Un día estaba cabalgando con mi caballo blanco de camino a casa después de un largo día de trabajo. Cuando quedaban tan solo dos kilómetros, me encontré a un niño sentado junto a un manzano. Me presenté y él me dijo que se llamaba Carlos y tenía siete años.
Carlos me contó que estaba de paseo con su familia y que cuando vio el manzano le entró mucha hambre, se sentó a comer una deliciosa manzana roja y cuando acabó se dio cuenta de que estaba solo.
Le pregunté que si quería venir conmigo, que yo lo podía ayudar. Buscamos por todo el pueblo, tocamos en cada casa, en cada puerta porque Carlos no se acordaba de cómo era su casa y eso tampoco ayudaba.
Cuando nos acercábamos a mi casa, porque no encontrábamos a sus padres y no podía quedarse solo, vi que había tres personas tocando a mi puerta. Al ver su cara de felicidad y la del niño no hubo que explicar más.
Carlos y yo nos despedimos y me dio las gracias por haberle ayudado. Al llegar a mi casa, me puse a leer un libro de aventuras que consistían en ayudar o rescatar princesas y luchar con dragones, pero no había ninguna de haber ayudado a un niño normal y corriente y decidí hacer un pequeño cuento con mi aventura.
Relato de caballería escrito por Paula Villar (2º Eso, Curo