Palabras maestras para la docencia

J.J. Romero

    Hace tres años que fueron pronunciadas y ninguna de las palabras ha perdido vigencia. Aquel 10 de mayo de 2013 se inauguraba la vigésima edición de Arte Docente y el carisma del ponente invitado, uno de los filósofos más apreciados del país, confirió al acto un clima igual a los encuentros con los sabios en la antigüedad. Sin lugar a dudas, tanto el invitado, don Ángel Gabilondo Puyol, como el público que llenó el salón de actos del Archivo Municipal de Arrecife, se prepararon a consciencia la conferencia titulada “La importancia del maestro”. Lo recordó el ponente al inicio de su oratoria. Plutarco dice que hay que preparar muy bien las conferencias. No solo las que uno da sino a las que va. Prepararse bien una conferencia es estar dispuesto a dejarse decir algo y no creer que uno ya lo sabe todo y mejor que los demás. Y Gabilondo subrayó que debe hacerse desde la percepción de que necesitamos la palabra más que nunca, y más en tiempos complejos y difíciles. Y los de 2015 siguen siendo complicados como los de 2013.

    Ante un auditorio de profesionales de la enseñanza en su mayoría, el ponente inició su disertación reconociendo que la educación es una de las tareas más complejas de nuestro tiempo, aunque también es una de las que tiene mayor capacidad para generar confianza y expectativas. Frente a la primacía que se le quiere dar a la economía para la solución de todos los problemas, Gabilondo expresó que solo a través de la educación y de la formación podremos ser ciudadanos y abordar la miseria, la pobreza, la ignorancia y el sufrimiento del mundo. Subrayó que la educación es determinante para el sistema democrático y que sin democracia puede haber alguna educación, pero sin educación desde luego que no puede haber democracia. Y cuanto más calidad tenga nuestro sistema democrático mayor calidad tendrá nuestra educación. Por una razón muy sencilla y que son exactamente los valores.

    El catedrático de metafísica, ex rector de la Universidad Autónoma y ex ministro de Educación (y en la actualidad candidato a presidir la Comunidad Autónoma de Madrid) aclaró que cuando habla de educación no sólo habla de chavales y profesores, sino de todos y de cada uno. La pasión por los honores, los poderes, las riquezas, el éxito, ha contagiado unos valores sociales, públicos y políticos, que ahora, según el ponente, “nos asustamos de ver en otros, cuando fructificaron a veces en nuestro propio corazón”. Y al hablar de cada uno, hizo mención al hecho inevitable de que siempre hay algo que va mal, que no nos gusta y que no es como desearíamos. Lo primero es quererse mucho. Las personas que no se quieren son peligrosas. Pero la gente que se gusta mucho también es muy peligrosa. Y destacó que la cuestión es cómo quererse mucho sin gustarse mucho. Y ese, a juicio de Gabilondo, es el secreto para cada uno y también para nuestro país: cómo quererlo y querernos mucho sin, quizá, gustarnos demasiado.

    Planteando cambios de este calado, apuntó hacia la educación y, concretando, hacia la lectura, por la gran capacidad de transformación que atesoran. Ángel Gabilondo sostiene que es tan grande ese poder que si uno se educa corre el peligro de ser otro. Corre el peligro de que pasen cosas que hagan que la realidad sea otra. Y, por eso, irónicamente, avisó a los que ya se gusten mucho que no se les ocurra leer, y que, además, que no se les ocurra acercarse por ningún espacio de educación, no vaya a ser que se vea afectado por algún tipo de intervención que le haga ser de otro modo y se pierda lo maravilloso que es.

    La curiosidad fue la siguiente parada conceptual del filósofo, la actitud que nos libra de unos niveles mayores de ensimismamiento y estupidez. A su juicio la curiosidad es la condición fundamental y decisiva para la educación, para la cultura y para un país. La curiosidad no de ver qué es lo que pasa, sino de ver qué tenemos que hacer para que pase otra cosa, dado que lo que pasa no nos gusta. La curiosidad de ver si podemos pensar distinto, si podemos ser otros, diferentes a como somos. Es una curiosidad de transformación que nos pone a trabajar. Y en la continuación de ese recorrido, los valores son necesarios, pero también el conocimiento, que a veces ha sido descuidado, incluso desde sectores de progreso, en beneficio de valores y actitudes. Conocimiento, competencias y valores tienen que ir juntos. Para Ángel Gabilondo, el conocimiento sin valores es peligroso, pero los valores sin conocimiento también resultan inquietantes, por lo que señaló que el objeto de su conferencia era reivindicar la palabra enseñar.

    Y pese a que hoy día está más de moda la palabra aprender, por las facilidades increíbles que facilita la tecnología, la labor que desempeña el profesorado es “absolutamente indispensable”. Gracias, en gran parte, a estos profesionales, este país es irreconocible con respecto a hace 30 años, con 9 millones de personas escolarizadas, 1´5 millones de universitarios…Ha sido el esfuerzo de una generación para los que la vida nunca fue fácil, como tampoco lo es ahora, y donde vuelve a tener el mayor sentido que el mejor legado que podemos dar a alguien es la educación. Es su mayor posibilidad de realización personal y de lograr su nivel más alto de civilización, su mayor horizonte…Por eso manifestó el ponente que está en contra de los que piensan y dicen que primero hay que resolver los problemas económicos y luego ya hablaremos de educación, porque la educación está en el corazón de la economía. Y es que con una economía sin corazón no resolvemos los problemas sociales, económicos y políticos de nuestro país.

