Mis libros, tus libros. Una antología compartida (2017)
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Las primeras “12 horas de lectura colectiva” del Zerpa. Una crónica (Victoriano Santana Sanjurjo)
Artículo publicado el 24 abril de 2009
Leyeron todos los que quisieron; quisieron todos cuanto leyeron. Se animaron los tímidos, disfrutaron los elocuentes, repitieron los indecisos, escucharon los impacientes y disfrutaron todos aquellos que quisieron enladrillar de humanidad y palabras el jardín del Zerpa, un hermoso espacio que el jueves estuvo en la Biblioteca Susana Hidalgo.
No es posible sintetizar en unos párrafos el pálpito de vida que inundó la sala durante doce horas. No, no es posible. Pero a nadie puede extrañar esto: si no es posible radiografiar todos los sentimientos de una ciudad en un determinado instante, captar de una sola vez la inmensidad del universo o paladear todos los placeres a la vez, cómo se va a poder expresar lo que allí se vivió. Tenemos que quedarnos con las esquirlas que la memoria ha logrado desprender de un gran diamante en forma de jornada de lecturas para quedarnos con algo tangible, ya que es muy complicado expresar en palabras las formas multidimensionales, la cadencia espacial y el perfil sonoro de la piedra que se ha hecho rosa en nuestros corazones.
Participación masiva. Participación ilustre. Participación de ilustres. Participación fluida. Participación feliz. Buen público, excelentes lectores; extraordinario ánimo, imperecedero esfuerzo. Se animaron muchísimos alumnos desanimados en su cotidianeidad por la lectura; muchos profesores no quisieron dejar de leer, aunque sólo fuese un fragmento y no pudiesen acompañarnos más tiempo (“¡Cómo no participar!”, decían); nos honraron muchos ciudadanos con sus lecturas y con ese deseo tan especial de compartir con nosotros su tiempo; nos alegró ver a los alumnos de refuerzo de Verena (gracias, compañera) y la preciosa lectura colectiva que realizaron (colectividad para un acto colectivo… ¡Magnífico!); vimos a los alumnos del PCE participar, repetir en las lecturas y, lo que es más importante, atender a cuanto leían sus compañeros (gracias, María José; gracias, Jorge); nos acompañaron en todas las horas los alumnos de los ciclos con independencia de su edad y se fundieron todos en torno al aura mágica que envolvió a nuestro jardín durante doce horas; en suma, se escribió con palabras leídas el sueño dorado de una igualdad que no atendió a otros dictámenes que los de reconstruir a escala proporcional “todas las ideas, los sentimientos y las emociones plasmados en los millones de textos que han envuelto a la Humanidad durante miles de años”, como indicó nuestra querida Paqui en la inauguración del acto. Enhorabuena y gracias por el acto, Paqui; enhorabuena y gracias por el acto, Brito.
Sin lugar a dudas, uno de esos momentos sublimes de estas 12 horas vino representado por la lectura que realizaron Guillermo (hijo de nuestra compañera Maricarmen Pérez); María, hija de nuestra compañera María Jesús Mesa; y Alberto, hijo de Maricarmen Ramírez. Buena pasta, buenos mimbres. Fue un instante en el que todos los presentes nos quedamos maravillados, extasiados, orgullosos de saber que habíamos tenido el privilegio de escuchar la destreza lectora de estos chavales, el ardor y la pasión que ponían en la lectura, la convicción imaginaria derivada de una inocencia que los presentes hemos perdido hace muchos años. Fue un momento delicioso, extraordinario, irrepetible. Gracias a sus madres y, sobre todo, gracias a ellos, por el cariño y el esfuerzo con el que se entregaron; por el inmenso placer que supuso escucharles; por la enorme cantidad de esperanzas con las que nos quedamos los docentes cuando se nos ocurrió pensar que, entre tanto desastre académico como el que presenciamos todos los días, aún hay momentos para la esperanza y para pensar que no todo debe ser negativo en el futuro educativo. También caímos en la cuenta de que gracias al buen hacer de sus padres, los chavales mostraron tan exquisitas artes. ¡Qué importante es la familia!
También hubo momentos para la emoción, momentos en los que a todos se nos puso un nudo en la garganta; momentos de recuerdo, de nostalgia y de presencia constante de la figura de un compañero que no ha podido estar con nosotros, a pesar de que todos sabíamos que él no hubiese faltado nunca a un acto como este. Momentos en los que la palabra se convirtió en una daga henchida de desconsuelo que nos hizo zozobrar y que depositó en nuestro ánimo el halo de esa lágrima que trazó el surco del invierno en primavera.
A Mario le debemos el momento más divertido de las doce horas. Quienes estuvimos prácticamente doce horas podemos asegurar que una situación como la que presenciamos, que tanta comicidad provocó entre los asistentes, no se había dado en toda la jornada. Podrán contarlo, podrán expresar de mil y una maneras lo que pasó, pero quedará en la retina de los presentes ese momento, ese instante sublime en el que los presentes agradecimos estar hasta el final para presenciar la intervención de Mario. Gracias, Mario, muchísimas gracias de todo corazón.
