El caballero de las espuelas de oro

QUEVEDO: Excelencia…

OLIVARES: Me alegra infinitamente tener aquí a un poeta que quizá pueda ayudarme en un trabajo difícil.

QUEVEDO: Será muy honroso para mí. ¿De qué se trata, señor?

OLIVARES: Precisamente de versos; por eso te mandé llamar. Unos ridículos versos de doce sílabas que Su Majestad encontró en su servilleta. ¿Los conoces? (Lee.)

Católica, sacra y real majestad,

que Dios en la tierra os hizo deidad…”

QUEVEDO: Los conozco, señor. Por las calles corren copias secretas, y en Madrid, basta que una cosa sea secreta para que todo el mundo se entere.

OLIVARES: En este miserable poema se me insulta como ningún gobernante fu insultado jamás. Según él, yo soy el que deja a las viudas sin ropa y a las familias sin pan; yo el que soborna en los tribunales, el que vende los cargos públicos y el que tiñe sus ropajes con sangre de pobres. Tú, que eres entendido en la materia, ¿podrías ayudarme, analizando el estilo, a descubrir al autor?

QUEVEDO: No es difícil, excelencia. En primer lugar, los versos de doce sílabas no son propios de nuestra lengua. Seguramente se trata de un extranjero. O quizá de un español que ha vivido mucho fuera de España.

OLIVARES: Hasta aquí, perfectamente. Adelante.

QUEVEDO: En segundo lugar, por esa manera triste de lamentarse, bien se ve que es un hombre viejo. O quizá, envejecido y fatigado.

OLIVARES: Lo mismo creo. Sigue.

QUEVEDO: Finalmente, su pintura de los vicios de la corte es tan exacta y detallada que solo puede hacerla quien la conozca bien. Tal vez ha tenido alguna secretaría en el palacio mismo.

OLIVARES: ¡Sigue!

QUEVEDO: ¿Será necesario que os diga además su nombre y apellido?

OLIVARES: ¡Dilo!

QUEVEDO: ¿No lo sabéis ya?

OLIVARES: Lo sé, pero quiero oírtelo a ti. ¡Su nombre!

QUEVEDO: Don Francisco de Quevedo.

OLIVARES: Tú, que en tu estúpido memorial lloras lágrimas hipócritas por los hambrientos, mientras insultas su miseria pavoneándote por Madrid con tus espuelas de oro.

QUEVEDO: Nunca he paseado con ellas. Esas espuelas de oro me las hice para ponérmelas dos únicas veces en mi vida.

OLIVARES: ¡Ni aún así! Ni yo mismo ni el mismo rey nos hemos permitido nunca semejante ostentación.

QUEVEDO: Es distinto. Ni Su Majestad ni vos las necesitabais. Yo sí. Unas espuelas de oro quizá sean la única revancha posible de un caballero cojo.

ALEJANDRO CASONA, de El caballero de las espuelas de oro (1964) (adaptación).

¿Quién escribió el poema que estaba en la servilleta del rey?

¿De qué hablaba ese poema?

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *