Cuando toco en los túneles de mis recuerdos, sólo logro ver un laberinto sin salida que me deja paso a través de una máquina del tiempo. Siempre el mismo recuerdo, la misma imagen en mi memoria y la misma tristeza que no sé por qué, después de tanto tiempo, me hace llorar. Como una promesa sin cumplir que decía mi abuela, un “algo” que quedó pendiente en el tiempo pasado y como un fantasma vaga, ahora más que nunca, por los recovecos y entresijos de mi mente pidiéndome que salde una deuda.
Secilio,se llamaba Secilio. Era el borracho del barrio. El pobre desgraciado y harapiento, el hombre del que todas las madres prevenían a las niñas. Su sonrisa triste desnudaba su boca de escasos clientes amarillos. Su ropa, siempre sucia, escondía un cuerpo enjuto y jorobado en el que había hecho mella tanto alcohol.
Inmigrante ilegal, en su propio barrio, en su propia casa, en su propio cuerpo. Sólo con presumir su presencia las miradas se bajaban al suelo y se escondían tras las puertas y cortinas. Yo también huía de él.
Aquella tarde, yo jugaba como siempre en el patio de mi casa, tenía sólo cinco años, pero lo recuerdo. Siempre me gustaron los duraznos, recién cogidos del duraznero, pero más me gustaba disfrutar de su pipa jugando con ella en la boca como un caramelo, después de haber dado cuenta, a mordiscos, del jugoso fruto. -” ¡Tira la pipa!”, me decía siempre mamá. Y yo, como siempre, no la obedecía.
Ese día, mientras saboreaba la pipa del durazno, sentí como se deslizaba, en un descuido, por mi garganta, y se quedó trabada cortándome la respiración. Un instante de desesperación, de miedo, de agonía, de gritos. Recuerdo el murmullo de la gente que se agolpaba a mi alrededor haciendo referencia a cómo iba tomando el color de la muerte. No sé, tal vez llegué a perder la conciencia. Secilio estaba allí, se acercó a mí entre la gente, entre los gritos y me cogió entre sus brazos, sólo con meterme los dedos en la boca me devolvió a la vida. La maldita y sabrosa pipa de durazno rodó por el suelo. Secilio me había salvado la vida, todo el barrio lo comentaba al otro día, yo lo recuerdo ahora.
Unos días después sucedió algo. Yo miraba por la ventana como siempre y veía a lo lejos, en un risco, sobre el mar, a un montón de gente.
- “Secilio ha desaparecido.”
- “Seguro que se cayó al mar.
- “Como siempre estaría borracho.”
- Dos, tres, cuatro días y Secilio, al que nadie había visto desde aquel día apareció destrozado por el mar atrapado entre unas rocas. Nadie le lloró, sólo yo.
Lo primero que hacía cada día era mirar por la ventana y lo buscaba en el mar, en el camino, en el cielo…donde me dijeron que estaba. Perdí la oportunidad de darle las gracias.
Después de tanto tiempo tengo con él una cuenta pendiente que nunca zanjé.
Gracias Secilio, dónde quiera que estés.