El universo de la pandemia

El universo es el tejido espacio-temporal en el que se encuentra toda la materia y energía que nos rodea. Los científicos no se ponen de acuerdo en estimar el número de galaxias que compone el universo, pero hablan de millones. El sistema solar se ubica solo en una parte de una de tantas galaxias denominada Vía Láctea. La Tierra es uno más de los muchos objetos astronómicos que forman el llamado sistema solar. Estos objetos o planetas giran alrededor del Sol con regularidad matemática y con dos movimientos distintos: rotación y traslación. La armonía es casi perfecta. Tanto, que el satélite al que los poetas han dedicado tantos versos, tiene el mismo tamaño que el Sol vistos ambos desde nuestro planeta, por lo que en los eclipses el Sol y la Luna se superponen formando un solo cuerpo. ¡Maravilloso! Observados desde aquí el Sol sale y se pone cada día y casi por donde mismo; la Luna crece y decrece con la regularidad que marcan sus ciclos y que tanto influyen en nuestra vida; además, la Tierra y la Luna tienen la misma velocidad de rotación y traslación, por lo que siempre observamos la misma cara de la Luna (esto es lo que dicen los científicos, quizá sea algo más poético y es que es la única que quiere mostrarnos). Y las estrellas, aunque parezca que están ahí solo para que les pidamos nuestros deseos y que vigilen nuestros anhelos, existieron hace millones de años. El universo sigue su rumbo implacable, solo él sabrá hacia dónde.

Sin embargo, en torno al mes de marzo, un poco antes en Asia, nuestra vida se paró. Pareciera que los movimientos de rotación y traslación de la Tierra quedaron en suspense, a la espera de ver cómo un organismo ínfimo, llamado coronavirus, iba moldeando nuestras vidas a las cuatro paredes de nuestros hogares. Ahí aprendimos el significado de la palabra libertad. Dejaron de volar los aviones, desaparecieron las estelas de los barcos sobre el mar y los animales que antes habían huido del asecho de los hombres y su contaminación retomaron calles y plazas. Se hizo el silencio. La economía se paró. Dicen que aprendimos a hacer masa madre y a aplaudir en señal de gratitud. Pero sobre todo, aprendimos a contar y a saber el significado de las palabras pico, escalada y desescalada. Los muertos eran números y los contagiados apenas tenían nombres para llamarlos. La tristeza y el desconcierto asaltaron nuestros corazones. Las semanas, a pesar del marasmo del tiempo, avanzaban en medio de noticias y bulos, patriotas y patrioteros,  imágenes y sonidos (en Mazo el bucio sonaba cada día a las 13 y a las 19 horas con puntualidad británica)… Será lo que recordaremos siempre por mucho tiempo que haya pasado.

El curso también avanzaba implacable hacia su final. La pantalla de un ordenador se convirtió en nuestra pizarra, en nuestro libro y también en los rostros de nuestros alumnos. Ejercicios, explicaciones, notas, ¿exámenes?… Todo se hizo como se pudo. Entre ellos hubo de todo: quien aprovechó el tiempo para aprender y reforzar conocimientos y quien se aprovechó de la situación. He ahí la condición humana. El futuro es incierto porque la pandemia no está controlada y el dichoso virus sigue campando a sus anchas y la mayor parte de la gente parece que ya se ha olvidado de él y cree que está domeñado. Confiemos en que sí lo esté para el próximo curso y podamos volver a las aulas sin riesgo, aunque sea sin poder contemplar la sonrisa de los demás. Esperemos también que las notas de próximos cursos sean puestas con más conocimiento por nuestra parte del auténtico trabajo realizado por los alumnos y que de verdad aprendan mirándonos a los ojos.

Decía el científico Carl Sagan que somos polvo de estrellas, ya que cada uno de los átomos de nuestro cuerpo ha formado parte en algún momento de la historia del universo de una estrella que ha explotado en forma de supernova. Ojalá la Tierra siga su rumbo con la fuerza y el empuje de todo ese polvo estelar que nos conforma y que nunca más tenga que detenerse por un minúsculo y dañino ser.

¡Feliz verano!

Mercedes Barrera Tabares

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