Galdós en el huerto de su casa de Santander con Canario.
Se ha discutido mucho la actitud de Galdós con su tierra natal. A la pregunta de por qué no escribió de Canarias y Las Palmas, contestó una vez que «todo eso es muy chico», dando así a entender que «por mucho que significara para él, no podría interesar a los españoles que no fuesen de la Isla, que eran la inmensa mayoría de sus compatriotas».
En Madrid, Galdós frecuentaba mucho a los canarios, sobre todo en tertulias, y ansiaba oír noticias detalladas de su tierra. Claudio de la Torre, cuñado del sobrino Ignacio Pérez-Galdós, quien ha conocido bien lo que había de su tierra natal en la intimidad de don Benito, ha asegurado que «conservó hasta el fin de su vida sus recuerdos y afectos familiares» y que siempre proyectó «esta visión humana…, amante de los suyos, fiel a sus tradiciones, animado siempre, hasta el deleite, por la anécdota isleña».
En un reportaje del ABC titulado «Galdós en su tierra» se contaba que «la administración de las Obras de Pérez Galdós en la calle de Hortaleza «se convirtió… en una ‘canariora’, por la que desfilaban cuantos paisanos del insigne escritor venían a Madrid» Y Miguel Sarmiento contó que Galdós había dicho: «¿A qué he de volver a Canarias? Mi familia más próxima, mis amigos más íntimos, todos han muerto».
Casi toda la vida de Galdós transcurrió en un ambiente familiar. En Las Palmas, en la casa de sus padres, bajo el dominio benévolo pero severo, de su madre doña Dolores. Al ir a la península en 1862, cuando tenía diez y nueve años, se escapó de ese dominio, y bien podría servir esto de explicación, a lo menos parcial, de sus escasas visitas a Canarias, en los años siguientes. Poco después de estar en Madrid, estableció allí (y más tarde también en Santander) otra casa familiar. Este hogar, que cambió de calle y de número varias veces durante su medio siglo, era de una gran «dulzura y tolerancia», como dijo el doctor Marañón, y estuvo presidido por dos hermanas -hermanas mayores, desde luego- de Benito, quien vivía cuidado, bastante mimado y en cierto sentido protegido por éstas, doña Concha soltera y doña Carmen viuda, y por su cuñada madrina también viuda. Formaban también parte de esta familia estrecha e íntima su sobrino José (Pepe, don Pepino) Hurtado de Mendoza, hijo de doña Carmen, que quedó soltero toda la vida como su tío y compañero devoto de él, varios criados y Rafaelita.
De todos los elementos que hemos querido destacar de la esencia de Galdós, de cómo era el hombre, surge la integridad de su carácter. De su sencillez, modestia y timidez, de la finura de sus sentidos [sensitivo] y de su voz débil, de su voluntad [voluntarioso] para el trabajo y de una curiosidad multiforme e insaciable [curioso], así como de su capacidad para amar desmedidamente a España y la patria chica, a sus familiares, a sus amigos, a los niños, y al prójimo, a los animales, las flores y las plantas, y a las mujeres salía siempre un Galdós sincero, directo, entero. Vivía en la sociedad, pero vivía desde dentro, sin falsedades, ni artificios, ni farsanterías, con una gracia natural, a veces, en apariencia, desgarbada.
Universidad de Missouri-Columbia