La fragilidad, una buena noticia

Vivimos tiempos en los que todos experimentamos más intensamente nuestra fragilidad.Momentos desconcertantes en los que recordar que esta experiencia puede ser una noticia muy buena para un discípulo de Jesús. En la experiencia cotidiana de nuestra fragilidad, podemos redescubrir la riqueza del Evangelio, la belleza de la liturgia y el consuelo de la oración. Allí es posible renovar el encuentro con nuestro Padre Dios y reencontrarnos con nuestros hermanos de una manera nueva.

Los hombres y las mujeres de la Iglesia tenemos en estos días la oportunidad de proclamar con nuestras vidas lo positivo y la riqueza de la experiencia de la fragilidad humana. Muchos hermanos se encuentran perplejos y atemorizados. Necesitan palabras y gestos para descubrir que este tiempo doloroso esconde una fecundidad sorprendente.

La pandemia ha puesto de manifiesto que las seguridades en las que se apoyaban las vidas de millones de personas eran ficticias, sorprendentemente inseguras. Este descubrimiento nos permite hacernos preguntas incómodas que veníamos postergando. En algún rincón de nuestro corazón intuíamos hace tiempo que el mundo no podía seguir avanzando en la dirección en la que iba, de algún modo sabíamos que nuestras vidas y las de nuestras familias se estaban construyendo sin cimientos sólidos, sin raíces profundas. Si somos sinceros, debemos aceptar que no prestamos mucha atención a muchas señales que advertían el peligro.

Otra riqueza que se puede descubrir en medio de esta tragedia puede resultar algo molesta para muchos que se sorprenden ante su fragilidad. Si bien son hoy muchísimas las personas perplejas ante una fragilidad insospechada hasta hace poco, es necesario reconocer que son muchísimos más los hombres y mujeres de nuestro tiempo para quienes la fragilidad no es una sorpresa, sino su pan de cada día. Quienes acaban de descubrir su fragilidad tienen la oportunidad de experimentar en carne propia lo que padecen infinidad de hermanos que -utilizando la imagen de Francisco- se hallan «en nuestra misma barca» desde hace mucho tiempo. ¿Acaso no lo sabíamos?

Cuando Jesús llama bienaventurados a los pobres, los que lloran, los perseguidos, los pacientes, los que tienen hambre y sed de justicia, no habla como un trabajador social o un reformador político. Su «opción preferencial por los pobres» es un aspecto de algo más profundo y característico de él: su opción preferencial por los más frágiles. El Señor hace de la pobreza una metáfora de quienes ponen su confianza en Dios. Nunca lo veremos junto a los saciados, los satisfechos y encerrados en sus inseguras seguridades.

¡Sí!, esta pandemia puede ampliar el número de los bienaventurados. Pero no basta con ser más pobres y frágiles, falta preguntarnos sobre qué cimientos vamos a construir, si vamos a dejarnos deslumbrar de nuevo por promesas vanas o nos atreveremos a vivir como aquel que «no tenía donde reclinar su cabeza». El Maestro, más que cambiar la fragilidad en fortaleza, enseña a vivir en la fragilidad.

JORGE OESTERHELD

¿Víctima o heroína?

CINE: PAULINA

Entretener, divertir, instruir, provocar, moralizar… El cine tiene la capacidad de conseguir todo eso y mucho más. Sin embargo, solo algunas películas nacen con la vocación de generar debate, incluso una vez concluida su proyección. Es el caso de Paulina, la extraordinaria «relectura» que ha hecho Santiago Mitre de La patota (1960), cinta que dirigiera su compatriota Daniel Tinayre sobre una mujer de clase acomodada agredida sexualmente por varios alumnos a los que impartía clase en una escuela nocturna.

La protagonista que ahora da título al último trabajo del realizador argentino renuncia también a su privilegiada posición y a una brillante carrera como abogada para comprometerse en la formación política de jóvenes desfavorecidos del medio rural. Decisión que -como a su «predecesora»- no solo le cambiará la vida, sino que encontrará la desaprobación de su progenitor, un influyente juez. La acalorada discusión que entablan ambos (inolvidables Dolores Fonzi y Óscar Martínez, adueñándose del magistral plano secuencia con que arranca el filme) nos pone en situación: un padre «cínico, conservador y clasista» frente a las «fantasías de mochilera» de su hija, el pragmatismo frente al idealismo, la retórica frente al compromiso, las leyes frente a las convicciones…

Tanto el punto de vista de ella misma como el de sus agresores, rematados por la posterior charla con una psicóloga, contribuyen a la poliédrica reconstrucción de unos hechos que el director maneja con exquisito tacto y pudor. Consciente del poderoso vehículo narrativo que tiene entre manos. Mitre nos sumerge en las disyuntivas ideológicas (religiosas si nos remontamos a La patota y vitales de Paulina sin necesidad de recurrir a juicios apresurados ni discursos altisonantes. La mirada perdida de Fonzi lo dice casi todo