Patricia Hernández puso el colofón perfecto. Muchos versos podían haberse leído, no pocas prosas pudieron hacerse hueco para un momento tan especial, pero ella supo dar con la pieza exacta, precisa, única para elevar el ánimo de los presentes y, lo que es más importante, para poner la primera piedra sobre la que edificaremos el próximo año el edificio de otras doce, o quince, o veinticuatro, o… (ya nos da lo mismo) horas de lectura. Sin darse cuenta, nos dio un lema para intentar el más difícil todavía, puesto que al regalarnos la Rima IV de Bécquer nos estaba concediendo la certeza de que “siempre habrá poesía”.
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira:
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía. […]
Con ella, siempre habrá lectores. Con ellos, siempre habrá un motivo para otras doce horas de lectura compartida. Perfecto. Como diría el gran Juan Ramón Jiménez: “No la toques ya más, que así es la rosa”.
Lorca redivivo en una noche mágica del Zerpa (Victoriano Santana Sanjurjo)
Artículo publicado el 6 de abril de 2008
Cuando se habla de “teatro escolar”, la tendencia natural, que no siempre es la más acertada, nos mueve a considerar que hablamos de un tipo de teatro cuyo ámbito de desarrollo (planificación, ensayos y representación) gira en torno a un centro educativo no-universitario y, por lo general, dentro de las horas consideradas lectivas; un teatro conducido por docentes y puesto en práctica por alumnos; y, confesémoslo, un teatro cuyo valor pedagógico “forzado” supera, por lo general, al valor artístico porque consideramos improcedente asignarle ningún parámetro que sirva para juzgar su calidad. La validez, pues, de estas manifestaciones teatrales se circunscribe al hecho mismo de su realización. Debo reconocer que no me parece mal que así sea.
Pero, ¿qué pasa cuando esta preconcebida clasificación subgenérica queda drásticamente alterada por mor de una actuación equivalente a la de cualquier compañía profesional? ¿Qué ocurre cuando has asumido que vas a asistir a una representación de “teatro escolar” y te das cuenta de que todo lo que ha ocurrido en el escenario escapa a cualquiera de las características enumeradas en el anterior párrafo? Si ya una obra bien representada produce en el espectador un efecto catártico, ¿a qué nos ha de conducir una puesta en escena que, además de ser impecable y de un nivel muy elevado, trae consigo el efecto sorpresa de comprobar cómo los prejuicios no son más que prólogos incorrectos que nunca han de ser leídos ni formalizados?
El viernes pasado, 4 de abril a las 20.00 horas, en el Teatro Víctor Jara de Vecindario, bajo la adorable y entrañable carpa del I.E.S. José Zerpa, tuve la inmensa fortuna y el enorme privilegio de comprobar en persona cómo la siniestra sombra de los prejuicios, que justificaron mi presencia en el foro santaluceño a través de mis deseos más fervientes de reencontrarme con aquellos a los que añoro, se fue desmoronando a las primeras de cambio gracias a la impecable, majestuosa y profesional a más no poder puesta en escena de la conocida obra de Federico García Lorca Yerma (1934), que sirvió de preludio a lo que será la XVI Semana Cultural I.E.S. José Zerpa.
Precedió a la representación un emotivo homenaje que la comunidad educativa del centro rindió a Enrique Quintero Hernández, un profesor que nos dejó en septiembre del pasado año cuya estela estuvo más presente que nunca en el evento gracias a la presencia en el acto de su esposa y sus dos hijos. Si en su momento las alabanzas y buenos términos que presidieron los lamentos por su pérdida me hicieron expresar mi pena por no haber tenido la suerte de conocerle y tratarle; ahora, tras el sencillo e intenso homenaje que se le hizo, esta expresión se ha visto incrementada. Menos mal que la magia del acto, cuyos ecos perdurarán mucho tiempo, y el afecto demostrado en todo este tiempo por el claustro ayudarán a que la figura de nuestro insigne compañero de Inglés no deje de estar presente en el I.E.S. José Zerpa.
Concluido el reconocimiento, comenzó la representación. De entrada, conviene alabar la presencia de elementos no presentes en el texto lorquiano que quedaron perfectamente encajados. A saber: el intercambio epistolar y la conversación en el restaurante, ambientados en nuestros días, de Marina (Dulce Torres) y Sofía (M.ª Carmen Pérez) que sirvieron de proemio y epílogo, respectivamente. En ambos momentos, se aprovechó la ocasión para hacer buena la máxima renacentista del “enseñar deleitando”; y aunque esto podía hacer avivar las llamas de la pedagogía “forzada” que apuntamos sobre el “teatro escolar” con anterioridad, lo cierto es que ambas escenas fueron insertadas y manejadas en el contexto de una obra ambientada en el primer tercio del siglo XX de manera excelente.