    Redondeó su argumentación sobre la importancia del profesorado expresando que nada como la educación ha hecho tanto por la inclusión, por la equidad y por la igualación social. Y a renglón seguido ironizó con el poco reconocimiento que la sociedad de este país brinda a esta profesión, indicando: “como sé que están hartos de que les digan gracias todos los días, por si acaso no es así, yo les digo muchas gracias. Muchos ciudadanos y yo nos hemos fijado en su labor y les necesitamos más que nunca en tiempos difíciles”. Desde esta perspectiva, Ángel Gabilondo, lanzó una propuesta muy vinculada a Arte Docente, la semana de actividades que inauguraba: “les voy a proponer hacer una obra de arte. Y les voy a proponer que hagamos de nuestra propia vida una obra de arte. Es más, les voy a decir que la mayor belleza es la belleza de ser bello por tu forma de vivir. Y, desde luego, entre todas las bellezas, la belleza máxima es la de aquel que es artesano de su propia belleza, artífice de la belleza de su propia vida, y no de un artefacto”.

   Y junto a la belleza, inseparable, la palabra. “Quien habla bien es una bella y excelente persona”, pronunció el conferenciante recordando a Sócrates y al Teteto. Hablar bien no es solo expresarse con corrección. Gabilondo subrayó que el verdadero decir es nuestra verdadera forma de vivir. La verdadera mentira es vivir lo contrario de lo que uno dice. Y como nuestro verdadero decir es nuestro hogar y tenemos que ser bellos por la forma de decir y ser artesanos de la propia belleza de la vida, el ponente señaló que el profesorado se sitúa ante la tesitura de enseñar por contagio, que quiere decir contacto y que transmitimos los conocimientos y los saberes por una proximidad, por una cercanía y por un amor que son determinantes para enseñar. Y cada especialidad del conocimiento es muy importante, como puede ser la biología, pero también es necesario que haya profesores y profesoras de cada una de las especialidades, como pueden ser los profesores de biología. ¿Qué sería de la biología sin profesores y profesoras de biología? Es decir, sin gente que amara, viviera y sintiera eso. Y junto a esta condición, el filósofo apuntó hacia otro requisito imprescindible: el amar y querer al alumnado. Hay que esperar algo de cada uno de ellos. Nada garantiza más el fracaso escolar que el que no esperen nada de ti. Amar y esperar, dijo Gabilondo, son como dos condiciones indispensales de la educación. Hay que ser ciudadanos activos y, además, cuidar de nuestra palabra, de nosotros mismos y de los otros.

    El cuidado de la palabra es determinante para el cuidado de los demás. Lo repitió varias veces el ponente. Debemos tener cuidado en el uso de la palabra, ya que lo hemos olvidado, hablamos mucho y decimos poco, lo hemos puesto todo perdido de palabras. Hay que abrirse paso entre las palabras para encontrar la palabra justa, ajustada, la palabra que hace justicia. Y precisamente esa es la educación. Educar en la palabra y en su ejercicio. Esa es la libertad.

    La conferencia continúa. Lo anterior es solo el resumen de la primera media hora. Porque Gabilondo dice mucho. Es por ello que invitamos al profesorado a revivir esa charla solicitando en el CEP de Lanzarote el DVD de ese encuentro memorable, que sigue siendo de máxima actualidad. Incluso algún medio de comunicación de la isla sigue recordando la charla de Gabilondo por empeño de uno de sus comunicadores, si bien es verdad que no lo hace con el propósito de recordar las ideas transmitidas por el filósofo, sino como una “supuesta prueba” que este personaje ha encontrado suficiente para menospreciar al profesorado. Gabilondo concluyó su intervención preguntando: “¿Saben cómo acaba el Quijote?”. El hecho de que lo formulara sin esperar respuesta y que el que lo supiera no tuviera unos segundos para contestar, le ha permitido a ese comunicador de masas concluir que ninguno de los profesores asistentes lo sabía.

    Tanta insistencia en esta pregunta nos ha llevado a revisar el final de la conferencia y rescatar aquí las palabras de Gabilondo sobre el final del Quijote, que creemos que es lo más válido de esta anécdota: “La última palabra del Quijote es `vale´. Y vale no significa `ya vale´ que nos tenemos que ir. Vale quiere decir sean ustedes valientes, sean ustedes de valía, junten su valor con su valía y vivan en el riesgo de estar a la altura de su propia diferencia, mostrando y enseñando lo que son, corriendo el riesgo de quedar en evidencia, corriendo el riesgo de que los alumnos descubran que finalmente detrás del profesor incluso hay un ser humano. Vale. Gracias”. Y la sala rompió en un sonoro aplauso de varios minutos.

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