¿Víctima o heroína?, se pregunta el espectador a cada paso, mientras nuestra profesora no ceja en su afán de cambiarle la vida a alguien. Aunque para ello tenga que seguir enseñando a quienes profanaron su dignidad. Se siente «consecuencia» de un mundo que solo genera violencia y admite que, «cuando hay pobres de por medio, la justicia no busca la verdad, busca culpables». ¿Cuestiona por eso la utilidad de las leyes? Tal vez, pero, sobre todo, nos deja una bella lección: hay que intentar entender antes de juzgar. También las lágrimas desconsoladas de ese padre cuando su hija retoma el insondable camino de la aventura humana. El mismo que emprendemos al abandonar la sala con la única certeza de que hemos visto una magnífica película.

J. L. CELADA

Creer en Londres

El 84% de los seres humanos creen en Dios y el Pew Research Center calcula que la tendencia es creciente: en 2050, serán el 90%. Se podría pensar que el mundo de las grandes ciudades globales es una excepción, pero un estudio sobre religiosidad en Londres muestra lo contrario. Según ese ejemplo, las ciudades globales del futuro no serán focos de secularización, sino lugares de mayor religiosidad. El estudio Religious London: Faith in a Global City, una encuesta de 3.028 casos realizada en enero de 2020 (theosthinktank.co.uk), desvela que el 62% de los londinenses se define como personas religiosas (el 53% del resto de habitantes del Reino Unido). Ese 62% está formado por un 40% de cristianos y un 22% de otras religiones. Entre los cristianos londinenses, el 33% son anglicanos y el 35% católicos. Entre el resto de cristianos, hay un 15% de católicos y un 55% de anglicanos. Los no religiosos son un 33% en Londres y un 45% en el resto del país.

El 57% de londinenses asiste alguna vez a celebraciones religiosas ordinarias (sin tener en cuenta bodas, bautizos y funerales). Fuera de Londres, ese porcentaje es mayor. El 38% de cristianos londinenses son practicantes y el 56% de cristianos londinenses rezan con frecuencia (un 32% en el resto del país).

El Londres religioso no es mayor: las personas religiosas en Londres son más jóvenes y diversas, es una ciudad que desborda futuro. El clima sobre la religión en Londres es más receptivo: incluso las personas no religiosas son más acogedoras y atentas respecto a lo religioso. Solo un sector de las élites se muestra abiertamente antirreligioso.

Londres sigue siendo una de las metrópolis que marcan las tendencias globales de modernidad, especialmente en los sectores más dinámicos de nuestras sociedades, y la dirección es clara: la religión es clave en el modelo actual y futuro de ciudad global.

FERNANDO VIDAL. Sociólogo

El milagro de Navidad de Nabil. Ayuda a la Iglesia Necesitada

El 4 de agosto debiera ser el día más feliz en la vida del joven libanés Jad, porque ese día, en el hospital de San Jorge, su esposa Christelle dio a luz a su primer hijo, Nabil.

La felicidad duró 15 minutos. A las 18:07 horas, 2.750 toneladas de nitrato de amonio explotaron en el hangar 13 del cercano puerto de Beirut. Más de 200 personas murieron y más de 6.500 resultaron heridas. “Todo saltó por los aires; pensé que había estallado la guerra. Mi primer pensamiento fue para mi esposa y mi hijo. Fue un milagro: cuando veo la cuna donde estaba Nabil, solo puedo dar gracias a Dios, pues estaba bajo la ventana reventada, llena de cristales que habían atravesado la colcha como pequeñas lanzas. Pero a Nabil no le había pasado nada. Nada”, cuenta el joven maestro de 32 años a la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).

Jad tomó al niño ileso en sus brazos… y se asombró. Así debió ser en aquel entonces, en el establo de Belén, a unos 300 kilómetros al sur de Beirut, cuando José miró al recién nacido. En aquel momento, hace unos dos mil años, Dios también protegió al recién nacido. El hospital ortodoxo de San Jorge, el más antiguo y uno de los tres más grandes del país, quedó sin embargo completamente destruido. Christelle tuvo que ser trasladada de urgencias junto con Nabil a otro hospital, a 80 kilómetros de distancia.

«Cuando veo la cuna donde estaba Nabil, solo puedo dar gracias a Dios, pues estaba bajo la ventana reventada, llena de cristales»

Fueron para el joven padre momentos duros y desafiantes que le cambiaron la vida. Como lo fue para José cuando, después de que el ángel se le apareciera en un sueño, tuvo que tomar esa misma noche al Niño y a la Madre e irse a Egipto (Mt 2,14).

