El viaje de Said

Said, un niño marroquí, cruz el Estrecho. Al otro lado, en el país de las oportunidades, descubre que el mundo no es tan bello como le habían contado. Musical de animación hecho con plastilina. La idea del director (Coke Rioboo) era mostrarnos cómo no todos disponemos de las mismas oportunidades y que merece la pena valorar lo que tenemos. Plantea el problema de la inmigración y educar en la solidaridad.

La leyenda del espantapájaros

Un espantapájaros vive una vida triste y solitaria. Solo desea hacer alguna amistad, pero todos los pájaros huyen de él, como si le temiesen. Pero ¿podrá un espantapájaros hacerse amigo de los pájaros? Versa sobre juzgar por la apariencia, el aprecio, el respeto… ¡Buenas reflexión acerca del valor de la amistad!

Cuerdas

Cortometraje escrito y dirigido por Pedro Solís García. Galardonado con el Premio Goya 2014 al mejor cortometraje de animación. La película, repleta de matices, narra una tierna historia de amistad entre dos niños muy especiales. Habla de ilusiones y valores como la ternura, la amistad, la inocencia o la generosidad.

El alfarero

Narra la historia de un maestro y su discípulo al que enseña a trabajar el barro. Alegoría a la educación, pero también es una reflexión hermosa de lo que podemos hacer en nuestras vidas con la ayuda de Dios si ponemos nuestra confianza y dejamos que Él actúe. En el corto se refleja el interés por hacer bien las cosas, la motivación, las ganas de emprender nuevos proyectos.

La ventana del hospital

Los ojos del alma son los más vivos

Dos hombres enfermos de gravedad compartían el mismo cuarto de un hospital. Uno de ellos tenía permitido sentarse durante una hora de la tarde para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer acostado de espaldas sin moverse.

Conversaban incesantemente, un día tras otro, de los temas más variados y, sobre todo, de sus experiencias. Cada tarde, cuando el hombre del lado de la ventana se sentaba, le describía a su compañero de cuarto todo lo que veía en el exterior. Con el tiempo, el hombre acostado de espaldas, que no podía asomarse por la ventana, esperaba ansioso que llegara esa hora durante la cual disfrutaba con los relatos de su compañero.

La ventana daba a un gran parque con un lago hermoso. Los patos y los cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban en la orilla. Los enamorados se paseaban de la mano entre jardines con flores de todos los colores y árboles majestuosos. Al fondo de este paisaje, en la distancia, se distinguía recortada sobre el cielo una bella vista de la ciudad con sus monumentos. Cuando el señor de la ventana describía todo esto con detalle, su compañero cerraba los ojos y lo imaginaba con una gran sonrisa en su boca. Una tarde, le describió un desfile que pasaba por la puerta del hospital y, aunque no pudo escuchar la banda, era casi como si lo hubiera visto. Otra tarde le retransmitió un partido que jugaban unos niños enfrente, con sus goles y todo. En otra ocasión le contó con precisión cómo iba vestida la gente y lo que hacían cuando pasaban por allí en su ir y venir. Prácticamente cada vez le contaba una cosa distinta. Así se sucedían las tardes, los días y las semanas.

Una mañana la enfermera, al entrar en la habitación para el aseo diario, se encontró con el cuerpo sin vida del señor de la ventana, que al parecer habia muerto tranquilamente durante el sueño. Al día siguiente, el otro señor pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. La enfermera realizó el cambio y después de asegurarse de que estaba cómodo, le dejó solo. El señor, con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar el mundo exterior por primera vez desde su llegada al hospital: por fin podría verlo por sí mismo.

Una vez que consiguió incorporarse miró por la ventana y lo único que vio fue la pared gris de un edificio. Confundido y triste a la vez, llamó a la enfermera y le preguntó si sabía por qué su compañero muerto le había engañado describiendo tantas cosas maravillosas y distintas de lo que se veía por la ventana. La enfermera le respondió: «Tu compañero era ciego. Ni siquiera podía ver la pared de enfrente. Un día me comentó que lo hacía para animarte».

Autor desconocido

Trozos de corazón

Entregar el corazón no duele

Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos lo admiraron al mismo tiempo que confirmaban que, efectivamente, su corazón era perfecto, pues no se observaba en él ni un solo rasguño. Todos coincidieron en que era el más hermoso corazón que jamás habían visto. Al observar esto, el joven se sintió más orgulloso aún y volvió a repetir con energía que poseía el corazón más hermoso de la región.

Un anciano salió de entre la gente y dijo: «No mientas. Tu corazón no es tan hermoso como el mío». Sorprendidos, tanto la multitud como el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, aunque latía con mucha fuerza, estaba cubierto de cicatrices, en algunos sitios había trozos irregulares que no correspondían y en otros había incluso huecos sin rellenar donde faltaban pedazos profundos.

Después de contemplar todo esto detenidamente, el joven se echó a reír y dijo: «Debes estar bromeando. Comparar tu corazón con el mío… no tiene ningún sentido. ¡El mío es perfecto!». «Es cierto -comentó el anciano-, el tuyo luce perfecto. Pero no lo es. Mira, cada cicatriz del mío es una persona a la cual entregué todo mi amor. A veces arranqué trozos para entregarlos y, muchos, me regalaron un pedazo del suyo que coloqué como pude en el espacio que quedó vacío. De ahí su irregularidad. En ocasiones di trocitos de mi corazón y no me ofrecieron ninguno a cambio. Por eso, sus huecos».

El joven permaneció en silencio y, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, se arrancó un trozo de corazón y se lo entregó. El anciano lo colocó en su corazón como pudo. Después arrancó un trozo del suyo y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Se notaban los bordes. Su corazón ya no era perfecto, pero era mucho más hermoso que antes. Duele, ¿verdad? Y tu corazón… ¿cómo es?

Autor desconocido

El paquete de galletas

Cuántas veces nos equivocamos por juzgar

Cuando aquella tarde la elegante señora llegó a la estación, le informaron de que el tren que tenía que coger se retrasaría aproximadamente una hora. Un poco fastidiada por el retraso, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó a esperar el tren.

Mientras hojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un periódico. Inesperadamente, la señora observó asombrada cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiró la mano, agarró el paquete de galletas, lo abrió y comenzó a comerlas, una a una, despreocupadamente.

La verdad es que a la mujer esto no le sentó muy bien; le molestó bastante. No quería ser grosera, pero tampoco podía dejarlo pasar como si nada hubiera ocurrido. Así que, con un gesto exagerado y lleno de rabia, cogió el paquete, sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos. A modo de respuesta, el joven, con toda tranquilidad del mundo, tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora, enojada, cogió de nuevo una galleta y, con claras señales de fastidio, volvió a comerla manteniendo la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada y el muchacho cada vez más sonriente. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba una galleta: la última galleta. «No será tan descarado de cogerla», pensaba mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con una calma extrema el joven alargó la mano, agarró la última galleta y, con mucha delicadeza, la partió exactamente por la mitad. Después, con un gesto amoroso y, por supuesto, una sonrisa de las suyas, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.«Gracias», dijo irónicamente la mujer tomando con desprecio su mitad. «De nada», contestó el joven sonriendo alegremente mientras comía su mitad. En ese momento anunciaron por megafonía la salida del tren de la señora. Se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento, vio al muchacho sentado en el banco y pensó: «¡Qué descarado y mal educado, por lo menos podías pedirlas!».

Sin dejar de mirar con desprecio al joven por el disgusto que le había causado, cayó en la cuenta de que desde hacía un rato sentía sed. Abrió su bolso para sacar la botella de agua que había comprado y vio, sorprendida, cómo allí también estaba su paquete de galletas INTACTO.

Adaptación de un cuento de Jorge Bucay

Un favor

Abrirnos siempre a ver las cosas desde el amor

Un joven que se había ido a la guerra, después de varios meses escribe una carta a sus padres: «Todo está bien por aquí. Creo que dentro de unas semanas estaré de vuelta a casa, pero… tengo que pediros un favor. En un enfrentamiento, un soldado amigo mío perdió un brazo y una pierna. No tiene con quién ir y quisiera saber si estáis de acuerdo en que viva con nosotros».

A esto, sus padres le respondieron con otra carta: «Hijo, no habría ningún problema si fuera un chico normal. Imagínate los contratiempos que nos ocasionaría al estar así. Habría que estar todo el día pendiente de él al no poder trasladarse por sí mismo. Piénsalo bien. Te esperamos con los brazos abiertos».

Pasaron varios meses sin que los padres supieran nada más de su hijo, cuando un día les llegó la noticia de que el joven se había suicidado. Llenos de tristeza, se trasladaron al lugar del suceso para identificar el cadáver. Al levantar la sábana que tapaba el cuerpo muerto de su hijo descubrieron, con profundo dolor, que le faltaban dos de sus miembros: un brazo y una pierna.

Autor desconocido

Regalo sorpresa

El amor siempre nos sorprende cuando menos lo esperamos

Un joven muchacho estaba a punto de terminar la universidad. Le encantaban los coches, sobre todo los deportivos, y… hacía mucho tiempo que quería tener uno. Como sabía que su padre podía comprárselo, le dijo que era lo único que quería como premio por acabar la carrera. Cada día que pasaba esperaba ansioso una señal de su padre que le diera a entender que ya le había comprado el coche.

Finalmente, la mañana del día que supo que por fin había aprobado todo, el padre lo llamó y le dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hijo tan bueno y lo mucho que lo amaba. El padre tenía en sus manos una hermosa caja que le tendió con una sonrisa. Curioso y decepcionado por el tamaño del regalo, el joven la abrió y encontró una Biblia con tapas de piel y su nombre grabado con letras de oro. El joven, enojado, le gritó a su padre diciendo: «¿¡Con todo el dinero que tienes y lo único que me das es esta Biblia!?» Y dando un portazo, se fue de casa.

Pasaron muchos años durante los cuales el joven se convirtió en un hombre de negocios con mucho éxito. Tenía una casa grande y hermosa, una mujer de la que estaba muy enamorado y dos preciosas hijas. Claro, los años también pasaron para su padre, que ya era un anciano muy enfermo. Entonces, pensó en visitarlo: no le había vuelto a ver desde el día en que terminó la universidad. Pero, el mismo día que pensaba ir a verlo, recibió una llamada: su padre había muerto y él había heredado todas sus posesiones.

Tenía que ir urgentemente a la casa de su padre para arreglar todos los trámites de la herencia. Cuando llegó, empezó a buscar documentos importantes y, en uno de los cajones, encontró la Biblia que hacía años su padre le había querido regalar. Con lágrimas en los ojos,la abrió y empezó a hojear sus páginas. Su padre, cuidadosamente había subrayado una frase en Mateo 7, 11: «Y si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más nuestro Padre celestial dará a sus hijos aquello que le pidan».

Mientras lo leía, un sobre cayó de la Biblia al suelo. Lo cogió, lo abrió y dentro encontró unas llaves de coche y la factura de un concesionario. En ella estaba escrita la fecha del día que su terminó su carrera y las palabras: «TOTALMENTE PAGADO».

Autor desconocido