LA VISITA DE  KATSUSHIKA HOKUSAI  A  LANZAROTE  

(…crónica de un viaje y un encuentro imaginados)

Julia F. Sosa Díaz
Escuela de Arte Pancho Lasso

Sin duda, leer es viajar. Gracias a una UT propuesta para iniciar la 2ª evaluación en el módulo FREV (Fundamentos de la Representación Visual) del CFGS de Ilustración, vivimos ese “viaje” a partir de la explicación dada en el aula y su desarrollo consiguiente. El “viaje imaginado” se prolongó durante todo el proceso de ejecución: recabar información sobre Hokusai su arte y su momento, realización de bocetos y obra final. El ejercicio consistía en realizar un paisaje de Lanzarote a la manera del maestro nipón.

En nuestra historia se mezclan algo de fantasía y mucho de realidad, aunque en principio pueda parecer confuso, es fácil distinguirlas a medida que avanzamos en la lectura. 

Nos adentramos en el extraordinario universo del género Ukiyo-e, literalmente “Escenas o pinturas del mundo flotante o efímero” ¡Vamos!.

Todo comienza en el módulo de FREV I (Fundamentos de la Representación Visual de 1º del CFGS de Ilustración) siguiendo la programación del presente curso 2022-2023, concluimos el tema de la Forma estudiándola según su comportamiento en la naturaleza. Como primer ejercicio o unidad de trabajo para la segunda evaluación, está propuesta la interpretación de un paisaje de Lanzarote de elección libre a la manera del artista (o eshi en japonés): Katsushika Hokusai.

Para conocer su estilo, las distintas técnicas más habituales que usaba y su método de trabajo, entre tantas otras cosas, alumnado y profesora, después de una breve deliberación grupal, cumplimentar los formularios pertinentes en estos casos, y una pequeña mochila con lo mínimo, decidimos emprender un largo viaje en la distancia y en el tiempo al Japón del siglo XIX. Allí nos citamos con el artista, quien tuvo a bien recibirnos y compartir con nosotros su conocimiento y experiencia artística, y su sabiduría. A nuestra llegada nos dio una afectuosa bienvenida con un espléndido cartel donde escribió: “Queridos amigos. Esto es sólo el comienzo, el arte es una labor que nos ocupará toda la vida y más …” 

Trabajar junto al maestro fue un verdadero privilegio. Inmersos en la practica diaria, pudimos constatar su enorme compromiso en el quehacer diario que exige el arte. Siempre madrugador, nos reunía en su estudio antes del amanecer. Junto a los útiles de dibujo encontrábamos cada mañana un aromático y calentito wakoucha, ya se desayunaría después, primero lo primero. 

Tuvimos la fortuna de observar muy de cerca cómo comenzaba el dibujo sobre papel washi, la destreza con la que desplegaba la linea más bella y rotunda capaz de sugerir volúmenes y sombras. Resolvía la composición con absoluta seguridad, sabiendo sintetizar y situar cada cosa en su sitio en el boceto previo o shita-e, afianzando en tinta negra así un perfecto hanshita-e, que es  como se denomina en Japón al dibujo destinado a ser el patrón para su reproducción xilográfica. 

Durante todo el proceso, Hokusai prestaba al conjunto una atención imperturbable. Revisaba el trabajo detenidamente al trasluz de la ventana, cerciorándose de que la futura estampa se ajustara exactamente a lo previsto. Una vez satisfecho con el resultado, concretaba la reproducción final de la que se encargarían el grabador u horisi de la plancha de madera y luego el estampador o surishi. Comprobamos cómo se abstraía en la elección de la paleta de color, no más de 7 u 8, tan sobria como exacta.

Trabajaba en el más regio de los silencios, circunstancia que respetamos por ser parte vital de su disciplina en el estudio y la hicimos nuestra. Nada de distracciones ni murmullos innecesarios. 

A pocos metros un vecino suyo, el señor Sunayama, tocaba su shakuhachi cada mañana llenando de belleza y contenido los absortos silencios del trabajo diario.

El supuesto handicap del idioma tampoco fue un problema, aún siendo un tópico, el arte y la música sí que son idiomas universales.  

Hokusai nos insistía en la importancia de cultivar la paciencia y la entrega en nuestra practica artística cotidiana, debíamos emplear ese tiempo en la máxima concentración, saber también cuándo parar, descansar o cambiar de actividad. Sin duda, otro arte a cultivar.  

Apartar lo superfluo y todo aquello que nos alejara de nuestro camino como artistas, como los eternos aprendices que todos seremos siempre. Alentaba a renunciar al dibujo terminado cuando no cumplía con nuestras expectativas, desecharlo sin objeciones y repetirlo todas las veces que hiciera falta hasta dar con lo que buscábamos.

Para el maestro, dedicar tiempo a la observación y goce de la naturaleza era algo trascendente en su vida, tenía que serlo en la vida de todo artista. Dibujar sobre aquello que conocemos fruto de nuestra propia vivencia se traduce en una obra plástica honesta que habla de quienes somos realmente y de cómo vemos el mundo.

Fueron días intensos en el bello y remoto Japón, nos alejamos de lo conocido para acercamos a otra manera de vivir, de entender la vida y el arte, aunque ambas cosas sean lo mismo.

