Un día soleado salí a pescar y de paso fui a buscar a mi amiga Ainhoa. Ella también quiso venir y de camino íbamos hablando sobre tesoros. Cuando llegamos a la playa y tiramos la caña, picó un pez descomunal de unos seis metros ¡tuvimos que pedir ayuda para sacarlo!
Un señor se ofreció voluntario, a cambio pedía la aleta del pez para usarla como una llave de un tesoro. Yo no me lo creí mucho. Sacamos el pez y le dimos la aleta. Nos dijo que lo acompañáramos y nosotras fuimos.
El señor ya tenía los 5 elementos para abrir la puerta y la abrió. Dentro de esa puerta había un gran pasillo y bestias descomunales y extintos. Entramos a una habitación pensando que iba a haber un tesoro, pero no había nada excepto un montón de cuchillos. Cerramos la puerta y nos fuimos corriendo, pero no encontrábamos la salida.
Había muchas notas que decían: si no encontráis el tesoro, no saldréis de aquí jamás . Nos asustamos mucho. A la hora y media Ainhoa abrió la puerta de una habitación y había un cofre que guardaban dos difuntos marines y sus espíritus yacían allí. Al vernos a Ainhoa y a mí, nos dieron la llave y nos dijeron: ¡ habéis sido muy valientes al entrar aquí !
Nosotras cogimos la llave y salimos, pero mantuvimos eso en secreto.
Relato escrito por Zuriñe Rico (1º Eso, Curso 2013-14)