LLAMATIVA PARTICIPACIÓN EN EL ENCUENTRO DE EDUCACIÓN SECUNDARIA

EL IES JOSÉ ARENCIBIA GIL TRASLADA HASTA EL ENCUENTRO DE ARUCAS SU PROYECTO DE RADIO, EL COMITÉ DE IGUALDAD, LA OPTATIVA DE FOTOGRAFÍA Y LOS ALUMNOS DE ACTIVIDAD FÍSICA

Entre los stands más visitados del XXVII Encuentro de Educación Secundaria que se celebró el jueves día 27 en Arucas se encontraban los tres instalados por el IES José Arencibia Gil. Allí se exponían los trabajos realizados por los alumnos que forman parte del Comité de Igualdad, se exhibían las habilidades de los estudiantes del Ciclo Superior de Acondicionamiento Físico, se exponían las mejores fotografías de quienes cursan esta materia optativa y se realizaba un programa de radio por los alumnos de Atención Educativa que forman parte de este proyecto en el instituto. 

La feria de la enseñanza está ideada por la comisión de vicedirectores como un muestrario en el que los centros educativos de la isla compartan buenas prácticas e ideas novedosas del mundo educativo y eso fue lo que hizo el IES José Arencibia Gil mediante sus representantes. 

La mañana comenzó con la profesora de Fotografía y sus alumnos recogiendo el primer premio del certamen fotográfico convocado por los organizadores del Encuentro, que le correspondió a su alumna Gisela Pérez González. Los alumnos de esta materia han ganado también este curso el segundo premio del proyecto regional «Canarias a pie de foto». Mientras tanto, en la plaza de Arucas, los alumnos del Ciclo de Acondicionamiento Físico del IES José Arencibia Gil presentaban su exhibición deportivo-musical. También ellos han obtenido recientemente el primer y tercer puesto en el encuentro de formación profesional Canarias Skills. 

En los stands los alumnos del proyecto de radio realizaban un programa sobre el evento con entrevistas en directo a compañeros y profesores de otros centros, encantados de participar. Mientras tanto, los estudiantes del Comité de Igualdad atendían al público, ofreciendo información y objetos decorativos elaborados a mano para visibilizar la necesidad de integración del colectivo LGTBIQ+. Además, también recorrieron la feria con sus marcos de photocall para que todo el mundo pudiera llevarse un buen recuerdo. Por su parte, los alumnos de Acondicionamiento Físico desafiaban a todo el que se atreviera a cualquier tipo de reto físico: desde pulsos a concurso de sentadillas o flexiones. 

Fue una mañana inolvidable en la que todos los representantes del IES José Arencibia Gil dieron una magnífica imagen del centro teldense en un Encuentro que congregó a casi 5.000 alumnos procedentes de más de medio centenar de centros de todos los rincones de Gran Canaria. 

Relatos para prevenir el acoso escolar LGTBIQ+

La Federación Canaria de Municipios ha convocado un concurso de relatos para contribuir a «abordar y prevenir el acoso escolar LGTBIQ+ en los centros educativos». El premio es un ordenador portátil con sus auriculares y complementos. Solo por escribir un buen relato de entre 3 y 5 páginas. ¿Te animas? Tienes hasta el 31 de diciembre. Aquí te dejamos el enlace con las bases: https://www.fecam.es/userfiles/files/bases_concurso_2022-23.pdf

España, el país que me quitó pero también me regaló

Hola, mi nombre es Mariem y, a continuación, voy a relatarles cómo mi vida cambió de la noche a la mañana, por un hombre que pasó de ser mi libertador a mi más cruel verdugo.

Nací en Mauritania hace 42 años, en el seno de una familia compuesta por ocho hermanos, de los cuales era yo la mayor. Pertenecíamos a una etnia denominada Haratines, considerada en mi país como una casta inferior y, por tanto, condenados históricamente a ocupar los trabajos más duros de cuantos son habituales en mi región.

Cuando era niña, mi padre se dedicaba al pastoreo de unas pequeñas cabezas de ganado que, pese a las secas y colgantes ubres con que contaban, ayudaban a la subsistencia de la familia. Recuerdo cómo mi pobre madre poco podía valerse por sí misma y, mucho menos, ayudar en la economía familiar. Estaba mutilada de una mano desde muy joven, fruto del intento fallido de escapar de las manos de su amo, y digo bien «amo», porque en mi país la esclavitud permaneció hasta 1981, siendo prácticamente el último país del mundo que se mantuvo inquebrantable a lo que hoy conocemos como «¿Derechos Humanos?».

Mi niñez y adolescencia las pasé prácticamente trabajando, pues desde los 9 años tuve que abandonar la escuela para ayudar en las tareas de casa. Aún recuerdo aquel fatídico día en que, al llegar de la escuela, mi padre me dijo que al siguiente día empezaría a ayudar en la familia. Me quedé paralizada, miré fijamente y con rabia a mi padre, mis ojos comenzaron a humedecerse mientras me imaginaba cómo sería mi vida a partir de ahora, sin poder disfrutar de la compañía de mis amigas en la escuela: saltar, jugar, reír y aprender… ¡Cómo me gustaba aprender los números mientras, al unísono, cantábamos todas las niñas!