Preparando nuestro “regreso”, debo decir que sin ningunas ganas, el artista quiso acompañarnos para visitar la isla y nuestra escuela. Quería estar presente, ver personalmente cómo los alumnos y alumnas abordarían la interpretación de su obra. Contar con la compañía del maestro en la travesía de vuelta supuso un verdadero aliciente y una gran alegría para todos. 

Cuando pisamos Lanzarote, sus ojos deslumbrados se centraron en las nubes vaporosas que se recortaban sobre el fornido cielo azul, en las palmeras danzantes, en el estallido de los hibiscos encarnados, en la mansedumbre de la tunera, pero ante todo, en el mar. Atravesamos la isla al completo, y de norte a sur su fascinada curiosidad no paró de crecer. 

Lugares como Timanfaya, Montaña Bermeja, Yaiza, Hervideros, El Golfo, Teguise, Famara, o Guatiza, se sucedían en rápidos bosquejos correteando en su cuaderno de campo; los describiría como “lugares inimaginables por inesperados”. 

Normalmente, hacíamos un breve almuerzo con una pequeña tapa de sancocho o de garbanzas, era parco en el comer y voraz en el quehacer, no había tiempo que desaprovechar.

Enfrascados en multitud de bocetos, entre manchas de grafito, tinta o acuarela, compartíamos diferentes impresiones donde encontrábamos coincidencias entre nuestras islas: los volcanes, las costas de arena negra o dorada, la bravura de enormes olas tuberas de espirales blancas como las de La Santa o Kanagawa. Hasta el caldo de pescado que disfrutó en El Golfo le hizo recordar al que tomaba en la taberna que frecuentaba en Honjo. 

Después de algunos días de ruta en los que jamás mostró el más mínimo signo de cansancio, llegamos finalmente a la Escuela de Arte Pancho Lasso. Tras mostrarle el centro al completo, lugar que le sorprendió gratamente, llegamos al aula 14B donde el grupo de primero de Ilustración se puso manos a la obra con los bocetos para el trabajo de interpretación del paisaje de Lanzarote a la manera del artista. El alumnado siguió sus instrucciones atentamente quedando abstraído en la tarea. El maestro y la profesora observaban juntos el proceso de cada estudiante con suma discreción deteniéndose mesa por mesa, aportando las correcciones y sugerencias que consideraran necesarias o atendiendo las posibles dudas.

El grupo al completo, Yurema, María José, Yei, Aroa, Tony, Julia Cristina, Vasilisa, Andrea, Celeste, Jana, David, Irene, Carlos, Mayra, Carlotta, y Yarixa, se aplicó en la elaboración de varios bocetos de los paisajes elegidos, de esa forma elaboraban su personal shita-e como guía para consolidar su trabajo final en la técnica de su preferencia. El maestro recomendó la acuarela con paleta restringida, y la mayoría aceptó el consejo. Los que optaron por el dibujo digital suscitaron en el maestro tal interés que pidió algunas directrices a los alumnos Yei y Tony, quería aprender a utilizar ese “extraño papel washi” cuyas tintas no manchaban nunca. Ante nuestra sorpresa y la suya, después de numerosos y divertidos intentos, el resultado fue excelente. El maestro supo ser alumno de sus alumnos, otra valiosa lección.

El grupo concluyó con éxito el ejercicio solicitado y llegó el difícil momento de la despedida. Se sucedieron los abrazos, las miles de gracias y el emocionado reconocimiento del grupo a nuestro apreciado artista por tan enriquecedora experiencia y tantos momentos inolvidables. 

El maestro partió sonriente con su preciado regalo: un zurrón repleto de pejines y jareas  (le encantaban) roscas de Teguise, mimos, queso curado de cabra al pimentón y vino de malvasía. 

Hasta siempre querido Maestro Katshushika Hokusai. (Incluir las imágenes a continuación)

“A la edad de cinco años me acompañaba el antojo de hacer trazos de lo que veía. Al alcanzar los cincuenta había plasmado un gran número de dibujos; a pesar de eso, ninguno de los que hice fue merecedor de mérito hasta que alcancé los setenta años. Por fin, con setenta y tres, aprendí algo sobre la naturaleza de los animales, los pájaros, los insectos, los peces, las plantas y los árboles. Así, cuando llegue a los ochenta años habré mejorado, a los noventa habré llegado a entender el sentido de cada cosa, a los cien habré sido capaz de crear obras que valgan la pena y, a los ciento diez, cada trazo tendrá su propio espíritu.”

Palabras que el artista Katshushika Hokusai pronunció a la edad de 75 años.

Webs de consulta:

https://mymodernmet.com/es/ukiyo-e-estampas-japonesas/

http://revistacultural.ecosdeasia.com/una-breve-aproximacion-a-la-biografia-de-hokusai/

https://www.nippon.com/es/views/b02306/

https://biblioteca.ucm.es/historica/fe-tecnica

Bibliografía:

Almazán, David. Año 2016. Katsushika Hokusai. “Cien vistas del monte Fuji” 

Bilbao, Ed. Sans-Soleil.

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