“La explosión ha cambiado mi vida”, dice Jad durante su encuentro con la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) en Beirut. A pesar de todas las dificultades que ha pasado el Líbano, el joven ha trabajado y luchado para ayudar a construirlo “porque lo amo” pero, añade consternado, “para quedarnos necesitamos seguridad y la sensación de que alguien se ocupa de nosotros, los cristianos. Nos sentimos solos, abandonados, desahuciados”.

Son momentos duros para el Líbano como lo fue para José cuando tuvo que tomar al Niño y a la Virgen e irse a Egipto

La destrucción es inimaginable. Unas 300.000 personas se han visto afectadas directamente, y la mayoría de ellas son cristianos, porque la explosión golpeó principalmente los barrios cristianos. Muchos se preguntan cómo sobrevivir al invierno. También en eso recuerda Beirut a Belén, donde la primera Navidad no había posada para Dios. La crisis social, política y económica ha sumergido al país en una miseria total.

En medio de toda esa oscuridad Jad recuerda cada día, el milagro del nacimiento de su primogénito: “Una y otra vez le digo a mi hijo: estás vivo porque Cristo te ha salvado. Tu madre y yo sufrimos heridas, pero tú no tienes ni un rasguño. Nunca lo olvides. Jesús estaba contigo en ese momento. No tengas miedo, Él siempre estará contigo”. Al niño nacido en Belén los Sabios de Oriente le trajeron oro, incienso y mirra. ¿Qué desea Jad para su pequeño? El joven padre contesta sin dudarlo: “Paz, seguridad… y fuerza para llevar la cruz de Cristo, porque estar cerca de Cristo significa tomar su cruz. Mi hijo vive esto desde el minuto quince de su vida, y nosotros, los cristianos del Líbano, conocemos esto muy bien, pues hemos sobrevivido a guerras y persecución. Estamos vivos porque tenemos una misión que cumplir: dar testimonio de Cristo. Eso trae consigo la cruz”.

Entra en http://resistelibano.org y descubre cómo viven los cristianos en Líbano, la Esperanza del cristianismo en Oriente Medio (Ayuda a la Iglesia Necesitada)

¿A dónde van los que se van?

Las iglesias se vacían. Los pastores aparecen preocupados. ¿Cómo lograr que vuelvan los que ya no están? ¿Qué hacer para recuperar a quienes se han alejado? Muchos se hacen esas preguntas- Pocos preguntan dónde están los que se fueron.

No se trata de hijos como el de la parábola que reclamó su parte de la herencia y se marchó a un país lejano. Por lo tanto, no es suficiente la actitud del padre que espera el retorno del hijo arrepentido. Se trata más bien de emigrantes forzados. De quienes abandonaron el hogar a su pesar. ¿Ya no había lugar para ellos en esa casa? ¿Era imposible el diálogo y la comprensión mutua? ¿O se fueron simplemente aburridos, o cansados de esperar una palabra o un gesto que nunca llegaron? ¿Descubrieron otro hogar y viven felices en su nueva casa o siguen sin encontrar su sitio como si fueran «personas sin hogar» espiritual?

Esas preguntas son las que deberían inquietar a los pastores. No es lo mismo preguntarse por qué las iglesias se vacían, que preguntarse dónde están los que no están. Tampoco sirve quedarse buscando culpas mientras se contemplan las iglesias semivacías. Si de verdad me duele la situación, la urgencia es otra: ¿dónde están? Si ahora modificamos lo que haya que modificar en nuestras comunidades, ellos no se van a enterar, ya no vienen. ¿Los vamos a dar por «perdidos»? ¿Dónde buscarlos?

Si un hijo abandona la casa y nadie lo busca, es probable que tuviera buenas razones para alejarse. Si su ausencia no importa lo suficiente como para salir en su búsqueda, es evidente que nadie valoraba su presencia y que, por lo tanto, ya no tenía sitio en esa casa. Son cuestiones que deberían inquietar.

Sin embargo, más inquietante aún para pastores y pastoralistas podría ser otra pregunta: la cuestión sobre el abandono de «las prácticas religiosas» puede plantearse de otra manera, a saber, que a determinada edad cada uno tiene derecho a elegir su camino y decidir en qué lugar quiere vivir; ¿por qué entonces ir a buscarlos? ¿por qué afligirse si la casa está vacía? ¿qué nos debería hacer suponer que, sin nosotros, ellos no pueden crecer y ser felices? ¿No se esconde cierta soberbia o frustración debajo de la preocupación por aquellos que se han alejado del hogar?