Entonces mi vida se convirtió en una rutina. Ir a buscar la escasa agua que aún nos daba un viejo pozo, ayudar a mi madre con la crianza del resto de mis hermanos y preparar la única comida del día. Rápidamente me acostumbré. Total, antes o después, a nosotras las niñas nos preparaban para ello. ¿Qué podía hacer yo? Sin pensarlo y de forma inconsciente, sería esta la primera vez que me subyugaría a las decisiones de un hombre, aunque fuesen las de mi propio padre.

Recuerdo cuando cumplí los catorce años, probablemente uno de los días más aterradores de mi vida. Hacía unos escasos meses que ya me había convertido en mujer, lo que implica en mi país que, a las jóvenes, nos hagan la ablación, o lo que es lo mismo, la mutilación genital; según las leyes y cultura de mi país, todo ello para que las mujeres no sientan placer a la hora de mantener relaciones íntimas. Mi cuerpo se estremece cada vez que recuerdo a la anciana de la aldea, cómo, con una pequeña hojilla de afeitar, introducía sus manos por debajo de mis ropajes, lo hacía con premura y sin consideración alguna, tal vez, fruto de la ingente cantidad de veces que llevaba a cabo esta práctica, como si cada «niña» fuese un número más de la larga lista acumulada, fruto de los años con que ya contaba.

Pasaron algunos años, no demasiados, cuando mi familia consideró que debía «formalizarme» como mujer y esposa. Para ello, me escogieron a un señor, procedente de la aldea más cercana y, según mis padres, un hombre de familia honrada que me daría una buena vida. Desde niña, al caer rendida en mi camastro, soñaba con el día de mi boda. Sería el día en que me uniría a la persona de mi vida, ese hombre que solo con verlo, me haría sentir mariposas en mi barriga y mis ojos brillarían de una forma especial… Nada más lejos de la realidad.

El esposo «ejemplar» que me habían escogido prácticamente me doblaba la edad. A decir verdad, no gozaba de buena salud, pues tenía una movilidad notablemente reducida, fuertes dolores estomacales y una ceguera que iba en aumento, a medida que pasaban los meses. Debo reseñar que, además, yo era su segunda esposa, pues se encontraba casado con otra mujer que le había regalado cinco hijos, algunos de ellos incluso mayores que yo.

Sufrí malos tratos, indiferencia y ultrajes que me hicieron sembrar en mí la semilla del miedo, la vergüenza, la ira, la baja autoestima y, por qué no decirlo, las ganas infinitas de desaparecer y dejar este mundo de forma intencionada. Por segunda vez, mi vida volvería a estar subyugada a la voluntad de un hombre.

Pero como dicen aquí en España, «no hay mal que cien años dure», o algo parecido, así que mi desgraciado matrimonio no duró mucho tiempo. Un día, mientras me encontraba preparando el arroz para el yantar, me comunicó uno de los ancianos de la aldea que mi marido acababa de fallecer mientras regresaba de camino del mercado de abastos. Al escuchar las palabras del anciano mientras me comunicaba la noticia, en mi interior afloró velozmente una sensación de paz y sosiego, pues ya no iba a tener que preocuparme ni sentir el miedo voraz al oír sus pasos, cuando poco a poco iba acercándose a la casa; o cuando al caer la noche, en la intimidad, me obligaba a satisfacer sus deseos… Pero ¡qué ilusa yo! Ahora sí que tenía otro grave problema: ¿Cómo iba a sobrevivir siendo viuda, si mi esposo era el único que traía el sustento a casa? ¿Cómo podía yo salir adelante si siempre me habían enseñado a depender de un hombre para sobrevivir? ¿Volver a que mi padre me diese cobijo? Eso ni pensarlo.

Un buen día me presentaron al hermano de mi amiga Amina. Era mucho mayor que nosotras y, a juzgar por su apariencia, le habían ido las cosas bastante bien en los últimos años. Había conseguido un buen trabajo aquí en España, concretamente en unas islas que hasta ese momento desconocía. Me refiero a Canarias. Me comentó que eran unas islas donde prácticamente todo el mundo tenía posibilidades económicas, ya que era un lugar donde vivían del turismo europeo y, ya sabes, ahí sí que se mueve dinero. No solo le pagaban casi como diez veces el sueldo que podría cobrar un habitante de mi país, sino que, por hacer bien el trabajo, existían unos complementos llamados propinas que prácticamente doblaban el jornal. !Con razón disponía hasta de un teléfono móvil!

Le pregunté por la dificultad del idioma y me respondió que eso no había sido problema alguno, pues, entre un poquito de francés que ya hablamos aquí y que el español era una lengua que se aprendía en dos o tres meses, pues… eso me tranquilizó mucho, a decir verdad.

A medida que me iba contando su vida en esas islas paradisíacas, una pequeña bombilla se encendió en mi cabeza mientras que en mi corazón surgían nuevas esperanzas, nuevas ilusiones, ganas de salir de aquel horripilante país que me asfixiaba cada vez más; en definitiva, una sensación desgarradora de sobrevivir. Con mis ojos prácticamente fuera de las órbitas y con unas ansias tremendas por escuchar lo que más anhelaba, le pregunté al que iba a ser mi salvador:

–¿Qué tengo que hacer para poder llegar hasta allí? ¿También hay trabajo para las mujeres?

