12. Personas del servicio y colaboradores

Rubín, el jardinero de San Quintín, y una chica de servicio con la hija y los nietos de Don Benito en San Quintín.

Además de su familia, Galdós siempre estuvo rodeado de otras personas que fueron muy importantes para él por la colaboración que le prestaron en determinados momentos de su vida:

 Teresa Robaina, la criada de la casa de Cano y niñera del pequeño Benito, era la encargada de llevarlo a las «amigas» y luego a la escuela al otro lado del Guiniguada. Cuentan que seguía adorando a su Benitín bastante tiempo después de su marcha y que seguía atenta a sus éxitos como escritor hasta el punto de costarle el puesto de trabajo, pues fue «implacablemente despedida» por Doña Dolores, madre de Galdós, cuando trajo alborozada a su casa la noticia del gran homenaje que le hicieron en Madrid en 1883.

Rubín era un antiguo carabinero destinado en el cuartelillo de La Magdalena al que Galdós había confiado las llaves de la finca para que la cuidara cuando él estaba en Madrid, y luego le propuso contratarlo como jardinero mayor de sus plantaciones en las que tanto amor ponía. Pero, además de jardinero, Rubín hacía las veces de guarda, mayordomo y de amigo y acompañante de Galdós en San Quintín y en muchos de su viajes por España en diligencias, caballerías o trenes con billetes de tercera clase.

Rubín murió años después de Don Benito en su puesto de trabajo: el 18 de diciembre de 1929 se hallaba en el banco que había junto a la puerta de entrada de la finca esperando a que llegase el pan y la leche, como había hecho durante los treinta años anteriores; y cuando llegó la repartidora del pan vio a través de la cancela que Rubín estaba quieto y parecía dormir. Pero no dormía, esperaba pacientemente el momento de su muerte tras la soledad que le dejó Don Benito.

Victoriano Moreno era en Madrid lo que Rubín en Santander; claro que, al no tener huerto no podía ejercer de jardinero, pero sí le servía de ayudante, mayordomo, acompañante en busca de aventuras amorosas cuando era necesario y, por lo tanto, su gran confidente… algo así como su escudero en la calle y su ayuda de cámara en la casa.

Pablo Nougués: cuando en 1910 empezó a tener problemas con la ceguera y estaba escribiendo el Episodio Nacional Amadeo I, a mitad de la narración tuvo que empezar a dictarle la obra a Don Pablífero, su fiel secretario. Pablo Nougués, que era su verdadero nombre, había entrado a su servicio como secretario y taquígrafo a finales de 1908 para llevarle la correspondencia, ayudarle a corregir pruebas de imprenta, buscarle libros y datos en bibliotecas y periódicos, etc. Y cuando la ceguera le impidió a Don Benito seguir escribiendo, se convirtió en un hombre imprescindible para poder seguir publicando sus obras al convertirse en la mano y en los ojos del escritor Pérez Galdós y en los pies de apoyo del caminante Don Benito por las calles de Madrid.

Paco Martín: hacía también de amanuense y acompañante de Don Benito en ausencia de Pablo Nougués. Cuenta Ramón Pérez de Ayala la anécdota que escuchó en más de una ocasión en la que no era raro que después de haber estado dictándole largas horas, le dijese: «Ahora, Paquito, vamos a descansar un poquito. Vamos a corregir pruebas». Además de escribir al dictado del Maestro, Paco Martín era también su cochero, su acompañante y el mudo confidente de muchas de sus intimidades.

Paco Menéndez: otro de los asistentes que atendió y acompañó a Don Benito hasta el momento de su muerte desde que a comienzos de 1912 se trasladó definitivamente al hotelito [casa-chalé] de Hilarión Eslava con su sobrino José Hurtado de Mendoza. Paco lo acompañó a Barcelona en 1917 para el estreno de la escenificación de su novela Marianela, realizada por Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, con Margarita Xirgu como protagonista y un éxito impresionante; y en 1918 para el estreno de Santa Juana de Castilla, finalizada con banquete oficial en honor a Galdós y que en la despedida, poniéndose la mano en el pecho, solo pudo decir: «Adiós, adiós, señores».