Otro elemento que conviene ser destacado por su minuciosidad, su cuidado, su precisión y efectismo tiene que ver con todo aquello que escapa a las funciones de los actores y que, en el teatro profesional, se atiende de manera muy especial: la escenografía, el vestuario, el atrezo, la iluminación y el sonido. Felicito a cuantos han estado detrás de estos elementos porque su tarea es merecedora de toda clase de elogios.
Los actores, alumnos y profesores del I.E.S. José Zerpa, excedieron con creces todas las consideraciones que se prevén para una obra de “teatro escolar”. Para empezar, hubo una simbiosis extraordinaria entre ellos, a pesar de las razonables diferencias de un colectivo frente al otro. Todos se integraron de manera homogénea en el compás de un texto tan dramático como el de Lorca; un texto que exige un ejercicio de conciencia previo muy intenso porque las tragedias demandan de los actores el mayor despliegue de verosimilitud posible porque si no, el drama pasa a ser una payasada y las payasadas imprevistas son recibidas con desprecio por parte de los espectadores. Sobre el escenario, la desgracia de los hechos concatenados fue ungiendo el ánimo de cuantos allí estábamos gracias al dominio escénico mostrado por los intérpretes.
En este punto debo detenerme un solo instante para resaltar, dentro de una representación memorable como la presenciada, dos aspectos puntuales: por un lado, la extraordinaria solidez del papel de Yerma, representado por la alumna Ana Díaz, que me dejó anonadado por su consistencia a la hora de asumir como suyos los males que aquejaban al desgraciado personaje; por su abrumador dominio de la escena, su expresividad, su capacidad de comunicación… Francamente, creo que mieles doradas en el arte de la interpretación la contemplarán si decide adentrarse en ese fascinante y complejo mundo del teatro profesional.
El otro aspecto puntual que deseaba destacar fue el impacto que me causó la inmensa belleza plástica de la inolvidable escena entre Yerma y Víctor (David Almeida) cuando, al hilo de una quemazón en la mejilla, las brasas incontenibles del deseo prohibido les hizo sucumbir en la fantasía de las contradicciones y los anhelos, del querer y no poder… Qué punción tan intensa en el ánimo, qué tersura de los sentimientos, qué fisuras por las que rezuman primaveras otoñales y, parafraseando al grandioso Carlos Cano, qué desespero…:
«Qué desespero, qué desespero amor
que arde mi corazón como un lucero;
y yo tan solo, y tú tan lejos.
Qué desespero amor, qué desespero…»
Miles de fragmentos del alma deberían irse sucediendo; tantos, quizás, como estrellas en el firmamento hay… pero serían insuficientes para dar una idea cabal de mis sentimientos y excesivos para un espacio como este. Vayan pues, en el final de estas palabras, mi más efusiva y entusiasta felicitación para Susana Hidalgo, Pedro Olivares y Patricia Hernández, en quienes recayó la responsabilidad de dirigir una obra tan compleja cuyo reparto estuvo compuesto por los referidos Ana Díaz (Yerma), Pedro Olivares (Juan) y David Almeida (Víctor), junto con Jennifer Pérez (María); las profesoras Elisa Caballero (en el papel de vieja pagana), Sita Betancor y Olivia Montesdeoca (ambas como las cuñadas de Juan); Cathaysa Pérez (Dolores “la conjuradora”); Carolina Yánez, Gretel Robaina, Mónica Medina y Marta Curbelo; las mencionadas Dulce y M.ª Carmen (Marina y Sofía, respectivamente); etc.
Pero no sería justo hablar de actores y olvidarnos del equipo técnico, cuya tarea fue también ejemplar y digna de toda clase de elogios. A saber: las voces en off, que provinieron de los profesores Paqui Vega, Patricia Hernández, Fefi Díaz, Juan Jesús Moreno y Gabriel Santana; la grabación musical, que corrió a cargo de Alberto Suárez; y el diseño gráfico, que se debe a Ángeles González. No debemos de dejar de hacer mención, por lo que cuesta poner en marcha todo este ejercicio de profesionalidad no-remunerada, a las entidades que han colaborado con el evento: la Radio y Televisión Tagoror, el Ateneo Municipal y el Restaurante “El asador criollo”, lugar donde se desarrolló el ya citado epílogo de la obra.
Empecé este texto haciendo mención del alcance y significado del término “teatro escolar” y, en todo momento, las impresiones que los lectores han podido obtener de lo que fue la “Yerma” del Zerpa no salen de los límites de esta consideración subgenérica. Es lógico que así sea, por muchas palabras que haya dicho, porque mi cortedad me ha impedido transmitirles que lo visto fue “teatro profesional hecho por escolares”; lo cual, bien mirado, no sé si sirve de algo para mi propósito aclaratorio. De hecho, confieso que no sé muy bien por qué he estado empleando la denominación de “teatro escolar” cuando lo que presencié el viernes fue una representación teatral en toda regla a la que sólo le faltó una cosa para terminar de convencerme y, con ello, quizás, de convencerles: la posibilidad de adquirir las entradas en GeneralTickets.com, no más.