Me respondió con lo que yo en ese momento más esperaba: un sí rotundo. Me explicó que aquí en Canarias las mujeres eran muy respetadas, prácticamente como los hombres. Me quedé estupefacta. También me explicó que, como las personas de aquí tenían alto poder adquisitivo, necesitaban de muchas mujeres que cuidaran de sus hijos pequeños o a ancianos, mientras sus familias trabajaban fuera del hogar. Además, había mucha demanda en la limpieza de casas. Enseguida me di cuenta de que yo podía desempeñar esos trabajos a la perfección, pues toda mi vida la había dedicado prácticamente a esas labores.

Pero contaba con un problema: no disponía de dinero suficiente para poder permitirme un billete hasta tan lejos, yo, que jamás me había montado en un avión. Eso era un lujo solo para los blancos. Mi salvador me dijo que para nada me preocupase, que para eso estaban los paisanos y que a él, gracias a Allah, le habían ido bien las cosas y podía ayudarme. Ya se lo devolvería cuando pudiese. Esa misma mañana firmé mi sentencia de muerte.

A los dos días salía el vuelo directo desde Nuakchot hasta Canarias. Preferí no despedirme de mis padres. Total, no lo iban a aceptar o ni siquiera a permitírmelo; y eso me produciría un mal añadido. Les dejé una carta en donde les explicaba mis razones y les pedía perdón por no ser quizás el modelo de hija que habían soñado.

Al llegar a Canarias recuerdo cómo todo me parecía como si estuviese viviendo en el más puro de los lujos. Tenía una mezcla de ansias por descubrir, miedo por la incertidumbre y nervios por mi nuevo trabajo. Todo era nuevo para mí. La sensación de subir a un avión, ver tanta gente de piel blanca, el agua que salía en cantidades abismales con solo pulsar un botón, toda la luz eléctrica que quisieses, la vestimenta, los edificios y hasta unos nuevos olores que, a decir verdad, me producían una mezcla de fatigas con bienestar, eran los perfumes.

La casa donde iba a vivir y trabajar conjuntamente estaba en un lugar llamado Arinaga. La casa tenía apariencia de palacio, pero en su interior iba a albergar las cloacas más asquerosas de cuantas el ser humano pudiese imaginar. Antes de entrar, mi salvador me dijo que necesitaba mi pasaporte para tramitar los papeles necesarios en el consulado de Las Palmas y que, tan pronto lo tuviese arreglado, me lo devolvería.

Nada más cruzar el dintel, me sorprendió que en el interior hubiese muchísimas mujeres, especialmente de piel negra como yo. Sus rostros, al cruzar nuestras miradas, me estaban intentando decir que huyese, que aquello iba a ser el auténtico infierno. ¡Y vaya si lo era! Una vez dentro, mi paisano cambió su actitud repentinamente. Su mirada se volvió fría, diría que aterradora, hasta tal punto que me cogió del brazo de una forma agresiva y me tiró sobre un viejo sillón maloliente.

Le pregunté por qué estaba allí y le dije que no era el sitio del que me había hablado. Su risa burlesca despertó odio sobre mí, y me dijo:

–¡Eres una ilusa! ¿De verdad creías que una mujer como tú iba a trabajar de algo que no fuese prostituta?

Un frío aterrador me recorrió todo el cuerpo. Mis piernas y mis manos comenzaron a temblar mientras notaba cómo se me humedecía parte del muslo, fruto de no poder controlar mi propia orina. ¿Has sentido alguna vez lo que es verdaderamente el miedo? Yo sí, y desgraciadamente esa vez a un nivel estratosférico.

Mis días se convirtieron en un auténtico infierno. Los primeros, recibía paliza tras paliza, tanto por parte de la madame de la casa, como de mi falso, a partir de ahora sí, falso salvador. Me obligaban a mantener relaciones sexuales con hombres, era como una máquina de hacer dinero, pues cuantos más hombres me escogían, más dinero ganaba el susodicho. No recibía nada de él, pues según decía, el billete me lo había pagado muy caro y aún tenía que recuperar la inversión. Teníamos que aguantar de todo: borracheras, drogas, abusos e, incluso, malos tratos por parte de los clientes.

Cada noche, al caer extenuada en el viejo colchón que compartía junto a otras dos chicas más, mis lágrimas se derramaban amargamente al sentir esa sensación de engaño. Pensaba y pensaba en cómo siempre los hombres han jugado con mi vida, han hecho de mí lo que han querido y, lo peor de todo era que no veía un poco de luz al final de ese oscuro túnel. Lo que iba a ser mi paraíso se convirtió en mi infierno, y lo que se iba a convertir en el mayor sueño de mi vida se convirtió en la pesadilla más horrible.

Cuando llevaba aproximadamente dos años metida en esa prisión deleznable, ya mis fuerzas y esperanzas se habían disipado. Pero una bendita noche de la que jamás me podré olvidar, de repente, se oyó un estruendo muy grande en la parte baja de la casa; lo acompañaban unos gritos de hombres que decían:

–¡No se mueva nadie! ¡Todo el mundo contra la pared!

Resultó ser una decena de policías perfectamente ataviados con uniformes antibalas y armas. Yo en ese momento no entendía nada. Me quedé desorientada y mi cuerpo hierático no podía levantarse de la cama. ¡Habían venido a rescatarnos de nuestros verdugos!

Yaiza. Así se llamaba la policía que estuvo conmigo en todo momento mientras acometían las diligencias oportunas por toda la casa. No podré olvidar jamás su mirada en ese momento. Era una mirada de compasión y sufrimiento compartido, de mujer a mujer, sin juzgar y, todo ello, reforzado con el calor de su mano sobre la mía, como si me estuviese brindando el bastón que necesitara para el serpenteante camino que me esperaría.

Mi vida a partir de ese momento cambió radicalmente. ¡Si les contase todo lo que vino posteriormente, no tendría hojas suficientes para ello! Solo les digo que ahora mi vida ya no es de color negro. De ese color solo tengo la piel. Soy una mujer libre que ha encontrado el amor de verdad, ese que te complementa y nunca resta, y fruto de ello tengo una niña maravillosa.

Trabajo en un hotel del sur de la isla, tengo independencia económica y me encuentro perfectamente integrada en la sociedad canaria, una sociedad solidaria que me ha devuelto las ganas de vivir. Por eso, y como una manera de devolver el favor que he recibido, soy voluntaria en una ONG de ayuda a las chicas que trabajan en la calle, víctimas de otros hombres como el que desgraciadamente me topé aquel maldito día.

Me causa asombro y hasta risa que una parte de la sociedad piense que en pleno siglo XXI no existe la esclavitud. ¡Claro que existe o, si no, miren mi vida! La trata de blancas, es así como la denominan actualmente, es un problema cada vez mayor y que, según dicen, mueve cantidades ingentes de dinero negro. Con esta práctica se están vulnerando los artículos 4 y 5 de los Derechos Humanos, en donde perfectamente se nos dice que «Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas» o «Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes».

Cada cual es dueña de su cuerpo, y por tanto, no hago mención a las chicas que de forma voluntaria utilizan su cuerpo para salir adelante en la vida, eso es diferente.

¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Yo me refiero a tantas otras que, como yo en el pasado, están controladas por un hombre que las anula como personas, abusan de ellas, convirtiéndolas en animales sometidos que, por miedo y pudor, no pueden gritar su situación a los cuatro vientos. Es un compromiso de toda la sociedad acabar con esta maldita lacra que denigra a la mujer.

Y para finalizar, me gustaría enviarles un mensaje de ánimo y esperanza a todas esas personas que se encuentran sometidas a cualquier tipo de abuso y no encuentran la salida.

La verdad siempre prevalece, la injusticia se paga, el dolor se supera, el coraje te fortalece, los errores te enseñan y el amor verdadero llega. ¡La vida te brindará siempre otras oportunidades, y si no, miren mi ejemplo!

Echedey Bassó Falcón

RELATO GANADOR DEL PRIMER CONCURSO DE RELATOS POR LOS DERECHOS HUMANOS

El precio de la ilusoria libertad

La noche había caído horas atrás. El tráfico descendía drásticamente y, a pesar de la maldad silenciosa que caminaba y reía por las calles, la mayoría de los ciudadanos no la percibía.
Dos siluetas caminaban por una solitaria callejuela, directos a un almacén abandonado. Ambos miraban constantemente en todas direcciones para asegurarse de que no eran perseguidos. Nerviosos e inquietos, como si Dios los mirase para condenarlos al infierno, entraron al almacén sin hacer ruido. Caminaron hacia el interior, todavía con la impresión de que iban a descubrirlos.
No lo hicieron.
Por ello, suspiraron con una emoción de angustioso alivio. Uno de ellos sacó el móvil y lo dejó encima de un trozo de viga, encendió la linterna y el rostro de ambos quedó iluminado.
–Hoy tampoco ha pasado nada –susurró el chico de piel oscura y ojos negros, con un centelleo de impaciencia en la mirada. Sus labios esbozaron una sonrisa al ver que su acompañante no respondía.
–No hables muy alto; a veces, el destino tiene por capricho tocarte los cojones –contestó el chico de piel clara y ojos castaños, con un semblante endurecido. Él tenía la sensación de que esa noche era una de las últimas.
–Claro –dijo el chico moreno, y atrajo a su pareja hacia sus brazos, rodeándolo con ellos. El otro alivió su expresión malhumorada, de preocupación, de miedo… de un miedo ordinario y peligroso.
–Está todo bien, Oliver –habló de nuevo para tranquilizarlo. Oliver asintió, todavía turbado. El otro muchacho lo estrechó más y buscó su boca para compensar el sufrimiento que pasaban a diario y que, probablemente, seguirían sintiendo hasta… ¿que Dios los separase? O mejor dicho, el prójimo lo hiciese.
Los dos chicos se besaron con ansias infinitas, con la incertidumbre de si aquel día tendría un traumático final, o en cambio, escaparían por los pelos otra vez.
Sin embargo, en medio de sus gestos cariñosos y de amor, el ruido de varios intrusos interrumpió el momento. Oliver, con la cara cenicienta, corrió a apagar el móvil y lo introdujo en su bolsillo. Cogió de la mano a su acompañante y trataron de escapar de allí…

