que puedes, Señor, calmar tormento
que padece mi madre que está triste.
Devuélvele, Jesús, la salud hermosa,
te lo ruega una hija dolorida
en nombre de tu madre cariñosa
que las penas contempla dolorida.
Todo lo puede tu bondad sublime.
Calma, Señor, la pena que la oprime.
VI
EL ASESINO CONDENADO A MUERTE
– ¡Oh! Dios omnipotente
que esparces desde el Cielo
vívidos rayos de brillante lumbre
envueltos con el manto del consuelo:
¡piedad el asesino
te implora acá en la tierra,
que solo en su camino
crueldad le brinda, y destrucción y guerra!
En la frágil barquilla de la vida
do todos navegamos,
incautos viendo que el placer convida,
al gustarlo, Señor, ¡ay!, ¡zozobramos!
¡Maldito mundo de pesares lleno,
ya mi alma conmovida
de ti se aleja y de tu inmundo cieno!
Ya triste, arrepentida,
inocente quizás, busca, ¡oh, Dios mío!,
a tu lado un asiento… ¡Ay! ¡Desvarío!
Loco delirio que a mi mente engaña
será sin duda, ¡más que digo…! Acaso
en el jardín que con sus ondas baña
la fuente de pureza
que del diáfano oriente hasta el ocaso,
mostrando su belleza,
va sin cesar con gracia y gentileza,
¿no será ilusión todo, todo incierto?
¿Habrá un paisaje que no sea un delirio?
¿Algo habrá de real? ¡Sí, lo hay! ¡Es cierto!
¡Que es solo la crueldad, solo el martirio!
Míralo en mí, Señor, la impía suerte
va a romper la cadena
que me ata al mundo
y lanzarme al abismo de la muerte.
¡Más que digo! Si mi alma se enajena
del gozo el más profundo
porque esta ofrenda, ¡oh, Dios!, me lleva a verte.
Confieso, pues… ¿más que veo?
Rostro pálido, angustiado,
en roja sangre bañado
viene acercándose a mí.
¡Es ella! ¡La muerte fiera
en su frente trae el sello!
Desmelenado el cabello…
Con la aguileña nariz…
Ojo hundido… negra ceja…
El semblante macilento…
Confuso andar… paso lento…
Manto amarillo y punzó…
Cara larga… cuerpo enjunto…
¡Es ella! Sí… Trae no en vano
la cruz en la izquierda mano
y en la derecha una hoz.
¿Y no tiemblas,
pueblo impío,
que la miras
al llegar?
– Al contrario…
¡Desvarío!
Si yo vengo
aquí a gozar.
Sacerdote,
ni verdugo,
ni cadalso
me aterró:
muere luego,
tal te plugo
-así gritan
sin dolor-.
Y un puro recogido
de todos se apodera
y el pueblo solo espera
que bese el crucifijo
para verme ya morir.
Y yo que entre mil penas
al pueblo veo que ansía
beber mi sangre fría,
helada ya en mis venas,
así torno a decir:
¡concédeme, Dios mío, una mirada
que aqueste mundo para mí es la nada!
VII
Que allá en el fondo de mi mente ardía,
y era a mi patria regresar un día
y allí, bajo su cielo transparente,
a la sombra del haya y los viñátigos
alejados del mundo inconsecuente
do solo se hallan ya seres apáticos,
vivir unidos por amor ardiente
y sin oír discursos enigmáticos,
que aún dura allí la semilla primera,
se puede ser feliz en La Gomera.
VIII
En la cumbre de un peñón
que bate el mar con sus olas,
me senté, dejando, a solas,
vagar la imaginación.
Una cruz, sin inscripción,
me conmovió sin hablar,
sobre el peñón, hecho altar.
La cruz me pidió un sufragio
y en recuerdo de un naufragio
recé, maldiciendo al mar.
En confusión transitoria
vi, por las aguas cubiertos,
despojos de muchos muertos
que viven en mi memoria;
pero, al repasar mi historia
de tan siniestros horrores,
el mar calmó mis dolores
con la brisa de ternura
que tiene toda hermosura
para templar los rencores.
