El aula no es un lugar para la desesperación sino para consagrar la vida
El profesor Lazhar (2013)
Imagino que en algún momento nos hemos preguntado qué imagen de profesor y escuela estamos proyectando a nuestros alumnos. ¿Qué recuerdo guardarán de nosotros, de su paso por la escuela o por el instituto? ¿Cómo valorarán nuestro compromiso, nuestra dedicación y tarea cuando sean adultos?
Preguntarse sobre la “huella escolar” dejada en nuestros alumnos es importante en la medida que configura la imagen, valoración y estima que tengan hacia el profesorado los futuros padres y madres de nuestros alumnos. Todas ellas son preguntas de gran calado especialmente cuando las principales noticias sobre educación llevan asociadas conflictos, violencia, fracaso, recortes y política, entre otros.
El interés por contrarrestar la imagen social tan denostada de los profesores y de la propia escuela en los medios de comunicación, especialmente en la prensa escrita y series de televisión, me llevó a preguntarles a mis alumnos universitarios (grados de infantil, primaria y máster profesorado secundaria) sobre su experiencia personal acerca de lo vivido en su etapa escolar. La pregunta sobre la “experiencia escolar” tiene especial valor, ya que todos se encuentran en proceso de formación y con la clara intención de ser maestros o profesores.
Preguntando sobre su experiencia, sobre lo vivido, no hay margen de error, no hay visiones estereotipadas ni generalizaciones, de manera que se cumple el axioma de John Dewey cuando asegura que la educación no es preparar para la vida, sino que es la vida misma. Bajo esta consideración el maestro, más que explicar o dar una clase teórica, lo que hace es mostrar lo que sabe haciéndolo. El discípulo aprende junto a él, porque bajo estos planteamientos aprender no es imitar lo que el maestro hace, sino ejercitarse junto a él.
Pues bien, los resultados encontrados durante tres cursos académicos ponen en duda esa imagen social instalada, tan negativa y pesimista de la educación que estamos llevando a cabo de manera compartida padres y profesores.
Los alumnos universitarios destacan el clima de convivencia y respeto en el que se educaron, al mismo tiempo que valoran positivamente la presencia en la escuela de alumnos con necesidades educativas. De hecho los acontecimientos más felices que recuerdan son aquellos que tienen que ver con la ayuda y el servicio a sus compañeros más necesitados, con cuestiones personales donde ponen de manifiesto la amistad y el afecto. Reconocen el esfuerzo de la institución escolar y de los propios profesores por atender a la diversidad y valoran las diferencias entre los alumnos como un factor de enriquecimiento personal.
Me llama la atención el predominio del recuerdo de un tipo de profesor con autoridad, tan exigente como comprometido, lo suficientemente cercano para saber que lo tienes cuando lo necesites pero sin llegar nunca a compadrear con ellos. Conocedor profundo de la materia que imparte pero con los recursos suficientes como para modificar métodos e introducir estrategias en función del grupo y de los alumnos. La última promoción destaca en este perfil docente del que guardan especial recuerdo, el uso de las nuevas tecnologías, la renuncia al libro de texto y la apertura a las posibilidades de aprendizaje que ofrece un entorno más amplio que el que ofrece la propia escuela.
Reconocen que este profesor, del que guardan especial recuerdo, ha sido decisivo a la hora de elegir la carrera y fue el detonante en su vocación docente, además la mayoría de ellos sigue teniendo trato personal con él. La pregunta ahora es a cuántos de nosotros nos gustaría ser decisivos hasta ese punto.
Pero también hay profesores que son recordados por su mal hacer, por su escasa implicación, por no permitir la participación en las clases, por ceñirse escrupulosamente a los contenidos y no preocuparse de la verdadera educación. Por considerarlos inferiores, ridiculizarlos y no ocultar, ni tan si quiera, su escasa vocación y gusto por la enseñanza.
Este tipo de profesores olvida que enseñar y aprender exige salir de nuestras seguridades y comodidades. Supone incertidumbre tanto para los alumnos como para nosotros pero solo en esa igualdad es posible el encuentro.
Estas percepciones de nuestros alumnos sobre nosotros constatan que el modo como enseñamos es solo un reflejo de lo que somos y vivimos, y que la educación es sobre todo hacerse cargo, es acogida. Y por lo tanto aún siendo la educación un derecho universal, la acción educativa es singular e irrepetible como cada ser humano lo es. Por eso, quien no quiera responsabilizarse del mundo del otro que no eduque (J. C. Melich).
Durante la realización de la práctica, he podido constatar que la escuela, en general, ya no es percibida como una cárcel sino que guardan un recuerdo amable y positivo, para terminar reconociendo el valor y la importancia de sus profesores en su crecimiento y maduración.
Esta imagen positiva del profesorado es tan real como la propia vida del estudiante y a muchos nos confirma en nuestra tarea. Me veía en la obligación de contar la experiencia en la medida que fortalece y renueva nuestra vocación.
En esa misma línea, van apareciendo en el cine historias reales de profesores como la de Juan Carrión, en Vivir es fácil con los ojos cerrados de David Trueba, al que su amor por la música de los Beatles le llevó a ser de los primeros profesores que enseñaba idiomas mediante la lectura de canciones y su audición.
A mi modo de ver, es el reconocimiento a todo un colectivo, el de profesores, que a pesar de las circunstancias, de las críticas y cambios permanentes, de la precariedad, las dudas, dificultades y la incertidumbre sigue fiel al compromiso educativo.
Por cierto, para quien quiera conocer su particular “huella escolar” utilizo este artículo de Carlos Rosales para guiar a los alumnos en sus reflexiones. Recomiendo el ejercicio, pues da un resultado excepcional.
Imagen: William Creswell