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Los avances espectaculares que se han producido en ciencia y tecnología han hecho, por una parte, que pasemos de una sociedad industrial basada en la producción masiva de objetos a una sociedad de servicios e información, en la que el motor son las ideas y la creatividad. Por otra parte, los descubrimientos  científicos nos han permitido conocer mejor cómo funciona nuestro cerebro, el órgano encargado del aprendizaje, y descubrir algo que los griegos ya sabían, que no aprendemos las cosas repitiéndolas de memoria, sino haciendo, cuando nos emocionamos. Por eso hay que transformar la escuela.

Necesitamos un sistema educativo que mediante el aprendizaje social y emocional fomente la educación personalizada, que potencie el desarrollo de cada individuo, que estimule la creatividad, la pasión, la energía, el talento… porque nuestro futuro está lleno de nuevos retos que requerirán nuevas soluciones y éstas dependerán de cuán creativa, vital y variada sea la gente.

Y también feliz. Y para ser feliz necesitamos realizarnos y desarrollarnos, descubrir y cultivar aquello que nos motiva y hace sentirnos bien.

 

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