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En un principio fue todo un reto ser tutora de un grupo de niños que tenían la etiqueta de “clase difícil”.Los alumnos eran muy inquietos y rebeldes. No podían prestar atención, o sólo lo hacían por un corto tiempo. Había falta de atención y concentración. El ambiente del aula era tenso y por cualquier motivo surgían conflictos. No expresaban lo que sabían o sentían por miedo a la burla de sus compañeros.
Me pregunté, ¿qué quiero que sean estos niños?, ¿cómo lograr una clase armoniosa donde se trabaje a gusto y todos nos sintamos bien?
Me propuse como prioritario:
- Crear un ambiente tranquilo, calmado, de confianza, sinceridad y respeto.
- Interesarme por ellos como personas.
- Crear un tiempo y espacio para desarrollar lo anterior.
Pero, ¿qué hacer? Estaba claro que las penas, “discursos”, etc. No habían logrado nada. Entonces surgió la idea mágica: Trabajar el silencio. No un silencio vacío que ninguna persona soporta, sino un silencio creativo, ya que nadie cambia algo por otra cosa igual o peor, si cambiamos es para recibir algo mejor. Tenía que hacer “saborear” al niño el beneficio del silencio, porque comprendí su importancia para mejorar la atención y la concentración y que para desarrollar las distintas áreas no es necesario sólo la motivación, sino relacionar éstas con el silencio.
Al alumno se le ha enseñado tantas habilidades técnicas…¿y estar a gusto consigo mismo, compartiendo en responsabilidad y respeto? Y comenzamos esta maravillosa aventura: “El silencio”.
Tomé la iniciativa de compartir experiencias y hacer llegar al niño mis sentimientos. Acordamos no ocultar los errores, reconocerlos y ocuparnos de solucionarlos, pero no preocuparnos. Capté que el alumno se siente interesado por el profesor cuando comprende su sinceridad, esto lo hace crear confianza porque siente que es honesto y va surgiendo el respeto.
Los alumnos necesitan expresar y recibir amor, por ello en circunstancias donde presentían una amenaza para este sentimiento reaccionaban con más o menos violencia, tristeza, desinterés, se hacían desobedientes y poco estudiosos.
Para crear un ambiente propicio comenzamos la jornada con unos minutos de música en los cuales el niño haría lo que deseara, siempre con la condición de guardar silencio y estar en su sitio. Esto les ayudó, primero de todo, a encontrar su propio espacio de tranquilidad, de estar consigo mismos, de observar, de no estar sujetos a nada, como si fuera un respiro, un vaso de agua fresca en medio del camino. Este tiempo se utilizaba para decidir, iniciar una tarea con más precisión y atención, disfrutarla sin prisas. De querer realizar con paciencia incluso aquellas que no apetecían tanto, sentirse más tranquilos con ellos mismos, no pendientes de los otros, de la actividad, y… ¿por qué no?, un tiempo de relax o descanso, de romper con lo que estaban haciendo para continuarlo posteriormente con más entusiasmo.
Cuando los niños comprendieron y sintieron lo que podrían lograr sabiendo trabajar en silencio, pidieron dentro del horario hacer una pausa para ello. Los propios alumnos se hacían responsables de rotar quincenalmente para avisar el practicarlo, poner la música, etc. Dentro de este tiempo se hicieron ejercicios de relajación y visualizaciones, en ocasiones los niós elegían los temas a desarrollar: “somos buenos con los padres”, “somos pacíficos”, “estamos en un sitio agradable y nos sentimos bien” … Estas y otras actividades se desarrollaban, a veces dirigidas por el profesor o por un alumno, y otras el tema era libre, cada uno con su propio objetivo a desarrollar según su necesidad personal.
Exponer las programaciones y los contenidos no viene al caso, pero sí los beneficios. Se crea la paciencia.
- Se tiene un espacio entre la acción y la reacción.
- Se crea un clima de calma, da lugar a serenarse.
- Se encuentra la cualidad más sobresaliente de cada persona.
- Nos ayuda a conocernos a nosotros mismos.
- Nos da autoconfianza.
Resultados:
Parece que esta experiencia es “un cuento de hadas” en la vida de la clase. Sin embargo es tan sólo el principio de una nueva dinámica para transformarla. Requiere esfuerzo el cambiar la experiencia de enseñar en la experiencia de aprender. Se hizo esencial estar dispuesto a escuchar así como a hablar.
Se logró una clase donde se respetan las ideas de los demás, se dialoga más que se discute, se coopera más que se compite, ya no tienen la etiqueta de “clase difícil”. Cada uno trabaja sabiendo que de sus propios esfuerzos y acciones dependen sus logros. Espero que esta semilla plantada en ellos, en el momento preciso, dé su fruto.
Hay más experiencias sobre este tema. Algunos profesores que hemos sentido la necesidad de introducir el silencio en el aula, hemos hecho intercambios de nuestras experiencias y desde aquí invito a todos los compañeros a probar esta iniciativa. Busquemos nuevas dinámicas que nos permitan la realización personal del profesor-alumno y de su aprendizaje.
Margarita Dos Santos R.
Iniciativa Educativa “Valores para vivir”
Profesora el CEIP Nicolás Aguiar Jiménez
Sta. Mª de Guía. Curso 1997-98
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me ha encantado, siento como tu que hay que romper las etiquetas y dar y orientar para crear. no entiendo a los profes que ven a los ninos como enemigos a combatir, pero les hay y mucho mas de lo deseable. Creo que a los ninos les gusta lo que se explica
Me encanta la forma como se trabajo con ese grupo y todo lo que se logro,creo que en estos tiempos donde todo va tan rápido y los niños son tan adelantados en todo se tienen que buscar herramientas y tácticas para que ellos sientan que son importantes para sus profes y que quieren lo mejor para ellos,que no sientan que los profes son los jueces,son los que señalan,son los que tienen el poder,sino que sientas que son sus amigos o segundos padres.
Yo en estos días estoy pasando por una situación con mi niño ya que no se siente a gusto con la profe ya que ella los grita mucho y no tiene casi paciencia,mi niño dice que ya no quiere con la profe que lo cambie por otra.