Calles más abajo, al mismo tiempo, una muchacha caminaba zozobrando las últimas dos manzanas que la separaban de su casa. Miraba su reloj cada dos minutos para controlar el tiempo y tratar de aumentar la velocidad de sus piernas caladas por el frío.
Maldecía una y otra vez por haberse dejado llevar en el café, riendo y bromeando con otra chica que era muy maja… A pesar de que aquel rato fue… maravilloso, llegar a casa en un barrio tan conflictivo, sola y sin ningún tipo de seguridad, era bastante semejante a pasar corriendo por delante de un tiroteo y esperar a que, estadísticamente, no le tocara el tiro a ella.
Las manos le temblaban, la sola idea de que sus zapatos hicieran demasiado ruido al caminar la perturbaba aún más. En consecuencia, miraba constantemente de atrás para delante, movía la cabeza con desesperación en todas direcciones buscando al próximo agresor.
Una miríada de ideas paranoicas y espeluznantes cruzaron su inestable cabeza a causa del terror que ya no la dejaba pensar.
Condujo la mayor parte del trecho con la impresión de que pronto tendría que salir corriendo mientras gritaba “auxilio”, sin saber en qué momento debía disparar la alarma. Puede que el pánico la llevara a reaccionar por contacto y no por una puesta en escena real.
Suspiró de alivio cuando a unos cincuenta metros vio su casa y, por un instante, el peso de todos esos perturbadores sentimientos cayeron al suelo; aun así, no duró demasiado.
Un coche pasó por el lado de ella y eso la devolvió a la realidad. De pronto, una mano la sujetó por detrás, tapándole la boca. El grito de auxilio quedó atorado en su garganta, escuchándose únicamente su gruñido de miedo sorpresivo. La muchacha se debatió agresiva y salvajemente de su agresor, quien se reía en voz baja, disfrutando del retorcido espectáculo. Pese al constante forcejeo, no le sirvió para mucho contra aquel cuerpo de acero que la doblegaba y arrastraba hacia un callejón oscuro y maloliente. Allí, la arrojó contra la pared y salió despedida a gran velocidad, por lo que el impacto del golpe que recibió en la frente la aturdió por momentos. Un dolor punzante le recorría la frente y parte del cráneo, aunque ya no sabía ubicar exactamente dónde le dolía más. Algo húmedo empañó sus pestañas, por lo que llevó la mano hacia su frente sangrante. Un gimoteo salió de entre sus labios al sentir un calambre aflictivo como respuesta a la agresión sufrida. Quedó de rodillas sobre el frío arcén al mismo tiempo que el pánico se comía toda su cordura, como iban a comérsela a ella.
–Pero… ¿por qué yo? –pensó, mirando con lágrimas en los ojos al hombre que ahora la atizaba de nuevo para someterla.
–Podría haber sido cualquiera… –se dijo a sí misma, conmocionada mientras escupía sangre. El dolor se extendió por todo su rostro. No opuso más resistencia por si esto le brindaba la posibilidad de salir con vida. Y entre sus egoístas y lastimosos pensamientos de supervivencia, el depravado la desvestía, escuchándose sus jadeos de vil excitación.