¡LIBERTAD!
Vuela sin tregua, brisa vagarosa,
y a los confines de la patria mía,
sobre tus alas lleva la alegría
que ora impera en el alma generosa:
¡triunfó la Libertad! Y temerosa
la hueste sanguinaria, horrible, impía,
se asombra de su propia tiranía
y huye cobarde, trémula y llorosa.
Tiende tu mano, Libertad augusta,
esparciendo el perdón y la esperanza;
y el pueblo libre, al adorarte justa,
mire lucir auroras de bonanza,
quedando solo de su antigua pena
lo que es gota de agua sobre arena.
Cesarina Bento
Octubre 11 de 1868
. Hija de la isla de La Gomera fue Cesarina Bento Montesino (…). Un fondo de amarga tristeza desgarra sus versos. Poetisa predilecta de Cesarina Bento fue Gertrudis Gómez de Avellaneda. Escribió un libro íntimo, especie de breviario lírico comenzado a los 13 años (…). Este libro viene a ser como un desahogo lírico de su espíritu ensombrecido (…) (Sebastián Padrón Acosta, “Las poetisas isleñas”).
. La obra poética de Cesarina Bento, citada en su conjunto con frecuencia por los estudiosos de la literatura canaria, permanece oculta. Gran parte de ella se ha perdido. El resto ha sido injustamente olvidado. En realidad, tan solo el largo poema “El asesino condenado a muerte”, publicado por Elías Mujica García en Poetas canarios. Colección de escogidas poesías de autores que han florecido en estas islas en el presente siglo (Santa Cruz de Tenerife, 1878), se encuentra al alcance de los lectores interesados en nuestros poetas románticos (J. A. Cebrián Latasa y C. Gaviño de Franchy, “Cesarino Bento Montesino”).
.
– “Cesarina Bento Montesino”, C. Gaviño de Franchy y J. A. Cebrián Latasa, Gaviño de Franchy Editores, 8 de junio de 2011:
http://lopedeclavijo.blogspot.com.es/2011/06/cesarina-bento-montesino-por-jose.html
– Rastro de ceniza, Cesarina Bento, Ediciones Idea, Colección Voces de La Gomera, Islas Canarias, 2004.
– Coro femenino de Poesía Canaria, antología de textos hecha por Eugenio Padorno, Gobierno de Canarias, 2006.
– “Cesarina Bento Montesino”, J. Rodríguez Padrón, Diccionario de la Literatura en Canarias, revista BienMeSabe.org, 5 de junio de 2013:
https://www.bienmesabe.org/noticia/2013/Junio/bento-montesinos-cesarina-1844-1910
– Las poetisas canarias (siglos XVIII, XIX y XX), Sebastián Padrón Acosta, IEHCan, Biblioteca Sebastián Padrón Acosta. Estudio introductorio y edición de José Miguel Perera. 2017.
– Video sobre la autora realizado por Pedro de Agulo (www.pedrodeagulo.com):
https://vimeo.com/75858740
Como la mayoría de las mujeres escritoras canarias anteriores al siglo XX (excepción es Victorina Bridoux Mazzini), Cesarina Bento nunca publicó un libro, a pesar de que en su diario testimonia que ha escrito varios en su estancia cubana. Lo que se conserva es parte de un escueto cuaderno personal (Libro de Escanari Toben y Nontisemo, título que oculta su nombre) del que dio noticia en los años 30 del siglo XX Sebastián Padrón Acosta, el historiador y crítico literario canario que estudió por primera vez en conjunto a las mujeres poetas insulares anteriores a la Guerra Civil. A los textos aludidos (recogidos en 2004 en un librito titulado Rastros de ceniza) podemos sumar algunos otros dados a conocer en la prensa de finales del siglo XIX.
Lengua Castellana y Literatura (LCL) e Historia y Geografía de Canarias (HOF)
4º eso