El Día Internacional de la Mujer tiene sus raíces en el movimiento obrero a finales del siglo XIX, en un momento de gran expansión y turbulencias en el mundo industrializado, en el que la mujer comenzó a alzar cada vez más su voz frente a las injusticias que sufría, por ejemplo: no tenía derecho a voto, ni a manejar sus propias cuentas, ni acceso a la formación y, además, su esperanza de vida era mucho menor que la masculina por los partos y los malos tratos.
El primer gran hito de esta lucha se consigue con el voto femenino gracias al movimiento sufragista en Europa, que tiene especial fuerza en Inglaterra y Estados Unidos, y que paulatinamente se irá extendiendo al resto de países de europeos.
Así, medio siglo después, en nuestro país se logró aprobar en las Cortes, el 1 de octubre de 1931, el derecho de las mujeres a elegir a sus representantes políticos, debido a la lucha incansable de mujeres como Clara Campoamor, principal valedora del voto femenino.
No obstante, a pesar de ello, aún quedaba una larga lucha para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres en una sociedad patriarcal como la nuestra que, además, se vería mermada en por el régimen franquista. En este contexto, ubicamos el poema titulado “Terciopelo y Seda” de Pino Betancor, poeta canaria de los años 50 del pasado siglo.
“De terciopelo y seda” era su cuerpo,
pero no lo vio nadie.
La enseñaron, ya desde muy pequeña.
a trabajar muy duro y no quejarse.
A levantarse al alba, blanca y fría,
a ser ave sin vuelo, flor sin aire.
Un día marcha a la ciudad inmensa.
Allí conoce a un hombre, uno de tantos,
pequeño y arrogante.
Los hijos le vendrán sin desearlos,
sin desear a nadie.
Y seguirá cosiendo y cocinando.
Es su deber. No lo discute nadie.
La vida va pasando lentamente
detrás de los cristales.
La enseñaron a ser el pan que se cocina,
la mesa que se pone, la ceniza que arde,
y así vivió su triste y corta vida,
ignorada e ignorante
de todas las bellezas de la tierra.
Nunca de la pasión de los sentidos
le hablaron. De cómo un beso
puede encender el aire.
Y una sencilla, dulce melodía,
hasta el cielo elevarse.
Un día se durmió en la vieja mecedora.
Para siempre. Sin haber florecido.
Marchita ya la tez, marchita el alma.
Como tantas mujeres innombrables.
De terciopelo y seda fue su cuerpo
y no lo supo nadie.
Este mensaje nos sirve para reflexionar y valorar los cambios socio-históricos conseguidos, pero no nos limitemos a mirar al pasado con reconocimiento y gratitud, sino que más bien preguntémonos, qué podemos hacer para contribuir al cambio de paradigma; es decir, de qué modo podemos transformar la igualdad de generó en una realidad viviente.
Sara Inés de Armas Rodríguez