Al otro lado de la ciudad, un hombre recorría las calles en bicicleta. Recién había salido de trabajar de la fábrica, y trataba de tomar los atajos más transitados para no sufrir una repentina emboscada. Estaba acostumbrado a esa clase de cosas. Tras veinte años de integración en un país del primer mundo, la gente lo miraba con ojos monstruosos y asesinos. Nadie había perdido esa impresión destructiva que se tenía de los que vienen de fuera. Incluso si se pusiese a decir cuatro verdades, eso no cambiaría el pensamiento retorcido y maximalista que se pudiera conocer.
El hombre, reconfortado por llegar sano a casa una vez más, abrió la puerta de su casa y su mujer pasaba por delante con un bol de fideos en la mano. Él entró con cierto apuro y cerró la puerta tras de sí.
–¿Cariño? –preguntó ella nerviosa. El hombre supuso que algo no iba bien cuando ella ponía ese tono de voz. La inquietud lo perturbó tanto que corrió a zancadas hacia la cocina al tiempo que decía:
–Soy yo, mi amor, ¿qué sucede?
Entonces, la mujer de piel color chocolate, cabellera castaña y ojos verdes se dio la vuelta y el lienzo morado que salpicaba su cara impactó tanto al marido, que lo enmudeció. Recorrió con la mirada los moratones que destrozaban el rostro de su amada y un sentimiento de desesperada impotencia tensó sus músculos. La expresión de él se desencajó y solo pudo decir tartamudeando:
–Lewa, ¿qué te ha pasado? ¿Quién te hizo eso?
–Nadie, está bien, cielo –mintió ella con una pequeña sonrisa que más bien parecía una mueca ahogada.
–¿Estás bien? ¿Te han herido en otra parte? ¿Dónde ha sido? –siguió preguntando al mismo tiempo que sacaba el viejo móvil de su bolsillo. Antes de contestar, la mujer se sobresaltó y gritó:
–¡¿Qué haces?! ¡¿Pretendes que nos acribillen de nuevo?!
El hombre se sintió noqueado por sus palabras. ¿Cómo no iba a llamar a la policía? ¿Dejarlo así? ¿Quién no les decía que volvería a suceder…?
–Lewa…
–¡Somos negros! –chilló de pronto pillando a su marido por sorpresa, quien, obviamente, no recordaba en todo momento cuántos problemas absurdos les regalaba su color de piel–. ¡Nadie cree a los negros!
–Esta vez no se trata de mí, sino de ti –contestó él, bloqueado. Indefenso y desprotegido, no supo cómo solucionar lo que estaba pasando… La persona que amaba estaba…
El hombre, ligeramente mareado, puso la mano en su cabeza, metiendo el móvil de nuevo en el bolsillo para que su esposa se tranquilizara. Ella suspiró, aunque acabó transformándose en un gruñido de desasosiego.
–Estamos en 2019…
–¡Como si estamos en la prehistoria! ¿Sabes lo que ocurrió las últimas veces? ¡Si casi nos meten a nosotros en prisión! -histérica y al borde de las lágrimas, movió las manos de forma nerviosa. Tenía muchas cosas que decir, no había manera de explicar aquel tormento de horas atrás y, por mucho que lo intentase, su boca se cerraba y bloqueaba todas las emociones que la tenían al borde del suicidio-. Olvídalo, vamos a comer -logró decir tras un vano intento de recuperar el control.
–Marcus… –le suplicó Lewa; y él asintió, se quitó la chaqueta y silenciosamente, se sentaron a cenar.
En la mesa, Lewa susurró una disculpa. Sin embargo, Marcus contestó con voz apagada:
–No quiero acostumbrarme a la idea de que es posible que un día no estés.
Lewa alzó la cabeza y luego desvió la mirada.
–Tengo asumido que no sobreviviré todo el tiempo que querría –Marcus movió las piernas de manera intranquila, tratando de grabar cada parte de su cuerpo mientras tenía la oportunidad–. Pero no es lo que verdaderamente me importa… Pensar en qué pasaría si… yo no estuviese aquí…, pensar en cómo te sentirías… No me hago una idea…
Marcus no contestó al instante.
–¿Y si muero yo antes? ¿Qué harías tú?
Lewa abrió los ojos. Un tenso silencio recorrió la sala.
–No lo sé –contestó esbozando una pequeña sonrisa de disculpa–. No lo había pensado.
Marcus rio de pronto contagiando a su pareja. Luego, se bajaron del taburete para darse un cálido abrazo…
Pero la paz se vio arruinada por un número desconocido que llamó a la familia…

03:06
Comisaría del condado.
Un aura retorcida y pesada erraba de un lado a otro. Daba la impresión de que allí dentro caminasen demonios caníbales de sentimientos oscuros y sádicos, que quisiesen alimentarse de la agonía de sus víctimas.
El policía, con un semblante neutro e impaciente, tomaba declaración a Oliver, quien no era capaz de decir cosas en un orden coherente.
Oliver todavía sentía los nudillos de sus agresores en diferentes partes del cuerpo, la punta de los zapatos contra las costillas y peor aún, la visión de cómo cogían a su… y…
El muchacho puso las manos en su cabeza abriendo los ojos con desquicio y comenzó a gritar. Se agitó y convulsionó de tal manera que tuvieron que venir varios agentes para sostener a Oliver, quien continuaba pataleando, tratando de golpearse la frente contra cualquier cosa para no despertarse nunca más.
Sangre salpicando el arcén, carne bajo sus uñas, saliva en su ropa, suspiros de agonías en el silencio de la noche, acusaciones religiosas…
Tenía la impresión de que aquello era su culpa… si no hubiera…
–¡Es culpa mía! –rugió fuera de sí siendo sostenido por los guardias. Un nombre escapó de entre sus labios, sobresaltando nuevamente a parte del personal.
Al otro lado de la comisaria, la muchacha de aspecto dantesco oía vagamente los chillidos de un muchacho que no parecía estar bien de la cabeza… Su lamento era un melodrama sarcástico que terminaba en un silbido irreconocible. El ruido que emanaba el ambiente se perdía entre la confusión de la joven conmocionada.
Tenía la cara destrozada, cardenales por todo el cuerpo y una mancha de sangre en el pantalón blanco. Desgreñada, sollozó inconscientemente, oliendo la manta vieja que los policías le habían prestado. Sostenía entre las manos una pequeña taza de chocolate.
Aun así, sentía como si una vara la hubiese atravesado el coxis y le estuviese saliendo por la boca. Su estómago no estaba muy bien tras soportar una marea negra de emociones intensas, y menos aún todo lo que le hicieron…
–Iba a morir… –dijo con los ojos entornados–. ¿Estoy muerta…? Solo siento vacío y mucho, mucho… dolor –se dijo a sí misma, poniendo los ojos en blanco.
–Si tan solo no hubiese… salido… –su pensamiento se desvaneció mientras la taza resbalaba entre sus manos. El cuerpo de la joven se desplomó sobre el asiento, incapaz de continuar soportando la atrocidad que estaba grabada en su cuerpo y mente.
Mientras tanto, los enfermeros ingresaron a Oliver y llevaron al hospital a la otra muchacha.
Lewa y Marcus identificaron a la última víctima: su hijo Klaus, de dieciocho años…

Meses después, Oliver se suicidó tirándose de un décimo piso tras su destrucción mental y la presión que recibía de su entorno, hostil, agresiva, hiriente y satírica. Nadie pudo saber qué terminó con sus ganas de vivir, pero su “condición” como humano había sido desvalorizada por “creencias” que condenaban la libertad y el derecho de amor.

