Los canarios de la mina

El gobernador Andrew Cuomo definió Nueva York como «el canario en la mina» que, con sus muertos, estaba advirtiendo de la pandemia a Estados Unidos. Desde hace un siglo, estos pajarillos se usan como centinelas en las galerías por su sensibilidad al grisú. Con la sola presencia de un 0,25 de dióxido de carbono, el ave perece. Nueva York ha dejado de cantar, en Broadway no suenan los musicales, pero el coronavirus se extiende. Madrid también dejó de cantar, como antes lo hicieron Lombardía y Wuhan.

Hay muchos lugares del mundo donde hay «canarios»: los pueblos indígenas del Amazonas, las mujeres de Ciudad Juárez, los osos del Ártico, los niños del coltán en Congo, las empleadas domésticas de Europa, los trabajadores suicidas de China, los mayores que mueren en residencias… Todos desfallecen en sus «jaulas» porque no pueden respirar.

La destrucción de la naturaleza, el maltrato animal, el hipercapitalismo, el sinsentido y la banalidad, las divisiones polarizadas, la violencia, la indiferencia al dolor y el integrismo religioso se han hecho respirables para nosotros. Respiramos y hacemos respirar a nuestros hijos este aire contaminado. Esta pandemia debería comprometernos a todos a no dejar nunca de escuchar el canto de tantos canarios que no pueden soportar esa contaminación porque su corazón es demasiado sensible y no está petrificado.

Las grandes tendencias sociales suelen afectar primero a la infancia, los mayores, las mujeres, las personas con discapacidad, los excluidos. Los más vulnerables son nuestros mejores centinelas. También hay otra gente sensible que enseguida percibe el aire viciado y alza la voz. Hay que permanecer atentos a estas avecillas. Los pobres, los poetas y los profetas.

FERNANDO VIDAL. Sociólogo

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