Quizás más inquietante que «el síndrome de las iglesias vacías» sea que quienes «no están» estén muy bien, hayan encontrado válidas motivaciones para vivir y nuevas riquezas espirituales o religiosas. ¿Por qué buscar a quienes no están? No es un buen punto de partida suponer que quienes se alejaron lo hicieron arrastrados por los errores que cometieron en sus vidas o por la culpa del mal testimonio de los cristianos; hay otras posibilidades. De hecho, hace tiempo que muchos se acostumbran a buscar respuestas a las preguntas esenciales en otra parte y no en los sombríos rincones de las iglesias. ¿No habrán encontrado lejos de casa respuestas válidas?

Quizás ese sea unos de los motivos más válidos para ir a su encuentro. Quizás no se trata de ir a buscarlos para «traerlos al rebaño», sino para dialogar y enterarnos qué encontraron en otros sitios. Quizás allí encontremos las respuestas que no descubrimos recorriendo cabizbajos nuestros templos vacíos. Quizás allí nos reencontremos con el Buen Pastor que ya encontró a sus ovejas antes que nosotros; que nunca se apartó de ellas, que hace tiempo que las tiene sobre sus hombros y con ellas nos está esperando para caminar con él por caminos completamente nuevos.

JORGE OESTERHELD

¿Una buena noticia?

Más allá de la cantidad de comentarios elogiosos que ha suscitado Fratelli tutti y, por supuesto, más allá de las frívolas críticas hacia su nombre, supuestamente machista, podemos observar algunos fenómenos inusuales que rodean a este mensaje papal.

¿Es realmente una buena noticia anunciar a los cuatro vientos que todos somos hermanos? A juzgar por las repercusiones periodísticas, parece que no. La reacción de la prensa en general ha sido mucho menos importante que con ocasión de la aparición de la encíclica Laudato si´y menos importante aún si se la compara con el tratamiento mediático de algunos escándalos clericales. En términos periodísticos, se podría decir que recordar al mundo que «todos somos hermanos», en medio de una pandemia y de una crisis económica global, ofrece una temática poco atrayente, es decir, que interesa poco al úblico en general. No tiene rating y, por lo tanto, «no existe».

Pero no es suficiente detenerse en el análisis de las lógicas periodísticas, tantas veces manipuladas o atrapadas en cuestiones intrascendentes. Además, hay otras razones para que esta encíclica -por tantos elogiada con todo tipo de calificativos- sea simultáneamente para muchos una noticia sin importancia o -por qué no decirlo- una afirmación incómoda. Para muchos, quizá demasiados, recordar que somos «todos hermanos», lejos de ser una conmovedora verdad que genera tiernos sentimientos, es una evocación bastante molesta. Es más, se trata de recordar algo que con esfuerzos dignos de mejores causas ciertamente se procura olvidar.

Hablar de «todos hermanos» -en un mundo y en una Iglesia astillada en múltiples «nosotros» y «ellos»- es utilizar un lenguaje que solo con cierto cinismo puede ser elogiado desde todas las latitudes. La lógica de la convivencia -también en el seno de la Iglesia- funciona hoy con otros criterios. No puede disimularse el hecho de que la encíclica Fratelli tutti es desafiante y claramente contracultural. Aceptar que se trata de un llamamiento papal que no es en absoluto «políticamente correcto», y que es aún más desafiante que el contenido de Laudato si´, es quizás el primer paso para comprender su mensaje y la inmensa tarea que tenemos por delante.

Hasta la expresión «hermanos» esconde un desafío en el cual difícilmente nos detenemos. Quienes tenemos hermanos de sangre lo sabemos muy bien: se trata de un vínculo muy complejo. Las inevitables «peleas entre hermanos» son el áspero territorio en el que los humanos aprendemos a convivir. Allí aparecen las primeras y más primarias emociones: las envidias, los celos, la competencia… Los padres y las madres lo saben bien: la tarea de mantener la pacífica convivencia en el hogar es una de las más arduas que deben enfrentar día a día. Y, sin embargo, en medio de todas esas tensiones, se experimenta una de las vivencias más profundas y sanadoras: para bien y para mal, el vínculo de los hermanos es indestructible. Incluso, cuando ya pasó el tiempo de la infancia, las peleas entre hermanos adquieren su dolorosa dimensión de esa verdad inalterable: somos hermanos.

Recordar «la fraternidad universal» no es un llamamiento sensible y conmovedor dirigido a los corazones mejor dispuestos. Se parece más bien a la actitud de «poner el dedo en la llaga», de tocar allí donde más duele. No se pueden esperar aplausos a menos que estos estén inundados de hipocresía. En Fratelli tutti, Francisco ha planteado -con su habitual valentía y con su ternura de padre- un inmenso desafío a todos, tanto a nivel personal como mundial y, también -hay que repetirlo- eclesial.

Como en aquellas peleas de la infancia, no son suficientes las buenas intenciones, es preciso aprender a dialogar, a perdonar, a reparar los vínculos, a volver a confiar. Es necesario aprender a crecer.

JORGE OESTERHELD