Laura, ese era su nombre, aunque el mundo solo la llamaba como “la víctima de una violación”, se quedó embarazada y tuvo el bebé por obligación, pues la ley no apoyaba su decisión de aborto. Semanas después también decidió quitarse la vida gracias a una sobredosis de ansiolíticos mezclada con alcohol, dejando a un hijo huérfano y una pregunta sin respuesta: ¿Qué le iban a decir a ese niño cuando preguntara por sus padres?

Lewa y Marcus no soportaron la pérdida de su único hijo. Ambos peleaban y se echaban la culpa mutuamente de la muerte de Klaus, y tomaron caminos distintos cargando con la culpa y la desesperación que la pérdida les había impuesto.
Era una deuda.
Una deuda con la vida.

Y tú, ¿qué derecho real como humano crees que tienes?

Sara Real León. Bachillerato Nocturno.

Escrito con motivo de la celebración del Día de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 2019

¡Nosotras también podemos!

Érase una vez una niña llamada Diana. Tenía doce años y vivía junto con su familia en Panamá.

Diana quería jugar al fútbol porque le gustaba y además se le daba bien, pero había un impedimento: como en Panamá las niñas no tenían el mismo derecho que los niños, pues a ella no la dejaban jugar. Diana, que nunca se rendía, seguía intentándolo e insistía para poder tener el mismo derecho que los niños y así poder jugar al fútbol.

Un día, Diana quiso entrar en el equipo del colegio, pero para desgracia de Diana, la rechazaron y el entrenador del equipo se lo dijo muy claro:

-Las niñas no pueden jugar al fútbol.

Diana se llevó tal disgusto que no pudo decir nada y simplemente se fue.

A los pocos días, Diana seguía pensando en por qué las niñas no podían jugar al fútbol y en que a ella no le parecía bien, pero en su país era de esa manera y ella difícilmente podía hacer algo para cambiarlo.

El padre de Diana la apoyaba y decía que ella, si quería, podría jugar sin ninguna barrera, y que así podría también luchar por los derechos de la mujer.

Al cabo de un año, Diana escuchó en las noticias que en España las mujeres tenían una liga y que se le daba tanta importancia como a la liga de los hombres. Después de escuchar esa noticia, Diana se sobresaltó y grito de alegría:

-¡Qué bien! Si en España se ha cambiado la forma de pensar de la gente, aquí también puede cambiar.

Diana, con el apoyo de esa noticia, se reunió con todas las niñas y mujeres del barrio a las que les gustaba el fútbol y les dijo:

-Yo propongo manifestarnos y decir que nosotras también podemos jugar.

Y así se hizo. Al día siguiente de la reunión, todas la mujeres y niñas del barrio se manifestaron y este era su grito:

-¡Nosotras también podemos!

Durante ocho años se estuvo intentando cambiar las barreras que no dejaban jugar a las mujeres y niñas. Cuando al final se cambiaron las normas y las niñas y mujeres ya podían jugar, Diana no dudó en apuntarse e intentar llegar a ser una jugadora profesional.

A día de hoy, Diana es la mejor jugadora de todo Panamá.

Javier Patrocinio Vázquez. 1º ESO C.

Malos modales

Historia corta sobre el papel de los estereotipos sexistas en la educación de las mujeres.

(Irene y su madre están hablando en el salón)

Madre: Entonces, ¿te va bien en el instituto?

Irene: Sí, pero tengo complicaciones en plástica.

(La madre de Irene deja de escuchar a su hija y se queda mirándola con seriedad, ya que está sentada en una “mala postura”.)

Irene: ¿Pasa algo?

Madre: Irene, ¿por qué estás sentada así? Es de mala educación.

Irene: Es una posición cómoda.

Irene: Además, si es de mala educación, mi padre y mi hermano son unos maleducados.

Madre: ¡Pero Irene! ¡Tú eres una señorita! ¿Acaso quieres que te llamen marimacho?

Irene: Definitivamente no soy un macho y mi forma de sentarme no define eso.

Madre: ¡Pero hija! Debes ser delicada… De pequeña eras muy tierna con tus trajes rosas y tus muñecas.

Irene: No empieces con eso otra vez. Odiaba y odio el rosa, en ese momento no tenía elección y me obligabas.

Madre: Bueno… deja de llevarme la contraria y ponte a fregar, ya estás tardando.

Irene: ¿YO OTRA VEZ? Me parece injusto, no soy la esclava de esta familia ni de nadie. Que lo haga mi padre o mi hermano que nunca hacen nada.

Madre: Tu hermano sacó la basura.

Irene: ¿Qué dices? Si la sacó mi padre.

Madre: Oh…

Irene: Considero que las tareas de esta casa están mal repartidas.

Madre: Bueno… da igual. Sigamos con tu postura. No es adecuada.

Irene: Te lo he dicho mil veces, estoy cómoda así.

Madre: No te entiendo.

Irene: Lo que quiero decir es que tanto hombres como mujeres tienen que tener modales.

