Todos pensamos que en el cómic se trata de contar historias con imágenes y así es, pero el dibujo por el dibujo, la fascinación por el trazo y la forma, puede llegar a ser uno de los mayores impedimentos para una buena narración.
Los aspirantes a dibujantes de historieta no llegan al medio por afición a contar una historia, de hecho, muchos no saben ni qué es una historia. ¿Cuántas veces habré tratado de que mis alumnos creen una historia para narrarla en viñetas y habré oído eso de “Mi historia es de una persona que va al cine y regresa a casa. FIN”? No entienden que en primer lugar tiene que haber un conflicto y que lo que hace avanzar la historia son las preguntas que se hace el lector con la información que nosotros, los dibujantes, le hemos proporcionado.
Este año hemos realizado una tira de 3 viñetas en 4º de la ESO . En ese espacio, poca cosa se puede transmitir, por eso hice hincapié en la fórmula de la tira de “cartoon” clásica, llevar al lector por un camino y sorprenderlo en la última viñeta. Sin embargo, ellos llevaron al extremo la máxima del “Yo me entiendo, profe”, sin ponerse en ningún momento en el lugar del espectador.
Los que se creen muy buenos dibujantes hacen un boceto, para ellos logrado, y se enamoran del dibujo. Ya está, escollo conseguido. Da igual el resto de lo que dibujen, pero están convencidos de que ese esbozo ha de estar en el trabajo final, independientemente de si ayuda a la narración o no.
Esto mismo me ocurrió con la página dibujada para la anterior entrada del blog: hice un dibujo a lápiz muy suelto, que me gustó en particular, y hasta que no la hube mostrado a varios compañeros no me di cuenta de que esa viñeta no debía estar ahí-ni en ningún otro lado-ya que la expresión del personaje incitaba a la confusión. Éste daba impresión de ser un dibujante talentoso cavilando cómo perfeccionar su dibujo, mientras que la idea que debía comunicar al lector era que el niño se sorprendía de lo realizado, que no había sido intencionado. He escaneado a lápiz el boceto con idea de que no se perdiera la gracia de la espontaneidad, que generalmente no respeta el entintado, y a pesar de la omisión de la tinta y de las masas de negro, podemos hacernos una idea de ambas lecturas y del cambio global de significado de la historia.
Otro tanto sucede con la documentación gráfica, en tiempos de internet, superada la sequía de tener que buscar en revistas, catálogos o fotos propias y clasificarlas en hojas de cartapacio bajo un tema, con el gran obstáculo de sólo poder poner una etiqueta por foto, los dibujantes acuden- y así lo hacen los alumnos-indiscriminadamente a internet: a la primera página que se encuentran, los más trabajadores a la quinta y los conscientes a la que encuentran lo que andaban buscando, lo que ya tenían en mente porque habían realizado un boceto previo. El diagramar es imprescindible, para, sin mediación de nada que no sea la traslación del guión en imágenes para la lectura del público, conseguir la dramatización o el tono necesario para su correcta percepción. Si buscamos un camello, porque nos lo pide la historia y lo encontramos en una inusitada postura que nos llama la atención y nos gusta, probablemente tratemos de incorporarlo sin más al cómic, olvidándonos de su verdadero lugar como engranaje en la historia. Si lo hemos colocado ya, abocetado, en su viñeta correspondiente, nos costará más zafarnos, como si huyéramos de la lista del super que nos ciñe a lo imprescindible en vez de comprar kilos de chocolatinas cuando ibamos a por zanahorias.
En el caso de los alumnos, el patinazo puede ser aún peor, dado que vistos sus conocimientos, tienen mucha dificultad para poder cambiar el ángulo de lo expuesto en la foto buscada.
Así que lo ideal es diagramar-hacer pequeñas imágenes donde sólo quepa lo imprescindible- estableciendo las relaciones entre los elementos que las componen, su punto de vista el plano, y sobre todo, la relación entre las anteriores y las subsiguientes. Habrá un momento en que nos detengamos, a la vuelta de zamparnos un yogúr, y con el rotu en mano cual baqueta, hagamos un estacato, apuntando su ritmo. Tal vez entonces sólo veamos eso, el ritmo, olvidando la disposición de los negros en toda la página o el parecido de un mismo personaje entre varias viñetas, por citar dos cuestiones que también tendremos que tener muy en cuenta en esa fase de la realización. Nada de esto pasa por la mente de un lector, ni siquiera de un dibujante realista, en los márgenes del cuaderno de bachillerato.
Álvaro Manzanero
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