Este poema del dramaturgo y poeta del siglo de oro español Lope de Vega (1562-1635) creo que es un buen ejemplo para percatarse de las intenciones de los actores del encuentro. Por un lado Dios, el amante, persevera en llamar y esperar al ser humano. Este se percata interiormente de su presencia pero en última instancia es la voluntad libre la que responde o no a la llamada de Dios. Su búsqueda de Dios fue todo un proceso que en sus primeros años describía de esta manera: «Mañana le abriremos y lo mismo decía mañana». Por otro lado se pregunta absolutamente sorprendido ¿Quién es él o qué tiene para que Dios busque su amistad aun sufriendo? Os reproduzco el poema y un bella canción que lo clama por si en vez de leer queréis escucharlo.

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!