Madre: Pero queda feo que una mujer se siente en esa postura.

Irene: Pero queda feo tanto en una mujer como en un hombre.

Madre: Mmmmm… explícate.

Irene: Yo tengo tanto derecho como mi padre y mi hermano a estar cómoda en MI casa.

(Mientras la madre de Irene escucha los argumentos de su hija, el hermano de Irene aparece en el salón.)

Hermano: He escuchado la conversación y estoy de acuerdo. Pero Irene ¿sabes que tienes un agujero en el pantalón?

Irene: Ups.

Paula Rodríguez y Fernanda Pérez

Falsas ilusiones

Este poema refleja la vida de una chica tras una relación tóxica basada en el machismo.

Él te mintió

y te hizo ilusiones

y el corazón te rompió

en varias ocasiones.

Hiciste todo lo que pudiste

y hasta con lágrimas

en los ojos sonreíste.

¡Tranquila, todo será mejor

de esto aprendiste!

Eligiéndolo fallaste

y por eso,

¿Tu vida malgastaste?

Estás equivocada,

recién la empezaste.

Hiciste todo lo que pudiste

y hasta con lágrimas

en los ojos sonreíste.

¡Tranquila, todo será mejor

de esto aprendiste!

Tu vida mejorarás

es algo lento,

cuenta te darás,

es cuestión de tiempo.

Hiciste todo lo que pudiste

y hasta con lágrimas

en los ojos sonreíste.

¡Tranquila, todo será mejor

de esto aprendiste!

Ella luchó,

ya no podía más

con esa situación

que no permitirá jamás.

Adriana Curbelo, Claudia Naranjo, Sara Sarmiento y Ana Peña.

Ante el abuso no te calles

En este poema se puede leer la historia de una mujer que está siendo maltratada por parte de su pareja.

Si tu pareja te mira el móvil no es por amor,

sino porque él es un controlador.

Si tu novio sobre ti está mandando,

no es porque te quiere, es porque te está controlando.

No dejes que mande sobre tu vida

porque llegará a peor si te descuidas.

Ante un abuso sexual no hay que callar,

para que no llegue a peor, mejor prevenir que curar.

El que haya celos

nunca significa que el amor sea bueno.

Por mucho que él te diga que por ti siente amor,

no le da derecho a ser superior.

Por mucho que él finja que te quiere,

todos tenemos que ser iguales, somos los mismos seres.

Iván Cazorla y Alejandro López.

Manifiesto 25 N

MANIFIESTO DE LA COMUNIDAD EDUCATIVA DEL IES JOSÉ ARENCIBIA GIL

CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

23 de noviembre de 2018 ( DÍA OFICIAL: 25 de noviembre )

Hoy, 23 de noviembre de 2018, nuestro centro va a conmemorar el Día Internacional contra la Violencia hacia la mujer en apoyo a todas las víctimas de este maltrato físico, psicológico, social y económico que se puede dar en cualquier ámbito y circunstancia de nuestras vidas. Por ello, el alumnado del IES JOSÉ ARENCIBIA GIL, el profesorado y el personal no docente quieren sumarse y condenar este tipo de actitudes que menosprecian los derechos de cualquier persona e impiden el avance hacia la igualdad y convivencia.

El machismo nos duele a todos y a todas. Una de las víctimas podría ser tu hermana, tu amiga, tu vecina o tu madre… Este problema es de todos y todas, de mujeres, de hombres… y está presente en cualquier clase social y en cualquier cultura, ideología o religión.

En España y en este año ya han muerto 45 mujeres, y 5 menores han sido también asesinados a causa de la violencia de género. Por supuesto, no sería justo no citar a los huérfanos que han dejado estas víctimas.

Acabar con esto requiere formar a las personas desde pequeñas contra este tipo de maltrato, es un aspecto fundamental para la prevención de esta horrible violencia. No tratar a la mujer como objeto y luchar por la igualdad y contra su infravaloración, tanto en el trabajo como en su vida personal y pública. Tenemos que ser valientes y denunciar estos actos, ya que permanecer en silencio también nos hace cómplices. 

Por ello la Comunidad Educativa del IES JOSÉ ARENCIBIA GIL pide:

  • Que se incrementen los esfuerzos que se están haciendo en la prevención y detención de la violencia de género.

  • Que se proteja y atienda a las víctimas y, sobre todo, a los menores.

  • Que se promueva una educación en igualdad y en valores como el respeto en el ámbito familiar, escolar y laboral.

Por último, no podemos dejar pasar la ocasión y recordar:

  • Que la violencia contra la mujer constituye el mayor obstáculo para el logro de la Igualdad.

  • Que el diálogo y el debate son los vehículos adecuados para sensibilizar a la sociedad del cambio que debe experimentar.

  • Que desde todos los ámbitos de nuestra Comunidad Educativa, tanto el alumnado, profesorado, personal de Administración y Servicios y el AMPA de nuestro Centro, haremos un frente común de TOLERANCIA CERO para no cesar en la lucha contra la Violencia de Género. En todo momento, se llevará a cabo una labor de concienciación en nuestras aulas y en las familias de nuestro alumnado, para que se haga extensiva eliminando radicalmente todo tipo de violencia en nuestra sociedad.

¡MUCHAS GRACIAS!